jueves, 31 de julio de 2014

Los números color de rosa

                                                              A Raúl, a cuarenta años de su chau.

Eche dos dólares en el bolsillo
si quiere darse vida de clase media,
cuatro en Guatemala y El Salvador
diez para el resto, y es un señor.

El dolor mata amigo, la vida es dura
el sueño alivia, el hambre asedia.
Eche dos dólares en el bolsillo
si quiere darse vida de clase media.

Y no ponga los ojos en la Cepal
que cuentas hace de su tragedia
Eche dos dólares en el bolsillo
si quiere darse vida de clase media.



Edgardo
julio 2014


sábado, 26 de julio de 2014

Los buitres y el capitalismo de crédito. Una fábrica de deudores.

La fábrica del hombre endeudado es el título de un libro de Mauricio Lazzarato, filósofo italiano.
Una nueva forma de subjetividad de masas. Lo social, dice, no se constituye por el intercambio sino por el crédito. La deuda, digo, es la más difundida relación social.

El motor del capitalismo financiero que hoy comanda, se ve, el desenvolvimiento de todo el modo de producción y de cambio capitalista, es el préstamo. Los préstamos que, se sabe, son créditos para unos y deudas para otros.

El capitalismo de crédito es productor de propietarios sin bienes y bienes sin propietarios.
Los consumidores adquieren bienes que consumen. De lo que se come no se puede ser propietario, pues una vez consumida la cosa no existe más. Como no lo puede ser el que debe todo lo que tiene más que de título, aunque su uso no agote la cosa de inmediato. Pues que si no paga será embargado.

Y así como no lo son los consumidores deudores, no lo son tampoco las naciones, es decir sus pueblos. Que la deuda pública se llama deuda soberana y ya no parece soberana la nación sino la deuda. Propietarios sin bienes, si se los comieron o los deben.
A menos que pensemos como en el siglo XIV lo hacía el papa de Avignon Juan XXII que el santo Francisco era propietario del pedacito de queso y las migajas conque la Providencia le había donado. O que puede hacer con su auto o su casa lo que quiera el que lleva pagas dos cuotas del Plan Rombo.
O que el rey de España se crea soberano y España soberana si no cumplen el ajuste de la señora Merkel y las disposiciones del Banco europeo de Bruselas. O los argentinos si no aceptamos las resoluciones del  tribunal de arbitraje del Banco Mundial llamado CIADI sólo para que reabran alguna otra línea de crédito, es decir contraer otra deuda. Que no es un problema de jurisdicción sino de fuerza, y la fuerza la tiene el acreedor y no el deudor.

Los acreedores son los grupos que juntan las cabezas de los bonistas financieros a los que nadie les pone al cascabel. Llamémosles buitres o palomas, que estas también tienen lo suyo además de la ramita del olivo. Que llegó cuando todos, salvo Noé mujer, hijos y nueras y algunos bichos, se habían ahogado en el primer genocidio hídrico universal de que da cuenta el primero de los cinco libros de la Ley o la Torah.  

Los que no tienen ley son esos grupos, como Noé privilegiados pues son los que se salvan cuando los demás están ahogados. Son los que salvan sus bienes sin ley de propiedad, nadie los controla. Ni Griesa, ni las Naciones Unidas, ni la Reserva Federal, ni los acuerdos de Basilea. Los tibios intentos de regular la actividad de los grupos que operan a la sombra de los bancos no sólo fracasan sino que cada vez parecen menos.
La propiedad de sus activos queda resguardada con los salvatajes pero libre de normas, clandestina. Pese a la limitada apertura del secreto bancario aprobada por el Parlamento suizo el año pasado, los bancos que otorgan información son boicoteados por los otros. El banco que no dé información está sujeto a multas que los grandes bancos pueden soportar y los chicos no. Suiza sigue siendo así un paraíso de lavado. Capital limpio. Bienes sin propietarios conocidos ni leyes de propiedad. Las leyes son para los deudores, para cumplirlas o ir a la calle, como los deudores de las hipotecas subprime. Los acreedores eligen las jurisdicciones, las leyes, los tribunales y los jueces. Los acreedores buitres o palomos que, como los palomos capuchinos se comen a sus propios pichones.

Atribuyen a James Carville, asesor de Bill Clinton la ya mítica expresión ¡Es la economía, estúpido!
Si no fuese tan trillada se le podría obsequiar la paráfrasis a tanto jeremías oficialista u opositor que clama por pagar ¡Es el capitalismo, estúpido!
El capitalismo cuya cruzada no lleva en el estandarte la consigna de San Bernardo "conversión o muerte" en el siglo XII sino en la frente la más actual del XXI "deuda o exclusión", cuyo significado, en realidad, es el mismo.

Sobreviven para pagar los que cumplen con el deber de endeudarse ostentando el título de propietarios del humo. Clases  casi medias pobres de solemnidad con móviles y electrónicos de última generación. Servidumbre de la deuda, atados de por vida.

Naciones que honran deudas investidas de soberanía oral. Ricos en ganados para proveer proteínas en harinas cárnicas para alimentar mascotas, granos y cereales convertidos en biocombustibles para alimentar automóviles. Presos de los commodities, hipoteca de hijos y nietos. Futuro diseñado.

Dos mil doscientos millones de personas, quince por ciento de la población mundial, están en situación de pobreza multidimensional.
Ochocientos cuarenta y dos millones de personas, el doce por ciento de la población mundial, padece hambre crónica.
Mil quinientos millones, la mitad de los trabajadores, tienen empleos informales o precarios.
El ochenta por ciento de la población mundial no cuenta con protección social.
A esto, en el Informe sobre el desarrollo humano 2014 del PNUD, le llaman ralentización del crecimiento del índice de desarrollo humano. Números recientes, deudas viejas. Últimos condenados a muerte. Carne de buitres y palomos.

Capitalismo.


Edgardo Logiudice
julio 2014



sábado, 19 de julio de 2014

Las deudas y la alarma de la desigualdad. Fábrica de deudores y excluidos.

"Decime, Rengo, ¿tiene sentido esta vida?
Trabajamos para comer y comemos para trabajar".
 Roberto Arlt , El juguete rabioso.


1. La desigualdad como riesgo.

Según el Informe de Riesgos Globales 2014 publicado por el Foro Económico Mundial (World Economic Forum o WEF), la brecha crónica entre los ingresos de los ciudadanos más ricos y más pobres es vista como el riesgo más probable de causar daños globales serios durante la próxima década.
El tema fue incluido en la agenda del encuentro de ricos, pues es un asunto de  máxima preocupación entre gobiernos y algunas elites de poder. En el foro se presentó un informe de la ONG Oxfam que muestra cómo la extrema concentración de la riqueza pone en peligro el crecimiento económico de muchos países, pone en riesgo la reducción de la pobreza, afecta la estabilidad social y conlleva una amenaza para la seguridad mundial. 
Se trata de la ya famosa cuestión del "we are the 99%" que hizo célebre el movimiento Occupy Wall Street, esto es que la mitad de la riqueza está concentrada en el uno por ciento de la población y sólo la otra mitad corresponde al noventa y nueve por ciento.  
El libro de Thomas Piketty que comenté en la columna de Opinión en Herramienta no es ajeno a esta alarma. Como dije allí ha suscitado muchas opiniones que circulan por un arco que va desde la extrema derecha que lo califica de marxista hasta el elogio que lo descubre como el tratado de economía para las próximas generaciones de economistas. Desde la izquierda las opiniones críticas han sido bastante benevolentes, tal por ejemplo la de David Harvey publicada en Marxismo crítico, desde un punto de vista fundado en las contradicciones del sistema señaladas por Marx en El Capital.
El Premio Nobel de Economía 2002, Joseph Stiglitz, sostiene contra Piketty, que la desigualdad no es inherente al capitalismo sino el resultado de las políticas económicas desreguladoras. Stiglitz coordina una serie de columnas del The New Tork Times que se denomina "La gran brecha" donde se presentan artículos que "socavan la noción de que existen leyes verdaderamente fundamentales del capitalismo".   


2. La fábrica del hombre endeudado.

Quisiera señalar acá una mirada desde el punto de vista, también pretendidamente anclado en Marx, de las deudas. Asunto éste de tanta actualidad.  

La fábrica del hombre endeudado es el título de un libro de Maurizio Lazzarato.
Al deber de endeudarse hace referencia el antropólogo Marc Augé.
De la servidumbre de la deuda se ocupa David Harvey.        
Lazzarato orienta su mirada a la deuda pública que asumen los países en relaciones a los organismos internacionales de crédito globales o regionales que colocan a los ciudadanos de un estado en situación de deudores. De este modo hipotiza la idea de que la principal relación social se asienta en la propiedad del dinero bajo la forma de acreedor/deudor, dando lugar a la figura del homo debitor.
El deber de endeudarse que señala Augé se genera en consumo forzado por la publicidad.
Harvey señala la tendencia del capital a producir excedentes cuya inversión fuerza la demanda a través del préstamo para el consumo. Los flujos de capital que nos proveen de medios de subsistencia y condiciones de vida son denominados flujos vitales
Como se ve, estos dos últimos asientan sus posiciones sobre las deudas de los consumidores. Ambos señalan las dificultades del capitalismo para mantener el consumo. Harvey recuerda la tendencia del capitalismo a mantener su rentabilidad, lo que puede inducir a los capitales particulares a su fuga de la producción y migrar hacia las finanzas especulativas y Augé sugiere que, también a través de los arbitrios financieros el capital se autonomiza del consumo, razón por la cual muchos no pueden cumplir con el deber de endeudarse y pasan a formas parte de los excluidos. De este modo la sociedad global se divide en tres clases una oligarquía del dinero, los consumidores endeudados y los excluidos.

De modo que nos hallaríamos así ante una sociedad caracterizada por una desigualdad inédita y creciente bastante alarmante, al menos para las elites dominantes y una también creciente producción de deudores y excluidos. Deuda, desigualdad y exclusión.

De momento dejaré de lado las así llamadas deudas públicas, en la que los gobiernos median como agentes financieros y recaudadores.


3. El productor deudor.       

El productor deudor está forzado a producir, si no lo hace queda excluido.         
El productor nace deudor.
El dinero destinado al pago de la capacidad laboral que se aplicará a la producción es la forma de los medios de subsistencia y condiciones de vida de los poseedores de esa capacidad. El contenido material del salario constituye la condición de vida del obrero.
Medios de vida que al consumirse se agotan en el mantenimiento y reproducción de los poseedores de la energía intelectual y física en la medida en que son necesarias para la reiniciación de los ciclos productivos. La masa laboral variable conforme al crecimiento de la producción cuya demanda sea rentable.
En épocas de auge económico, a iguales condiciones técnicas de productividad, la masa laboral deberá acrecentarse incorporando la fuerza de trabajo de nuevos productores ya listos para "vender" su capacidad. Es decir poseedores de la capacidad laboral resultante del consumo de medios de vida que fueron anticipados como parte del salario de los viejos productores destinados, precisamente, para su reproducción. Los insumos de crianza y capacitación que no fueron consumidos por los precedentes productores y que estaban contenidos en sus salarios o cualquier otra forma directa o indirecta de retribución.
Por lo tanto la existencia de esos nuevos productores depende de ese anticipo. Puede decirse que, para ellos, funciona como un préstamo que deberán saldar con trabajo, cuando sea necesario. Deben su propia existencia a esa parte del dinero que representa sus condiciones de vida, su condición para vivir reside en ese anticipo. Su vida es prestada en la forma de un anticipo, un préstamo en dinero para el consumo, es por lo tanto, un deudor.
No poseedor, desposeído de sus condiciones de vida, está forzado a entregar su capacidad laboral para saldar la deuda y, para ello, al tiempo que para conservar su vida deberá seguir endeudándose para mantener viva la raza de los productores. Sus probabilidades dependen, no de sus necesidades, sino de de la magnitud rentable de la producción.

En esto consiste la desigualdad originaria. Forzado a producir, lo hará si se expande la producción durante el lapso de su vida útil mantenido como reserva de fuerza de trabajo mediante distintos medios. De lo contrario restará excluido de la producción, del consumo, de la probabilidad de reproducir su estirpe y hasta de su propia vida.
Pero mientras viva seguirá siendo deudor. El sistema capitalista es una fábrica de deudores, de desigualdad entre los que poseen las condiciones de vida de otros y los que no poseen siquiera las suyas. Ni siquiera poseen su fuerza de trabajo para venderla la deben entregar forzosamente en pago.      
La desposesión originaria de la llamada acumulación primitiva, los cercamientos, el licenciamiento, etcétera, el punto de partida histórico ha quedado subsumida en la reproducción incesante de la desigualdad sistémica.
No se trata entonces de desfavorecidos, como cataloga de acuerdo al acceso a bienes y servicios cierta jerga sociológica de cuño rawlsiano como la de Amartya Sen o Martha Nussbaum, sino de desposeídos-deudores. Las magnitudes de los ingresos con los que se miden los índices de pobreza y desigualdad tienen el valor de constataciones empíricas, ahora alarmantes. De ellos sólo puede inducirse la necesidad de políticas redistributivas que no pasan más allá de recomendaciones bienintencionadas, con muy pobres resultados.
Los que así se contabilizan son tomados en términos absolutos como aumento de la propiedad de bienes y acceso a algunos servicios. De allí que alarme que, pese a cierto descenso de la pobreza así medida, crezca exponencialmente la desigualdad. No se trata de una cuestión de magnitudes sino de posición respecto a las condiciones de vida históricamente determinadas. No es que dejemos de ser pobres porque no usamos ya taparrabos.
Por lo demás este acceso a bienes y servicios las más de las veces, al menos en América Latina, no proviene de políticas redistributivas sino de las estrategias perversas de las empresas trasnacionales de producir alimentos como base del negocio financiero, acudiendo a la metodología extractiva, en las que precisamente el hambre y la desnutrición son la celada para justificar los métodos depredadores.
Los alimentos constituyen, precisamente, las condiciones básicas mínimas de vida. A pesar de su mayor productividad sus precios no bajan, están sujetos a la especulación de las bolsas a la suerte de los desastres climáticos. Quienes poseen el acopio de granos y cereales rezan para que haya sequía en Ucrania, Australia o Canadá. Las condiciones básicas de vida humana no están dispuestas para mermar las hambrunas sino para que éstas hagan rentables las operaciones financieras. No importa si el destino de los granos es el alimento humano o de los chanchos o de los automóviles en forma de biocombustibles.
De esto se trata cuando la FAO habla de "estado de inseguridad alimentaria".  



4. El deudor producido.

El deudor producido está forzado a consumir, si no lo hace queda excluido.
El consumidor nace deudor. 
Con el capitalismo industrial, la renovación de los ciclos y la consiguiente acumulación, los productos deben realizar su valor en el mercado. El crecimiento depende, sobre todo, de la demanda, es decir del consumo. Henry Ford encuentra la fórmula: altos salarios y venta en cuotas. Es necesario generar consumidores: publicidad para fabricar nuevas necesidades y préstamo para el consumo.
A la deuda básica originaria se agregan, superponen y subordinan otras deudas originadas en otras necesidades, genuinas o ficticias, pero que sin duda transforman las condiciones de vida. Productos de confort a los que, en la época de Marx, los productores sólo accedían en momentos de auge económico, como artículos de lujo, pasan a ser de consumo generalizado. 
En principio sólo cambia el contenido material de las condiciones de vida conforme a los nuevos resultados de la producción. Pero la transformación sustancial estriba en que el préstamo para el consumo, creciente con la aparición masiva en los años ochenta de la tarjeta de crédito, es otro anticipo que se agrega por fuera del pago del salario o cualquiera de sus formas sustitutas. Anticipo que también deberá saldarse con trabajo futuro del propio productor deudor.

Acá quiero demorar algunos renglones en relación a las mediciones de la pobreza y desigualdad en relación al acceso a bienes y los ingresos.
Los bienes que conforman las condiciones de vida son eso mismo, condiciones de vida. Por lo tanto están destinados a metabolizarse en la vida de los que los consumen, es decir son bienes que se agotan con su uso. Mal pueden entonces entrar en un activo de propiedades (como lo hace no sólo Piketty), la propiedad de algo que desaparece con su uso es como la propiedad del humo. Recuerda la pretensión del papa Juan XXII cuando, en el siglo XIV, sostenía que San Francisco era propietario del pedazo de queso que comía.
Sobre todo cuando en la propia producción del bien está programado su plazo de agotamiento, la obsolescencia programada por las incesantes innovaciones.
Pero además su propiedad es aparente puesto que lo que tiene es una deuda, un pasivo.
De esto saben muy bien todos los propietarios desalojados con la crisis de las hipotecas subprime en España y Estados Unidos.
Lo mismo sucede con los ingresos cuando éstos están comprometidos por deudas.
Creo que estas cuestiones manifiestan el carácter insuficiente de los métodos empíricos para dar cuenta de los problemas de la pobreza y la desigualdad.

Este nuevo anticipo señala un mayor endeudamiento y devela, a pesar de la posesión precaria de mayores bienes, servicios e ingresos, una mayor desigualdad. Una tasa creciente de la desigualdad que tanto alarma. Este endeudamiento amplía la famosa brecha empírica, pero sobre todo evidencia la consolidación de las posiciones entre quienes poseen el poder de disposición de las condiciones de vida y los desposeídos, paradójicamente, por el consumo. El consumo es un medio para fabricar deudores.
Y excluidos.
En el funcionamiento del capitalismo financiero la expectativa de consumo, los potenciales clientes, que son potenciales deudores tienen tanto valor como los consumidores-deudores efectivos. La expectativa de la ganancia resultante se contabiliza como un activo inmaterial o intangible con un valor estimado. Como el valor de una cosecha futura que se negocia en la bolsa de Chicago.
Ese valor contable que forma parte del activo se convierte en un título que puede ser negociado, convertido en dinero líquido disponible. Esto significa que las ganancias no necesitan esperar a que el consumo efectivo y, por lo tanto es posible retardar una nueva producción. Vale decir, que se pueden realizar ganancias reales sin necesidad de aumentar la masa de productores. Es la célebre distancia entre las llamadas economías reales y las ficticias. Y, como recuerda Harvey, los inversores dirigen  siempre su mirada a la rentabilidad.
Pero de ello resulta que muchos productores quedan excluidos y, de este modo, no tendrán a su alcance ni las mínimas condiciones de vida, nos les llegan los flujos vitales. Son los muertos de hambre que no tienen donde caerse muertos, literalmente. Son los que no pueden cumplir su deber de deudores, como dice Augé.
Y los buenos deudores serán consumidores forzosos y más intensivos mediante varios expedientes.
Las innovaciones aparecen como el motor del capitalismo. Parece verdad que los productos son asiento de mayor valor merced a las innovaciones, es decir al contenido creciente del componente inteligente que soportan. Pero estas innovaciones no sólo se valorizan por el agregado tecnológico intangible. Su valor queda determinado también por las expectativas de ganancia o de plusvalía, de acuerdo a la jerga contable de los bienes inmateriales. El simple anuncio de un proyecto de innovación genera un aumento de precios de las acciones de una empresa realizable inmediatamente en el mercado de valores, independientemente de la materialización efectiva del nuevo producto. Por lo tanto las innovaciones no se dirigen tanto a la mejora del producto cuanto a su papel de medio financiero.
Pero el consumidor queda atado a la innovación. La rápida obsolescencia de los productos que no admiten reparaciones, de soportes que no admiten nuevos programas.
Esto significa una destrucción acelerada del producto del trabajo humano y una explotación incontrolada de las materias naturales a la vez de la creación de vaciaderos de desechos contaminantes. Pero esta aceleración de la producción en nombre del progreso es, desde el punto de vista de los capitales, el acortamiento de los ciclos de rotación con la misma cantidad de consumidores, atados a las innovaciones. Consumidor cautivo, es decir deudor cautivo, forzoso.
Aumento de la rentabilidad, mayores capitales disponibles que, sin necesidad de ser reinvertidos en la producción, buscan salida en la especulación. Aumento de las deudas en las que se asientan los movimientos especulativos, dadas las expectativas de ganancias. Así crece la brecha, es decir la desigualdad. A pesar del acceso a bienes y servicios que conforma a los atados al consumo como lo que ha sido llamado clase cuasi media.
Esto es lo que abruma a ciertos economistas de la Cepal que observan que a pesar de haber descendido, conforme a sus mediciones, los niveles de pobreza aumenta escandalosamente la desigualdad.   
Además, asegurada de este modo la rentabilidad, se hacen innecesarios más consumidores y, por lo tanto, de trabajadores. Con lo cual los niveles de desocupación se hacen crónicos, la flexibilidad de los "ejércitos de reserva" cada vez más reducida lo que es lo mismo que decir que la exclusión es crónica. Eufemísticamente desocupación estructural, lo que no significa más que exclusión sistémica.
La producción del deudor no parece ser sino la producción de la desigualdad y la exclusión por el capitalismo bajo la hegemonía del sector financiero.


La solución fiscal.

Cuando ninguno de los organismos internacionales tiene intención de ponerle el cascabel al gato, más que utópica la propuesta de políticas fiscales globales para paliar la desigualdad no parece sino otra maniobra de distracción, un embuste.
Ya existen las buenas intenciones de la mal llamada Tasa Tobin, para algunos Tasa Robin Hood, pero además, respecto a los fondos financieros que actúan a la sombra de los bancos, la norma, como dice el jurista Teitelbaum, es no normar. La posición de las Naciones Unidas y de los propios banco centrales es que los fondos y la empresas trasnacionales se auto-regulen, como la divina providencia. Que provean lo que les parezca oportuno y los demás, como el pobrecito de Asís, agradezcan las migas y el pedacito de queso. Que para eso Franciscus pp. ha rogado por los pobres al Foro de Davos.
La solución fiscal no alcanza para encubrir la solución final a que nos somete la creciente barbarie capitalista.    
La desigualdad entre los que disponen de las condiciones de vida y los desposeídos de ellas no puede tener otra respuesta que la disposición común de los usos y los consumos. Creo.


Edgardo Logiudice

Julio 2014 

domingo, 13 de julio de 2014

La desigualdad. Desposesión y propiedad a partir del consumo.

Rousseau, Marx y la desposesión.


No estando formados los lazos de la esclavitud más que por la dependencia mutua de los hombres y las necesidades recíprocas que los unen, es imposible avasallar a nadie sin haberlo antes colocado en situación de no poder prescindir de los demás.

El párrafo es de Rousseau y fue publicado en 1755. Corresponde al Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, en que el ginebrino reflexionaba sobre  lo que ya no reflexionan nuestros sabios catequistas: cuál es el origen. Se contentan con medirla.
Por el mismo camino que el filósofo tanteaba Marx y se topó con la acumulación originaria como condición lógica e histórica del capitalismo industrial. No mera evocación teológica del pecado original, sino como acontecimientos violentos de apropiación, cuyo resultado es la separación de productores de sus condiciones de vida.  

Este asunto está suficientemente trillado pero parece muy difícil hoy seguir percibiendo la desposesión como la situación que coloca a algunos hombres en codición de no poder prescindir de los demás y, por lo tanto, devenir avasallados. Las huellas de la desposesión originaria se han ido perdiendo. Sin embargo la desposesión continúa bajo otras formas no necesariamente menos violentas. Y los avasallados dependen de los flujos vitales del capital para vivir. Ser alimentados, cobijados, educados y conchabados[1].

Sin embargo las  formas brutales de desposesión reaparecen periódicamente, sólo que ahora conforme a las necesidades del desarrollo actual del capitalismo. Tal como pueden verse hoy reeditadas en China, India o Bangladesh . Parece indudable que esta forma de acumulación con expulsión forzada de productores campesinos posee una re-significación adecuada al capitalismo global de signo financiero.


El obrero-propietario.

La desposesión significa la separación del productor de los medios de producción. Es sabido. Pero parece conveniente poner el acento en que esa separación lo es también, y sobre todo hoy, de los medios de subsistencia. Entendiendo por éstos las condiciones de vida en un sentido amplio e históricamente determinado.   
La razón por la cual colijo esa conveniencia es que la desposesión significa , del otro lado, apropiación. O, lo que es lo mismo la constitución de hecho de quienes tienen poder de disposición y quienes no, es decir, propietarios y no-propietarios.
La expulsión de los campesinos latinoamericanos en aras de los commodities sojeros y mineros, significa destrucción de su propiedad personal basada en la apropiación por el trabajo, es decir su constitución en no-propietarios.
Se reedita así la acumulación originaria ya no como punto de partida histórico del capitalismo industrial sino como  resultado del capitalismo financiero, al que el industrial está sujeto.  
La tan mentada pobreza y ahora desigualdad es la producción en masa de no-propietarios.

El secreto de la hegemonía cultural del capitalismo industrial, que culmina con  el fordismo, consiste en haber constituido ideológicamente al no-propietario en propietario.  Haber investido al des-poseído con el título de propietario de su capacidad laboral y, por lo tanto, haber generado la ilusión de su venta. Venta necesaria para la compra de lo que había sido previamente despojado, es decir sus medios de subsistencia, los del consumo de sobrevivencia y del uso de las condiciones de vida. Todos ellos en poder de la clase de los capitalistas[2].
El consumo de sobrevivencia es el presupuesto necesario para forzar la venta de la fuerza de trabajo. Lo que significa la violencia del trabajo forzado. Se trata de una violencia derivada de la desposesión originaria reproducida en forma simbólica que oculta una nueva forma de esclavitud. No se trata de la apropiación del cuerpo del esclavo sino de los nutrientes de la capacidad laboral en la forma del salario. El disciplinamiento no se obtiene ya por la violencia rústica del látigo sino por la más sutil violencia simbólica no manifiesta de la miseria. El avasallamiento de la situación en que no puede prescindir ya del capitalista[3].

Ilusión de propiedad porque lo que el trabajador adquiere no lo puede conservar. Los medios de subsistencia se agotan al primer uso. Uso que, para el capitalista, no es más que el de conservar y reproducir la capacidad laboral. Es decir el valor de uso del trabajo, del que el capitalista solo paga el valor de cambio que no es más que el equivalente de las condiciones conque conserva y reproduce  la fuerza de trabajo.
Al capitalista le interesa el valor de uso de esa fuerza para lo cual, igual que el amo al esclavo, debe alimentar. Solo que, para obtenerla, lo obliga a consumir bajo la forma de intercambio de valores. Como una compraventa entre mercaderes o productores individuales e independientes, pequeños campesinos o artesanos. Con lo que se cierra el círculo ideológico del obrero-propietario que compra y vende[4].

Esta figura culmina cuando Henry Ford hace propietarios a sus obreros de un bien que no se agota la primer uso y que, por ello, puede - a diferencia de los bienes de sobrevivencia básicos- ser, a su vez, vendidos.
Para lograr concluir la generación del consumo asegurado el fordismo, además de los llamados altos salarios, recurrió al crédito o préstamo para el consumo como condición material y a la publicidad, generadora de la necesidad del automóvil como condición de vida, como condición ideal.        
  

El gran cambio, los deudores.

En los años setenta-ochenta, como sabemos, se consolidan las aplicaciones de la revolución científico técnica y, con ellas, la crisis del fordismo como organización de las relaciones técnicas de producción.  
El toyotismo que incorpora la robótica significa también una adecuación más flexible a la demanda. Con Honda hace pié en Ohio, Estados Unidos, en 1982.
En 1981 el marketing se define como una ciencia para orientar conductas. VISA había nacido en 1977.
Por los años ochenta John Bogle funda Vanguard, un fondo de inversión fiduciario de índices (Down Jones, etc.). Surgen los primeros contratos de opciones de divisas en los mercados de cambio y su primer mercado se organiza en la Bolsa de Filadelfia en 1982.
Las comunicaciones permiten operaciones en tiempo real.
La ingeniería financiera apenas se montaba, eran los inicios del gran edificio contractual que sustenta la economía de especulación.
La tarjeta de crédito es el instrumento práctico en que se asienta el préstamo para el consumo y, con él la compraventa quedará subordinada a esta figura. Con el plástico no se paga, se adeuda.
Se cierra así el círculo para que el consumo se transforme en el vehículo preponderante para la generación de las deudas sobre las que se apoyarán las expectativas de ganancias en que se sustenta el negocio financiero.
Serán esos bienes intangibles los que se contabilizarán como capitales portadores de valor, como activos estimados por su ganancia futura presunta. Activos que se convertirán en títulos con los que se avalan nuevas deudas.
Todo este fenómeno es conocido como el del capital y la ganancia ficticia por su distanciamiento con la llamada economía real. Se trata en suma de la generación de deudas como expectativa de ganancias futuras. Las deudas son de este modo capaces de soportar un valor mayor que el valor que las ha engendrado. Es decir el valor del consumo efectivo que las engendró.

Si las deudas se generan en el consumo se tratará entonces de gestar consumidores. Reales o virtuales, siempre que la presunción de su existencia futura se contabilice como un activo, potencialmente originador de deuda.
No se trata ya del consumidor comprador sino, además y sobre todo, del consumidor deudor[5].
Consumidor forzado por la publicidad que inunda todas las relaciones sociales agrediendo sus sentidos. En la información, en el arte, el deporte, las calles, los entretenimientos, las vestimentas, los paisajes. Violencia naturalizada que se consuma en el consumismo.

Si el capital industrial forzaba el consumo para generar fuerza de trabajo obligatoria (y allí originar el plusvalor), el capital financiero fuerza el consumo para generar deuda. 
El consumidor se hace de bienes endeudándose. En principio las deudas deben saldarse para lo cual el consumidor-deudor debe comprometer su trabajo futuro, que es el que avala la ganancia futura. Dado que el consumidor posee efectivamente los bienes así adquiridos queda investido con el título de propietario, como ya lo era en la mecánica del capitalismo industrial. Pero está claro que este propietario-deudor también es propietario solamente de título ya que no se puede ser propietario real de lo que no se pagó. Eso lo saben perfectamente quienes han debido devolver o rematar los bienes adquiridos para saldar las deudas, tanto en España como en los Estados Unidos con las hipotecas subprime.
El propietario-deudor es un no-propietario[6].  
Parece más clara ahora la determinación material del consumo (las condiciones de vida) como propiedad de la clase capitalista. En efecto, el consumidor nunca es propietario, posee lo que le imponen poseer y para poseerlo debe hipotecar su vida futura. Es la esclavitud de la deuda. Si logra ser esclavo. 
Desigualdad entre propietarios efectivos y no-propietarios reales[7].

La necesidad real de ese trabajo futuro del deudor, es decir la necesidad del capitalista industrial de reponer la producción, es independiente de la generación de esa ganancia llamada ficticia puesto que ésta opera sobre sus expectativas, no sobre el consumo efectivo.
Por lo tanto se producirá aquello y en la medida en que se generen esas expectativas. Lo que significa que serán alimentados sólo los consumidores reales o potenciales capaces de generar la deuda necesaria y suficiente para esas expectativas. Los demás serán desplazados violentamente. Excluidos como sobrantes, muchos literalmente des-terrados y arrojados al mar. Esta parece ser la tan mentada desigualdad gestada por el capital financiero[8].

Tanto el consumo programado como el no-consumo derivado son formas violentas de este sistema.
El consumo programado significa también destrucción.
El no-consumo es la coartada de la destrucción de los recursos naturales y el consumo de innovaciones la de la destrucción de la producción.
El hambre es el pretexto de la deforestación para la soja. Alimentos que se convierten en commodities. Las hambrunas y las sequías como expectativas de ganancia.
El presunto privilegio de la posesión de lo nuevo, que diferencia a su poseedor, la innovación, es la celada de la obsolescencia programada. Producción de bienes cuyo valor de uso es el no-uso. Su verdadera utilidad es la expectativa de ganancia.

La desigualdad es patente en la regulación y desregulación. La conducta de los deudores es reglada y sancionada. En la cima del edificio jurídico-financiero el movimiento de los capitales no queda sujeto a norma alguna. Su arbitrariedad es manifiesta, se trata de un tipo de propiedad a-legal. Y éstos son los flujos de capital de los que dependen las vidas de miles de millones de humanos: miles de millones de congéneres desiguales sujetos a la violencia de la disposición de sus vidas en manos de los que reparten sus condiciones de subsistencia. Uso de hecho de un no-uso de derecho.
No se trata de desigualdad de propiedad de bienes, se trata de disposición de hecho de la vida sin sujeción a norma alguna, en el campo violento de la ley del más fuerte.
La llamada des-regulación significa la política deliberada de los organismos internacionales de no inmiscuirse, más que con tibias "recomendaciones", en las actividades de las empresas trasnacionales y los fondos financieros que operan bajo la cobertura de los bancos. En palabras del jurista argentino Alejandro Teitelbaun, "la norma es no normar"[9].  

En suma la reproducción de la violencia desposesoria que suponía Rousseau que se manifiesta en la desigualdad. Que no sólo consume criminalmente las vidas humanas sino el universo de que son parte.

Si la frugalidad, como sostiene la tesis del "de-crecimiento", aparece como una respuesta, ésta parece parcial e insuficiente.
Parcial, porque no se puede exigir frugalidad a los millones de indigentes, cuando la desnutrición crónica alcanza a ochocientos cuarenta millones de personas. Insuficiente, porque no se trata de producir menos, sino de producir racionalmente y no conforme a la ley de la ganancia. Es necesario producir más granos y cereales para alimentos. Sin embargo ello dependerá del precio en la Bolsa de Chicago y éste dependerá, no de la demanda como alimento sino como biocombustible, para alimentar automóviles de obsolescencia programada cuya producción y deshecho degrada el ambiente.  
Se trata de exigir el aire limpio y no la compra de emisiones del dióxido de carbono, la ecología convertida en negocio.
Aire limpio para todos. Ni el aire, ni el agua, ni la tierra, ni sus frutos ni los frutos de la industria humana deben ser dispuestos más que para la vida y no para los balances financieros.
Es probable que el recurso a la exigencia del uso y consumo de los bienes sea el motor movilizador de las indignadas respuestas de los desposeídos. 


Edgardo Logiudice
julio 2014
    









[1] "E1 capital es el flujo vital que nutre el cuerpo político de todas las sociedades que llamamos capitalistas, llegando a veces como un goteo y otras como una inundación, hasta el último rincón del mundo habitado. Gracias a ese flujo adquirimos quienes vivimos bajo el capitalismo nuestro pan cotidiano, así como nuestras viviendas, automóviles, teléfonos móviles, camisas, zapatos y todos los demás artículos necesarios para mantener nuestra vida diaria cotidiana. Mediante ese flujo se crea la riqueza que proporciona los muchos servicios que nos sustentan, entretienen, educan, reaniman o restablecen […]". HARVEY, David. El enigma del capital y las crisis del capitalismo. Madrid, 2012. Akal, Pág.5.

[2] "¿Qué es el salario? […] al parecer, el capitalista les compra a los obreros su trabajo con dinero. Ellos le venden por dinero su trabajo. Pero esto no es más que la apariencia. […] Con el mismo dinero […] el capitalista podía haber comprado dos libras de azúcar o una determinada cantidad de otra mercancía. […] Al entregarle dos marcos, el capitalista le entrega, a cambio de su jornada de trabajo, la cantidad correspondiente de carne, de ropa de leña, de luz, etc. […] el capitalista no paga este salario del dinero que ha de obtener […] sino de un fondo de dinero que tiene de reserva. […] Por tanto, el salario no es la parte del obrero en la mercancía que él produce. El salario es la parte de la mercancía ya existente, con la que el capitalista compra una determinada cantidad de fuerza de trabajo productiva. […]. [El obrero] no pertenece a tal o cual capitalista, sino a la clase capitalista en conjunto".  MARX, Carlos / ENGELS, Federico, Trabajo asalariado y capital. En Obras Escogidas. Cartago: Buenos Aires, 1957, pp. 48-50.
[3] Sobre esta forma de disciplinamiento permítaseme remitir a LOGIUDICE, Edgardo Violencia. Alienación y desposesión, en AA.VV. Tiempos Violentos. Barbarie y decadencia civilizatoria, Buenos Aires, 2014, Herramienta Ediciones, pág. 159.
[4] Véase MARX, Karl. La pequeña circulación, en Elementos fundamentales para la crítica de la Economía Política. Borrador 1857-1858. volumen 2, Buenos Aires, 1972, Siglo XXI, Pág. 195 y ss.

[5] "La ideología del sistema capitalista en su estado actual es la ideología del consumo individual.  Está gobernada por la idea de que, si cada uno cumple con su deber de consumidor, todo irá bien". AUGÉ, Marc. El antropólogo y el mundo global, Buenos Aires, Siglo XXI, 2014, pág. 87.
[6] Maurizio Lazzarato ha señalado el actual relieve de la relación de endeudamiento desde el registro más amplio de la deuda pública. Al respecto ensaya dos hipótesis: 1) "la idea de que lo social no se constituye por el intercambio (económico y/o simbólico), sino por el crédito", 2)" la deuda es una relación económica inseparable de la producción del sujeto deudor y de su moralidad", es decir la deuda como generadora de subjetividad. Lazzarato sostiene que la crisis revela "que la relación acreedor/deudor devela una relación de fuerzas entre propietarios (del capital) y los no propietarios (del capital)". Tomado de la Introducción al libro La fabrique de l’homme endetté, essai sur la condition néolibérale. Traducción de Mirta Fabre y Darío Bursztyn, en Revista Crisis,  número 7: oct 2011-ene 2012,   http://www.revistacrisis.com.ar/La-fabrica-del-hombre-endeudado.html
[7] La desigualdad que miden las estadísticas opera como si todos los involucrados en el universo de medición fuesen propietarios, unos más y otros menos. De este modo el universo de la pobreza es el de los desfavorecidos y no el de los desposeídos. De esta manera las denuncias de la escandalosa desigualdad que hacen las ONGs, como Oxfam International, o economistas como Piketty o Krugman, no trascienden las jeremiadas caritativas.
[8] El antropólogo francés Marc Augé observa que la superpoblación mundial ofrece oportunidades para bajar el costo del trabajo, los salarios o cualquier forma de remuneración, pero ello no significa que se pueda bajar el consumo. "De allí -dice- el auge de las obras caritativas, ligado al crecimiento de la pobreza, dentro mismo de los países desarrollados. ¿Hay que ver en ello una contradicción y la amenaza, en su momento, de un retroceso de la demanda y del consumo, o es la prueba de que el sistema puede contentarse con el mercado existente, la renovación de los productos y la creación de nuevas necesidades que sustituyen el crecimiento de la clientela y perpetúan de ese modo la existencia de una clase de excluidos? […] el corazón del problema sigue siendo el incremento de la brecha entre los más ricos de los ricos y los más pobres de los pobres. Si se incremente es precisamente porque, a pesar de los esfuerzos que pueden hacerse aquí y allá, nos encaminamos a una sociedad global de tres clases: los oligarcas (figuras gloriosas de individualismo en todos los dominios), los consumidores, y los excluidos, aquellos incapaces de cumplir con el deber de consumidores". AUGE, Marc. Op.cit. pág. 104.
[9] Al respecto HERNANDEZ ZUBIZARRETA, Juan. El Derecho comercial Global frente al Derecho Internacional de los Derechos Humanos. En http://www.enlazandoalternativas.org/spip.php?article243

TEITELBAUN, Alejandro. Las multinacionales del capital y de la producción, los mercados y los derechos humanos. http://www.seipaz.org/documentos/2013FSIP_Teitelbaum.pdf . LOGIUDICE, Edgardo. El marxismo y la propiedad privada. ¿Hay una nueva propiedad privada? Revista HERRAMIENTA web, n° 9, agosto 2011.  http://www.herramienta.com.ar/revista-web/herramienta-web-9