sábado, 25 de febrero de 2017

La corrupción está envejeciendo. El correo de los Macri.

Con la privatización del poder político las oficinas de Anticorrupción del mundo, que al menos desde Berlusconi hasta acá poco funcionaron, están desarrollando su última gran tarea: combatir el soborno de la vieja clase política de profesión. En nombre de la “ética pública empresarial”.

Dentro de la forma del Estado soberano clásico, una de las tantas pero quizá la principal forma de corrupción es el soborno. En su nombre han sido eyectados muchos políticos, algunos realmente y otros aparentemente progresistas. Tan importante y costosa es la corrupción que de ella hay un ranking, muy útil para el cálculo costo/beneficio de una inversión de riesgo, más que para ponderar la ética de administración de un gobierno.

La tarea es dura, sirve para preparar estados de opinión, eventualmente para golpes blandos.
El problema es que los sucesores electos o golpistas constitucionales parecen ser del mismo palo. Mauricio Macri le dijo a Vargas Llosa que debería hacerse un monumento a Odebrecht por haber hecho conocer la corrupción en Latinoamérica. Clarín dice que ha sido una fina ironía. En este caso el muerto no se asusta del degollado.

La cuestión no tiene mucha solución, porque el soborno y cualquier forma de corrupción son métodos viejos, útiles para violar las formas del Estado de Derecho, pero inútiles en la presente a-legalidad que rige el mundo de la dominación política global.

Con la apropiación privada del poder público a través de empleados directos de los grandes grupos de inversores-especuladores, el soborno se hace más o menos innecesario. Y eso significa un ahorro de costos, porque a esos gestores los paga el endeudamiento del que se harán cargo los contribuyentes con su trabajo.

Con los empleados gestores de negocios o socios de los inversores en el poder empalidece una forma clásica de corrupción del poder político público, porque éste ya no lo es: es privado. Con lo que se confunden las figuras del corrupto y el corruptor. A veces, hasta en una misma persona.
Baste recordar los procesos licitatorios de las privatizaciones de las empresas del estado. Su transparencia menemista. Cuando los Soldati, los Bulgueroni, los Macri festejaban el reparto farwest con pizza y champagne. Ahora gritan ¡al ladrón!

Otros fueron más discretos. Están pagando su discreción. Ya pagaron el soborno.


Edgardo Logiudice
Febrero 2017