jueves, 31 de enero de 2013

El uso propio de la semilla y la salida del sol.



_...la Luna da vueltas alrededor de la Tierra, igual que la Tierra da vueltas alrededor del Sol...
_Entonces ¿por qué sale el Sol todas las mañanas por detrás de los cerros, y se esconde a la noche?
[...]
_Dejadlo que nos explique -mi madre sale dubitativamente en mi defensa- Que algo sabrá más que nosotros.
_Tampoco hay que tener una carrera para saber por dónde sale el sol...

El viento de la Luna, Antonio Muñoz Molina, Seix Barral, Barcelona, 2006, pág. 132.


Al derecho de guardar parte de la cosecha como semilla para la próxima siembra se lo denomina "uso propio" de la semilla. Uso.
Los convenios con Monsanto imponen el pago de regalías tanto para la comercialización de la semilla reservada para la siembra, en ese caso de otros, como para el uso en la siembra propia. La comercialización se denomina "bolsa blanca" o "hija de".
En ambos casos se trata de una parte del grano cosechado resultante de una siembra originaria sobre la que ya se pagó la regalía. El propósito de Monsanto es cobrarla en cada nuevo ciclo, en nombre de la propiedad intelectual y con el beneplácito del Poder ejecutivo. Si el agricultor no paga no tiene derecho no sólo a venderla sino a usarla.
Obviaré toda la problemática de la semilla transgénica para atenerme sólo en el "uso propio".   


Su padre y su abuelo labraron esta misma tierra, pero nunca llegaron a poseerla trabajando siempre como aparceros de otros que les esquilmaban la mitad de los frutos de su esfuerzo y los trataban como a siervos. Él ha podido comprarla, ahorrando desde que era muy joven, renunciando a tener una casa propia, llenándose de deudas cuyos plazos rondan  siempre sobre él y algunas noches le quitan el sueño. Son cuatro cuerdas, apenas dos hectáreas...

El viento de la Luna, Antonio Muñoz Molina, Seix Barral, Barcelona, 2006, pág. 186.


No cabe duda que si el productor compró la semilla que sembró, si pagó por ella, es su propietario privado.
Al propietario privado de una cosa le corresponde la posesión y el uso de la misma.
Pero la obligación impuesta de volver a pagar hace que, si el agricultor no tiene el dinero para hacerlo, no pueda volver a sembrar.
De donde, tener la tierra y no tener que sembrar es lo mismo que no poseerla. El propietario ha sido desposeído. El capital liquida la propiedad privada, dijo Carlos Marx. Acumulación por desposesión es un sintagma acuñado por David Harvey.  
El mecanismo para lograrlo ha sido la transformación de un uso en un consumo.
El consumo es el agotamiento de la cosa con el uso. La función de la simiente separada es su uso, el uso propio, para reproducir la cosecha. La función de la cosecha es el consumo o la venta para ser consumida por otro. Pero si el agricultor no puede volver a usar la parte reservada, ésta pierde su función de uso: se agota en el primer uso. Es decir se consume, sea por el agricultor o por sus chanchos. El uso se transformó en consumo y, con ello, la tierra que no se puede volver a sembrar se transformó en una propiedad sin uso, destinada a quedar yerma. O a ser apropiada por quién tenga el capital suficiente para pagar las regalías.
El consumo sirve para pensar es el título de un trabajo de Norberto García Canclini del año 1991. Dado que,  como vimos, el consumo es una forma del uso, se puede afirmar que el uso, los usos, sirven para pensar.
Dije que para que el productor pueda renovar el ciclo debe pagar, es decir debe tener dinero para volcar a una nueva producción. Esto se denomina capital.
Volver a pagar por la utilización de su semilla equivale a volver a comprarla pagando por su uso. Es decir, el verdadero propietario de su semilla no es él, puesto que no puede disponer de ella. El propietario real es el que dispone del uso. El uso es la esencia de la propiedad, dijo Hegel antes que Marx. La verdadera propiedad consiste en la disposición del uso del bien, en este caso la semilla. Y esa disposición no está en la forma física de las semillas que están aun en el silo del agricultor sino en la forma de crédito a favor de Monsanto. Entre los activos del grupo financiero, es decir en la forma de capital. El capital de Monsanto es el verdadero dueño de la semilla que el agricultor pagará como si la comprara. Esta "compra" no es más que una ficción jurídica. El agricultor no tiene el derecho de comprar la semilla. Comprarla es una obligación si quiere seguir siendo productor y propietario de su tierra. Su derecho de propiedad es un resultado de su obligación, no de su derecho, a comprar.
La continuidad permanente de la ficción jurídica de los contratos genera la ilusión de que el productor vende su trabajo, decía Marx. Y la misma continuidad genera la ilusión de que el productor compra lo que consume, es decir lo que usa, se agote o no.  
El que dispone de los usos es el capital, pero los capitales aunque no tengan nombre y apellido tienen quienes disponen de ellos. Son los capitalistas, los miembros de la clase que dispone de los consumos.
Las simientes son una condición de la producción de alimentos, de nutrientes de la vida humana. Como lo es la tierra. Los que disponen de sus usos no son, como parecen, los que pagan por ello y, por eso, se consideran propietarios. Los verdaderos propietarios son los que tienen el uso de hecho, el usus facti, decía el franciscano Guillermo de Occam.
Pero todos nos vemos propietarios y nos vemos comprando y vendiendo. No es el mercado el que genera propietarios sino su forma jurídica de contratos. Y los contratos son lo que establecemos todos los días, todo el día. Los que podemos contratar, claro. Los que no vivimos de la caridad, todavía.
Ser propietarios porque compramos es como ver salir el sol todos los días. Que parece que gira en torno a la tierra. Para saber ello, como dice el hortelano de la novela de Muñoz Molina, no es necesario tener una carrera.
Pero lo cierto es que si el productor paga, como hacen todos los chacareros que firmaron convenios privados con Monsanto -mientras los precios de los commodities a expensas de la emergencia alimentaria lo permiten- lo está haciendo con trabajo futuro. Porque o compra la semilla financiada y pagará el préstamo con parte de su próxima cosecha o resigna ganancias que no se capitalizan y, en ese caso, la reproducción del capital también saldrá de allí. Se trata de una apropiación de trabajo futuro. La desposesión de uno es apropiación del otro. Claro es que no se trata del caso de los Grobo que también  desarrolla semillas.

“Hola me llamo XX mi DNI es XX y me voy a suicidar ya que es posible que me dejen sin casa”. El mensaje electrónico era de las 8.49 del pasado miércoles día 12 e iba dirigido al correo general de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH). Lo leyó minutos después Ada Colau, la portavoz de la plataforma en Barcelona, desde el ordenador de su casa.

El País, Madrid, 24/12/2012.


Lo propio de nuestro agricultor con la semilla sucede con los desahuciados por las hipotecas. Antes que en España, con la 1050 en el país. Fuente de dinero de abogados y abogadas exitosos. La vivienda también es una condición de vida, de la que también los dueños reales son los grupos financieros y los deudores ostentan el título de propietarios, hasta que son desposeídos del uso. La propiedad cede ante el control de los capitalistas y hoy la hegemonía la tienen los capitalistas financieros.
En los hechos el que compró con un préstamo hipotecario lo que recibió fue un uso temporario e incierto de la vivienda -condición de vida- con el título de propietario, propiedad sujeta a los negocios del capital financiero. Es lo mismo que decir que la forma mercantil-industrial de la propiedad privada queda sujeta a la forma propiedad privada de control. Lo que para el "propietario" de la vivienda era una deuda para el acreedor del préstamo hipotecario era un crédito, un activo capitalizado cuya garantía era el trabajo futuro del deudor, es decir, su vida. Una condición de esa vida, la vivienda precisamente, estaba desde el inicio en manos del grupo prestamista, que decide de hecho sobre la "propiedad privada" del deudor.
Pero esto se hace evidente sólo en las situaciones de crisis, cuando se corta la cadena de contratos. Cuando se acaban los usos. Mientras tanto en la inercia de los intercambios contractuales, el sol de la propiedad privada sale siempre por el este y se esconde por el oeste.  


[4] El uso de consumibles sin la propiedad es imposible, [...]
[6]  De hecho, en las cosas consumidas por el uso de este derecho de practicar, no se puede establecer en la separación de la propiedad o señorío, [...]

Juan XXII, Papa. Ad conditorem canonum. Aviñón, 8 de diciembre de 1322.


Lo que establece esta Bula es que para consumir - y el consumo, dije, es un uso - hay que ser propietario. Los franciscanos, a quienes esto iba dirigido, no querían ser propietarios pues el santo Francisco había prohibido serlo.
Se trataba de una cuestión de intereses. Después de dos siglos los franciscanos sólo eran pobres jurídicamente, de hecho los conventos producían riqueza, de la que ellos gozaban. Usaban y consumían de ella, tenían el usus facti, el uso de hecho. Para la Iglesia quedaba el título de propiedad. De tal manera los usos quedaban por un lado y la propiedad por otro.

Hoy cualquiera estaría de acuerdo con Juan XXII: para usar o consumir algo hay que ser propietario y, por lo tanto, si no te lo regalan tenés que comprarlo. Es decir, sos propietario porque comprás.
Pero vimos que ahora no basta con ser propietario usar la semilla propia o la vivienda. Ni siquiera basta con ser propietario de un medio de producción como la tierra, porque la cosa está en el uso efectivo.
La clase obrera luchó mucho tiempo por la propiedad, aun por la propiedad de los medios de producción. Por la propiedad privada personal de los medios de vida y la propiedad social a través del Estado. Obtuvo logros inconcebibles en los tiempos de Marx, cuando emerge con fuerza el capitalismo industrial y, con él, la propiedad privada de cuño mercantil.
Marx priorizó la producción porque allí estaba el secreto oculto por el mercado, por la ideología jurídica mercantil. Por eso el derecho fue la ideología orgánica del sistema.
Por eso Marx deja de lado los usos y el consumo, salvo el consumo productivo.
Pero tanto el consumismo como el subconsumo ya ocuparon su lugar en la investigación, es decir más allá de la Bula papal y Guillermo de Occam. En la economía, la sociología, la antropología, la psicología, la filosofía. Por supuesto, en el marketing y la mercadotecnia.
Es verdad que los partidos políticos ya no elaboran programas, pero me parece que la militancia o el activismo político-social no atiende demasiado a los usos y los consumos. Quizá sí algunos ambientalistas.
En mi caso conjeturo que el consumo ligado a la deuda es una nueva forma de apropiación dominante del trabajo ajeno futuro.
Pero no me parece necesario compartir mi conjetura para medir la importancia del asunto.
Cuando en Pekín las autoridades recomiendan a la población no salir a la calle, para no envenenarse con el aire, estamos hablando del uso de la ciudad y de los consumos de fábricas y transportes.
Cuando la FAO organiza una campaña para que en los países desarrollados se consuma menos para evitar desperdicios, estamos hablando precisamente de consumos.
Pero no sólo de eso. Estamos hablando de las condiciones generales de vida de millones de seres humanos.


Los resultados del estudio sugieren que alrededor de un tercio de la producción de los alimentos destinados al consumo humano se pierde o desperdicia en todo el mundo, lo que equivale a aproximadamente 1 300 millones de toneladas al año. Esto significa obligatoriamente que cantidades enormes de los recursos destinados a la producción de alimentos se utilizan en vano, y que las emisiones de gases de efecto invernadero causadas por la producción de alimentos que se pierden o desperdician también son emisiones en vano.

En términos generales, las pérdidas de alimentos están influenciadas por las elecciones tomadas en la producción de cultivos y sus patrones, la infraestructura y capacidad internas, las cadenas comerciales y los canales de distribución, así como por las compras de los consumidores y las prácticas de uso de alimentos.

Los consumidores de los países industrializados desperdician casi la misma cantidad de alimentos (222 millones de toneladas) que la producción de alimentos neta total del África subsahariana (230 millones de toneladas).

Creo que estos párrafos del informe del congreso Save foot! de Düsseldorf, 2011 son elocuentes.
El cinismo del informe no menciona los negocios financieros entre las causas que conducen a esta situación. Sus políticas se reducen a recomendar mayor eficiencia tecnológica en la producción de alimentos, pero no dice que los resultados de esa eficiencia van a parar a las especulaciones sobre los commodities de las bolsas de futuros.
Pero la cuestión acá no reside ni en la burocracia ni en la hipocresía de los organismos internacionales, sino en pensar el consumo.
Quiero decir, no sólo ante las crisis financieras sino frente ante los movimientos habituales del capitalismo actual, pensar desde el lado del consumo (y el no-consumo) antes que en la producción. Porque si Marx en su tiempo desde la producción llegaba al consumo nada impide que hoy hagamos el camino inverso. Para llegar a las formas actuales del capitalismo de su forma de propiedad, que ya es otra, de su forma de apropiación y de sus contradicciones y debilidades. Si es que seguimos siendo anticapitalistas.  
Creo que el consumo debería servir para algo más que para pensar. Para movilizarse social y políticamente.


Edgardo Logiudice
enero de 2013

lunes, 28 de enero de 2013

Kirchnerismo crítico y razón de estado.


“...che gli stati non si tenevono co’ paternostri in mano”  (Cosme l’Ancien, N. Machiavel, Histoires Florentines, VII, 6



Razón de Estado es la apelación a la última instancia cuando el Poder no encuentra más razones. Con esa razón consejeros de los Príncipes, como Maquiavelo y el Cardenal Richelieu, acorazaban de legitimidad las decisiones instrumentales de aquéllos. Con esa racionalidad instrumental se legitima la apelación a la suspensión de las garantías individuales, al estado de sitio, al estado de emergencia, al estado de guerra interna en suma, a cualquiera de las formas del estado de excepción.

Edgardo Mocca es un politólogo egresado de la carrera creada por Francisco Delich y Carlos Strasser. Periodista -prefiere asumirse como analista político de acuerdo a sus lauros- de Página 12 y panelista en la TV Publica que puede lucir sus luces en un panel junto a algunos y algunas colegas, locutores, un joven filósofo y un humorista. Catedrático, también periodista él, del diario Clarín hasta el 2007 siendo Asesor del Ministerio de Relaciones Exteriores.

Mocca apela a la razón de Estado, ante la que cede su gusto personal sobre las libertades democráticas. Al analista político no le deben interesar las causas, propósitos o motivos sino las acciones o los hechos del Príncipe, es decir sus decisiones, sus políticas.  
Escuda al príncipe y deja a salvo su conciencia haciendo que su "gusto" genere una ilusión de crítica. Su realismo político de analista configura la propedéutica adecuada para quienes aun mantengan reparos ante la Ley Antiterrorista u otros hechos, dichos o actitudes del actual gobierno. Es decir al kirchnerista crítico que se asume de izquierda.

En ese escenario de la televisión pública tuvo necesidad de referirse a esa ley, que había "sorprendido y preocupado" al filósofo Ricardo Foster, a sus amigos de Carta Abierta y a muchos kirchneristas críticos. Dijo entonces, "Desde mi perspectiva, de mi mirada sobre las libertades democráticas no me gusta".  Pero "es una de las cosas que tienen que ver con las razones de estado". Equivale a decir más o menos, a mí tampoco me gusta comer sapos, pero hay que bancársela.
El problema de esta sincera confesión es que, reprimiendo la crítica al estado de preferencia, puede dejar desnudo al rey, es decir sin más razón legítima que su sola decisión.
Se trata tanto de una defensa del acto del príncipe como de una autodefensa ante el escrúpulo, apelando al realismo. Al positivismo político de la mentada y aprendida autonomía de la política. Donde aquéllo que excede sus categorías específicas no es relevante, conforma a lo sumo cuestiones morales o metapolíticas.

Pero este argumento  es más refinado que otros, sobre todo si aparecen alusiones a Maquiavelo, a Giovanni Sartori, a Carl Schmitt y, naturalmente a algún uso de Gramsci. Discurso más refinado que el que se ofrece al kirchnerismo crítico rindiendo pleitesía a la realidad a la manera tomista o la más históricamente reciente del General: la única verdad es la realidad. Y la realidad es que es lo que hay. Y lo que hay es que a la izquierda de Cristina no hay nada. Y así planteado no admite mucha discusión. Sosegate que ya es tiempo de archivar tus ilusiones, dice el tango de Pracánico, que musita el progresista que aun quiere creer.

Este otro discurso aclara qué es lo que corresponde analizar frente a los actos del poder.
El 23 de enero, en el mismo escenario Mocca marcó la distancia frente a sus co-panelistas. Sostuvo: "En política las causas de porqué uno hace las cosas no tienen ninguna importancia".  Causa significa acá razón o motivo. Es decir, en política, el motivo o la razón de una decisión es irrelevante. Para el analista político, entonces, ello queda excluido del análisis.
"Importan los hechos, la acción importa". Es decir, importan sólo las decisiones.
Y ejemplifica: "Y si no fijémonos la gran campaña que hay contra el kirchnerismo porque Kirchner hizo ésto, Kirchner llamó a las Madres y denunció y abrió nuevamente el juicio al genocidio para hacerse popular, para hacer demagogia. No me importa ¿sabés?, no me importa".
Aquí Mocca asume un riesgo mayor. Está diciendo que a él no le importa la falta de autenticidad de Kirchner en la política de los derechos humanos.
Al excluir el asunto del análisis lo deja pendiente, al menos bajo sospecha. No dice que no existe la falta de autenticidad, sino que a él no le importa. 
Descarga su conciencia y ayuda a descargar la de los kirchneristas críticos escondiendo el bulto. Su problema es que algún kirchnerista menos escrupuloso o más aplaudidor se dé cuenta del artilugio y, que sin querer, Mocca haya desnudado nuevamente al rey tratando de defenderlo.

Aquí lo que, frente a la Ley antiterrorista, era el gusto se transforma en indiferencia, la función es la misma. El desplazamiento o la exclusión del problema, del reparo. Pero esa función está poniendo en el mismo lugar la cuestión de la ley con la de la autenticidad. Con lo cual el asunto se podría invertir: la cuestión de la falta de autenticidad no me gusta y la cuestión de la Ley Antiterrorista no me importa ¿sabés?

La cuestión es interesante. Mocca separa los propósitos y las razones para no criticarlas, dejándolas en el limbo de las preferencias o la indiferencia. Pero en definitiva lo que fue separado queda unido en la razón de Estado. Porque no importa el porqué lo hizo ni para qué lo hizo, siempre habrá una razón de Estado.
Peligroso argumento ya no para Mocca. Si no debemos preguntarnos porqué ni para qué Kirchner hizo lo que hizo con la política de derechos humanos, tampoco deberíamos hacerlo con la política del pago de la deuda, anticipado y en verdes, postergando a los jubilados buitres. En última instancia habrá una razón de Estado.
Peligroso argumento que puede llegar hasta encubrir algún negociado, algún soborno o algún tráfico de influencias. Si la razón de Estado cubre la Ley Antiterrorista ¿qué es lo que no puede cubrir?   

  Después de Lutero todos somos libres de renegar, en buena hora. Pero renegación no necesariamente tiene que significar olvido ni autoengaño. Menos aun la manipulación, porque entonces se achica la diferencia con Marcos Novaro, al que convocan Clarín y La Nación.

Decía hace poco Eduardo Grüner en una entrevista conjunta con Gianni Vattimo en Ñ del 12 de enero: "en la Argentina basta ser medianamente progresista, estar a favor de cierta mayor inclusión social, para pasar por ser de izquierda; ahora, todo eso está muy bien, pero ser de izquierda es poner en discusión el dispositivo básico. [...]  El lugar de la izquierda [...]es poner en cuestión, radicalmente, el dispositivo básico, las lógicas básicas. En ese sentido, la primera definición brutal que habría que hacer, es que ser de izquierda es ser consecuentemente anticapitalista, pero que hoy en día es una definición que hay que retomar".

Claro es que esta definición brutal no es para estos tiempos, "Raros tiempos estos donde se respira un aire de felicidad" le recordara el sociólogo Horacio Gonzalez al filósofo Feinmann, remedando a Tácito, en agosto pasado, en el mismo escenario de Mocca.
No se trata de aguarle la fiesta a nadie, en todo caso, como decía el mismo Grüner "mantener las esperanzas pero con un ánimo muy crítico". Si se quiere, claro. El problema es que no nos pase como al tipo del tango de Enrique Santos Discépolo y Virgilio y Homero Expósito que alzó un tomate y lo creyó una flor.

Es verdad, los estados no se mantienen con un padrenuestro en la mano, tampoco con otras charlatanerías. Si es que deben mantenerse todavía.  


Suicidio Perfecto es el policial de Petros Márkaris en el que el personaje de un viejo comunista griego dice más o menos Falso recato que muestran los izquierdistas cubriéndose con una hoja de higuera, no para ocultarlo de los demás sino para no verse ellos mismos.


Edgardo Logiudice
Enero de 2013.

lunes, 21 de enero de 2013

Confío en la Justicia.


Confío en la Justicia.
Para que se cumpla una norma reparadora. Para que las cosas vuelvan a un supuesto orden. Una ley.
Y enciendo una vela. Porque le ruego o le exijo a alguien que la ley se cumpla. Alguien que la puede hacer cumplir porque tiene la fuerza. No hay ley sin sanción y de eso decimos que es derecho. Que algunos hombres administran. Los jueces.
Por eso Vizcacha aconsejó, al segundo hijo de Fierro, hacéte amigo el juez.
Menem era más ladino que el Viejo, pero Néstor le pisó el poncho. Jueces presuntamente amigos. Al Turco le salió bien al Lupo más o menos. Éste nombró, de los siete, cuatro. En la cancha se ven los pingos, y algunos se hacen mañeros. Para eso está la independencia del poder judicial, con sueldo sin rebajas ni despido mientras dure su buena conducta.
Pero se trataba de jueces honorables, dijo Cristina al asumir en 2007: "saldamos una deuda que teníamos con los argentinos: dar una Corte Suprema de Justicia a los argentinos que no los avergonzara, honorable." Dejaron de serlo, tienen mala conducta. En penitencia.
El kirchnerismo dio una Corte. Ahora se agravia y se lamenta.
No se trata de ninguna arbitrariedad, sus miembros, según la Constitución,  los nombra el Presidente, con acuerdo del Senado. En Estados Unidos ni siquiera es necesario ese acuerdo. Si la forma de nombrar a los supremos, su inamovilidad, sus privilegios, son o no democráticos y republicanos, o resabios monárquicos o aristocráticos, son materia de medulosos análisis jurídico-políticos. Ciertamente las normas y las instituciones son mejorables. Pero esto no depende tanto de la Justicia a la que hay que rogar y encender una vela como a los derechos que se pueden lograr sin que nadie los de.
El derecho son normas que crean los hombres, el asunto es saber quiénes son esos hombres. Que no son todos, sino los que tienen la fuerza para hacerlos cumplir.  La justicia puede representarse como una diosa griega o romana, con la balancita, una espada o un león, según el caso. Pero el juez Thomas Griesa no tiene pinta de diosa, ya lo dijo el sociólogo Horacio González en su profunda crítica: Griesa no se parece a Marlon Brando.
El Poder Judicial es un aparato que, además de negarle el per saltum a Sabbatella dejándolo colgado del pincel, interpreta y aplica el derecho, las normas estatales. Es un poder que como los otros dos, según la ideología representativa de la democracia, deberían expresar la voluntad popular. El hecho de que los poderes sean tres, según la mejor doctrina, la de los doctores, tiene el propósito de que se contrapesen y se controles entre sí. Los de afuera, como en el truco, son de palo. El 82% móvil se discute entre Cristina y Lorenzetti, el ejecutivo, que prefiere usar los fondos y renegociar otra vez la deuda, y el judicial que quiere sacarse los expedientes de encima. Para algunos esto es La lucha por el derecho, título de la obra de un gran jurista alemán del siglo XIX. Para los jubilados es seguir galgueando.
El problema es que lo que aparece como un derecho de los trabajadores pasivos fue una obligación de los trabajadores activos.
Los juristas suelen pensar así. Que las obligaciones son derechos. Como si trabajar fuera un derecho y no una obligación. Ya lo dijo san Pablo en la segunda a los Tesaloniences: Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma.
Que de esas cosas trata también el derecho. Invertir la mirada. Y ocultar intereses. Eso todos los días, de vez en cuando pelearse con Héctor Magneto. La Presidenta es abogada, debe haber leído a von Ihering, el jurista germano. Muchos de los que no lo leyeron seguramente son jubilados, que confían en la diosa Justicia. Ciega, por lo demás.
Confiar en una diosa que no ve. Y que sólo habla por la boca de los Griesa, que confunde buitres con palomas, cuando en realidad caranchos son los que se jubilan.   

La ideología, decía quien fuera mi amigo Georges Labica, es de madera dura. Y si el derecho llama derecho a lo que es un deber, el derecho es ideología. Difícil de desbastar. 
Por eso confiamos en la justicia.
De lo primero, según el Génesis, que privó Dios a Adán, fue de todos los frutos que había creado y lo condenó a ganarse el pan, transpirando.
Muy bíblicos fueron los capitalistas agrarios que iniciaron las manufacturas y dejaron a los campesinos sin alimentos.  Claro que, como ya eran cristianos,  los campesinos no podían ser siervos sino solo frente al Señor. Los cristianos somos todos iguales, ninguno puede obligar a nadie a que lo sirva. Dios dotó a los hombres de un alma a su imagen y semejanza. No se puede vender el alma, sería vender a Dios. De modo que si querés vender algo, vendé tu cuerpo, que es carne corruptible. Aunque sea algunas horas. Y podrás comer. Tenés derecho a trabajar, si querés sobrevivir. Sos propietario de tu fuerza de trabajo. Si tu voluntad es vivir la tendrás que vender. Con el salario que ganes me comprás tus alimentos, tus ropas, tu cobijo. Te mantengo si trabajás. Mantengo a todos los que me hacen falta. Los demás que se la rebusquen cirujeando, mendigando o saqueando.
Los primeros juristas modernos fueron teólogos. El derecho moderno nació como derecho canónico, el derecho de los papas, obispos, abades. Nació con los primeros intentos burgueses de capitalismo. De las burguesías nacionales. De las que Néstor Kirchner dijo: «Es imposible un proyecto de país si no consolidamos una burguesía nacional»". Tarea que han tomado, dicen, a su cargo los muchachos de la Cámpora. Lo extraño es que junto a estos cristianos hay marxistas ateos anticapitalistas y banqueros. Como Heller. Y algunos tesoreros religiosos, como Elztain. Socio de Soros, el financista benefactor a quien la Presidenta pide consejos.

En sociedad no se puede vivir sin normas, pero no todas las normas son iguales ni sirven para el mismo fin.
Si dos personas se ponen de acuerdo para cartonear y repartirse lo juntado a medias están creando una norma. Si se unen más personas es una institución y organizan una cooperativa de trabajo.
Pero si un señor pone un departamento y una meretriz su cuerpo también crean una norma. Sólo que el señor ya no es socio sino proxeneta. Pero si el señor es juez quizá sólo sea el dueño del departamento y la meretriz una trabajadora independiente. Algunas normas dejan las cosas claritas y otras las oscurecen.

Las normas son tan viejas y necesarias como las casas. Y una casa sirve para cobijo o para hipotecas sub prime o para negocios de IRSA (la de Elztain).  Y es precisamente con el derecho, con las normas jurídicas, que se construyen los edificios financieros. Con la arquitectura financiera, que son contratos, se construyen los fondos especulativos (buitres o palomas) que lucran con la vivienda.
Los contratos son normas, como la de los cartoneros. Pero muchos cartoneros no tienen casa. Las casas no se hacen con normas sino con ladrillos. Y los ladrillos tienen dueños, propietarios.
Pero al cartonero le pueden dar una casa de las 400.000 del Pro.Crear. de la que los jubilados seremos socios, es decir, caranchos. El cartonero será jurídicamente propietario de sus ladrillos, de todo lo que hay por abajo y por arriba de su terreno, menos del petróleo si hubiera en el subsuelo, que es del Estado y se lo lleva Chevron, y del espacio aéreo, que también es del Estado, lo usa Aerolíneas y lo pagamos todos.
Lo pueden hacer propietario por medio de un préstamo. Cosas del derecho. Préstamos a treinta años. Son los que deberá trabajar para pagar la deuda. Su futuro está decidido: trabajar hasta llegar a chimango.  Su deuda representa trabajo futuro. Y si quiere la casa con muebles y algún lavarropas o televisor, Frávega o Garbarino se lo proveen con la tarjeta Naranja. Que habrá que pagar, con trabajo futuro. Y si no paga, para eso está la Justicia.  
Sus acreedores pueden confiar en ella. Hasta llegar a la Suprema Corte, que garantiza el derecho de propiedad. Del acreedor. El deudor tendrá el derecho de propiedad de su trabajo y podrá venderlo. Si encuentra comprador, es decir, si alguien le da para comer y pagar las deudas.
Porque a nadie le gusta que se le muera el deudor si sigue pagando. Así lo entienden bien los fondos financieros con los que nos estamos desendeudando, que ahora son amigos nuestros, nos defienden. Son los amicus cuariae (amigos del Juez, como los de Vizcacha) que le van a hacer la oreja a Griesa para que no sea tan malo (ni feo). Porque si nos aprieta con los fondos buitres se acaba la gallina de los huevos de oro de la Argentina pagadora que honra puntualmente las deudas con el hambre de los jubilados.

Pero el derecho, como una casa, a veces sirve para cobijar. Y, como las armas, a veces sirve para pelear.
Me obligás a trabajar y decís que es mi derecho y que trabajando puedo vivir. Entonces dame trabajo y que mi sueldo sea vital, mínimo y móvil.
Todo contrato consiste en un intercambio de promesas, quizá el más viejo sea el matrimonio: te daré tal cosa a cambio de esta otra. Y la democracia, representativa y electoral, también. Vos me votás y yo te represento, si yo te voto vos me representás. Juristas y politólogos dicen que es un espacio abierto: todos pueden llegar. A esperar muchachos que hay para todos (y todas).
Y las leyes fundamentales o constituciones está pobladas de promesas.
La nuestra de mi derecho al acceso a una vivienda digna, a controlar la producción, a participar en las ganancias (de las que pago impuesto aunque esté jubilado, pues mi negocio es estarlo).  
Por ahora, mientras juntamos la fuerza que les falta a nuestras normas propias, no hay más remedio que tomarle la palabra. Pues entonces, cumplan.
Pero, como no me la creo, prendo una vela y, por las dudas, exijo. Porque, a veces, ellos no tienen más remedio que cumplir, porque exigimos. Mandando preso a algún hijoputa que torturó, asesinó, robó pibes y esquilmó al país. En el nombre de dios y la justicia que, por ciega, se deja llevar por la mano del más fuerte.
Por eso confío, con un ojo abierto.



Edgardo Logiudice
Abogado-Notario
Diciembre 2012.