viernes, 19 de agosto de 2016

Acerca de “Dimensión europea y cambio de régimen”. Intercambio de opiniones.

El artículo de Jesús Jaen parece inscribirse en la dimensión opositora del debate político español. No obstante la mirada del autor sobre los cambios en el seno de la Unión Europea creo que es útil para algunas reflexiones sobre asuntos que atañen y, a la vez, trascienden esa problemática.
Trataré de sintetizar las cuestiones abordadas en los densos ocho apartados en que se divide el texto, intentando desbrozar algunos núcleos dentro de la cantidad de situaciones descriptas, según el autor, analíticamente.

Síntesis.   
En la UE hay un nuevo cambio de régimen político consistente en un desequilibrio de poder entre el BCE, la Comisión Europea, el FMI, el Estado y la banca de Alemania y algunos Estados-Nación de la periferia sur: España, Portugal y España.
El primer sector representa los intereses de, o está integrado directamente por, los grandes grupos económicos, particularmente financieros, que ejercen una dominación política en perjuicio de las funciones clásicas del Estado-Nación y su soberanía, conservando sólo sus funciones represivas. Este desplazamiento significa un debilitamiento de la forma parlamentaria, esto es representativa, y del papel de los partidos políticos y las organizaciones sindicales. Con ello una pérdida del estatus social de los trabajadores y de los sectores medios, el desmantelamiento del llamado estado de bienestar o estado social.
El medio de presión sobre los gobiernos de los estados perjudicados es el manejo de los flujos de recursos económicos. Pero sería posible que los sectores dominantes apelen a otros medios tradicionales de dominación, de carácter violento: bonapartismo o fascismo.
Este proceso se da en medio de una ola de derechización ultra-reaccionaria de carácter ultra-nacionalista y xenófobo.
Esta derechización se basa en medios demagógicos y patrioteros y se nutre de sectores pauperizados, sectores medios urbanos y rurales y de trabajadores que fueron afines a la izquierda.

Antes de expresar mis comentarios, con la intención de abreviar y ordenar la lectura del texto de Jaen, para quien lo crea conveniente o necesario, lo resumiré en cuatro grandes cuestiones, sin respetar el orden de exposición del autor. Ésta abarca demasiados aspectos, muchos de los cuales, en mi opinión, merecerían una mayor profundización y actualización.

Resumen.
I.- Por dimensión europea el autor entiende la relación de los Estados-Nación, en particular España, Grecia y Portugal en relación con la Unión Europea, como un desplazamiento de equilibrios de poder. Desplazamiento del centro de gravedad desde las instituciones políticas nacionales hacia la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el gobierno y Estado alemán.    
Esto significaría un cambio cualitativo donde el Estado-Nación de los mencionados países de la periferia sur no pierde todas sus competencias. Conservan el ejército, la policía, el parlamento y el gobierno devaluados. Pero los cede paulatinamente a poderes supranacionales representados en la Troika, los poderosos grupos económicos y el Estado alemán. A costa del hundimiento social de las clases trabajadoras, un sector muy amplio de las clases medias  urbanas y la pequeña burguesía agraria e incluso de sectores medios de la burguesía.   
Esto significaría una modificación en el régimen, un nuevo cambio de régimen.

II.- Un nuevo cambio de régimen que se agregaría a dos señalados por Perry Anderson en un texto de 2012. Éstos fueron: a) Años 80, Thatcher-Reagan, liberalización de mercados financieros, privatización de industrias y servicios; b) Años 90, caída del Bloque Soviético, ampliación del liberalismo hacia ese espacio.
El nuevo cambio comenzaría el 1 de enero de 2000 con: a) la concreción de la Unión Monetaria del Euro, nuevos poderes y centros de decisión; b) la recesión mundial 2007/8, conversión deuda bancaria en deuda pública, políticas de ajuste, desmantelamiento Estado de Bienestar social.
El resultado es un retroceso: surgimiento de fenómenos reaccionarios, movimientos ultranacionalistas, a veces fascistas que empujan y presionan a los poderes públicos hacia la derecha. El capital financiero apuesta a viejas formas de dominación política, pero no se excluye la hipótesis de que las clases dominantes decidan apoyar fuerzas ultra-reaccionarias. La crisis económica ha roto viejas fórmulas de dominación política basadas en el consenso o contrato social que garantizaba servicios mínimos a la mayoría de la población europea. Por esa razón están entrando en crisis los viejos partidos y sindicatos.
A estos mismos parámetros respondería la situación del norte de África y el Golfo: una contrarrevolución violenta que ataca con métodos bárbaros y fascistas. Se trata del correlato del ultranacionalismo europeo o americano.

III.- Estas formas de dominación política nos ponen frente a la cuestión del Estado, sus regímenes y gobiernos. Acá el autor encara su determinación teórica e histórica considerando las tradiciones marxianas. Se trata de establecer que se entiende por régimen político.
Según Jaen los movimientos políticos procedentes los distintos marxismos establecen una diferencia entre la función del Estado y la de un régimen. Para muchos marxistas el Estado se definiría por las relaciones de clase y propiedad que existen en un país, por ejemplo feudal, capitalista o socialista. El régimen político, por el contrario, se definiría por las formas de dominación política por medio de las cuales una clase que tiene el poder del Estado ejercen a favor o en contra de otras, ya sean subalternas o en el seno de las élites dominantes. Las formas podrían así ser de pura dominación, de hegemonía o su combinación. Lo trascendente es que con esas formas se crean instituciones democráticas, basadas en el sufragio; antidemocráticas, basadas en la fuerza armadas, el partido único, la burocracia estatal. 
Lo que se define como régimen es la combinación de esas instituciones con las clases sociales y el punto o centro de gravedad donde reside la base real del poder en tal o cual Estado.
El autor menciona dos referencias teóricas: El 18 Brumario de Luis Bonaparte, de 1851/52 y La lucha contra el fascismo en Alemania, artículos de los años 30. De allí surgen distintos tipos de regímenes políticos: el fascismo, el bonapartismo alemán, de frente popular. Formas que no son estáticas, ni normativas, ni compartimentos estancos. Al ser una forma política de dominación, un régimen es una superestructura cambiante, que se modifica según los acontecimientos de la realidad, tanto por revoluciones, contra-revoluciones u otros factores de menor profundidad social: se trataría de sujetos vivos en permanente construcción y deconstrucción.
No existen formas de dominación puras: un régimen bonapartista puede convivir perfectamente con instituciones de tipo fascista o al revés y un régimen parlamentario clásico puede hibridarse con formas bonapartistas o con formas de doble poder revolucionario. 
Lo sucedido en Grecia hace mucho más clara, según dice el autor, la hipótesis de cambio de régimen. Es el reflejo de la crisis en que están los regímenes de la democracia parlamentaria. Frente a el nuevo poder emergente de la Troika y el gobierno de Alemania. El gobierno de Syriza gana ampliamente el referéndum e inmediatamente decide capitular, restructurar el gobierno y convocar a nuevas elecciones.
El autor destaca dos cuestiones: a) Hay un cambio de mensaje; ya no es necesario sacar los tanques de la OTAN para acabar con la democracia y la soberanía de un pueblo, basta dejarlo sin fondos; b) Los verdaderos centros de poder y la decisión final está en manos de quienes verdaderamente lo detentan (centros financieros, Bundesbank y BCE).

IV.- Por último este cambio de régimen es concomitante con el fenómeno de una reacción bonapartista con el beneplácito de las grandes potencias occidentales, por un lado y, por otro, el ascenso de los partidos ultranacionalistas con base de apoyo popular. Que, para el caso de España sólo se trataría la apatía de las poblaciones, quizá merced a la existencia de Podemos que pudo evitar la creación de partidos de extrema derecha.
El ejemplo de bonapartismo clásico es Erdogán en Turquía. Éste se erige como juez y árbitro de las distintas fracciones y clanes del ejército y del aparato del Estado buscando acabar con cualquier posibilidad de revolución democrática y laica. Otros ejemplos serían Siria y Egipto.
Jaen cita a Astarita quien vincula la salida del Reino Unido de la UE a la peligrosa ola nacionalista de derecha en toda Europa incluyendo en ella el ascenso de Trump.
Los partidos de extrema derecha tienen como medios la demagogia y la retórica patriotera. Se nutre de grupos económicos muy depauperados, también de la clase obrera tradicional que antes votaba a la izquierda y las clases medias arrastradas por las crisis económicas. La diferencia con el fascismo clásico es que no tienen como enemigo principal a la clase obrera organizada política o sindicalmente sino a los inmigrantes, a los eurócratas de Bruselas, pero no está descartado que el capital financiero pueda usar esas opciones ultranacionalistas o directamente fascistas.
El caso del Brexit se vincula a esta ola ya que es un sector de la oligarquía tradicional tory que hace presión sobre el partido conservador con personajes como Farage, líder del UKIP (Partido de la Independencia) o Boris Johnson. El movimiento engloba sectores de la clase obrera que tradicionalmente votaban por el Partido Laborista y a sectores de la clase media en los distritos rurales.

Intercambio amistoso.

El texto pone sobre la mesa asuntos centrales del estado y el gobierno del mundo.
Estos asuntos se hallan estrechamente vinculados y entrecruzados. Pero abarcan muchos aspectos (determinaciones, diría Marx) que, aunque novedosos en su magnitud e impacto, parecen estar gestándose –según muchas opiniones, algunas de raíz marxiana- desde las décadas del 70 y 80 del siglo pasado.
El enfoque de Perry Anderson con el que abre su texto Jesús Jaen excede los límites de Europa. Claramente en el eje  Thatcher-Reagan y sus políticas que abarcaron todo el planeta. Esto autoriza a recordar otros fenómenos que se agregan a los allí señalados y que, probablemente, tengan incidencia en alguna de las cuestiones planteadas. Pero que, además, justifiquen el abandono o re-significación de algunos análisis políticos originados en la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX.

Así, por ejemplo, a los fenómenos señalados por P. Anderson podrían agregarse, al menos, tres que no parecen menores: a) la revolución en las formas productivas con la robótica, las tecnologías de la información y comunicación y la biotecnología ; b) las nuevas formas de apropiación del trabajo ajeno –no desvinculadas de esa revolución científico-técnica- a través del crédito, es decir el endeudamiento (lo que algunos llaman economía de la deuda) y, c) la emergencia de China.
A esto último no ha sido ajena Europa, como lo recuerda Jaen, con la transformación de las deudas bancarias en deudas soberanas, con las consecuencias conocidas y las subsiguientes políticas de austeridad y los consiguientes perjuicios para las clases populares.
Esta economía de la deuda no se reduce tampoco a la deuda pública. Los “beneficios” temporales de la unión monetaria contribuyeron a expandir la llamada ingeniería financiera y con ella la especulación. Los resultados se vieron claros, en particular en España con la especulación inmobiliaria, generando propietarios de papel que quedaron en el desahusio. Es probable que muchos movimientos de protesta hayan tenido origen en la frustración del consumo derivada de las crisis de la especulación financiera. Lo es también, me parece, que este factor no sea ajeno tanto a la apatía abstencionista como a la deriva de derechización del sufragio: los anhelos más parecen ser del retorno al consumismo generador de deuda (de propietarios-deudores) que de cambio social. En esto creo que han tenido que ver las políticas socialdemócratas de adecuación. De ocultamiento de una pobreza decorada de artilugios de última tecnología.

Los nuevos fenómenos no son inocuos. El primero que señalé, junto con la financierización (forma y resultado de la ingeniería de la deuda) ha expandido globalmente las grandes cadenas de valor y el intercambio inter-empresario, con las deslocalizaciones de la producción. Ello, más la emergencia china incorporando un mercado no sólo de consumo, sino de productores de bajo costo, no es ajeno al deterioro no solamente de la fuerza laboral, sino al propio papel de los Estado-Nación. Las grandes cadenas globales superan todas las fronteras. Y el debilitamiento de la soberanía de los Estados, de las tomas de decisión, ha quedado subordinada a los grandes grupos económicos mucho más que a los sistemas políticos fundados en la soberanía popular. Con lo cual la función de los parlamentos se ha hecho bastante inútil y, junto con ellos, el papel de los partidos políticos y la representación. Esto ya originó mucha discusión desde la década del 80. De allí la a-legalidad casi permanente. Es decir, el presunto contrato social, que nunca pasó de ser una ficción, ha quedado sepultado por el estado de excepción. Y su forma concreta manifestada en la derechización más burda.
Quizá sea preciso recordar que no se trata sólo de la troika y el Estado Alemán. El BCE maneja las tasas de interés que permiten a los fondos “a la sombra” de los bancos deriven dinero barato a la especulación. La recesión no es un mal divino, es en gran parte obra de esas políticas. No parece casual que Mario Draghi fuera vicepresidente de Goldman Sachs International, la que asesoró a Karamalis para ocultar el fraude que permitió endeudar a Grecia llevándola a la crisis. Bruselas también es un apéndice del capital financiero. Pero quizá más que presión sobre los gobiernos lo que hay es una connivencia entre éstos y Bruselas. Tenemos experiencia por acá de las “resistencias” de los gobiernos “anti-neoliberales” que pagaron religiosamente todas las deudas,  y Varoufakis, en su gestión, no fue a Londres precisamente a resistir.

Esa derechización es más que bonapartismo y fascismo, me parece. No sólo, como señala Traverso, con guerras cínicamente en nombre de los derechos humanos, sino con medios bélicos atroces. Y quizá valga la pena recordar que el mandato norteamericano de la guerra de Irak fue aceptado por los países periféricos recién atados al Euro (hasta Portugal mandó tropas de policía) y no lo fue por Alemania y Francia. Fue la mayor crisis de la OTAN. El desequilibrio de poder no parece nuevo. Y los nuevos regímenes políticos no suelen fácilmente conceptualizables, porque parecen responder a otros nuevos procesos, no sólo económicos. La “ola” derechista tampoco es un castigo divino, viene por “arriba” y por “abajo”. Parece ser esa la razón por la que Traverso opta prudentemente, en su método comparativo, por el término (provisorio) de post-fascismo. Precisamente para evitar similitudes teórica y prácticamente riesgosas. Como quizá sea la establecida entre la situación histórica del Chile de Salvador Allende con el gobierno de Siryza. Ser la periferia de Europa parece ser algo muy distinto de los intentos antimperialistas del siglo pasado en América Latina, en la forma y en el fondo.
Anteriores y lejanos de los fenómenos señalados por Anderson. No es necesario abundar en esto. Simplificando, el Muro estaba en pié, sólo hacía un año que Nixon había abandonado la convertibilidad del dólar, el toyotismo no había llegado a EE. UU, recién se establecía el mercado de monedas en Chicago, no existían las PC personales, Internet estaba en pañales.

Otros fenómenos campean también hoy en el campo político. La desigualdad y la gobernabilidad. Probablemente vinculados a esta derechización. Para los sectores dominantes el mayor problema de gobernabilidad es la desigualdad. Así fue planteado en todos los últimos foros globales G-20, la OCDE y en los organismos de las Naciones Unidas, el PNUD, la FAO. Es el miedo a la ingobernabilidad.
El miedo nutre la derechización del poder, la “ola”. Y la desigualdad también nutre la derechización de muchos sectores de la población. El mayor asiento de Trump son los blancos empobrecidos. Es que la desigualdad encubre el presupuesto de la dominación, la pobreza. Que en algunas regiones ha bajado considerablemente (América Latina, China) en términos relativos, y, al mismo tiempo la desigualdad se extrema en términos absolutos.
Cuestión de medición. El blanco pobre de las zonas de la Norteamérica “profunda” posee automóvil, televisión, teléfono móvil y trabajo precario, de baja calidad y mal pago. Le interesa poco la política, manifiesta hastío, por ello habitualmente no vota, quiere el muro para los inmigrantes y, según parece, votará a Trump. Vive precariamente en viviendas de zonas marginales y, muchos son socialmente marginales. Campea allí la pobreza cultural. Desinformación, competitividad, “entretenimiento”. La pobreza es un fenómeno múltiple, no se mide sólo en bienes y servicios, es también cultural y moral. Es exclusión. La promovida por grandes cambios tecnológicos que, como ha sucedido tantas veces, deja el tendal de los “inservibles”.  Cuando estos cambios no atienden a más necesidad que la de la acumulación, cuyo signo hoy es financiero. Y es exclusión política, cuando la función de los Estados-Nación queda reducida a gestionar las deudas. Quizá por eso los “enemigos” hayan cambiado y los Estados sólo conserven las funciones represivas.
El entretenimiento, el branding, el marketing, entre otras,  son nuevas formas de control y disciplinamiento. 
Por lo demás, en esta ceñida función del Estado, la clase política tradicional, terminó vaciando el sistema representativo hasta de su valor simbólico, agotó su misma forma, la máscara. Cuando sus miembros, los gestores, cambiaron los programas por su imagen, la exposición de sus atributos como tales. El propio régimen político se empobrece abriéndose a otra desigualdad: la posibilidad de acceder a los medios. La pobreza política. Queda reducida al régimen electoral. La apatía política no es una enfermedad.
           
Resistir los programas de austeridad es un acto de defensa propia, necesario. Resistir toda opresión es obligatorio. Pero quizá, a las preocupaciones e interrogantes de Jaen, haya que agregar algunas de las cuestiones que se consideran en este intercambio. Que no pretenden ser exhaustivas, por supuesto.
Para plantearnos al menos la probabilidad de otro horizonte y de nuevas fuerzas emergentes creo que hoy se impone la necesidad de una mirada global y actual.
Y, diría, audaz. Ahora sí no hay mucho que perder. Quizá deberíamos pensar en remontar la derrota ideológica.
Vamos camino a la barbarie, estamos viviendo la barbarie. Me parece que la gravedad del asunto va más allá de la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP) y el Plan B para la unidad europea.




Edgardo Logiudice
Agosto 2016