lunes, 18 de noviembre de 2013

Violencia y alienación

Se suele aceptar la idea de que en las formas de producción precapitalistas funcionaba la coacción extraeconómica en l apropiación del trabajo ajeno y que, por el contrario, en el modo capitalista en el capitalismo la coacción es económica.
Si esto es así, por lo menos en los grandes lineamientos, y por coacción extraeconómica entendemos la fuerza de hecho o violencia física, entonces debemos aceptar que el derecho es parte integrante de lo que llamamos economía. No el derecho como cuerpo normativo legal sino como la forma de los actos económicos que realizan los hombres en el metabolismo social, desde la producción hasta el consumo.
En el régimen de producción capitalista industrial toda la riqueza tiene la forma de mercancías y a esta forma se vinculan las determinaciones que configuran la fenomenología de la alienación. Por lo tanto se puede intentar vincular estos fenómenos a la economía mercantil.
El comercio, dice Marx, es decir el mercado, es un supuesto del modo de producción capitalista industrial. Y este modo de producción queda consolidado cuando el trabajo se convierte en mercancía. Antes de ello el comercio estaba en los márgenes de los modos de producción. El comercio está constituido por los intercambios. Esos intercambios que se hallaban en los márgenes tenían ya forma jurídica pero se hallaban subordinados a las formas de apropiación violentas. Puede decirse que en los modos precapitalistas  existía un modo de producción bélico.
Ahora bien, si decimos que en el capitalismo industrial existe una coacción económica y que esta coacción no constituye, en principio, violencia física, la coacción se trataría de otra clase de violencia. Podríamos decir que se trata de una violencia simbólica.
Esta violencia, creo, no está constituida solamente por el hecho de que toda norma jurídica implica una amenaza de sanción, sino que también esa violencia que las normas suponen para el caso de incumplimiento, se halla naturalizada en las conductas como no-violencia.
Los contratos constituyen la mayor parte de los actos de la vida cotidiana que realizamos automáticamente, sin pensar siquiera que contratamos. Podría decirse que la vida cotidiana es un cumplimiento continuo de actos contractuales. Desde que todas las cosas que usamos o consumimos se pagan (de una u otra manera) estamos siempre en medio de contratos. Desde la habitación y la movilidad hasta el estudio o el entretenimiento.
Por el contrario quien no tiene techo, come salteado, no tiene computadora ni va a la cancha, contrata menos o no contrata. Porque no usa y no consume.
Todas esas carencias que miden economistas y sociólogos con categorías y estadísticas son bienes producidos socialmente, producto de la capacidad de trabajo humano (energía, habilidades y conocimientos) del que una parte de la humanidad es desposeída.
Las formas de la desposesión han variado conforme ha sido la organización del trabajo (en sentido amplio, no sólo el industrial), el desarrollo de las fuerzas productivas y los modos de apropiación.
Una de las formas es la de la apropiación del trabajo ajeno a través del salario.     
Pero para que grandes masas de humanos se conectaran a través del comercio, sea vendiendo su capacidad de trabajo o adquiriendo los medios de subsistencia(en sentido amplio, cobijo, movilidad, alimentos, capacitación), fue necesario que antes hubieran sido separados de esas condiciones de vida (instrumentos de trabajo en sentido amplio - tierra, aperos - y medios de subsistencia. Por otro lado fue necesaria una determinada magnitud de medios de compra para juntar los instrumentos de producción con los productores y la cantidad de productos suficientes para alimentarlos.
Y esto no se logró con la seducción publicitaria ni la razón jurídica sino, en los casos más decisivos, por medio de la desposesión violenta. La conquista y la ocupación, formas clásicas del modo de producción y apropiación bélicos, fueron los medios para acumular y desposeer. La violencia está en los orígenes del modo de producción capitalista industrial.
No obstante el modo cotidiano normal y adecuado de apropiación, es decir desposesión, permanente no es la violencia física, aunque aparezca esporádicamente. (Aunque, veremos, ya no exclusivamente en función del capitalismo industrial, sino del hoy hegemónico, capitalismo financiero. Tampoco significa que en períodos de crisis o de conquista de mercados, el capitalismo industrial no haya recurrido a la violencia).
Durante la hegemonía del capitalismo industrial, es decir, el que Marx estudió, la apropiación del trabajo ajeno se realizó por medio del salario, esto es, un contrato.
La apropiación del trabajo ajeno se realiza a través del intercambio, cuya forma adecuada, lo vimos, es el derecho. Es decir, lo aparentemente contrario a la violencia física.
Los intercambios mercantiles, a través de los precios, se realizan -salvo fraudes o pichuleos o estados de necesidad- entre valores equivalentes.
Sin embargo, decía Marx, este intercambio es formal, esconde en realidad una desposesión.
Esta desposesión no es otra cosa que la reproducción permanente de la desposesión originaria, sólo que su forma ha borrado las huellas de la violencia física, pero no por ello es menos violenta.
De la violencia que significa la desposesión emergen los fenómenos de la alienación.
La violencia originaria significa la ajenidad de las condiciones de vida de grandes masas arrojadas a la necesidad de enajenarse. La violencia reproducida significa esa enajenación, formalmente no violenta. La forma jurídica de la enajenación, venta de la capacidad laboral es, en realidad una forma ideológica (encubridora) pues el productor no puede vender sino formalmente aquello de lo que no es dueño. Su capacidad de trabajo está en posesión del capital industrial desde el inicio, porque los medios de subsistencia que son la condición de reproducción de su capacidad laboral jamás le pertenecen más que formalmente.
La parte del capital destinada al pago de salarios no otra cosa que el valor de los medios de subsistencia y éstos vuelven siempre (directa o indirectamente) al capitalista[1].
Es por esa razón que su vida le es ajena, que se presenta ante él como cosas que debe adquirir, cosas que - en la cotidianeidad - no puede concebir como realizadas por él, le son extrañas, se le imponen como un poder ajeno con la fuerza de un fetiche del que depende su vida.
En eso consiste que su vida no sea nunca propia, en que sus capacidades sean ajenas a su personalidad, a la libertad de disponer de su propia vida. A que su personalidad quede refugiada en su subjetividad y que esa carencia de libertad le impida acordar realmente, materialmente, objetivamente, en comunidad.
Hay una base, un rasgo antropológico que, constituyendo en realidad el asiento de probables desarrollos de superación de los hombres frente a la condición simplemente biológica individual, es a la vez el asiento de la posibilidad de la separación del productor de su producto. Es el hecho de que los miembros del género humano pueden proyectar, idear su hacer y transformar lo proyectado en una existencia objetiva. Pero esa capacidad genérica, al separar al producto del producto, es escindida: los proyectos son de unos y los haceres de otros. Los proyectos son de aquellos que poseen las condiciones de vida de los que hacen.
Esta violencia material reproducida que queda escondida en la cotidianeidad de la reproducción formal, como violencia simbólica. Formal porque aparece a través de los actos aparentemente voluntarios en que opera esa violencia simbólica en la forma de creencias automáticas, la inercia de las relaciones ideológicas. Violencia material  porque es la reproducción de la negación de la vida deliberadamente social, comunitaria. La negación de la comunidad del género humano. La violencia es, entonces, ínsita, connatural al sistema pero no necesariamente a la naturaleza de los hombres. Precisamente un rasgo que designa la humanidad es la probabilidad de superar la violencia. La misma existencia del derecho es un emergente de esa capacidad.
Si los intercambios, conforme decía Marx, se suprimen así mismos, se truecan en su contrario, el no-intercambio, la desposesión, su forma -el contrato individual - suprime la posibilidad de la contractualidad social material, efectiva.

En estas condiciones el mismo derecho se ha suprimido a sí mismo. La desposesión ha adoptado otras formas a través de la ideología jurídica y, casi paradójicamente, ha puesto en crisis la contractualidad, para dejar aflorar la violencia oculta que, creo, se manifiesta en nuevas formas de alienación. O, al menos, agudiza algunos de sus fenómenos.
Hemos visto como estos fenómenos, que Marx denunció respecto a la enajenación del trabajo, aparecen también por el lado de los usos y los consumos.
El fenómeno del consumismo ha sido visto desde hace tiempo como una forma de alienación. Pero el consumismo se ha asentado sobre el desarrollo del crédito, la constitución de una masa de deudores, el crédito para el consumo masivo acompañado de la publicidad para el consumo.
Pues bien el préstamo es también una vieja figura jurídica y el préstamo para el consumo una figura que hasta ha sido condenada por la iglesia romana.
El préstamo es una figura que, a través de nuevos mecanismos técnicos, ha perdido en la cotidianeidad, sus huellas originales. Este crédito ya no se solicita sino que se ofrece y la utilización del plástico borra las huellas de su contractualidad. Pero su análisis pone en evidencia, al adelantar los usos y consumos, que en realidad los medios de vida pertenecen desde el inicio al capital. Claro que ya no se trata del capitalista industrial, sino del capitalismo financiero al cual el primero se halla también subordinado[2].
Pero toda esta llamada ingeniería financiera tiene su base y punto de partida en un edificio jurídico-contractual. Sin embargo el resultado es, como en el caso del intercambio que se trueca en su negación, una negación de la contractualidad.
Negación por dos vías. Una es la que ya esbozamos, la pérdida de sus huellas y la constitución de una masa de deudores forzosos cuyo trabajo futuro aparece hipotecado, atado a la deuda como el siervo a la gleba. Otra es que, alejada la deuda del contrato, lo que interesa al capital financiero no es el consumo sino la deuda, que funciona como garantía de otros negocios especulativos sobre la ganancia virtual. De modo que los que no son deudores quedan desechados de los propios usos y consumos. Son los no consumidores, incluidos sociológicamente en alguna categoría de pobres o indigentes. Tanto unos como otros desposeídos.
Lejos quedaron los tiempos de las formas de violencia física de la acumulación originaria, la desposesión y de la prisión por deudas y de vagabundos.
Sin embargo, como sabemos estas formas aparecen. Aparecen las guerras con drones, ya no la ocupación para el control de recursos naturales, la expulsión por hambre y represión de grandes contingentes humanos con la muerte asegurada bajo el nombre de ilegales, vagabundos posmodernos, o la esclavitud por destino en trabajos clandestinos.
Todas formas de violencia sin ley. Todas formas de desposesión de las capacidades humanas de producción.
Para ellos el mundo y la socialidad es ajena, se impone como un poder ajeno y extraño. Para los que nacen en esas condiciones  no se trata de una esencia humana perdida sino de la necesidad de un universo de objetos que jamás les ha pertenecido. Un mundo de cosas que les resultan ajenas y extrañas, pero no porque las hayan producido y así hayan objetivado su subjetividad y realizado el rasgo antropológico del género humano, sino porque se les ha abrogado la capacidad de hacerlo. Efecto colateral del dominio financiero.
Y para los que consumen y producen queda el destino de la esclavitud a los objetos de los que viven presos, porque su trabajo no tiene más incentivo que pagar las cuotas. Sus capacidades quedan alienadas por el consumo. El pago de su consumo es el que reproduce ahora su alienación.
La violencia simbólica que representaba el derecho formando sus creencias de que compraba y vendía es sustituida ahora por la publicidad que orienta su vida cotidiana.
Publicidad que violenta los sentidos más que, como en el derecho, la razón. Publicidad que aprovecha, se apropia de las propias capacidades del consumidor, haciéndolo participar en su "juego", bajo la forma de entretenimiento o de mejorador del producto con su opinión. Con lo que el consumidor deviene productor. Gratis, como cuando luce la casaca de su equipo favorito con la marca que lo sponsorea cada temporada.
Publicidad que fetichiza una marca, un logo, atribuyéndole poderes que trascienden las cualidades materiales del producto. Publicidad que genera comunidades ilusorias o virtuales identificadas con una marca, comunidad de signos de cosas, sustituyendo la probabilidad de alguna comunidad entre personas. Expropiación, desposesión de relaciones sociales de dirección común de los bienes comunes producidos por el género humano. Nueva forma de cosificación.

Publicidad para el consumo que condena al no consumidor como el derecho condenaba a los no propietarios o no productores. El que no consume es un perdedor, es expulsado de la comunidad, como un pobre o un vagabundo. Legitimación no jurídica de la desigualdad. Desigualdad que implica privilegios. Ya no de sangre ni jurídicos, sino de hecho. Que implica violencia, la ley del más fuerte. ¿Porqué nos sorprende, entonces, el robo a mano armada, imagen suprema de la inseguridad, cuando la violencia es la norma? cuando la única regla es que no hay reglas. Cuando, como decía Agamben, del sintagma "fuerza de la ley" queda solo la fuerza, cuando lo que vivimos es un estado de excepción permanente, porque la excepción significa siempre privilegio, algo que está por encima de las normas. Las excepciones son privilegios, como en los códigos de edificación.
Lo paradójico es que la aceptación de las excepciones, los privilegios, en que los individuos se asumen como elegidos (allí apunta la publicidad para el consumo[4]) conforma una ideología que, por ser necesaria para el funcionamiento del sistema, es una ideología orgánica, es decir, ideología que mantiene la cohesión del sistema. Paradójico porque el privilegio significa la lucha por obtenerlo o mantenerlo, lo que significa excluir a otro de la excepción. De lo contrario la distinción no existiría. Y esta lucha es así una lucha por la exclusión del sistema. El sistema tiene que cohesionar excluyendo.
Esta exclusión parece ser la que propicia resistencias, individuales o colectivas.
En las resistencias colectivas, pese a su heterogeneidad, suelen aparecer ciertos rasgos de resolución colectiva, fundadas en una indignación ético-política, pero también de otras formas más corporativas o de grupo que atienden sólo a la inmediatez.  Estas últimas no trascienden la cosificación.  Como no lo hacen, por lo general, las resistencias individuales. En este caso el excluido del privilegio trata de lograrlo por las formas a su alcance, incluida la violencia primaria para la apropiación, la violencia física.
En un universo de relaciones sociales a-legales no se puede distinguir lo legal de lo i-legal.
¿En qué difiere la inseguridad legal del que se quedó sin vivienda por la falta de reglas del sistema financiero de la inseguridad de un asalto a mano armada? ¿En qué difiere la inseguridad de la vida de un individuo sin cobertura sanitaria que la inseguridad de quien muere en un atraco?        

Fenómenos como el de la cosificación y el fetichismo parecen funcionar aun para los excluidos de la producción, es decir, aun para aquéllos que no objetivan su subjetividad ni soportan el extrañamiento, sencillamente porque no aplican su capacidades laborales. Son aquéllos que no son alimentados (aquéllos en los que no se reparte los medios de subsistencia en sentido amplio) porque no son necesarias sus capacidades.
Creo que entonces podemos decir que viven igualmente alienados porque los fenómenos de la alienación son sociales, no individuales. Y en el conjunto de las relaciones sociales los usos y los consumos son el soporte de la vida no sólo biológica sino humana, el soporte material de la proyectualidad y la objetivación.
Su negación es una desposesión violenta que no es la desposesión reproducida por el salario, es decir la relación ideológico-jurídica, sino, precisamente su forma violenta originaria. Esto parece evidente en las actuales migraciones forzadas originadas en el no-consumo. La negación del hábitat y de los medios de subsistencia. Pero ello no los libra de la cosificación ni del fetichismo, que es como se les aparecen las ilusiones antes de embarcarse en las pateras de la muerte. Para tomar el caso extremo. En suma, un territorio- fetiche pleno de cosas que otorgarán vida.

Creo que indagar sobre los nuevos fenómenos originados por la hegemonía del capital financiero, el consumo, la exclusión, las nuevas relaciones laborales, las nuevas formas ideológicas, la publicidad, significa hacerlo a la vez sobre las nuevas formas de alienación. Quizá éstas nos sirvan de pistas no sólo sobre las determinaciones concretas de la violencia. Pero también de las probables resistencias. No para ilusionarse -no son tiempos de ilusiones- sino para seguir bregando. Se trata de una tarea política, ético-política, una condición humana.


Edgardo Logiudice
noviembre 2013.




[1] "Esta circulación entre el capital y el trabajo da por resultado la determinación de una parte del capital como continuamente circulante, los medios de subsistencia; constantemente consumidos; constantemente a reproducir. [...] El capital paga, por ejemplo, semanalmente el salario; el obrero lleva este salario al almacenero, éste lo deposita [en el banco del fabricante que le vendió la mercadería]; y la semana siguiente el fabricante lo retoma del banquero para repartirlo de nuevo entre los mismos trabajadores, etc. y así sucesivamente" [Subr.EL]. Es decir, ese capital sale de las manos del capitalista y vuelve continuamente a él, alimentando la capacidad laboral[1]. Como se alimenta la capacidad ponedora de las gallinas. Se las cobija y alimenta para que su metabolismo transforme los medios de vida en huevos en tanto los produzca y en cuanto el producto halle mercado.  En suma, el que reparte las condiciones de vida es el capitalista industrial. Dispone desde el inicio de la existencia de la capacidad laboral viva. Es su propietario antes de iniciar cada nueva relación laboral. La vida del obrero es ajena ya antes de vender su capacidad laboral. Es ajena en el consumo. Por eso se compra.

[2] Es interesante recordar que Marx decía que el capitalista industrial se hallaba en relación al financiero como el obrero frente a él.

[4] Desde el ángulo de la producción la distinción del individuo excepcional es el nuevo emprendedor destacado como beneficiario de una franquicia.