miércoles, 28 de agosto de 2013

Un día de fiesta para la democracia.

Y colgaron de un cordel 
de esquina a esquina un cartel 
y banderas de papel 
verdes, rojas y amarillas. 



El cielo en la tierra.

Hace ya tiempo que la reaparición de formas religiosas de legitimación política han puesto en duda lo que fue llamado el proceso de secularización. Proceso que tiene más de un sentido.
Iniciado como confiscación o entrega de bienes eclesiásticos al poder político, en el campo de las ideas se tradujo como una apropiación de categorías teológicas y formas religiosas por el derecho y a la política. De este modo las categorías o conceptos políticos se autonomizan absorbiendo y subordinando su origen religioso y despegándose de él. Los autores señalan particularmente la soberanía y la representación.
Soberanía del pueblo en la tierra y su representación, mediando con el poder y no con el Señor.
El movimiento que estaríamos viviendo ahora sería el de una des-secularización, es decir un retorno a formas religiosas. Los fundamentalismos de todo pelo y la influencia política de algunas iglesias serían síntomas de este proceso. Pero también los discursos y formas políticas.


Las sonrisas.

Antes de las llamadas elecciones primarias las sonrisas de los candidatos, a pesar de algunas ostensibles dentaduras postizas, así lo hacían suponer: una fiesta. Con globos y papelitos. Nada de grandes estadios ni tumultuosas manifestaciones callejeras.
En esta fiesta se pincharon algunos globos, los del lomense por culpa del perro (es decir el de la fórmula einsteniana de la masa) que metió Magneto, según nuestra estadista. Los del Alcalde por culpa de una señora que encontró otra fórmula, mezclar  agua con aceite. Pero se inflaron otros globos, más radicales, a fuerza de parches provincianos del tipo K.

Sonrisas de izquierda, de centro y de derecha, si es que encontramos algún criterio de distinción que no sea la autodefinición, aunque nadie se proclame diestro. En todo caso centro-izquierda, vale decir ambidestro.
Sonrisas en las papeletas hacen elecciones de pasta dental.
Los intereses, las reivindicaciones, las ideas, los deseos de los electores representados en la mejor sonrisa. Que no es la enigmática de La Gioconda, pero sí misteriosa. Nadie sabe de qué se ríen.

El proceso de secularización, es decir aquél que indicaba el pasaje de conceptos teológicos a la política o la asunción de la política de mecanismos religiosos, parece haber sido sobrepasado, corregido y aumentado. Este proceso señalaba dos categorías esenciales de lo político moderno: la soberanía y la representación. Llegamos ahora a la beatitud, a la seráfica sonrisa.
Sonrisa pedigüeña, mendicante. Para política milagrera. De desprecio del elector. El elector es aquél a quien le metieron el perro, pero también aquél que no entendió el mensaje, el que no fue convencido por la sonrisa. Se falló en la comunicación. No se entendió que en la vida hay que elegir, que todos juntos podemos. Los electores no entienden.

La felicidad para la vida monástica era la vida en silencio, contemplativa, la del hablar sólo lo necesario fuera del claustro. Otra forma de la secularización: algunos monjes llegaron felices por haber callado. La lección del británico Laclau fue aprendida y superada. Ya no se trata de ambigüedad y la polisemia sino de silencio para aunar demandas en la razón populista. En boca cerrada no entran moscas sino votos. El extremo del significante vacío.
La clase política, clase política propia de un modo de producción político, ha sabido crear sus medios de producción y su forma de reproducción. Optimizando el cálculo de costo-beneficio: menos ideas más sufragios. El medio de producción es el logo, que ahora unifica varias marcas: las unen. Se UNEN lastimosamente estatistas y liquidadores del Estado.
La plegaria es otro signo religioso de esta secularización. Un buen candidato ecológico con un jugado dirigente gremial ruegan el voto que les falta para entrar en la fiesta.
Pedigüeños: una banquita, por favor.


La participación.

Hubo invitados que no concurrieron y otros que dudaron en hacerlo.
A pesar de la lenidad de las penalidades el voto sigue siendo obligatorio. Pero la cuarta parte del padrón despreció a quienes la desprecian. Por lejos la primera minoría. Ocho millones de ciudadanos no concurrieron a las urnas. La participación bajó el 5,6%.
El Frente para la Victoria logró menos de 6 millones de sufragios, 2 millones menos de los que no participaron en la fiesta. O no les atrajo el dentífrico. Soberanía popular coja. "Fragilidades" dirá un día después el sociólogo de la biblioteca nacional. Se le acabaron los tiempos de rara felicidad. En todo caso habrá que acomodar las cargas acudiendo a la cita del canal del monopolio para tartamudear sus sentencias excusatorias.
Entre los que dudaron un joven celebra que han dado el "primer paso" para entrar en la fiesta. En virtud de su capacidad -dice- de "consensuar" con otra fuerzas políticas, un otrora meritorio dirigente descartado, es decir sin cartas. Quisiéramos no recordar este paso como el del verso de Evaristo Carriego: el de la costurerita que dio aquel mal paso, y lo peor de todo, sin necesidad. Esta vez.
Quizá deba pensarse la no participación.
¿Hartazgo? En todo caso no el que menta el apoyado por el camionero.
¿Indiferencia? En todo caso ¿porqué?
¿Rebeldía? En todo caso no el de la "comunización" de John Holloway, la de los verbos insumisos contra los sustantivos. Algo más confuso quizá, pero más serio y responsable.
¿Desilusión? En todo caso ¿quién fue el o los ilusionistas?


Las decisiones.

El valor de la política parece estar en las decisiones. Así lo señalaron no sólo los teóricos de la realpolitik sino también algunos liberals.
Las decisiones las tomó la titular del Poder Ejecutivo. Con ellas puso en claro dos cosas: el verdadero valor de estas primarias y el cometido del modelo.
Finalmente puso fin a la secularización.
El cometido del modelo fue pagar y los acreedores pagan con ingratitud.
La Presidenta de la Nación dijo donde se juega el verdadero partido con los titulares: el líder mano a mano con la banca, los empresarios de la subvención y la burocracia sindical selecta. Su decisión de resolver la cuestión allí pone en evidencia la inutilidad de la fiesta de los suplentes, de los gestores, de los gerentes.  
Allí quedó la mentada nueva forma de hacer política, allí quedó el valor de la celebrada nueva militancia. Desprecio por toda la tropa, propia y ajena. Actores de un simulacro.
La otra decisión se aparta de la secularización, se acerca a la plegaria y el milagro: "la primera decisión que hemos tomado es pedirle a Dios que ilumine a la Corte Suprema de los Estados Unidos". Sabia decisión ya que con el representante de Dios ahora tenemos línea directa.


La calesita.

Se acabó, 
el sol nos dice que llegó el final, 
por una noche se olvidó 
que cada uno es cada cual. 

Vamos bajando la cuesta 
que arriba en mi calle 
se acabó la fiesta.


Alguien decía que la ideología política es como la fantasía de la calesita. Una vez que uno sube a ella cree que los caballitos son verdaderos.
Para que dure la ilusión de vez en cuando alguno saca la sortija. Para una vuelta más.



Edgardo Logiudice

agosto 2013.