domingo, 26 de agosto de 2012

Si tuviera un amigo en Carta Abierta


Creo que mi primera pregunta es si creen que están en la clandestinidad, donde es necesario encriptar los mensajes para burlar la censura. Como Gramsci, a quien alguno de ellos solía citar para un uso nacional y popular en los ochenta.
Porque en verdad no entiendo porqué mensajes tan sencillos, como la re-reelección, requieren tantos circunloquios. Para mejor entendernos, con pedos atajados.
Porque no serán precisamente los amigos de Carta Abierta quienes desconozcan el valor de las palabras, es que miento lo formal, que es el estilo. Las espesuras del idioma, quizá.
Porque me parece que el estilo tiene que ver, salvo que uno hable o escriba para sí mismo, con a quién va dirigida la palabra.
De modo que mi segunda pregunta sería por el destinatario de la carta que, siendo abierta podría ser cualquiera. Por ejemplo, yo. Si esto no es muy narcisista, claro.
Entonces le preguntaría a mi amigo si cree que para que yo entienda -porque parece que se trata de eso, de que alguien entienda porqué es necesario cambiar la constitución-, debe decirme que hay que rediseñar las magnas normas.
Pero probablemente la carta no esté dirigida a mí, sino al pueblo del que Carta Abierta forma parte y junto al cual toma la palabra. Pero si es así ¿porqué tantos remilgos?
Quizá no sean necesarios para explicar al pueblo todo lo que se ha ganado y existe el riesgo de perder si no se reforma la constitución para viabilizar la eventual continuidad democrática de liderazgos cuando estos aparecen como condición de esta inédita etapa regional.
Claro que puede ser también que estos amigos se sientan responsables ante el decurso de la historia. Como intelectuales, claro está. Con la función de mantener y ampliar la brecha. Sintagma éste bastante menos rebuscado y suficientemente conocido, al menos por quienes hemos transitado por los caminos de Victorio Codovilla. Que ha tomado su venganza en la vergonzante consigna de apoyar lo positivo y criticar constructivamente lo negativo.
Si así fuere, quizá el discurso estaría dirigido a los gobernantes. Pero eso sería demasiado soberbio, puesto que el proyecto, aunque admite porciones importantes de anomalías, ya tiene su identidad es lo democrático-nacional-popular. Y en todo caso le bastan los consejos de sir Ernst Laclau, que para eso de vez en cuando excursiona a la patria y no se ataja sino que reivindica el populismo con toda valentía. Le basta con el significante vacío y la pensión, nada menos que, británica. Y no tengo porqué suponer soberbia en mis amigos.
No creo que la intención sea convencer a los agentes de la repetición presentes al interior de la alianza electoral triunfante, pues muchos de ellos ya estuvieron convencidos de las reformas constitucionales y las re-reelecciones. Como los hay también fuera de tal alianza, en la oposición que pactó la anterior reforma.
Le preguntaría a mi virtual amigo, entonces, si tratan de influir sobre las izquierdas que no son lúcidas ante la paradoja, porque tal vez necesitaran de la lucidez conque uno de los miembros de Carta Abierta hace un tiempo les fue a hablar. Pero fueron precisamente ellos la víctima de la reforma electoral que dejó a las minorías sin representación, la misma que legítimamente reclaman los amigos para la democracia sindical. Esa sería la paradoja y la lucidez que le aportaría Carta Abierta sería el doble discurso. No puedo pensar que mi presunto amigo sea necio.
En verdad no sé muy bien que otros destinatarios podría tener la carta número doce.
Siempre hay amantes de la retórica, cierto. Pero de este tipo no creo que exista ya ningún viejo balbinista que sepa apreciar su valor.
Cuestión de estilo, quizá. Pero seguro que no es nacional ni popular. Puede que sea el discurso de la democracia posible que precisa de nuevos procedimientos. Para enfrentar al bonapartismo mediático que nos corre por izquierda, con la soja-dependencia y la minería a cielo abierto.
Decía la gente de campo, no del campo, los paisanos vamos, que para que duela hay que pegar en la matadura. Eso lo sabe bien la derecha. No se cura la matadura de la soja abriéndole la puerta a Monsanto, con celebración del Ministro: "Si una tecnología permite producir más en una misma superficie, corresponde pagar por estos beneficios". Para alegría del Ingeniero Huergo, es decir de Clarín.
Es difícil convencer entonces de que los procedimientos de centralidad y revitalización de las instituciones del Estado, la geometría del Estado, garanticen que seamos dueños de las innovaciones tecnológicas.
Le preguntaría a mi amigo si no será que, si el enemigo pega a veces por derecha y a veces por izquierda, tendremos mataduras por ambos lados. Es decir, si el discurso no será doble.
O, para decirlos con las palabras de los intelectuales, no será que la espesura de los hechos no siempre corresponde a la espesura de las palabras. Por ejemplo, des-endeudamiento, autonomía financiera. Con tasas de interés similares a las que paga España y superiores a las que paga Italia, ambas en bancarrota. Eso sí, habiendo cobrado ya los acreedores externos, los que se llevaron los verdes, los contribuyentes nacionales y los jubilados somos ahora los acreedores. Cosa que no puede leerse como que los giles que se quedaron sin garantía son nacionales y populares, claro. Como  tampoco pueden leerse las nacionalizaciones sino como ser libres para formular nuestros planes, no como salvatajes luego de haberse amortizado las "comisiones" de las privatizaciones y agotado las subvenciones.   
No puedo imaginar que me respondería mi amigo y, la verdad, no quiero enemistarme si me vuelve a repetir el mismo discurso de epopeya y la memoria de los setenta, que quedan de este modo banalizadas, bastardeadas. En manos de la política de espectáculo, que mi virtual amigo condena con razón, pero que está en la cúspide del Ejecutivo.
Creo sinceramente, porque debo descontar su buena fe, que discurren para ellos mismos. Para convencerse mutuamente de su autonomía del pensamiento crítico, allí donde no hay más que apología. Que no es la ideología de la falsa conciencia, quizá de la mala.


Edgardo Logiudice
Agosto 25 de 2012   

    

sábado, 18 de agosto de 2012

La propiedad privada no es culpable


Y esos tristes artesanos dolorosos
Que repugnan su sudor en los talleres
Vergonzantes, restringidos como seres
Condenados al corral de los leprosos,
Son los hombres, los patriarcas cuyos besos
Fecundando los pasivos materiales
Depositan en los cofres de los Cresos
La sagrada polución de los caudales.
¿Qué serían…que será de tu progreso
Cuando pierdan toda fe tus sementales?

¡Meditad! Almafuerte.



La propiedad privada aparece como dios, o como el demonio, según que sea propietario o no-propietario. Los dioses y los demonios son apariencias reales para los que participan del juego religioso, a ellos acomodan sus vidas. Tal sucede adecuándose al derecho.
Así para la economía política que criticaba Marx, la propiedad privada era la razón y la causa, por ejemplo, de que los obreros tengan que vender su fuerza de trabajo (que, en realidad es la de su vida). Y así parece.
Pero también parece que Marx dijo lo contrario.
Es porque los obreros actúan como si fueran comerciantes, aunque no lo sepan ni lo digan, que existe la propiedad privada. Cuando perciben el salario actúan como si fueran propietarios de su trabajo, cuando en realidad su capacidad (energía y habilidad) está en manos del que posee sus medios de subsistencia.
Cuando recibe los medios de subsistencia (o las condiciones de vida en general) reconoce a quien se los provee como propietario privado de ellos. Por eso entrega su trabajo en forma de dinero: paga un precio.
Tanto en el contrato de salario como en el de compra de medios de subsistencia las partes aparecen como individuos singulares propietarios privados, libres.
Por supuesto que antes de la forma mercantil de los intercambios había ya propiedad, la propiedad de la tierra de la que provenían los medios de subsistencia. Pero no era propiedad privada, era la simple apropiación física, corporal. No la que se obtiene por un contrato sino la que se conquistaba y se ocupaba. Donde los que trabajaban seguían su suerte. No estaban los “hilos invisibles” de los contratos y el mercado. La apropiación (propiedad) del trabajo y la de la vida del productor no se diferencian. Entre el señor y el siervo no hay intercambio.
Es cuando el trabajador puede vender sus producciones como un mercader, un propietario que intercambia, que aparece la propiedad privada en la relación de trabajo. Cuando en vez de vender su producto, el productor enajena directamente su actividad, aparece el contrato de salario.
Su actividad aparece como un objeto cualquiera, tan separado de su cuerpo un litro de leche que produjera su vaca. El obrero aparece como un mercader de su actividad. Los mercaderes intercambian, compran y venden, por medio de contratos en los que las partes se reconocen propietarios, libres e iguales. El contrato de “venta”, enajenación, de la fuerza de trabajo es el salario, donde el obrero se reconoce propietario libre. 
Cuando, con el desarrollo dominante del capitalismo industrial, se generaliza la producción de mercancías[1], el capitalista es propietario de todos los medios de subsistencia, es esta situación la que obliga al obrero a enajenarse permanentemente. Es decir a darle propiedad de su vida en manos del capitalista la forma de enajenación, venta. Pero la propiedad de su vida aparece como la propiedad privada de los medios de trabajo y de subsistencia. Éstos bajo la forma de dinero. La propiedad privada se transforma en el medio por el cual se enajena el trabajo: el salario.
La propiedad privada no es la razón ni la causa de la enajenación del trabajo. Es la enajenación del trabajo la causa de la propiedad privada.

“Así como vuelve extraña a él su propia actividad, así también le atribuye al extraño, como cosa propia, la actividad que no le pertenece. […] La relación del obrero con respecto al trabajo engendra la relación del capitalista, del dueño del trabajo –cualquiera sea el nombre que se le dé- con respecto a éste. La propiedad privada es, pues, el producto, el resultado, la necesaria consecuencia el trabajo alienado, de la relación exterior del obrero con la naturaleza y consigo mismo. La propiedad privada deriva, pues, del análisis del concepto de trabajo alienado, es decir, de hombre alienado, de trabajo que se ha vuelto extraño, de vida que se ha vuelto extraña, de hombre que se ha vuelto extraño. […[ Pero del análisis de este concepto surge que la propiedad privada, si aparece como la razón, como la causa del trabajo alienado, más bien es una consecuencia de éste, del mismo modo como los dioses no son, en el origen, la causa, sino el efecto de la aberración del entendimiento humano. Más tarde, esta relación se trueca en acción recíproca. Sólo en el punto culminante del desarrollo de la propiedad privada vuelve a aparecer el misterio, que es inherente a ella; a saber: por una parte, que la propiedad privada es el producto del trabajo alienado y, por la otra, que es el medio por el cual el trabajo se aliena: es la realización de esta alienación[2].


Edgardo Logiudice
Julio 2012


[1] “[…] las mismas circunstancias que determinan la condición fundamental de la producción capitalista- la existencia de una clase obrera asalariada- exigen que toda la producción de mercancías adquiera la forma capitalista. A medida que ésta se desarrolla, descompone y disuelve todas las formas anteriores de producción, que encaminadas preferentemente al consumo directo del producto, sólo convierten en mercancía el sobrante de lo producido. La producción capitalista de mercancías hace de la venta del producto el interés primordial […]”.MARX, Carlos. El Capital. Crítica de la Economía Política. Buenos Aires, 1956, Cartago. T. II, Pág. 35.
[2] MARX, Carlos. Manuscritos de 1844. Economía política y filosofía. Buenos Aires, 1968, Editorial Arandú, págs.120, 121.