lunes, 3 de octubre de 2011

Consumo sustentable ¿una vía transformadora?


La producción capitalista sólo tiene como fin la ganancia, no la satisfacción de las necesidades.
Se debería, quizá, exigir una producción sustentable, pero conociendo los límites del sistema. Por otro lado, la peligrosidad de una producción sin más fin que el nombrado, es para el común, menos evidente.
En cambio, exigir consumo de subsistencia para y por quienes no lo tienen, por un lado, y racionalidad de calidad, en relación a la salud y el medio ambiente, por otro, tiene la ventaja de la inmediatez de la vida cotidiana. Muchos efectos de la contaminación industrial son evidentes[1].
Pero, además, otorga un fin al consumo que, ligado así conceptualmente a las condiciones de vida, individual y colectiva, abre el horizonte hacia la cadena de producción. Por ejemplo, en situación de crisis alimentaria, exigir superarla es un obstáculo al destino de los granos hacia el combustible. Dado que frenar este proceso de bio-energía supone seguir contaminando, las demandas pueden orientarse hacia los peligros de la producción irracional de automotores y la búsqueda de fuentes alternativas que no vayan en desmedro de la alimentación y la salud.
De la misma manera el control contra la dilapidación de bienes por obsolescencia está ligado al consumo irracional vehículo de endeudamiento, demandas respecto a un consumo racional apuntan también al fin excluyente de la producción.
La producción industrial ha determinado el consumo como punto de partida y base del proceso, la relación se ha invertido. Por lo tanto las demandas deberían exigirse desde el consumo hacia la producción. De esa manera apuntarían también al capital financiero, del que también el capital industrial fue punto de partida y base.
Me parece que esto es una muestra de aplicación de un modelo dialéctico no despreciable para desmontar conceptualmente los mecanismos de dominación.
Pero esto no se desligaría de la generación y construcción simultánea de espacios de autogestión de usos, de los que el consumo es una forma. Se trataría de los usos de hecho, para los cuales la característica de intangibles de los bienes fundamentales, como los vinculados a la informática, no requieren formas violentas de apropiación.      
Las mismas características de lo bienes, que facilitan su apropiación colectiva, es un buen asiento de relaciones cooperativas y las acciones colectivas para la exigencia de las demandas. Las características de estos bienes facilitan las vinculaciones, suprimiendo o amortiguando los obstáculos espaciales, y las tomas de decisión más horizontales. Amenguan la necesidad de representación y facilitan la delegación y su revocatoria.
El carácter colectivo de estos usos puede ser punto de partida para al exigencia de otros usos también colectivos de bienes no necesariamente inmateriales.
¿Se llamará ésto socialismo?
La lucha desde el consumo ¿puede ser una vía hacia el socialismo?


Edgardo Logiudice
Octubre 2011




[1] Cuando esto sucede son las empresas las que aparecen “defendiendo” los puestos de trabajo, cuando en realidad están defendiendo su “derecho” a la ganancia, frente a la salud de la población. Caso paradigmático los EEUU.

Deudocracia. Rebeliones en la dialéctica del consumo.


El objetivo del capital es su acumulación en forma ampliada.
Para ese objetivo, o finalidad, cualquier aspecto del mundo económico es un medio.
El capital ha logrado que el consumo sea una forma de acumulación.

Si toda riqueza no es más que trabajo humano aplicado, la acumulación significará la apropiación de ese trabajo.
La condición para esa apropiación es la disposición de los medios donde ese trabajo es aplicado.
La condición de la acumulación es que, de ese trabajo aplicado resulte más valor que el necesario para reponer la capacidad de aplicación del trabajo.
La aplicación de capacidad de trabajo es un medio de ampliación del capital.
La apropiación de la capacidad de trabajo se realiza por medio de la compra de esa capacidad. Queda así a disposición de quien la compra, como cualquier otro medio.
La clave del modo de producción y apropiación capitalista reside en la facultad de disposición de la capacidad de trabajo.

Sobre esa base que es, a la vez, el punto de partida, se desarrolla un proceso complejo de circulación y distribución del capital en sus distintas formas. El proceso se desarrolla sin que la base desaparezca, pero no necesariamente la forma productiva del capital debe ser predominante, como lo era en la época de la gran industria.
El capital mercantil ha sido condición y punto de partida histórico del capital industrial o productivo. La forma mercantil sigue siendo, para todo el capital, un presupuesto. No hay capitalismo sin mercado, regulado o no. Sin embargo, el capital mercantil no es predominante respecto al industrial. Por el contrario, el capital mercantil es resultado del desarrollo del capital industrial. Se trata de una inversión: lo que fue punto de partida, tanto histórico como lógico, devino resultado del proceso desarrollado.
La forma mercancía fue el presupuesto del capitalismo industrial y éste ha mercantilizado toda forma de riqueza. Lo que ha cambiado es la predominancia, la posición dominante de un aspecto del proceso general.

Pero si la economía mercantil obtenía su ganancia, siempre trabajo, de la diferencia entre la compra y la venta, el capitalismo industrial no. La obtiene de pagar su valor de reposición, sólo que ésta es capaz de generar más valor que ese. Sin embargo la forma sigue siendo la de la compra venta, como la de cualquier mercancía.
La economía mercantil no consumía trabajo ajeno o, mejor, no era (ni es aun para el pequeño comerciante) la actividad predominante para el logro de la ganancia. El aspecto en que se desarrollaba era la circulación y el intercambio. No la producción.
Para el ciclo del capital mercantil la producción queda afuera. Para él la producción es una condición, como lo es también el consumo, tanto de capacidad de trabajo como de subsistencia.
Del mismo modo, para el capital industrial, la circulación y el intercambio son actos externos. El fin de su ciclo se realiza con la venta de sus productos al comerciante. Lo mismo sucede con el consumo de subsistencia. Queda fuera del ciclo de producción.  

La economía financiera, como la mercantil y la industrial, no se inicia en la modernidad, pero ese aspecto de la economía, como el mercantil y el industrial, sólo son capitalistas con el predominio de la producción industrial fundada en el salario. La apropiación del trabajo ajeno por ese medio de matriz mercantil.
Tanto para una economía mercantil como para una industrial son necesarios acopios de dinero disponible para comprar, sea productos ya terminados como mercancías, o sea como elementos para ser transformados. En ese sentido, cualquiera sea el origen del dinero, una determinada masa disponible es condición de la producción industrial capitalista.
El dinero es, entonces,  un presupuesto lógico y un punto de partida histórico del capitalismo industrial. Esa masa de dinero sólo será capital si entra en el proceso productivo industrial, de lo contrario sólo será ahorro o tesoro.
El capitalismo industrial finaliza su ciclo cuando sus productos cuando éstos se realizan como mercancías, es decir cuando se transforman en dinero. El capitalismo industrial produce dinero, más dinero que el invertido en la producción, dado que uno de los elementos adquiridos tiene la capacidad de producir más valor que el necesario para su reproducción.
Mientras no sea nuevamente invertido en otro ciclo no será capital. Ese dinero, que se origina en los excedentes de capital en relación a las posibilidades temporarias de inversión en medios de producción, puede volver a un ciclo productivo. Esto ocurre si se suma a otros excedentes de los que resulta un monto adecuado para una nueva inversión de cualquier otro capitalista. Esta sumatoria de excedentes se realiza en los bancos, dando lugar al capital bancario o financiero. El capital industrial es la base del capital financiero. Sólo cuando este último se desarrolla, su presupuesto lógico y punto de partida histórico se transforma en resultado.
Pero para que ese excedente sea capital deberá hallar su forma de apropiación específica de apropiación del trabajo ajeno. Esta forma no es mediada por una compra-venta, como el capital mercantil, ni por la forma salario, como el capital industrial. La forma es el interés que percibirá del capitalista industrial al que lo preste y éste lo sumará a los gastos de producción, con lo cual, para él, es una merma de las ganancias. Si sus ganancias provienen del resultado de la inversión en esa capacidad de trabajo que produce excedente, el interés del capital financiero, será una parte de ese excedente. Se trata, entonces de una forma indirecta de apropiación del trabajo ajeno por medio del crédito, en la medida que el préstamo tenga como destino el consumo de fuerza de trabajo. Tenemos así, préstamo para el consumo productivo.

Hasta aquí el consumo de subsistencia, es decir el consumo que no interviene en la producción, el que reproduce la vida, tanto del capitalista como del trabajador, permanece sin entrar en el ciclo del capital sino como condición, exterior a éste, para renovar otro ciclo productivo.
Pero, cuando la producción sobrepasa el límite del consumo, hay dos posibilidades, o destruir la producción o acrecentar el consumo. Las guerras o el préstamo para el consumo. El préstamo para consumo es un fenómeno de posguerra.
El objetivo de las guerras no puede ser sino la perspectiva de la iniciación de nuevas producciones, de lo contrario se termina el sistema. Pero la nueva producción requiere consumos de fuerza de trabajo, y esa fuerza de trabajo no es sino el consumo de subsistencia transformado en energía humana, física e intelectual.

El consumo de medios de subsistencia es improductivo para el capital pero productivo para el trabajador: de él resulta la renovación de su capacidad de trabajo, físico (con determinadas habilidades) e intelectual. El trabajo intelectual no es nada si no es aplicado, pero no es el productor intelectual, en las condiciones de un sistema de apropiación capitalista, el que está en condiciones de aplicarlo. Como cualquier otro trabajo el productor debe venderlo. El capitalista lo aplicará siempre que le signifique mayor ganancia, esa es su lógica o la lógica del sistema.
De la aplicación de la inteligencia, es decir información, a los medios mecánicos, resulta la robótica que ahorra costos, supliendo la energía física de la fuerza de trabajo. Ahorra, por lo tanto salarios en consumo de subsistencia. Igual o más producción con menos consumo de subsistencia.
Pero además los productos de la inteligencia, aunque en la etapa de la investigación y desarrollo signifiquen una fuerte inversión de capital (que no necesariamente desembolsará el capitalista industrial: para eso están las universidades que solventan los contribuyentes), una vez logrados tienen una ventaja adicional sobre los productos de la producción física. No se consumen en el primer uso. Cualquier producto de la inteligencia soporta una cantidad infinita de usos, a diferencia de la energía física que debe ser renovada diariamente. Su límite es la obsolescencia, es decir, la aparición de otro producto más eficiente.
Pero esto significa que, hasta que ello ocurra, algún productor de productos inteligentes estará de más. De ello resulta que no se invertirán en él salarios y, por lo tanto, una imposibilidad de consumo de subsistencia.
Tenemos aquí buena parte de no consumidores por devenir no productores. Probables rebeldes.
Sin embargo la producción debe continuar y, para ello, su condición es el consumo.
El capital financiero viene ahora en el auxilio del capital industrial para mantener su propia base y su propio presupuesto lógico. No se financia la producción sino el consumo, condición de la producción y, de esta manera, de todo el sistema capitalista. 
Es así como el capital financiero reproduce como resultado lo que es su base y fue su presupuesto lógico e histórico: el capital industrial.
El capital financiero invierte en consumo: el consumo cae ahora dentro del ciclo del capital.

Los medios de subsistencia no se reducen a la alimentación, el vestido y la vivienda. Los medios de subsistencia son las condiciones generales de vida. Comprenden la salud, la educación, en fin, el conjunto de las necesidades de la vida humana. Esto significa también el transporte, las vías de comunicación, las urbanizaciones, la provisión de agua, energía, en fin, lo que llamamos infraestructura. Eso también se consume, aunque no se agote al primer uso. Allí también funciona el préstamo para el consumo a través de los Estados.
El préstamo para el consumo, individual o colectivo, para el que lo toma es una deuda.
El acreedor es el capital financiero.
El capital financiero adelanta en bienes ya sea los salarios o los impuestos. Estos últimos, en definitiva, no son más que representación de capacidad de trabajo. Directa, cuando proviene de los salarios, indirecta cuando proviene de impuestos sobre ganancias, es decir, sobre aplicación de capacidad de trabajo excedente. 
En la lógica de la propiedad privada las deudas deben pagarse. Si lo que se adelantó fueron salarios o impuestos, deberán pagarse con ellos. Es decir, con salarios o impuestos. Es decir, con trabajo que aun no existe o, lo que es lo mismo, con trabajo futuro. Los préstamos hipotecarios constituyen el caso más elocuente. Lo que está hipotecado es el futuro. A través del consumo como generador de deuda.

El consumo ha sido finalidad tanto real como ideal de la producción en las sociedades precapitalistas. Con el capitalismo industrial dejó, para éste, de ser finalidad real: su objetivo de logra con la venta. El consumo de subsistencia es indiferente al capitalista. Sólo permanece como ideología: finalidad ideal, dice Marx, la de satisfacer las necesidades humanas. 
El consumo ha pasado, de ser finalidad real o ideal, a ser medio.   
Ya no la compraventa mercantil, ni el salario, ni el interés,  sino el consumo es ahora la forma de apropiación del trabajo ajeno.
Las demás formas no desaparecen, pero restan subordinadas a ésta. Como el capital industrial, cuando fue predominante, resuelve su ciclo temporalmente, de forma independiente de las demás formas. Su propiedad es, ahora,  no la tenencia material o tangible de los bienes, sino la ganancia futura, un bien intangible. Es propietario quien tiene el control de esas ganancias. El capital financiero se sustancializa, para utilizar la expresión de Marx respecto al capital mercantil.  
Como tal propietario puede disponer de ellas, como el usurero de su dinero, el mercader de las mercancías, el capitalista industrial de sus productos. Vendiéndolas,  prestándolas o usándolas como garantía para cualquier transacción. Dispone de ellas. Como capitalista dispondrá para obtener otras ganancias, es decir para acumular. Esa ganancia intangible, no ficticia, se contabilizará como activo intangible: capital intangible, no ficticio. Tan intangible como cualquier representación contable del capital, que no será tal si no logra plasmarse en bienes tangibles. Sólo que esta forma del capital se logra a través del consumo.
Mientras tanto la posibilidad de control asegura la probabilidad de tomar decisiones que afecten a grandes grupos humanos. Es decir de gobernar. Más que elocuente, entonces, la expresión deudocracia. Gobierno a través de las deudas. Originadas con el consumo como medio, cuando en realidad es necesario satisfacer las necesidades humanas. No es el consumismo, como sugiere la Merkel, sino el capitalismo financiero, el que genera la deuda. 

Rebeliones, como las que han generado esa expresión, son rebeliones en el universo del consumo. Siendo éste la forma de apropiación capitalista predominante, esas rebeliones contienen una potencialidad anticapitalista. Así se manifiesta en el conjunto, ni homogéneo ni coherente, de las expresiones de indignación.
Cada época histórica tiene sus formas de rebelión, conforme sea la forma de dominación. Los campesinos a través de la lucha por la tierra y contra su propiedad, a la que, atados, entregaban su trabajo al señor; los obreros industriales a través del salario y contra el salario, con el que el capital expropia su trabajo; los actuales excluidos a través del consumo y contra el consumo como medio, que les expropia el futuro.
No se trata, me parece, como pretende Negri, de una multitud amorfa, sino de los nuevos dominados a través del consumo.
Sus formas de organización y lucha son también distintas, pero siempre se trata de acciones colectivas. Es decir, co-operativas.



Edgardo Logiudice
Junio 2011.

  
Bibliografía.

Carlos Marx: Introducción del 57, El Capital tomo II.