lunes, 20 de junio de 2011

Deudocracia. Rebeliones en la dialéctica del consumo.


El objetivo del capital es su acumulación en forma ampliada.
Para ese objetivo, o finalidad, cualquier aspecto del mundo económico es un medio.
El capital ha logrado que el consumo sea una forma de acumulación.

Si toda riqueza no es más que trabajo humano aplicado, la acumulación significará la apropiación de ese trabajo.
La condición para esa apropiación es la disposición de los medios donde ese trabajo es aplicado.
La condición de la acumulación es que, de ese trabajo aplicado resulte más valor que el necesario para reponer la capacidad de aplicación del trabajo.
La aplicación de capacidad de trabajo es un medio de ampliación del capital.
La apropiación de la capacidad de trabajo se realiza por medio de la compra de esa capacidad. Queda así a disposición de quien la compra, como cualquier otro medio.
La clave del modo de producción y apropiación capitalista reside en la facultad de disposición de la capacidad de trabajo.

Sobre esa base que es, a la vez, el punto de partida, se desarrolla un proceso complejo de circulación y distribución del capital en sus distintas formas. El proceso se desarrolla sin que la base desaparezca, pero no necesariamente la forma productiva del capital debe ser predominante, como lo era en la época de la gran industria.
El capital mercantil ha sido condición y punto de partida histórico del capital industrial o productivo. La forma mercantil sigue siendo, para todo el capital, un presupuesto. No hay capitalismo sin mercado, regulado o no. Sin embargo, el capital mercantil no es predominante respecto al industrial. Por el contrario, el capital mercantil es resultado del desarrollo del capital industrial. Se trata de una inversión: lo que fue punto de partida, tanto histórico como lógico, devino resultado del proceso desarrollado.
La forma mercancía fue el presupuesto del capitalismo industrial y éste ha mercantilizado toda forma de riqueza. Lo que ha cambiado es la predominancia, la posición dominante de un aspecto del proceso general.

Pero si la economía mercantil obtenía su ganancia, siempre trabajo, de la diferencia entre la compra y la venta, el capitalismo industrial no. La obtiene de pagar su valor de reposición, sólo que ésta es capaz de generar más valor que ese. Sin embargo la forma sigue siendo la de la compra venta, como la de cualquier mercancía.
La economía mercantil no consumía trabajo ajeno o, mejor, no era (ni es aun para el pequeño comerciante) la actividad predominante para el logro de la ganancia. El aspecto en que se desarrollaba era la circulación y el intercambio. No la producción.
Para el ciclo del capital mercantil la producción queda afuera. Para él la producción es una condición, como lo es también el consumo, tanto de capacidad de trabajo como de subsistencia.
Del mismo modo, para el capital industrial, la circulación y el intercambio son actos externos. El fin de su ciclo se realiza con la venta de sus productos al comerciante. Lo mismo sucede con el consumo de subsistencia. Queda fuera del ciclo de producción.  

La economía financiera, como la mercantil y la industrial, no se inicia en la modernidad, pero ese aspecto de la economía, como el mercantil y el industrial, sólo son capitalistas con el predominio de la producción industrial fundada en el salario. La apropiación del trabajo ajeno por ese medio de matriz mercantil.
Tanto para una economía mercantil como para una industrial son necesarios acopios de dinero disponible para comprar, sea productos ya terminados como mercancías, o sea como elementos para ser transformados. En ese sentido, cualquiera sea el origen del dinero, una determinada masa disponible es condición de la producción industrial capitalista.
El dinero es, entonces,  un presupuesto lógico y un punto de partida histórico del capitalismo industrial. Esa masa de dinero sólo será capital si entra en el proceso productivo industrial, de lo contrario sólo será ahorro o tesoro.
El capitalismo industrial finaliza su ciclo cuando sus productos cuando éstos se realizan como mercancías, es decir cuando se transforman en dinero. El capitalismo industrial produce dinero, más dinero que el invertido en la producción, dado que uno de los elementos adquiridos tiene la capacidad de producir más valor que el necesario para su reproducción.
Mientras no sea nuevamente invertido en otro ciclo no será capital. Ese dinero, que se origina en los excedentes de capital en relación a las posibilidades temporarias de inversión en medios de producción, puede volver a un ciclo productivo. Esto ocurre si se suma a otros excedentes de los que resulta un monto adecuado para una nueva inversión de cualquier otro capitalista. Esta sumatoria de excedentes se realiza en los bancos, dando lugar al capital bancario o financiero. El capital industrial es la base del capital financiero. Sólo cuando este último se desarrolla, su presupuesto lógico y punto de partida histórico se transforma en resultado.
Pero para que ese excedente sea capital deberá hallar su forma de apropiación específica de apropiación del trabajo ajeno. Esta forma no es mediada por una compra-venta, como el capital mercantil, ni por la forma salario, como el capital industrial. La forma es el interés que percibirá del capitalista industrial al que lo preste y éste lo sumará a los gastos de producción, con lo cual, para él, es una merma de las ganancias. Si sus ganancias provienen del resultado de la inversión en esa capacidad de trabajo que produce excedente, el interés del capital financiero, será una parte de ese excedente. Se trata, entonces de una forma indirecta de apropiación del trabajo ajeno por medio del crédito, en la medida que el préstamo tenga como destino el consumo de fuerza de trabajo. Tenemos así, préstamo para el consumo productivo.

Hasta aquí el consumo de subsistencia, es decir el consumo que no interviene en la producción, el que reproduce la vida, tanto del capitalista como del trabajador, permanece sin entrar en el ciclo del capital sino como condición, exterior a éste, para renovar otro ciclo productivo.
Pero, cuando la producción sobrepasa el límite del consumo, hay dos posibilidades, o destruir la producción o acrecentar el consumo. Las guerras o el préstamo para el consumo. El préstamo para consumo es un fenómeno de posguerra.
El objetivo de las guerras no puede ser sino la perspectiva de la iniciación de nuevas producciones, de lo contrario se termina el sistema. Pero la nueva producción requiere consumos de fuerza de trabajo, y esa fuerza de trabajo no es sino el consumo de subsistencia transformado en energía humana, física e intelectual.

El consumo de medios de subsistencia es improductivo para el capital pero productivo para el trabajador: de él resulta la renovación de su capacidad de trabajo, físico (con determinadas habilidades) e intelectual. El trabajo intelectual no es nada si no es aplicado, pero no es el productor intelectual, en las condiciones de un sistema de apropiación capitalista, el que está en condiciones de aplicarlo. Como cualquier otro trabajo el productor debe venderlo. El capitalista lo aplicará siempre que le signifique mayor ganancia, esa es su lógica o la lógica del sistema.
De la aplicación de la inteligencia, es decir información, a los medios mecánicos, resulta la robótica que ahorra costos, supliendo la energía física de la fuerza de trabajo. Ahorra, por lo tanto salarios en consumo de subsistencia. Igual o más producción con menos consumo de subsistencia.
Pero además los productos de la inteligencia, aunque en la etapa de la investigación y desarrollo signifiquen una fuerte inversión de capital (que no necesariamente desembolsará el capitalista industrial: para eso están las universidades que solventan los contribuyentes), una vez logrados tienen una ventaja adicional sobre los productos de la producción física. No se consumen en el primer uso. Cualquier producto de la inteligencia soporta una cantidad infinita de usos, a diferencia de la energía física que debe ser renovada diariamente. Su límite es la obsolescencia, es decir, la aparición de otro producto más eficiente.
Pero esto significa que, hasta que ello ocurra, algún productor de productos inteligentes estará de más. De ello resulta que no se invertirán en él salarios y, por lo tanto, una imposibilidad de consumo de subsistencia.
Tenemos aquí buena parte de no consumidores por devenir no productores. Probables rebeldes.
Sin embargo la producción debe continuar y, para ello, su condición es el consumo.
El capital financiero viene ahora en el auxilio del capital industrial para mantener su propia base y su propio presupuesto lógico. No se financia la producción sino el consumo, condición de la producción y, de esta manera, de todo el sistema capitalista. 
Es así como el capital financiero reproduce como resultado lo que es su base y fue su presupuesto lógico e histórico: el capital industrial.
El capital financiero invierte en consumo: el consumo cae ahora dentro del ciclo del capital.

Los medios de subsistencia no se reducen a la alimentación, el vestido y la vivienda. Los medios de subsistencia son las condiciones generales de vida. Comprenden la salud, la educación, en fin, el conjunto de las necesidades de la vida humana. Esto significa también el transporte, las vías de comunicación, las urbanizaciones, la provisión de agua, energía, en fin, lo que llamamos infraestructura. Eso también se consume, aunque no se agote al primer uso. Allí también funciona el préstamo para el consumo a través de los Estados.
El préstamo para el consumo, individual o colectivo, para el que lo toma es una deuda.
El acreedor es el capital financiero.
El capital financiero adelanta en bienes ya sea los salarios o los impuestos. Estos últimos, en definitiva, no son más que representación de capacidad de trabajo. Directa, cuando proviene de los salarios, indirecta cuando proviene de impuestos sobre ganancias, es decir, sobre aplicación de capacidad de trabajo excedente. 
En la lógica de la propiedad privada las deudas deben pagarse. Si lo que se adelantó fueron salarios o impuestos, deberán pagarse con ellos. Es decir, con salarios o impuestos. Es decir, con trabajo que aun no existe o, lo que es lo mismo, con trabajo futuro. Los préstamos hipotecarios constituyen el caso más elocuente. Lo que está hipotecado es el futuro. A través del consumo como generador de deuda.

El consumo ha sido finalidad tanto real como ideal de la producción en las sociedades precapitalistas. Con el capitalismo industrial dejó, para éste, de ser finalidad real: su objetivo de logra con la venta. El consumo de subsistencia es indiferente al capitalista. Sólo permanece como ideología: finalidad ideal, dice Marx, la de satisfacer las necesidades humanas. 
El consumo ha pasado, de ser finalidad real o ideal, a ser medio.   
Ya no la compraventa mercantil, ni el salario, ni el interés,  sino el consumo es ahora la forma de apropiación del trabajo ajeno.
Las demás formas no desaparecen, pero restan subordinadas a ésta. Como el capital industrial, cuando fue predominante, resuelve su ciclo temporalmente, de forma independiente de las demás formas. Su propiedad es, ahora,  no la tenencia material o tangible de los bienes, sino la ganancia futura, un bien intangible. Es propietario quien tiene el control de esas ganancias. El capital financiero se sustancializa, para utilizar la expresión de Marx respecto al capital mercantil.  
Como tal propietario puede disponer de ellas, como el usurero de su dinero, el mercader de las mercancías, el capitalista industrial de sus productos. Vendiéndolas,  prestándolas o usándolas como garantía para cualquier transacción. Dispone de ellas. Como capitalista dispondrá para obtener otras ganancias, es decir para acumular. Esa ganancia intangible, no ficticia, se contabilizará como activo intangible: capital intangible, no ficticio. Tan intangible como cualquier representación contable del capital, que no será tal si no logra plasmarse en bienes tangibles. Sólo que esta forma del capital se logra a través del consumo.
Mientras tanto la posibilidad de control asegura la probabilidad de tomar decisiones que afecten a grandes grupos humanos. Es decir de gobernar. Más que elocuente, entonces, la expresión deudocracia. Gobierno a través de las deudas. Originadas con el consumo como medio, cuando en realidad es necesario satisfacer las necesidades humanas. No es el consumismo, como sugiere la Merkel, sino el capitalismo financiero, el que genera la deuda. 

Rebeliones, como las que han generado esa expresión, son rebeliones en el universo del consumo. Siendo éste la forma de apropiación capitalista predominante, esas rebeliones contienen una potencialidad anticapitalista. Así se manifiesta en el conjunto, ni homogéneo ni coherente, de las expresiones de indignación.
Cada época histórica tiene sus formas de rebelión, conforme sea la forma de dominación. Los campesinos a través de la lucha por la tierra y contra su propiedad, a la que, atados, entregaban su trabajo al señor; los obreros industriales a través del salario y contra el salario, con el que el capital expropia su trabajo; los actuales excluidos a través del consumo y contra el consumo como medio, que les expropia el futuro.
No se trata, me parece, como pretende Negri, de una multitud amorfa, sino de los nuevos dominados a través del consumo.
Sus formas de organización y lucha son también distintas, pero siempre se trata de acciones colectivas. Es decir, co-operativas.



Edgardo Logiudice
Junio 2011.

  
Bibliografía.

Carlos Marx: Introducción del 57, El Capital tomo II.

jueves, 16 de junio de 2011

Nos, los representantes… Que no, que no, que no nos representan…

Pesquisas sobre la democracia representativa electoral.

No soy sólo lo que compro, por qué lo compro y a quién se lo compro.
Manifiesto Democracia Real Ya.

"nous allons boire le vin à trois sous".  Citado por Rudé, George "La multitud en la historia (estudio de los disturbios populares en Francia e Inglaterra 1730-1848)".


Puerta del Sol, Madrid, Mayo, 2011.
Sobre una gigante publicidad de L´Oreal se extiende una pancarta con la imagen de Himmler con las orejas del ratón Mickey, el signo del euro y la frase “No nos representan”. Debajo, en la plaza, los manifestantes coreaban Que no, que no…  
Los indignados lograron permanecer con sus carpas durante el acto electoral.
La participación general en los comicios fue del 66,23%, casi 3% más que en el 2007. ¿Paradoja?

Octubre 2001, elecciones legislativas en Argentina: “voto bronca”. El rejunte de blancos, anulados, abstención, 501, sumó más de un tercio del padrón. Diciembre en adelante, lo que todos conocemos: QSVT.
Menos de dos años después, en las presidenciales, si bien la participación baja en relación a 1999, es mayor que la del 2007, y supera el 78%.

Por supuesto que, en conjunto, se trata de fenómenos no necesariamente comparables. Pero lo cierto es que parece haber acá, como se dice en las novelas policiales, un “punto ciego”, algo que no encaja. Algo más que una paradoja. Y algo más, me parece, que trabajo para politólogos, sociólogos, psicólogos sociales y antropólogos.

“Crisis de representatividad” es la expresión de muchos “cientistas” políticos. Quieren decir con ello que los partidos políticos, o los parlamentarios o los gobernantes, no representan las aspiraciones o las demandas de sus electores: “la política alejada de las masas”. Bastaría sólo acercarla con reformas electorales, elecciones primarias, “nueva forma de hacer política”.
Tal mirada se apoya en algunos presupuestos: una concepción de la política, un significado del gobierno y una idea de representación.
Política como actividad vinculada al Estado-nación y la maquinaria electoral, Estado diferente y más allá de los gobernantes y representación electoral como única forma de legitimidad democrática.

Como en las policiales también, si encontramos algunas huellas, es probable que demos con el o la sospechosa.
La política vinculada al Estado, al menos en Occidente, es un fenómeno moderno, desde que se concibió la separación de la Iglesia del Estado. El Imperio no era el estado-nación sino el Estado-Iglesia. No hay allí maquinaria electoral. El Imperio no es sino la ejecución y administración de la conquista. Su maquinaria es la ocupación bélica.
El gobierno es el Imperio investido por la Iglesia. La Iglesia es la administradora de la divinidad. La legitimación del gobierno imperial es divina. En los reinos, la estirpe de la nobleza guerrera. Tanto en las prácticas como en el pensamiento la fe religiosa y la guerra inundaban la vida pre-capitalista.
Son las comunas burguesas las que imponen el Estado-Ciudad, la elección de los gobiernos entre los pares y la legitimidad electoral. Los pares son los burgueses comerciantes y manufactureros. Su cotidianeidad es el contrato: la fe en la palabra humana antes que la divina. El gobierno se legitima en un estatuto, en un pacto, no en la Ley de Moisés. La fe ha pasado de la Biblia a los contratos. La ley humana se sobrepone a los mandamientos bíblicos. Los gobernantes representan a la ciudad, a los ciudadanos. La unidad del sistema no la provee ya la religión sino el derecho de la ciudad.
La ideología heredera bastarda de la teología y la racionalidad de las universidades son la cuna de este nuevo “pegamento” social.

La sospecha recae sobre la teología, cuyas estructuras perviven en el sentido común. 
El derecho, híbrido de fe y razón, donde la fe ha perdido hegemonía frente a la razón calculista, dará origen a la razón mayoritaria, numérica, de la democracia electiva. Procedimiento racional de elección de los gobernantes entre los pares, los iguales, ciudadanos libres, no sujetos a ningún dominio personal, de la ciudad. Ficción jurídica de la mayoría como totalidad, “como si” fuese un convenio, ya no el pacto con el monarca: un contrato. Como un contrato de “sociedad”, de los mismos con que hacían una comanda para fletar un navío o cualquier empresa comercial. El derecho daba ahora unidad al sistema de relaciones sociales. La lógica jurídica se erigirá en paradigma de las propias ciencias, que empiezan a regirse por protocolos y normas de procedimiento, abandonando la retórica y la dialéctica.
Pero la fe religiosa, que los teólogos pueden concebir como gracia divina, no es un vacío. La fe se orienta, ha sido orientada, al menos a tres elementos de una representación: la trascendencia omnipotente de Dios,  la Encarnación de lo divino en lo humano y la promesa de la beatitud, le felicidad,  la plenitud de bienes y saberes en la presencia de Dios.
No es difícil ver como la promesa encontró terreno fértil en el contrato. Éste no es en realidad más que una promesa o, mejor, la confluencia de dos promesas. No hay contrato sin fe en el cumplimiento, y la contratación, con la matriz mercantil del capitalismo, tiñe con su luz toda la vida humana. Su hibridación no es difícil en el terreno de la razón instrumental de los intercambios. Intercambios que dan lugar al derecho privado. Con ellos no será necesario esperar de la Providencia divina, la industria humana proveerá la salvación terrena.
La estructura de la representación acogerá el misterio de la Santísima Trinidad. La misteriosa pero omnipotente voluntad del Pueblo, trascendente como Dios, a través del Espíritu Santo electoral, hará presente en el hijo gobernante, que participa así de la naturaleza divina y humana, carnal. Hará aparecer como Uno lo múltiple.
El pueblo ausente, no visible, se hará presente, se re-presentará en sus gobernantes. 
La depositaria de esa verdad ya no es la Iglesia sino el Estado, que no interpreta la Ley de las Escrituras, sino la aquella voluntad en forma de norma jurídica.
La fe en la prosaica contractualidad de las relaciones de intercambios mercantiles y, sobre ella y para garantizarla, el contractualismo de la representación, que legitima al Estado.
La matriz mercantil de los contratos es el presupuesto del capitalismo: no hay capitalismo sin los contratos que suponen la libertad e igualdad de los individuos en la ciudad, primero, en el Estado-nación, después.  
No hay capitalismo (manufacturero, primero, industrial, después) sin Estado que garantice los contratos, como  no hay servidumbre sin Iglesia que invista, legitimando, el poder de emperadores, reyes y señores. El procedimiento legal-estatal inviste ahora a los representantes.
Cuando, con el fordismo, el capitalismo industrial llega a su plenitud, el Estado moderno también. La contractualidad que portan las mercancías, abarcando el planeta, subordinan todas las formas: el Estado es el Estado de Derecho. La guerra, aunque intermitente, aparece como una excepción.
La promesa es el consumo que, con Ford, no es más que la necesidad de la reproducción ampliada del capital. La producción manda, el capital se acumula hasta desbordar lo límites de la misma producción. El trabajo presente, en acción no basta para absorber  todo el capital. Hay que invertir en trabajo futuro y, en la competencia entre capitales, menos en trabajo vivo. Hay que generar consumo, ya no con mayores sino con menores salarios, o descubrir un trabajo que tenga menos costo. Una fuerza de trabajo que insuma menos energía humana que renovar, reproducir.
Tal fuerza es la inteligencia. Una idea, un proyecto, una fórmula, puede usarse muchas veces sin sufrir más desgaste que la obsolescencia frente a una nueva idea, proyecto, fórmula. Proceso de producción revolucionado de pe a pa: informática, robótica,  inteligencia artificial, nuevos materiales. Menos insumo de energía humana en la producción, más energía en base a recursos naturales no renovables, asequibles por formas de apropiación entre bárbaras y neo-coloniales. Capitales disponibles que no pueden quedar ociosos. Autonomización y dominancia del capital financiero. La palabra clave es “monetizar”, ya no “mercantilizar”. El mercado de las mercancías es, para los que están afuera, una esperanza, para los que están adentro una ilusión y, para los financistas, un medio de apropiación real de ganancias. Correspondan a plusvalía pasada (fondos de pensión, bienes sociales), presente (realizada en el ciclo productivo) o futura, virtual, intangible.
Nada de esto ocurría por Mayo del 68, con el que se pretenden hacer equiparaciones. La crítica no apuntaba sino, precisamente, al fordismo. Tanto el toyotismo como la organización autónoma del capital financiero, en Estados Unidos, llega en los ochenta.
En todo caso lo común quizá resida en la relación de los jóvenes con las perspectivas de un futuro que, ni entonces ni ahora, el capitalismo industrial ni financiero, pueden alejar de la alienación. 

Tras la pista del sospechoso se podría hacer acá, quizá, demasiado fáciles metáforas teológicas entre Dios y el poderoso caballero, fuera de la visión inmediata del hombre, omnipotente y providencial. Creo que sería una pista falsa. Obra de literatos teólogos en busca de paradigmas sugestivos o creencias proféticas de los Testigos de Jehová.
Lo cierto es que el capital, el sistema de mecanismos económicos terrenos, no puede sino buscar incrementarse. Si no es por la producción actual, será por la virtual y probable producción futura. Porque es cierto: sin producción no hay plusvalía. Pero puede haber ganancias si se apuesta al trabajo futuro. El mecanismo es la deuda y el consumo presente puede generar deuda futura que alguno va a pagar. Después de Menem y no lo sabía la Alianza, después de Aznar y pareció ignorarlo Zapatero. Creo que es éste el universo de estas rebeliones. Quizá sean rebeliones en el consumo, generador de deudas. Este, me parece, es el papel del consumo. Cosa diversa del consumismo, éste se deriva de aquél. No al revés. El consumismo es una desgracia, el consumo una necesidad. De los dominados para subsistir lo mejor posible, de los dominantes para apropiarse del trabajo ajeno.

El consumo se ha transformado de finalidad ideal de la producción, como decía Marx, en medio de apropiación del trabajo ajeno. Las rebeliones por la subsistencia siempre han existido, pero en otros universos. Universos de bienes tangibles, la tierra, los instrumentos de trabajo, las fábricas. Hay ahora otros bienes, intangibles como la misma dignidad, a la que se pone precio con el soborno, el cohecho. De allí la indignación de sentirse despreciables si no es como consumidores. Por eso no los representan ni los banqueros ni los políticos.
Sin embargo subsiste la idea de que la política reside aun en el estado, que éste no es lo mismo que el gobierno, es decir, los partidos, que la democracia sólo puede ser representativa y que ésta se logra electoralmente. Perviven las estructuras del sentido común.
Subsiste la ideología político-jurídica, cuando lo que están haciendo es una acción colectiva ético-política. Ética, se trata de la dignidad; política, su acción genera conductas, diría Foucault. Sus decisiones hicieron que el Tribunal Supremo abrogara la norma prohibitiva de manifestaciones el día de reflexión y el de las propias elecciones.   
La inercia de la democracia, cuando la asamblea se puede hacer sin unir físicamente a la gente. Los indignados, sobre todo los jóvenes, ya son dueños del procedimiento democrático, se apropiaron de la comunicación, en ese espacio rompieron con la representación. Apropiarse de los medios, es expropiar, es reapropiarse de bienes sociales. No es acto sólo un acto de rebeldía, es un acto revolucionario, es mucho más que tirar abajo las barreras para beber el vino más barato. Democracia Real dice que las instituciones representativas no son más que agentes de gestión de “las fuerzas del poder financiero internacional”, a los que ahora los españoles les vieron la cara. Vieron como los usaron: “No soy sólo lo que compro”. Vieron las hipotecas con las que les expropiaron su trabajo.
No obstante confían en la democracia representativa electoral: “No llamamos a la abstención, pedimos la necesidad de que nuestro voto tenga una influencia real en nuestra vida”. “La Democracia Real se opone al descrédito paulatino de las instituciones que dicen representarlos”.
Los indignados se adueñan del modo de comunicación, inmediato y directo, para tomar decisiones, pero triunfa el viejo argumento. El argumento de que por cuestión de número y espacio los pueblos no pueden deliberar ni gobernar sino por medio de sus representantes. Cuando, en realidad, la representación es tan arcaica como el chasqui. La representación no nace en las ciudades sino en las zonas rurales por cuestión de distancia. Leguas de carreta para los hombres de provincias.
Todavía creemos que los gobernantes son algo distinto del Estado. Cuando desde Guillermo de Ockham sabemos que la Iglesia no es más que la suma de hombres de carne y hueso, los obispos, párrocos y fieles. Eso sí, organizados. Sólo la religión o la ideología admiten trascendencias universales.
 
Indignación por la defraudación: delito contra la fe generada en los contratos, a los que ahora es negada la entrada. Aznar y Zapatero, con el euro y la Unión Europea, con la promesa generaron la ilusión, como aquí Menem (no los voy a defraudar) con el F.M.I. Creo que por allí viene el aire de familia de las rebeliones. Quedó en pié la ilusión de la promesa, de la “finalidad ideal”. Sea con Kichner o con Rajoy.
Quizá, hoy, la batalla ética que se genera en el universo del consumo sea la forma inicial de la batalla política. Una punta desde donde comenzar a tirar para ir resolviendo el caso.


Edgardo Logiudice
Junio de 2011. 

sábado, 11 de junio de 2011

Permanente revolución. Algunas cuestiones de la tradición marxista.

No soy sólo lo que compro, por qué lo compro y a quién se lo compro. Manifiesto Democracia real ya. Madrid, mayo 2011.



Una re-evolución.

Creo que desde los ochenta vivimos un estado de permanente revolución en los modos de producir.
En la producción intervienen la energía y la inteligencia humanas. El carácter revolucionario se funda prevalecientemente en los logros del conocimiento, es decir en las ciencias y las técnicas.
En el aspecto material de la producción se manifiesta o consiste en la organización del trabajo condicionada por la robótica. Ello significó la alteración de la organización fordista en las industrias esenciales.
Pero, junto con la informática y las comunicaciones, la alteración no sólo afectó la organización del trabajo, la producción propiamente dicha, sino todo el conjunto de la producción en general, es decir: también la circulación, el cambio y el consumo.
El comienzo y motor del ciclo que, en la Introducción del 57, Marx afinca en la producción propiamente dicha, parece haberse invertido con la hegemonía del capital financiero, que encuentra en el consumo, por vía de las innovaciones y la publicidad, el instrumento adecuado para la apropiación del trabajo ajeno.    
Afectada la producción, sus resultados, es decir los productos, también han sido alterados. No sólo en su materialidad, compuesta de elementos inteligentes, sino de bienes sin materialidad física visible, separados del soporte físico.
Esto ha condicionado los modos de apropiación adecuados al “objeto”, determinando alteraciones profundas e innovaciones en las formas jurídicas, particularmente en los que, a falta de nuevos términos, llamamos “propiedad”.
De modo que, si las expectativas del comunismo o socialismo, siguen siendo las de contraponer otro tipo de propiedad a la dominante, resulta necesario indagar como funcionan los mecanismos de ésta. En relación a los bienes fundamentales, por lo menos.
Esas nuevas formas “jurídicas” conservan aun la apariencia o la denominación de las clásicas, y así operan, ocultando con ello esas nuevas formas de apropiación del trabajo ajeno. Es decir, elidiendo las formas de las relaciones sociales de dominación.
Si nuestra tarea sigue siendo la “abolición” de la dominación o, si se quiere, la emancipación del trabajo, entonces habremos de indagar sobre esas nuevas formas de dominación, para adecuar los objetivos y las formas de lucha.
Esa indagación forma parte de la lucha cultural, lo que hemos llamado tradicionalmente la lucha ideológica. Si esto es así, entonces, habremos de seguir inquiriendo sobre el significado de la ideología. Esto me parece hoy ineludible, cuando ella adquiere caracteres normativos que llegan a sustituir el papel que la modernidad adjudicó al derecho. Cuando la principal arma ideológica es la publicidad para el consumo. Es decir cuando ésta da una unidad orgánica al sistema, generando conductas que afectan a grandes grupos humanos, es decir cuando tiene efectos políticos.  

El corte que propongo desde los ochenta, omitiendo deliberadamente una visión dialéctica de los factores originarios del proceso, no es del todo arbitrario. En los ochenta aparecen las primeras manifestaciones de la crisis fordista y la incorporación de la robótica en Inglaterra y el primer gran fondo de inversión en Chicago. 
Abstraigo acá el aspecto socio-político de esta revolución, que quizá pueda caracterizarse como revolución pasiva o, peor aun, contra-revolución (Capella). Es decir que postergo la cuestión del papel del Estado, la situación de guerra permanente y los procesos de violencia y exclusión.


Los bienes fundamentales.

Quizá deba comenzar por la cuestión de los bienes fundamentales, los modos de apropiación y las formas de propiedad. Ello porque probablemente sea, para nuestra tradición, el capítulo más importante de la cuestión de la revolución social. Digo nuestra y digo tradición, porque ya está claro que no hay un marxismo; casi se podría decir con Ockahm que no hay una Iglesia, sino fieles.
Capítulo importante, en efecto, porque, para los que pensaban (y aun piensan) la revolución desde el Estado, la primera tarea es la de la expropiación de los bienes fundamentales. Y para los que no pensamos esa centralidad del Estado, esa tarea de apropiación de los bienes fundamentales significa una re-apropiación del trabajo (físico e intelectual) social. Socialismo o comunismo no creo que signifiquen, en lo decisivo, otra cosa: apropiación social del trabajo social o apropiación común del trabajo común. Pasado, presente y futuro.
Para evitar algún malentendido fisicalista diré que los bienes son tales sólo en relación a los hombres, en cuanto los construye epistemológica o “físicamente” y los usa.  
En el modo de producción capitalista, o sea, la apropiación del trabajo ajeno por medio del contrato de salario, los actos de producción son, al mismo tiempo, actos de apropiación o, si se quiere, la apropiación se realiza en el mismo proceso de producción. Hay una unidad orgánica de los procesos que, si la distinguimos, es sólo analíticamente.
Las características de los bienes fundamentales determinan los actos adecuados para su elaboración. Esto parece una banalidad: la tierra requerirá ciertas formas laborales distintas de las que requieren los materiales de la manufactura. Aunque que ello lo haya indicado Marx, no quiere decir más que eso, no demuestra nada, lo quiero hacer constar.
Pero, si hay una unidad orgánica entre actos de producción y apropiación, es evidente que el carácter de los bienes determinará no sólo el modo de producir, sino el modo de apropiación.
Cuando la tierra y su laboreo fue el bien fundamental la apropiación no podía ser otra que la conquista y la ocupación. La ocupación bélica fue la figura jurídica, la forma, legitimante de la “propiedad”. El rasgo de esta propiedad es, si se quiere, política, no privada. No política en el sentido moderno, sino en el sentido amplio de vinculada al poder.
Este modo de apropiación bélica es, a la vez, un modo de producción: el producto de la acción bélica es, para el apropiador, una nueva tierra. Hay un trabajo bélico para obtener un producto. Ese producto, la tierra, no es tal si no se la labora, para lo cual hay que poseerla, es decir, estar en contacto directo con ella. La posesión es el aspecto principal de esa propiedad política.
El ejercicio efectivo de la propiedad es concedido a quien la trabajará o hará trabajar. Se concede, entonces, el uso de la tierra. Es una concesión real o señorial. La figura jurídica se denomina precaria, y el mismo nombre indica su característica. Es evidente que, ni en la forma política ni en el ejercicio efectivo, esta “propiedad” es la propiedad privada que conocemos. No es el derecho absoluto, exclusivo, excluyente, de por vida y hereditario de las leyes modernas.  


El contrato, matriz mercantil de la propiedad privada.

Este último tipo de derecho se origina con el comercio de bienes inmuebles, frutos y productos de la industria humana, las artesanías y manufacturas. Se va consolidando desde las prefiguraciones de la modernidad, dentro del mismo sistema basado en la tierra, pero en los lugares de desarrollo mercantil. El modo de apropiación es el contrato.     
No basta poseer los bienes para poder cambiarlos en el mercado: es necesario que el que los adquiera no sea molestado en su posesión. Para ello el que los quiere cambiar o vender tiene que tener la propiedad absoluta, exclusiva y excluyente de los bienes que trasmite. No puede ser política, sujeta a los vaivenes del poder, ni precaria, sujeta a revocación del rey o del señor. Su propiedad debe ser privativa, debe poder defenderla contra cualquier otro: contra todos. El mercado genera la propiedad privada moderna. Es la matriz mercantil, punto de partida lógico e histórico del capitalismo que analizó Marx.
Para que el productor que va al mercado, o para el mercader, pueda disponer de los bienes es menester que no esté sujeto a la voluntad de otro. Es decir que no exista la dependencia personal, debe ser un individuo libre. El mercado genera al individuo jurídicamente libre. Capaz de convenir con otro los términos del cambio, lo que considere el equivalente del producto que entrega. Dicho de otro modo, que pueda contratar libremente. El mercado genera el contrato moderno. El contrato es la forma jurídica adecuada para el intercambio de mercancías.
Pero el contrato es la forma también en que un productor puede vender su fuerza de trabajo carece, o ha sido despojado, de medios para producir. Por ejemplo, para un campesino, la tierra.
Por medio de esos contratos quién posee dinero suficiente (aquí no nos interesa como lo acumuló) lo puede transformar en capital, adquiriendo los medios de producción y la fuerza de trabajo y organizando esos elementos para la producción. La matriz mercantil, contractual, es el punto de partida lógico e histórico del capitalismo. 
El fin y la finalidad de cada proceso productivo es la realización del producto como mercancía, es decir volver a la forma dinero para ser reinvertido nuevamente como capital.  Ello significa que las mercancías se venderán a través de contratos de venta y la transformación de dinero en capital a través de contratos de compra. Lo que fue el punto de partida ahora es un resultado ampliado del proceso, pues, en principio, los productos contienen más valor (damos por presupuesto el conocimiento de la plusvalía) que al comienzo del ciclo. El capitalismo produce contractualidad, constituye a los sujetos en compradores y vendedores (individuos independientes, sólo relacionados por los contratos, libres y equivalentes en el mercado). El universo social se mercantiliza. Todos los bienes aparecen en forma de mercancías y el proceso general de la producción es una cadena de contratos. La propia tierra se transforma en mercancía y ya no se adquiere por la conquista sino por el contrato. El carácter de los bienes fundamentales ha determinado el modo de producir (la organización del trabajo), que es, a la vez el modo de apropiación, ya que una vez incorporado el obrero a la producción ha sido desapropiado de su fuerza de trabajo, de la que hace uso, consumiéndola, el capitalista.
Pero el carácter de los bienes, lo hemos visto, ha generado la forma jurídica adecuada para que esa fuerza se incorpore sin violencia física al proceso productivo. Esa figura es el contrato de salario, por la cual la dominación que ejerce quien dispone de los bienes fundamentales sobre quienes carecen de ellos, queda oculta.
No me parece necesario volver acá sobre el carácter de la fuerza de trabajo como mercancía, que oculta el hecho de que es una fuerza capaz de producir más valor que el necesario para su reproducción. Pero sí quiero recordar que la hipótesis es que, en principio, el capitalista paga el valor de ella. De modo que el salario da cuenta sin ocultamiento del valor de la fuerza de trabajo, al tiempo que oculta el plusvalor expropiado. Este efecto de aludir y eludir constituye el aspecto epistemológico de la ideología. El salario es una relación social ideológica.
Pero, dije, el salario es un contrato y, el contrato, es una norma jurídica: derecho. El derecho es una relación social ideológica.
El derecho generado en la sociedad civil es lo que da unidad orgánica al sistema. La cadena de contratos, la forma de todos los intercambios por los que funciona el sistema, es lo que provee la legitimidad, o el consenso, que mantiene la inercia del conjunto de los procesos productivos que, dijimos, son a la vez, el proceso de apropiación.
Por lo tanto el derecho es la ideología que sustenta la unidad y el funcionamiento del sistema capitalista. Es una ideología que determina conductas de grandes grupos humanos. Es, por lo tanto, política.

Sin embargo, el hecho de que la contractualidad sea el rasgo dominante de la modernidad capitalista, no significa la desaparición de los modos ni las formas precedentes.
Por un lado tenemos el desarrollo desigual de los procesos históricos: intersecciones de tiempos de desarrollo que dan lugar a formaciones híbridas. Por otro lado, que formaciones desarrolladas conservan, subordinadas, esos modos y formas precedentes. No sólo en cuanto a los modos productivos sino aun en los modos de apropiación y las formas jurídicas.
Así como no desaparecen formas serviles del trabajo, tampoco el modo de producción bélico desaparece, es re-significado, re-funcionalizado y cumple otras tareas. No se trata ya tanto de la ocupación de tierras como de conquista de mercados, para la obtención de materias rimas y para la colocación de los productos. No sólo que las guerras no desaparecen sino que asumen un carácter colosal: se trata de guerras mundiales. Sólo que están subordinadas a los flujos contractuales que caracterizan al capitalismo de matriz mercantil. La propia maquinaria bélica es ahora resultado del modo de producir capitalista.


Dialéctica epistemológica de la ideología

No se trata de una historia o una arqueología de la ideología. Intento una narración discontinua y analítica apoyada en un modelo de trans-formación, de cambio de formas, es decir una dialéctica.   

En realidad todo contrato es ideológico, no sólo el de salario. Más aun, lo es todo el derecho, es decir, también las normas que sanciona el Estado, pues su efecto es el ocultamiento de la desigualdad y la dominación. Esta afirmación no significa un juicio de valor, ideología es un término para designar un fenómeno social. Su utilización en forma peyorativa es un recurso propagandístico, que no tiene nada que ver con la tradición marxista. Al menos no con Marx y no con Gramsci. Es la constatación del aspecto epistemológico de una relación social.
Este aspecto epistemológico tiene sus antecedentes en el pensamiento teológico-filosófico. Se trata de la añeja cuestión de la Fe y la Razón que, al menos en Occidente, cubrió, con alteraciones internas, producto de distinciones y oposiciones, más de un milenio de historia. Tampoco ha desaparecido, se ha conservado bajo otras formas y subordinada a la cuestión ideológica. Cuestión ésta que primero asumió la forma de derecho y luego de publicidad. Pero siempre, como religión, como derecho o como publicidad, con un rasgo normativo capaz de dar unidad orgánica al sistema.
Así la teología fue la madre y la universidad la cuna de la ideología elaborada como derecho.
Un punto de partida histórico fue la fe de los cristianos asumida, digerida, por la Iglesia Romana. Creer para comprender, punto de partida al que se subordina, con Agustín de Hipona, comprender para creer.
La Razón, distinguida de la Fe, fue convocada por los cristianos cultos para entenderla.
Por entonces, por razón se entendía la filosofía, y ésta no era mucho más que la retórica y la dialéctica, entendida ésta como argumentación.
Los teólogos tenían a su cargo la educación: instruir a los nobles, a los propios monjes y a los futuros clérigos. Debían enseñar también las otras de las llamadas artes liberales: astronomía, aritmética y geometría. Dentro de la razón, entonces, una discursiva y otra natural.
El desarrollo de las manufacturas y el comercio exigieron más las segundas que las primeras. Pero también otras con menos abolengo pero más prácticas, por caso, la óptica y la medicina. Aun otras más vulgares: las artes mecánicas, es decir la de los oficios.
Desde el inicio la fe es lo incomprensible y lo que quiere ser comprendido. Quiere ser comprendida la Biblia, los Evangelios y los dichos de los Santos, de cuya verdad no se discute ni se duda. Por la razón discursiva primero y por la razón natural, después.
La palabra escrita tiene la supuesta autoría divina, de quien nadie osa discutir su autoridad. Pero la lectura literal genera obstáculos de comprensión: la retórica ayuda a la lectura y la dialéctica a otorgar coherencia a lo que literalmente no la tiene.
Los esfuerzos llegan a querer comprender por la razón natural: el modo es hacer que lo divino exceda la palabra escrita y comparta su naturaleza con el mundo terreno: el hombre y la naturaleza. Conocer a Dios será conocer a éstos. Para ello, entonces, la razón natural y las artes mecánicas, con Juan Escoto el irlandés. Conocer el mundo va siendo entonces, conocer la divinidad. Comprender para creer.
La incorporación de estas razones cambia, entonces, el contenido de la fe. La divinidad se diluye y se confunde con lo terreno. Pero para seguir creyendo. Las artes quedan aun sojuzgadas a la fe, pero su relación no es pacífica. La distinción razón y fe genera esas tensiones que hacen cambiar el contenido de cada una de ellas. Pero la incorporación epistemológica de las artes mecánicas cambia también la relación entre ambos términos: la fe va perdiendo hegemonía. Los propios teólogos piden libertad de investigación.            
La distinción ha devenido oposición: la duda científica se opone a la fe revelada.
Los fideístas se atrincheraban en la fe, como gracia de Dios, como un misterio que no necesita demostración, un dogma. La distinción/oposición Fe/Razón deviene así oposición Dogma/Ciencia.
La Fe que ya había encontrado en su seno una diferencia: la fe divina (infusa) y la fe adquirida por la prédica y la razón, encuentra su lugar en otra nueva distinción externa a la religión.
La Razón, que había diferenciado la razón discursiva de la razón de la cientificidad simple, también.    
Con las universidades también se había generado el derecho adecuado a las necesidades mercantiles. El derecho asumirá una fe profana, generada en el hombre y no en la divinidad, y una razón instrumental, en los contratos.
Los contratos requieren de la buena fe, la confianza, la creencia de que se cumplirá lo convenido. Será esta fe en los convenios lo que dará luego fundamento al contractualismo. La fe se integra así a una nueva normatividad, secular, profana. Este será en más el fundamento de la propiedad privada adecuada a los nuevos bienes fundamentales.
Serán en adelante los contratos y las leyes legitimadas en un presunto pacto y no las Sagradas Escrituras y los mandamientos divinos los que proveerán el funcionamiento global del sistema.


El consumo y la inversión del ciclo.

Dije que los bienes son tales sólo en relación a los hombres, que los construyen, los producen, los apropian y los usan. El consumo es un uso. El uso que agota el bien como tal.
Dije que el carácter de los bienes condiciona los modos de apropiación. Pero su consumo determina su función económica. Un buey de tiro, que se usa sin consumir más que su energía, es instrumento de producción y, en su caso, capital. Un buey que se come es consumo, improductivo y cae fuera del ciclo económico. Se agota con su consumo, aunque este consumo sea condición de otro ciclo económico.  
De lo que tratamos ahora es de los bienes de la industria del hombre o, mejor, de algunos hombres.
El consumo de esos bienes aparece aquí de dos formas: a) como último paso o acto final (el agotamiento del bien) del ciclo de la producción en general, pero fuera del proceso productivo (se consuma desapareciendo, en un período o inmediatamente), aunque como condición de un nuevo proceso, y b) como finalidad de la producción en general: satisfacción de las necesidades.
En una sociedad de subsistencia, es decir, pre-mercantil, aun existiendo intercambios marginales, el acto final y la finalidad se confunden. Ni siquiera hay un verdadero contrato de compra-venta, se trata de permuta o de dos donaciones recíprocas. Tampoco es necesario ser titular de la propiedad, la posesión equivale a un título (basta con no ser despojado de ella).
Su distinción opera cuando se produce para el mercado. Éste existe antes que la producción  manufacturera, aun más, parece ser él el que, generando capitales suficientes, crea las condiciones para que ella tenga lugar. De allí resultará la matriz mercantil del capitalismo de la manufactura, de la gran industria y del fordismo: es como mercancías que los elementos de la producción se incorporan al proceso.
En esa matriz mercantil, el consumo como finalidad de la producción resta como finalidad ideal: la finalidad real del mercader no es satisfacer las necesidades sino realizar su mercancía, obtener por ella su equivalente en dinero. El consumo, como acto final del proceso general, queda también fuera de actividad económica. Aunque sí el consumo efectivo de lo vendido operará como una renovación de las necesidades y, por lo tanto, futuras ventas. Si ello no ocurre y el mercader repuso su stock no se lo puede comer y quiebra. De modo que la finalidad ideal de satisfacer las necesidades es, para él, una necesidad real. Punto final de la producción en general y finalidad ideal son, en la matriz mercantil, distintos que no se excluyen, coexisten.
Cuando la manufactura, primero y la gran industria, después, requieren el mercado, lo que fue la matriz, punto de partida histórico y lógico (presupuesto del capitalismo) deviene resultado: la forma mercancía es ahora resultado de la producción. Toda riqueza tiene la forma de mercancía, es objeto de compra-venta. Pero los bienes pueden venderse antes de que existan y los pagos pueden hacerse a plazo, la venta y la compra pueden distanciarse en el tiempo, de allí la necesidad de un contrato. Ese contrato significará el desprendimiento de todo derecho sobre los bienes vendidos, su uso y su facultad de venderlos, es decir la propiedad. El contrato constituye, genera la propiedad privada.    
Pero, para el productor capitalista industrial, la finalidad ideal deviene mera ideología, la de los economistas vulgares. La “satisfacción de las necesidades” oculta el proceso que escinde el consumo en consumo productivo y consumo improductivo. Para el capitalista el consumo que satisface las necesidades del obrero es improductivo y está íntegramente fuera del proceso de producción que, para él termina con la realización de sus mercancías, su venta al mercader. 
La división social del trabajo autonomiza, sustantiva, los sectores del capital. El riesgo que genera la insuficiencia o carencia de consumos, lo asume el capital comercial. El capital industrial finaliza su ciclo en la venta al mayorista, el de éste en el minorista y el de éste en el consumidor. Abreviemos considerando al mayorista y minorista como lo que es en conjunto: capital comercial. En su lógica el consumo, como punto final del producto, como agotamiento del mismo, y la finalidad ideal deben seguir coexistiendo. De lo contrario estaremos frente a una crisis comercial.
Pero en el capital industrial la finalidad ideal es ahora la ideología que encubre que su único interés verdadero es el consumo productivo y, en particular, el de la fuerza de trabajo. La escisión de los que, en la matriz mercantil eran términos sólo distintos, en el proceso productivo capitalista, deviene una oposición antagónica entre consumo productivo e improductivo. Porque lo que el capitalista invierte en los salarios que representan el consumo necesario para reproducir la energía laboral, para él significa un gasto que achica la ganancia.


La propiedad financiera.

El capital financiero, con  distintas formas, se origina en los capitales que por algún tiempo no son suficientes para ser incorporados a la producción. De modo que circulan, mientras tanto, como préstamos a interés para ser utilizados por otros. Cumple, por lo tanto, una función especial en la división social del trabajo y, como el capital comercial, también se sustantiva.   
Pero para este capital el consumo no es finalidad ideal y, para él, también el consumo, como agotamiento del bien, es exterior al proceso de la producción. De modo que su lógica o es ni la del comerciante ni la del industrial. Su finalidad real es el consumo de dinero, es decir, lo que no es consumible. El dinero siempre permanece a la espera de bienes que representar o, mejor del valor de los bienes que representará. Su finalidad real es aumentar para representar más valor. Para disponer del dinero no es necesario más que su posesión, no está sujeto a la compra-venta ni a su producción. En el préstamo se dispone de él para su uso temporal y por ese uso se percibe un precio. Los intereses aparecen como frutos de un capital.
Pero los préstamos pueden otorgarse para adquirir bienes destinados al consumo productivo, pero también improductivo. Aquí puede participar de la finalidad ideológica de la satisfacción de las necesidades. Pero para el capitalista financiero el consumo es, entonces, no una finalidad sino un medio. Para él todo consumo es productivo. Medio de generar dinero, de acumulación.
Esa acumulación ha llegado a un punto en que la producción industrial depende de las inversiones del capital financiero. A través de esas inversiones se fusionan, se agrupan, se dividen empresas de todo tipo. Empresas “propietarias” que no controlan su propiedad, son controladas. La propiedad es ahora el control de las ganancias. La propiedad privada clásica queda subordinada a ese control,
La propiedad privada clásica queda para los pobres. Precisamente ese tipo de propiedad privada es el que sirve de supuesta garantía para toda una construcción contractual que genera dinero de manera independiente del valor. Lo que llamamos capitales ficticios y ganancias ficticias.
Consumo de bienes perecederos e imperecederos, consumos presentes y deudas futuras. Estas deudas futuras significan una expectativa de ganancias. Esta expectativa de ganancia es un bien intangible que se negocia, tiene un precio que se contabiliza como un activo, un activo inmaterial. Pero sobre el cual se ejerce un control, y ese control significa toma de decisiones que afectan a grandes grupos humanos en cualquier lugar del planeta. Para que consuman o para vedar el acceso a los bienes.
De este modo las decisiones sobre el control de las ganancias, devienen decisiones políticas no estatales.
El papel del Estado, como el de la propiedad privada que garantizaba, pierde su soberanía y, con ella, su legitimidad: la representación.
El Estado se instrumentaliza ahora para generar deuda, en definitiva, generalmente relacionada a algún consumo. Por ejemplo las infraestructuras para algún mega-proyecto urbanístico o turístico. Y, generada la deuda, es el instrumento por excelencia para recaudar: el Estado es un recaudador de fondos para pagar las deudas, por la vía fiscal o por la disposición de los fondos de pensión.
La generación de la deuda se hace por vía contractual, no así su cobro. Aquí se mantiene la soberanía compulsiva, subordinada a las decisiones del control de las ganancias que no está sujeta a otra legislación que la que convienen los propios ejecutivos de los capitales financieros. No se trata ya de la propiedad privada sino de un uso de hecho sobre los frutos y no sobre los bienes. En su ideología el fruto del capital es la ganancia.
Ofrece, a los que pueden, o creen  que pueden, la “satisfacción de las necesidades” ya, a cambio de un pago futuro. Es decir, a cambio de trabajo futuro. No se trata ya de la promesa de satisfacción futura, al final del ciclo, que ofrecía el capitalismo industrial, a cambio de trabajo presente.
La deuda es, entonces,  una nueva forma de apropiación del trabajo ajeno.
La publicidad para el consumo juega ahora el papel de creador de consenso que estaba reservado al derecho: la publicidad para el consumo es la ideología orgánica que da unidad  al sistema.
Sin embargo la producción, subordinada, pero punto de partida invertido en resultado de la actividad financiera, naturalmente no desaparece, tal como la aparición del capital mercantil no hizo desaparece la renta de la tierra sino que la re-significó. El capital industrial se re-significa en función del capital financiero. Y así como la resignificación de la renta de la tierra, convirtiéndose en industria agrícola, no significó la desaparición de la explotación agraria, tampoco la re-significación del capital industrial, ahora apéndice del financiero, tampoco desaparece la explotación industrial. Y la explotación industrial depende del consumo productivo.
El consumo productivo requiere bienes materiales: minerales, combustibles, por caso.
Dijimos que para explotar la tierra es necesaria la posesión, no basta el título. Los minerales y los combustibles, sobre todo para la energía que reemplaza la energía animal y humana, se hallan en la tierra o en el agua. Para obtenerlos es necesaria la posesión física. Y, vimos la forma de apropiarse de estos bienes es la ocupación. No bastan los contratos si no hay posesión efectiva. La ocupación, que con el colonialismo sirvió para generar mercados para el capital industria, en un sistema global a-legal, como el que rige con el capital financiero, hace aflorar su viejo acompañamiento bélico.
De allí el estado de guerra permanente, en la revolución permanente.
Pero el papel que cumple la guerra no es solamente el de la obtención de los materiales estratégicos, garantiza el efecto de la publicidad como ideología orgánica. Así como la fuerza fue, y es aun, la garantía del derecho. Y también, como la del Estado, pretende el monopolio. Obama fue muy claro: hacemos lo que nos proponemos y en cualquier lugar del mundo.
Dado que, dijimos, al capital financiero le interesa el consumo sólo como instrumento de generación de deudas que originen ganancias hoy, gran parte de la humanidad queda fuera de él y los que están dentro consumen lo que la publicidad señala (lo que se produce para obtener ganancias a cualquier precio). De modo que tanto para lo que consumen mal, como para los que no consumen, la publicidad pierde efectos: sus promesas no se cumplen. Pues bien, a esos hay que mantenerlos a raya. Entonces Bin Laden sirve no sólo para señalar el monopolio de la fuerza, sino para mantener el control de las poblaciones: se refuerzan las medidas policiales de seguridad. 


Los usos y los sueños.

Si lo que vengo exponiendo es coherente, entonces habrá que picar la lucha contra alguna propiedad privada, en este contexto. Es probable, entonces, que se trate más de una pelea por los consumos que por la propiedad. Un consumo es un uso, el que agota una cosa. Se trataría entonces de la pelea por los usos de los bienes, de todos los bienes, pero en particular de los bienes, hoy, fundamentales, que son, precisamente, los que no se agotan con su uso: los intangibles, inmateriales.
Usos sociales, de hecho o de derecho, co-operativos.  
De hecho esa pelea ya comenzó por la apropiación de las comunicaciones, su uso.
Es decir comenzar por el final del ciclo de la producción en general, ya que la relación se ha invertido. Comenzar por la promesa de la finalidad ideal y hacerla realidad. Pero íntegra, no recortada a la propiedad de los bienes. Satisfacer, si es esa la palabra, también los sueños, que no se cuantifican. Se cuantifica el “crecimiento”, el PBI, lo que acumula más miseria, degradación de la humanidad, es decir de toda la naturaleza descubierta e inventada por la especie humana. La apropiación de los bienes, que son tales si lo son para los hombres, es la lucha por la vida, y la vida humana, en definitiva, es su proyecto, su imaginación, sus sueños de dignidad.    



 
Edgardo Logiudice
Mayo 2011.

sábado, 4 de junio de 2011

Tengo derecho a desconfiar de quienes quieren cuidarme


Tengo derecho a desconfiar del Parlamento nacional. Sobre todo cuando sancionan la ley anti-tabaco por unanimidad. Hay allí diputados y senadores propietarios o con intereses tabacaleros. Al mismo tiempo han presentado proyectos de retención cero para la exportación de tabaco, y reclaman el Fondo Tabacalero de las provincias (Infocampo 31/5/2011).
Tengo derecho a desconfiar de las empresas tabacaleras.  La Cámara Tabacalera se declara satisfecha con la ley (La Horade Jujuy, 1º/6/2011)
Se calcula que entre el 73 y el 85 por ciento de la producción de tabaco se exporta.
En el 2006 la Secretaría de Agricultura firmó un convenio fitosanitario con China para la exportación de hoja de tabaco. China es parte del convenio mundial de la OMS.
Nobleza Piccardo, del grupo British American Tobacco, está entre las diez empresas argentinas reconocidas por su Responsabilidad Corporativa Empresarial. Su estrategia apunta a que los menores no fumen, pero sí los adultos. El grupo TAB ha sido denunciado por propaganda engañosa dirigida a menores.
En Estados Unidos la industria exporta a África y China. En China apunta a menores y mujeres. Phillips Morris Internacional aumenta sus ganancias  en Asia (La Tercera, Chile 22/4/2011).
Camell ya está comercializando nicotina en polvo (snus). La adicción no es al tabaco sino a la nicotina.
Tengo derecho a desconfiar de los laboratorios medicinales. Un día antes de la sanción de la ley Novartis presenta sus productos para abandonar la adicción al tabaco: chicles, pastillas, caramelos y parches. (Clarín, 1º/6/2011).
Novartis no cumplió su acuerdo con La O.M.S. de proveer la vacuna contra la malaria en África, reconoció haber sobornado a funcionarios mejicanos, tuvo que retirar productos del mercado español altamente dañinos, fue denunciado por los farmacéuticos  por hacer publicidad engañosa de productos antitabaco que no combatían la adicción a la nicotina, por Greenpeace por difundir un maíz transgénico tóxico.
Tengo derecho a desconfiar de la O.M.S., después de su exageración de los peligros de la Gripe A y de ocultar que sus científicos estaban vinculados a Roche y Glaxo. (El País, España, 5/6/2010).
Tengo derecho a desconfiar de médicos cardiólogos que dedican su tiempo de los hospitales exclusivamente a seguir los protocolos de los laboratorios, generando pacientes cautivos. (Experiencia personal en el Hospital Británico).
Tengo derecho a desconfiar de la estadísticas” sobre el daño a los fumadores pasivos desde la intervención de Octavio Rodríguez Araujo cuando se discutió la ley en México. (La Jornada, 8/1/2004). Demostró la inexistencia de estadística de riesgos del “fumador pasivo”. Recordó que la OMS sostiene que los accidentes de automóvil producen más muertes que el cigarrillo. Propuso que lleven una leyenda que diga “este producto produce la muerte” y preguntó si debería prohibirse conducirlos.

Tengo derecho a fumar o dejar de hacerlo si molesto, sin tutores que me engañen.
 

Pobrecito mi cigarro
Pobrecito mi cigarro
Un día te han de culpar
Cuando al corazón cansado
Se le duerma su compás
Y a lo largo de la vida
Fumar, fumar y pensar
Sueños envueltos en humo
Y eran humo nada más
Que larga la madrugada
Cuanto tarda en aclarar
Bien haiga mi cigarrito
Hermano en mi soledad
Una queja en la guitarra
En el aire algún cantar
Y el humito del cigarro
Que no sabe a donde va
Pobrecito mi cigarro
Un día te han de culpar
Cuando al corazón cansado
Se le duerma su compás
(Atahualpa Yupanqui/Pablo del Cerro)

Propuesta positiva: borrar el cigarro en los retratos de Wiston Churchill y el Che Guevara. (Por los niños, claro).


Edgardo Logiudice
Junio 2011