jueves, 30 de mayo de 2013

Una bóveda secreta en la biblioteca. Llamado de Carta Abierta n° 13.

Finalmente los compañeros de Carta Abierta han dicho más o menos claramente a quiénes dirigen su discurso. Difícilmente alguno de los lleguen a leer este texto queden excluidos de alguna de las tres categorías a quienes la carta número trece hace un llamado y algunas advertencias.
El espacio llama: a) a discutir a quienes siguen formando en la consideración hacia este gobierno a pesar de sus dificultades; b) a deliberar a las izquierdas democráticas sobre la base de un mismo sentido común; y c) a no hacer del concepto de corrupción una sentencia a un sector progresista de la sociedad.

Nos convoca a partir de y aceptando la raya puesta por uno de los varios periodistas sin principios que lucen sus imposturas en los medios. Desde su misma postura catastrófica y apocalíptica con lenguaje de indignado escándalo.

Nos advierte, desde el lugar de los intelectuales que saben, que conocen a Rosa Luxemburgo y la República de Weimar, que el periodista no presenta pruebas de los actos de corrupción que denuncia.  
Lo hacen desde un lugar que está más allá de lo que conforma lo político. Esto es, el nivel de base de las creencias difusas, frágiles e ingenuas, que hacen verosímil la vida en común y su otro polo del nivel de las elucubraciones más exigentes, el cálculos de los políticos.  Después está el modo real en que operan las fuerzas sociales y económicas.
Frente al peligro de que las exigentes elucubraciones de los políticos, respondiendo a ocultas fuerzas sociales y económicas, horaden nuestras creencias, estos intelectuales que conocen el mecanismo de deslegitimación nos alertan para que luego no lloremos.
Nos recuerdan que no hay sentencia sin pruebas y que las pruebas se presentan en los tribunales de justicia. Por si no lo sabíamos o no nos dimos cuenta. Obviedad que aprendimos de Carlos Corach durante el menemismo.

El Espacio de Carta nos advierte que el objetivo de este escándalo no sólo es deslegitimar al gobierno sino a la política misma. De la política como espacio de emancipación. Del gobierno como gobierno emancipador. Porque de eso se trata. No parece haber otra política emancipadora que la de este gobierno.
Política emancipadora que incluye la Ley Antiterrorista que, otro periodista, Edgardo Mocca justificó con la Razón de Estado. Argumento emancipador del Cardenal Richelieu.  
Probablemente los compañeros de Carta no estén pensando en las listas testimoniales, ni en los acuerdos con los barones del Gran Buenos Aires, ni en los trueques con los Cobos, los Sciolis, los Capitanich, los Insfran, los Alperovich, con los que se construye la ingeniería electoral. Quizá estén pensando en la benevolencia de una Presidenta que, por razones teológicas,  decide no ser eterna. O, mejor aún, en el  entre toninegrino y zapatista empoderamiento, más radical que la laclauniana razón populista cuando el líder anuncia que no es eterno sino mortal.
Empoderamiento que ya les fue anticipado a los líderes obreros, alternadamente a Hugo Moyano, a Gerardo Martínez, a Armando Cavalieri.

Nos llaman a discutir, a deliberar, a no sentenciar sobre la corrupción sin el veredicto previo de esta justicia que es la que, efectivamente, está viciada, sin antes recordar la virtud de lo justo de este gobierno.
Un gobierno de quienes lograron cortar la hegemonía indisimulada de aquéllos que convirtieron al país en una agencia del capital financiero. Un gobierno de quienes reinstalaron en nuestra sociedad la idea de que lo justo no es una quimera y que dio a la idea de justicia una dimensión de articulación de la libertad y la igualdad.
Gobierno que, por primera vez en décadas, cuestionó injusticias y desigualdades, tramas monopólicas y abusos de poder de quienes siempre se sintieron dueños del país.
Gobierno caracterizado por el avance poderoso de políticas de reparación social.
El gobierno de lo justo que se afirma en la distribución más igualitaria de los bienes materiales y simbólicos y que pone en cuestión la hegemonía de aquéllos que condujeron al país a la desigualdad y la injusticia.
Un gobierno emancipador igualitario. Emancipador del poder del capital financiero.
Emancipador, vale decir libre de tutelas, libre de cualquier tipo de dependencia o subordinación a cualquier poder. Sentido emancipador otorgado por las figuras públicas que son emblemas de gobiernos populares y le dan su forma de aglutinamiento, especialmente fijadas en su nombre. Por lo que el ataque a esas figuras públicas es el ataque a la emancipación graciosamente otorgada.

Es probable que Carta Abierta quiera discutir, deliberar, sobre los hechos que encarnan esa descripción, para que no le hagamos el juego al revanchismo. Querrán deliberar sobre el sentido emancipador del desendeudamiento,  la emancipación de Monsanto, del capital bancario, de la concentración de la industria alimentaria, de Chevron. O, quizá, de la distribución  igualitaria del impuesto al salario, de los recursos del Anses sin el 82% en beneficio de los subsidios a los Rocca, a los Roggio, los Bulgueroni, los Eurnekian. 
Quizá los amigos nos puedan esclarecer como estas cuestiones significan cortar con la hegemonía del capital financiero y rentista.

Pero mientras tanto nos recuerdan que los ataques a los gobiernos en nombre de la ética pública han ocurrido en todas las épocas. Desde la República de Weimar, pasando por el gobierno gualtemalteco de Arbenz, sin olvidarnos de Hipólito Yrigoyen. En Alemania abriendo la puerta al fascismo y en Argentina a los golpes de estado. 
Este es el punto más serio del llamado que nos hacen los compañeros de Carta Abierta.
Nos advierte que si no comprendemos, si no entendemos la advertencia del revanchismo podemos llegar a llorar, como se lloró al líder radical.
¿Qué debemos comprender los genuinos demócratas?  Que de triunfar la alquimia del vodevil mediático de intereses, corporativos, gestualidad antipolítica y neogolpismo especulativo,  lo que nos espera será nuevamente el vaciamiento de la vida institucional democrática y el retroceso social.

En suma. Personas adultas cuyo oficio es leer y escribir llaman a otras, también adultas, cuyo oficio no necesariamente es el mismo pero que sí leen y escriben, invocando una presunta coincidencia en un mismo sentido común, a que no permitan que horaden sus creencias democráticas con torpes y burdos espectáculos periodísticos.
Con actitud propedéutica les informan (nos informan) de las virtudes del buen gobierno que los ha emancipado del capitalismo corrupto y les advierte que sí no lo reconocen así podrán llegar tiempos de revancha. En cuyo caso deberán arrepentirse y será ya tarde para reparar las culpas. Como otras veces en la historia serán los responsables.
No lo serán quienes remitieron alambicadas cartas desde la biblioteca anunciando la emancipación, temerosos de cualquier mirada tibiamente crítica sin más pasión que lo posible. Sin más exigencia que lo que el poder otorga. Sin más audacia intelectual que la retórica obligatoriamente resignada por la reverencia a una llamada desde la casa de gobierno.
Tampoco serán responsables los virtuosos gobernantes cuya deshonestidad, efectivamente, no está probada. Ni llegaron al poder para enriquecerse ni construir bóvedas familiares (y, en todo caso, un filósofo como Forster no tiene porqué saber quién es Báez, como no sabía Borges quien era Maradona), sino para recaudar y pagar el desendeudamiento y los subsidios. Con impuestos al consumo y al trabajo y desgravación a la renta financiera. Con el blanqueo del dinero negro y expatriado, comprado a cuatro pesos e inmaculado al doble por lo menos.
No serán responsables quienes con el mayor apoyo y consideración popular llamaron a todos los personeros menemistas, cavallistas y aliancistas  para administrar el país. Es decir, los que estatizaron las deudas que ahora hay que pagar, los comisionistas de los acuerdos stand by.  

Este es el mensaje, que no apela ya a los derechos humanos y la renovación de la Corte Suprema. Recursos ya banalizados y exprimidos al límite como discurso legitimador y electoral. Y, dado que el periodista mercenario acude a la corrupción como deslegitimación, no les está de más recordar que la masacre de Once fue un lamentable accidente, sin Jaimes, ni Schiavis, ni Ciriglianos, ni De Vidos. Por las dudas.

Triste, muy triste. Que algunos buenos intelectuales se pongan a la altura de un bufo, no sólo con el discurso descalificador e indecente que atropella al lector, sino peor aún, con el chantaje dulzón de los jesuitas.
Cuando las papas queman y hay que contar los porotos  reconocemos que hay una receptividad indignada, que aunque no siempre tenga buenas razones no es golpista, aunque a Fito le den asco. Reconocemos que con la izquierda arcaica y trasnochada compartimos un sentido común. Cuando la proclamada confianza en el pueblo recula ante el fantasmal rating que emparda al fútbol. Cuando esto sucede ni siquiera es necesario que nos bajen línea para pescar votos. Somos todos veteranos de mil comicios. A la hora que las papas queman somos todos transversales. La soberbia al mazo, escondida.
Cuando no basta lamer hay que arrugar.

Quizá fuera bueno que nuestros intelectuales se ocuparan de la educación y la sanidad y no del show del señor Lanata. O de caminar fuera de los límites del edificio de Clorindo Testa. Tranquilos compañeros, la corrupción no existe, Elsztain  como Báez tampoco.  Calma, intelectuales, calma. Que ya ha aparecido quién está a la izquierda de Cristina, un trovador de Alsogaray.

¿Compañeros dije? Cagatintas, me duele decirlo.

Edgardo Logiudice

mayo 2013  

martes, 14 de mayo de 2013

Gracias a Dios tengo trabajo.


Notas sobre alienación e ideología.


Bourdieu decía rechazar la expresión ideología. Según él quienes la utilizaban privilegiaban el poder de las ideas sobre las prácticas. Sin embargo él mismo sembró muchas y buenas ideas. Una primordial, la violencia simbólica, que no se puede ejercer si no hay predisposición a aceptarla. Predisposición asentada en creencias pre-reflexivas insertas en las prácticas.
Papel preponderante tiene en su sistema el hacer del Estado y el campo jurídico, la práctica del derecho. A la que no es ajeno el efecto de ocultamiento, característico de la ideología (en particular la jurídica) aunque correr su velo no nos muestre la total transparencia de las relaciones sociales.
Este es el punto donde yo creo que se legitima el uso de la expresión ideología, al menos en relación al derecho, a condición de concebir a éste como relación social, de la cual la expresión ideología denota el aspecto epistemológico, cognitivo. Uno de cuyos efectos es la inversión de las causas en la evidencia inmediata y singular, que para Bourdieu es el lugar del sentido común. El derecho como conjunto de relaciones sociales no circunscripto a la práctica legislativa y judicial (el campo jurídico, para Bourdieu) sino, directa o indirectamente, a todas las prácticas, particularmente las económicas.
En mi opinión este concepto de ideología, donde funcionan las creencias prácticas, no es ajeno a la problemática de la alienación.  

Si uno se toma el trabajo de madrugar puede conversar cinco minutos con un barrendero (entre los cuales, dicho sea de paso, me hallé con unos cuantos pentecostales) y si le hace mentas de lo sacrificado de su trabajo, se topará con la expresión de marras: Gracias a Dios tengo trabajo.
El trabajo aparece como un don (una donación) por la que se adeuda un agradecimiento, en este caso a Dios, pero puede ser al gobierno o, en otros casos, al patrón.
El don, para Bourdieu, genera esa deuda. El don, el regalo, el obsequio, funciona como violencia no física, sino simbólica. El que recibe el don se siente obligado, endeudado,  con el donante: Te debo la gauchada.
Pero, en mi opinión, también denota un acuerdo no expresado, ya que en realidad se trata de una forma de intercambio, aunque no necesariamente de bienes tangibles. En la Edad Media muchas donaciones a la Iglesia Romana significaban para el donante la seguridad de ser enterrado en tierra consagrada.

La forma primitiva del intercambio, al menos en el viejo derecho romano, fue un intercambio de promesas, de donaciones. Origen de los contratos, que también ocultan violencia. Violencia recíproca aunque no necesariamente simétrica.

Si yo necesito lo tuyo vos tenés el monopolio de lo que me hace falta. Si me lo prometes estoy en deuda con vos. Me obligas a que yo haga lo mismo con lo que te falta a vos.
Hay reciprocidad pero no necesariamente simetría, pues alguno de los dos puede demorar su necesidad y no aceptar la donación. En cuyo caso no queda obligado. O bien, el que puede demorar su necesidad puede sacar ventaja donando algo a cambio de algo de mayor valor.

De este modo la violencia muta en dominación.

En cualquiera de los casos, intercambio simétrico o no, si se trata de productores privados independientes, cada uno hace ajeno el resultado del ejercicio de sus capacidades. El hecho de que ese producto esté dispuesto para el cambio ya señala que, para el productor, no tiene (o renuncia a que tenga) otra utilidad más que como cosa, cualquiera sean sus cualidades. Al mismo tiempo, el producto despojado de sus cualidades y dispuesto para el cambio representa sólo una cantidad. Cantidad que en su carácter abstracto representa aquéllo de lo que su productor carece y de lo cual depende. El producto se impone así al productor como algo objetivo. Pero ese algo objetivo es la representación de las capacidades del otro productor al que se enfrenta, es decir de la subjetividad del oponente. Y a la inversa. De donde las subjetividades de los productores depende de la objetividad de las cosas. Esto parece ser así aun sin economía dineraria y sin contrato de compraventa. Es decir como intercambio de dones, promesas.
Este podría constituir el aspecto de cosificación en la problemática de la alienación, presupuesto y asiento luego del fetichismo de la mercancía. Las promesas unilaterales de dación oculta el intercambio y la violencia simbólica asentada en el reconocimiento recíproco como poseedores. Cada uno de ellos para realizar su subjetividad propia (externalizarla, distanciarla) debe enfrentarse con el objeto del otro, ajeno. La donación oculta no sólo el intercambio sino la mutua dominación, aun tratándose de relaciones simétricas. Dominación que ya no es  personal, como en el caso de la conquista, la esclavitud y la servidumbre, sino a través de las cosas.
Con el incremento de la producción, resultado de la industria humana, y los intercambios, la creación de la moneda unificará los caracteres de los bienes perdiendo con ella todo rastro de subjetividad. El dinero no huele.

Esto sólo puede funcionar así sobre la base de la creencia en el cumplimiento de las promesas recíprocas por las cuales los productores resultan deudores. La base de esta creencia es la fe, la confianza. En el derecho romano arcaico la expresión fides tiene  singular relieve en  instituciones muy importantes. Una especie de "vivencia subjetiva de la religión" en un campo proto-jurídico todavía confundido con ella, situación que perdurará, al menos en Occidente, durante mucho tiempo. 
Pero dijimos que la reciprocidad puede no ser simétrica. Esto puede suceder si uno de los donantes (promitentes) tiene menos carencias o más capacidades para satisfacer su necesidades que el otro, o que este otro tenga más carencias o menos recursos.
El primer promitente, con más recursos o menos carencias, no necesariamente aprovechará de su superioridad ejerciendo la violencia del usurero, puede ser "generoso". Pero precisamente esa generosidad acrecentará la deuda del que tiene más carencias o menos recursos. Conscientemente o no éste último quedará más endeudado. Conscientemente o no el generoso estará ejerciendo una violencia simbólica. Es el caso del patrono y la clientela, al menos originariamente, ejercida entre ciudadanos libres.
La deuda misma, de origen simbólico, el reconocimiento que oculta la violencia, significa el reconocimiento de un poder del otro. El que otorgó el don (generoso o no) lo pudo hacer porque poseía el bien del que se despojó, aun en caso de simetría de los donantes o promitentes. Esa posesión o disposición reconocida como ajena, del otro, es el fundamento o base histórica del derecho sobre las cosas, forma arcaica del derecho de propiedad. De allí sería aquéllo de que la alienación origina la propiedad. Para decirlo de otra manera: el otro es poseedor legítimo no porque tenga algún derecho natural o legal sobre algo, sino porque yo reconozco que el otro puede disponer de ella porque yo se la debía en virtud de haberme favorecido con un don. He convertido mi subjetividad (el producto de mis capacidades) en objeto de otro, lo he hecho ajeno.  

Pero la asimetría previa a la relación entre los promitentes no necesariamente puede tener su origen en la violencia simbólica. Por cierto que, históricamente, parece haber existido una distribución de recursos y capacidades predominante de origen bélico. Las guerras de conquista y ocupación, sobre las que se funda el derecho (en realidad, privilegio) del vencedor, del conquistador, quién ejercerá, además, la violencia simbólica, sobre la base de la aceptación de ese privilegio. Podríamos hablar así de desposesiones originarias.
El mercado y la economía dineraria se desarrolla subordinado y en los márgenes del modo de producción bélico, cuando las manufacturas ya se han desarrollado allí aun como economía doméstica.
Sin embargo en este nuevo campo seguirá funcionando la estructura básica arriba descripta pero ahora no como punto de partida  o presupuesto lógico e histórico sino como resultado de una nueva base de desarrollo, la producción para el mercado. Allí donde las relaciones son mediadas por los mercaderes. La producción mercantil que, a su vez, será punto de partida y presupuesto histórico y lógico de la producción capitalista. Los propios mercaderes, comprando y vendiendo, organizarán la producción industrial.
Sobre la bese de la violencia simbólica, ahora con la forma del contrato, pero sin que desaparezcan las desposesiones de la violencia bélica. Sólo que ésta quedará subordinada al nuevo modo de producir e intercambiar.
Los contratos, el contrato de compraventa hace evidente ahora los intercambios, los dones quedarán para sociedades poco diferenciadas y subordinados a aquéllos (o absorbidos y subsumidos en las nuevas formas contractuales). Las promesas de dones serán en adelante una  sola declaración de voluntad común destinada a expresar las obligaciones de cada uno de los contratantes. 
Dado que se trata de acuerdos de voluntad común quedan presupuestas la igualdad y libertad de las partes para convenir. Pero ello no dice nada sobre la posible asimetría de capacidades y recursos de las partes, como tampoco respecto al origen de esas capacidades y recursos.
La fe, la buena fe que siempre se supone y que, en caso de no existir (fraude, defraudación, dolo) anula el acuerdo pues estaría violentando la libre voluntad, la fe -digo- autonomizada de su confusión religiosa, sigue existiendo pero requiere de otra garantía. Esta garantía es la del campo jurídico, la legislación, la labor judicial y el aparato adeministativo. La fe consiste en la legalidad del acto, en que el acuerdo es lo que debe ser. Es esto lo que está en el sentido común que acepta como real la igualdad, la liberta y la voluntad presupuesta por el contrato, sin cuestionar las asimetrías que esos presupuestos pueden ocultar. Parece evidente que este ocultamiento posible atiende a la cuestión cognitiva del aspecto ideológico de la relación social contractual singular y aislada que opera en el campo de las relaciones jurídicas.
Pero ahora el reconocimiento del otro como poseedor legítimo se funda en un acuerdo, de lo que resulta la juridización de las posesiones: el supuesto de que la posesión del otro deviene de otro acto anterior que, como éste, es necesario para hacerse de la cosa. Es decir la legitimidad y legalidad de la posesión, que no es otra cosa que la propiedad privada.
Es el contrato el que genera la propiedad y no al revés, pero el contrato no es otra cosa que una enajenación, el hacer ajeno lo propio y hacer propio lo ajeno.
Cuando lo que se vende y se compra es la fuerza de trabajo el contrato se denomina salario.
Como dije, allí quedan ocultas las asimetrías. Las cosas intercambiadas lo son no como exteriorización de las capacidades subjetivas sino como cantidades medidas en moneda de cuenta: tantos pesos la hora o el día o la quincena.
Lo que se alza ahora frente al asalariado no es un bien ajeno, sino el dinero del salario, el que representa sus medios de subsistencia y condiciones de vida. Una cosa sin cualidades que mide sus capacidades subjetivas a través de una enajenación.  Sus capacidades se alzan frente a él  como una cosa.
Pero el ocultamiento de la asimetría, el monopolio que tiene el empresario como clase de sus medios de vida, oculta asimismo la falta de libertad de elección del asalariado (salvo de otro patrón individualmente considerado). Pero además, al medirse en un objeto sin cualidades, quedan ocultas sus propias cualidades subjetivas, la capacidad de producir más de lo que requiere su supervivencia. Plus que, quedando encerrado en el producto que él (con otros) generó, producto que, habiendo él recibido lo que acordó, queda en propiedad de quien lo pagó.
Pero ese plus-producto también representa medios de vida, o instrumentos para generarlos, que ahora estará en poder del empresario capitalista industrial (dejamos aquí de lado todas las otras formas que en forma dinero ese plus se distribuye en el conjunto de los campos sociales). El asunto es que así como de las desposesiones originarias, producto de violencias bélicas o de fuerza, se fueron perdiendo las huellas una vez que se incorporaron al nuevo sistema (confundiéndose y transformándose en sus elementos), así también el plus-producto (o plus-valor) pierde sus huellas de expresión de subjetividad transformándose en dinero. Arribando al momento en que ya nada queda de la inversión primitiva que pudo haber salido íntegra del bolsillo del empresario. 
De este modo todas las condiciones de vida del asalariado son propiedad de la clase industrial capitalista (y avanzado ya el desarrollo capitalista, del capital a préstamo).
Es en este caso cuando un empresario puede decir sin eufemismos que él da de vivir a sus obreros. Y es verdad. Perfecta violencia simbólica a través de un don que obliga a trabajar.
Y esa es la razón por la que el barrendero dice gracias a Dios tengo trabajo. Porque

el trabajar es la Ley
porque es preciso alquirir...
debe trabajar el hombre
para ganarse su pan...

Es el momento pleno de la alienación fundada en la ideología jurídica, que oculta el hecho de que, en realidad, el asalariado no vende su fuerza de trabajo.
Los capitalistas, como clase, dan de comer a quién, a cuántos y cómo quieren a los asalariados, a cambio de lo cual los obliga a trabajar.
Sin embargo la existencia del contrato como forma ideológica oculta este hecho otorgándole la forma (asentada en las creencias arraigadas en el sentido común) de compras y de ventas, cuya naturalización como forma de intercambios sociales no requiere de ninguna reflexión para funcionar (actos pre-reflexivos, para Bourdieu), se hallan incorporadas a los cuerpos a través de las prácticas habituales (los niños juegan a comprar y vender).  
En la sociedad capitalista industrial no parece haber alienación, ni sus manifestaciones de cosificación y extrañamiento o, mejor dicho, no parecen existir éstas a las que se les da el nombre de alienación, si no existen la enajenaciones, las ficciones de la venta. Ficción por las que tanto el capitalista como el obrero se reconocen propietarios privados ocultándose la explotación y la dominación. Esto no es sino el aspecto epistemológico de una relación social que, por eso, llamamos ideológica. Sin la cual tampoco sería posible la violencia simbólica.      


Edgardo Logiudice
mayo 2013.



El trabajar es la Ley,
porque es preciso alquirir
No se espongan a sufrir
una triste situación:
sangra mucho el corazón
del que tiene que pedir

Debe trabajar el hombre
para ganarse su pan
Pues la miseria, en su afán
de perseguir de mil modos
Llama a la puerta de todos
y entra en la del haragán.

viernes, 3 de mayo de 2013

Kirchnerismo crítico y razón de estado.


“...che gli stati non si tenevono co’ paternostri in mano”  (Cosme l’Ancien, N. Machiavel, Histoires Florentines, VII, 6



Razón de Estado es la apelación a la última instancia cuando el Poder no encuentra más razones. Con esa razón consejeros de los Príncipes, como Maquiavelo y el Cardenal Richelieu, acorazaban de legitimidad las decisiones instrumentales de aquéllos. Con esa racionalidad instrumental se legitima la apelación a la suspensión de las garantías individuales, al estado de sitio, al estado de emergencia, al estado de guerra interna en suma, a cualquiera de las formas del estado de excepción.

Edgardo Mocca es un politólogo egresado de la carrera creada por Francisco Delich y Carlos Strasser. Periodista -prefiere asumirse como analista político de acuerdo a sus lauros- de Página 12 y panelista en la TV Publica que puede lucir sus luces en un panel junto a algunos y algunas colegas, locuaces locutores, un joven filósofo y un humorista. Catedrático, también periodista él, del diario Clarín hasta el 2007 siendo Asesor del Ministerio de Relaciones Exteriores.

Mocca apela a la razón de Estado, ante la que cede su gusto personal sobre las libertades democráticas. Al analista político no le deben interesar las causas, propósitos o motivos sino las acciones o los hechos del Príncipe, es decir sus decisiones, sus políticas.  
Escuda al príncipe y deja a salvo su conciencia haciendo que su "gusto" genere una ilusión de crítica. Su realismo político de analista configura la propedéutica adecuada para quienes aun mantengan reparos ante la Ley Antiterrorista u otros hechos, dichos o actitudes del actual gobierno. Es decir al kirchnerista crítico que se asume de izquierda.

En ese escenario de la televisión pública tuvo necesidad de referirse a esa ley, que había "sorprendido y preocupado" al filósofo Ricardo Foster, a sus amigos de Carta Abierta y a muchos kirchneristas críticos. Dijo entonces, "Desde mi perspectiva, de mi mirada sobre las libertades democráticas no me gusta".  Pero "es una de las cosas que tienen que ver con las razones de estado". Equivale a decir más o menos, a mí tampoco me gusta comer sapos, pero hay que bancársela.
El problema de esta sincera confesión es que, reprimiendo la crítica al estado de preferencia, puede dejar desnudo al rey, es decir sin más razón legítima que su sola decisión.
Se trata tanto de una defensa del acto del príncipe como de una autodefensa ante el escrúpulo, apelando al realismo. Al positivismo político de la mentada y aprendida autonomía de la política. Donde aquéllo que excede sus categorías específicas no es relevante, conforma a lo sumo cuestiones morales o metapolíticas.

Pero este argumento  es más refinado que otros, sobre todo si aparecen alusiones a Maquiavelo, a Giovanni Sartori, a Carl Schmitt y, naturalmente a algún uso de Gramsci. Discurso más refinado que el que se ofrece al kirchnerismo crítico rindiendo pleitesía a la realidad a la manera tomista o la más históricamente reciente del General: la única verdad es la realidad. Y la realidad es que es lo que hay. Y lo que hay es que a la izquierda de Cristina no hay nada. Y así planteado no admite mucha discusión. Sosegate que ya es tiempo de archivar tus ilusiones, dice el tango de Pracánico, que musita el progresista que aun quiere creer.

Este otro discurso aclara qué es lo que corresponde analizar frente a los actos del poder.
El 23 de enero, en el mismo escenario Mocca marcó la distancia frente a sus co-panelistas. Sostuvo: "En política las causas de porqué uno hace las cosas no tienen ninguna importancia".  Causa significa acá razón o motivo. Es decir, en política, el motivo o la razón de una decisión es irrelevante. Para el analista político, entonces, ello queda excluido del análisis.
"Importan los hechos, la acción importa". Es decir, importan sólo las decisiones.
Y ejemplifica: "Y si no fijémonos la gran campaña que hay contra el kirchnerismo porque Kirchner hizo ésto, Kirchner llamó a las Madres y denunció y abrió nuevamente el juicio al genocidio para hacerse popular, para hacer demagogia. No me importa ¿sabés?, no me importa".
Aquí Mocca asume un riesgo mayor. Está diciendo que a él no le importa la falta de autenticidad de Kirchner en la política de los derechos humanos.
Al excluir el asunto del análisis lo deja pendiente, al menos bajo sospecha. No dice que no existe la falta de autenticidad, sino que a él no le importa. 
Descarga su conciencia y ayuda a descargar la de los kirchneristas críticos escondiendo el bulto. Su problema es que algún kirchnerista menos escrupuloso o más aplaudidor se dé cuenta del artilugio y, que sin querer, Mocca haya desnudado nuevamente al rey tratando de defenderlo.

Aquí lo que, frente a la Ley antiterrorista, era el gusto se transforma en indiferencia, la función es la misma. El desplazamiento o la exclusión del problema, del reparo. Pero esa función está poniendo en el mismo lugar la cuestión de la ley con la de la autenticidad. Con lo cual el asunto se podría invertir: la cuestión de la falta de autenticidad no me gusta y la cuestión de la Ley Antiterrorista no me importa ¿sabés?

La cuestión es interesante. Mocca separa los propósitos y las razones para no criticarlas, dejándolas en el limbo de las preferencias o la indiferencia. Pero en definitiva lo que fue separado queda unido en la razón de Estado. Porque no importa el porqué lo hizo ni para qué lo hizo, siempre habrá una razón de Estado.
Peligroso argumento ya no para Mocca. Si no debemos preguntarnos porqué ni para qué Kirchner hizo lo que hizo con la política de derechos humanos, tampoco deberíamos hacerlo con la política del pago de la deuda, anticipado y en verdes, postergando a los jubilados buitres. En última instancia habrá una razón de Estado.
Peligroso argumento que puede llegar hasta encubrir algún negociado, algún soborno o algún tráfico de influencias. Si la razón de Estado cubre la Ley Antiterrorista ¿qué es lo que no puede cubrir?   

  Después de Lutero todos somos libres de renegar, en buena hora. Pero renegación no necesariamente tiene que significar olvido ni autoengaño. Menos aun la manipulación, porque entonces se achica la diferencia con Marcos Novaro, al que convocan Clarín y La Nación.

Decía hace poco Eduardo Grüner en una entrevista conjunta con Gianni Vattimo en Ñ del 12 de enero: "en la Argentina basta ser medianamente progresista, estar a favor de cierta mayor inclusión social, para pasar por ser de izquierda; ahora, todo eso está muy bien, pero ser de izquierda es poner en discusión el dispositivo básico. [...]  El lugar de la izquierda [...]es poner en cuestión, radicalmente, el dispositivo básico, las lógicas básicas. En ese sentido, la primera definición brutal que habría que hacer, es que ser de izquierda es ser consecuentemente anticapitalista, pero que hoy en día es una definición que hay que retomar".

Claro es que esta definición brutal no es para estos tiempos, "Raros tiempos estos donde se respira un aire de felicidad" le recordara el sociólogo Horacio Gonzalez al filósofo Feinmann, remedando a Tácito, en agosto pasado, en el mismo escenario de Mocca. En el que, por ese aire será, que todos se sonríen. Menos el humorista.
No se trata de aguarle la fiesta a nadie, en todo caso, como decía el mismo Grüner "mantener las esperanzas pero con un ánimo muy crítico". Si se quiere, claro. El problema es que no nos pase como al tipo del tango de Enrique Santos Discépolo y Virgilio y Homero Expósito que alzó un tomate y lo creyó una flor.

Es verdad, los estados no se mantienen con un padrenuestro en la mano, tampoco con lisonjas. Si es que deben mantenerse todavía.  


Suicidio Perfecto es el policial de Petros Márkaris en el que el personaje de un viejo comunista griego dice más o menos Falso recato que muestran los izquierdistas cubriéndose con una hoja de higuera, no para ocultarlo de los demás sino para no verse ellos mismos.


Edgardo Logiudice
Enero de 2013.