martes, 22 de noviembre de 2016

El gobierno mundial.

El 7 de octubre se reunieron los ministros de finanzas del G20.
Avisaron que crecen los riesgos económicos globales.
Les preocupa el Brexit, la vulnerabilidad de los mercados financieros, la megadeuda y la desaceleración de China  y la retórica populista de Trump.
Los voceros de los poderosos están muy asustados. Amedrentados.
Los poderosos se aterrorizan cuando pierden el control de la gobernabilidad. Cuando pierden el control de los perdedores. 

Después de haber fomentado la especulación financiera, primero a la sombra de los bancos y luego a cara descubierta, sus turbios negocios a-legales e ilegales que dejaron el tendal de desamparados, la desigualdad más siniestra y no habiendo ya donde invertir con  mínimas seguridades, chillan por la transparencia.

Después de haber generado el consumismo de ganadores que servía de base para apalancar la venta de presuntas ganancias futuras, con futuros y derivados alejados de la producción, ascendiendo al grado de clases medias a sencillos laburantes, cuando éstos quedan fuera de juego porque los cambios tecnológicos y los ajustes fiscales así lo disponen, ahora les reprochan que oigan los cantos de sirena de la retórica populista.
Y, ahora, genios politólogos, apólogos de la democracia representativa electoral, se preguntan si es útil consultar a los pueblos. Después del Brexit y la paz de Colombia.
Ahora, después que la farsa representativa mostró su desnudez con el show chabacano, pornográfico y maloliente del “debate” Hillary-Trump, basculando sobre el terrorismo de su terror.

Los grandes economistas descubren ahora que los problemas de la deuda frenan la economía y que la “inversión” financiera acentúa la tendencia a la concentración de la riqueza agravando la caída de la demanda, ensanchando cada vez más la desigualdad que, sin espejitos de colores, deja al desnudo la pobreza. Los perdedores que se les disparan hacia cualquier lado.   

Ahora reniegan todos ellos de la financiarización, después de haber aplaudido los salvatajes a los bancos en la crisis financiera del 2008, que no fue otra cosa que socializar sus pérdidas. Salvataje, decían, porque era una situación excepcional, ignorando lo que había advertido uno de ellos, pero más lúcido: las crisis nacen del funcionamiento del sistema. Hyman Minsky, de la Universidad de Chicago, no un marxista de la Universidad de París.

Los dominantes y sus criados están desorientados. Llegan hasta a abjurar de los tratados de libre comercio.
Creyeron que con un poco de pan, o comida chatarra, y algo de circo, o industria del entretenimiento, las deudas de la pirámide de Ponzi podían ser eternas. Que con ello el Imperio de la lex mercatoria en las finanzas estaba asegurado y consecuentemente el de los emperadores de la tecno-idiotocracia.
Y se encontraron con lo que generaron, un país con muchos blancos rubios empobrecidos y embrutecidos. Que están optando por el post-fascismo, como dice Traverso a falta de un neologismo más adecuado.
No les queda más recurso que transferirles su propio terror para que orienten su bronca peleando entre iguales, como gladiadores, para regocijo y entretenimiento de los poderosos. Y el resto de la plebe, a los leones.

Confiaron que la Ley de Moore, una forma de la  teoría del derrame, la estrategia de la obsolescencia programada, seguiría siendo la base de la titularización y su conversión en dinero de las expectativas de ganancias. Y de paso la amortización anticipada de los costos brindaría bienes para seguir fomentando la ilusión de clase media.
La propia revolución tecnológica, con la sola mirada del tecnócrata idiotizado por el crecimiento indiscriminado de los PBI guiado por los beneficios financieros a cualquier costo, se encargó de generar la expulsión de los obreros industriales. Sin red de seguridad, merced a la robotización. Ahí quedaron los blancos y rubios vueltos de golpe indigentes, viviendo –en el mejor de los casos- en lo que los yanquis llaman caravanas, es decir casillas rodantes.

Para peor la libertad de circulación de capitales puso de moda los Tratados de Libre Comercio y se abrieron las puertas de la de la Organización Mundial del Comercio a la, en ese momento, mano de obra esclava de China.
Los hogares de bajos ingresos, con esos productos más baratos, parecían beneficiarse con mejores precios, ayudados además por el endeudamiento de hogares. Claro es que, al mismo tiempo, la entrada de esos productos importados drenó la producción y creció el desempleo que la mísera asistencia no pudo paliar.

Ahora –dice un artículo de Peter S. Goodman en The New York Times- “La nominada demócrata, Hillary Clinton, ha dado un giro de 180 grados al oponerse al enorme pacto de libre comercio que abarca la Cuenca del Pacífico que apoyó siendo Secretaria de Estado”.
Y en la misma nota cita a Chad P. Bown, experto en comercio del Instituto Peterson para Economía Internacional en Washington: “Los debates que estamos teniendo sobre la globalización y el costo de ajuste son conversaciones que debimos haber tenido cuando pactamos el TLCAN, y cuando China entró en la OMC”. (El TLCAN es el tratado de libre comercio de Norte América, conocido como el NAFTA).     
Tarde piaste. Los perdedores no saben de macroeconomía.

Ahora los aprendices de brujos del G20 reunidos en Washington, reunión a la que asistió el ministro Prat Gay, preocupado porque en la volatilidad de los mercados financieros el ceomacrismo no alcanza a hacer pie, están aterrorizados.

Pero no están asustados por una revolución social –que según una mala tradición cree a pie juntillas- seguiría a esta crisis que, en una economía hegemonizada por el capital financiero, la abarca a toda y en todo el globo. Están asustados porque los caballos se les desboquen, se hagan in controlables y, con ello, se desvaloricen  todos sus activos, los financieros y los otros.

Ellos están asustados por los resultados de lo que hicieron. Nosotros no supimos y no sabemos ni medianamente bien que es lo que hay que hacer, salvo, naturalmente, resistir.


Edgardo Logiudice

Octubre 2016. 

sábado, 12 de noviembre de 2016

El lobo Trump, el charlatanismo, los disfraces y el pánico.

A este tipo lo parió el capitalismo financiero y aunque parece un hijo bastardo es probable que ello sea porque hay algún  falso mutante en su ADN.
Mutar, cambiar, cambiemos. Trans-formar, cambiar la forma, las formas emergen como una exigencia del cambio, los cambios ya existentes. Perceptibles e imperceptibles y, muchas veces tardíamente perceptibles.  Como fenómenos fuera de lo ordinario, la mujer barbuda, el hombre lobo, el lobizón. Y detrás del fenómeno extraordinario el miedo. El vértigo, dice Ignacio Ramonet, de un mundo que se derrumba. ¿Cuál?

Quinientos mil millones de dólares para infraestructuras es un punto del programa de este desarrollador de emprendimientos inmobiliarios. Acompañado del proyecto de desmantelar las regulaciones financieras. Con ello, dicen, se generaría el empleo. Para los blancos, rubios y anglosajones. Dicen, dijo. Muchas cosas se dijeron y se dicen.

Ramonet dice que hay cosas que no se dijeron. Que no dijeron los que dicen, los grandes medios porque se sintieron agraviados. Y las cosas que éstos no dijeron serían las malas, las que producen el pánico y el escándalo. Y dicen los que dicen que saben de etimología que escándalo significa trampa. Los medios, pues ¿cayeron o contribuyeron a la trampa? De Trump.

Y las cosas que Donald dijo, y no serían tan malas; serían las buenas que supieron interpretar los electores blancos, poco cultos a cuyos bajos instintos apeló el estilo directo maniqueo y reduccionista del ultraderechista no convencional de la derecha de la derecha, seducción de la estrella archipopular de la telerrealidad. La “rebelión de las bases”.  

Porque Trump es un “perfecto proteccionista” que, además rechaza los recortes neoliberales. Línea que se condice con bajar el precio de los medicamentos, resolver el problema de los sin techo, reformar la fiscalidad de los pequeños contribuyentes y suprimir el impuesto federal que afecta los millones de hogares modestos.
Mucho más aún. Contra la arrogancia de Wall Street propone aumentar los impuestos a los corredores de hedge funds, los fondos de riesgo, el corazón del capital financiero.

“Fin de los cuarenta años del neoliberalismo y la globalización financiera”.
Y de la “democracia como modelo” para dar lugar al autoritarismo identitario que ya se manifiesta en muchas partes y en particular en la Francia de Marine Le Pen.

Y por acá se repite. Lo que dice Ramonet.
“El mundo está abandonando el neoliberalismo, girando hacia políticas más proteccionistas…” repiten algunos difusores, y lo repitió la abogada Fernández de Kirchner. Algunos macristas, algunos massistas y eminentes politicólogos, también.

Neoliberalismo parece una palabra mágica, suficiente para no indagar los mecanismos reales del capitalismo. O la complicidad vergonzante. Y Estado la palabra que evita señalar que la mentada crisis de la representatividad política, a que alude también la ex-presidenta, no es más que la mentira representativa que anula la democracia.
Un disfraz. Que ya no es siquiera máscara. Trump no ha dicho que pretende hablar ni empoderar a nadie. Se mostró, no por nada es empresario de entretenimientos (y de juegos de azar) y showman reality. Y no es el primero. En disfrazarse mostrándose como es. Se disfrazó Obama, en el Norte. Pero hubo y hay disfrazados en el Sur. Ahora ganan los que se muestran como son. No precisan mamelucos, ni ponchos, ni birretes, ni inventarse pasados, ni glorias ajenas.

Y son los que, montados en ella, generaron la pobreza política, su raquitismo reducido a esqueleto electoral, los que niegan la realidad de esa pobreza ciñéndola sólo al bolsillo.
“No hubo un voto racista, no caigamos en los estereotipos”, pidió en relación a las expresiones misóginas y xenófobas vertidas por Trump durante la campaña, “sino que los americanos votaron principalmente romper con un modelo económico que les quitó el trabajo y la casa”.
Quizá no nos engañamos si pensamos que no se trata simplemente de “conceptos culturales falsos arraigados en la sociedad”, sino taras generadas por la barbarie de un sistema. Taras que si, como con Ramonet, entran en la lobotomización es porque alguien es lobotomizador.
Resulta por lo menos irónico que quién ve a Trump como adalid (¿líder?) del proteccionismo, emergente del fin del neoliberalismo, lo pretenda hacer desde el pensamiento crítico: “erradicar desde el pensamiento crítico, cultivado en las universidades como éstas, esos conceptos culturales falsos arraigados en la sociedad”.
En su descargo digamos que también el pensamiento crítico es utilizado como un comodín elusivo, difícil de definir si no es frente al “pensamiento único”. Precisamente del neoliberalismo, que sirve tanto para un roto como para un descosido si no se refiere a procesos precisos y determinaciones concretas.   
Y, en fin, que la pobreza no tiene el olor de santidad que percibía en ella San Francisco de Asís, ni la limitación concreta de pensar con las tripas. Cuando así lo hace es porque no tiene qué comer. Y de eso se encarga el capitalismo en cada situación concreta. La forma de la pobreza hoy es la desigualdad.

De lo que no se dice es del horror al ahorro. Forma que tienen los economistas, algunos, de llamar a la generación especulativa de la economía de la deuda, la volatilidad y la hiperliquidez que amenaza que todos los activos imaginarios se hagan humo. De la que vivieron, viven aún, esas castas de las que están decepcionados los bárbaros e incultos blancos que ya no se sienten clases medias. Los presuntos beneficiarios de los puestos de trabajo del refugio tangible de las infraestructuras a que irían a parar los 500.000 millones de dólares de los que andan sobrando. Ahora más desregulados y con costos de gestión más bajos, las de los corredores.
Para eso llamó Donald a sus antiguos amigos, compañeros y financistas de la JP Morgan Chas & C°, Jaime Dimon, ahora también a Steve Mnuchin, de la Goldman Sachs. Y, para eso es necesario derogar la Ley Dood-Frank de protección al consumidor que, según el Presidente electo, “hizo imposible a los banqueros funcionar”, prestar dinero y, por tanto hay que desmantelar.
Ramonet dice que para explicarse cómo llegó este personaje al poder sin que todos sus electores estén lobomotizados tuvo que hendir la muralla informativa  y analizar el programa “completo”, parece que se comió la entrevista que le hizo nada menos que Reuter el 17 de mayo último. Y, en suma, que los lobomotizados tienen el sentido común, pero –según el histórico de Le Monde Dipomatique- “en las tripas”, no en el cerebro ni la razón, donde llegó su discurso “emocional y espontáneo”.
Es extraño las cosas que se dicen cuando antes no se dijeron. O cuando alguien se espanta ante el vértigo a lo nuevo.  

Pero hace falta bajar el déficit majestuoso. Y tampoco aquí mucho de nuevo bajo el sol de la Agenda 2030 del G20. Y del macrismo. Se trata de “incentivar la repatriación de los beneficios generados por las multinacionales estadounidenses en el extranjero, que superan los 2,4 billones de dólares”. Este es “nuestro escenario base” dice SiEthan S. Harris, economista del Bank of America Merrill Lyinch.
Quizá emergente de una estrategia, o de su intento.

Por eso el final es abierto. El horror y el miedo al vacío de los poseedores del dinero puede jugar a la carta más racional, pero precisamente lo más racional no es lo que impera. Menos cuando los locos se desbocan. Y si algo se puede decir de Trump es que es bastante bocón.

No soy gurú, por lo tanto, después veremos. De una cosa estoy seguro: no nos debe paralizar el miedo. Es contagioso.



Edgardo Logiudice
Noviembre 2016