Se suele aceptar la idea de que en las formas de producción
precapitalistas funcionaba la coacción extraeconómica en l apropiación del
trabajo ajeno y que, por el contrario, en el modo capitalista en el capitalismo
la coacción es económica.
Si esto es así, por lo menos en los grandes lineamientos, y
por coacción extraeconómica entendemos la fuerza de hecho o violencia física,
entonces debemos aceptar que el derecho es parte integrante de lo que llamamos
economía. No el derecho como cuerpo normativo legal sino como la forma de los actos económicos que
realizan los hombres en el metabolismo social, desde la producción hasta el
consumo.
En el régimen de producción capitalista industrial toda la riqueza tiene la forma de mercancías y a esta
forma se vinculan las determinaciones que configuran la fenomenología de la
alienación. Por lo tanto se puede intentar vincular estos fenómenos a la
economía mercantil.
El comercio, dice Marx, es decir el mercado, es un supuesto del modo de producción
capitalista industrial. Y este modo de producción queda consolidado cuando el
trabajo se convierte en mercancía. Antes de ello el comercio estaba en los
márgenes de los modos de producción. El comercio está constituido por los
intercambios. Esos intercambios que se hallaban en los márgenes tenían ya forma
jurídica pero se hallaban subordinados a las formas de apropiación violentas.
Puede decirse que en los modos precapitalistas
existía un modo de producción bélico.
Ahora bien, si decimos que en el capitalismo industrial
existe una coacción económica y que esta coacción no constituye, en principio,
violencia física, la coacción se trataría de otra clase de violencia. Podríamos
decir que se trata de una violencia simbólica.
Esta violencia, creo, no está constituida solamente por el
hecho de que toda norma jurídica implica una amenaza de sanción, sino que también
esa violencia que las normas suponen para el caso de incumplimiento, se halla
naturalizada en las conductas como no-violencia.
Los contratos constituyen la mayor parte de los actos de la
vida cotidiana que realizamos automáticamente, sin pensar siquiera que
contratamos. Podría decirse que la vida cotidiana es un cumplimiento continuo
de actos contractuales. Desde que todas las cosas que usamos o consumimos se
pagan (de una u otra manera) estamos siempre en medio de contratos. Desde la
habitación y la movilidad hasta el estudio o el entretenimiento.
Por el contrario quien no tiene techo, come salteado, no
tiene computadora ni va a la cancha, contrata menos o no contrata. Porque no
usa y no consume.
Todas esas carencias que miden economistas y sociólogos con
categorías y estadísticas son bienes producidos socialmente, producto de la
capacidad de trabajo humano (energía, habilidades y conocimientos) del que una
parte de la humanidad es desposeída.
Las formas de la desposesión han variado conforme ha sido la
organización del trabajo (en sentido amplio, no sólo el industrial), el
desarrollo de las fuerzas productivas y los modos de apropiación.
Una de las formas es la de la apropiación del trabajo ajeno
a través del salario.
Pero para que grandes masas de humanos se conectaran a
través del comercio, sea vendiendo su capacidad de trabajo o adquiriendo los
medios de subsistencia(en sentido amplio, cobijo, movilidad, alimentos,
capacitación), fue necesario que antes hubieran sido separados de esas condiciones
de vida (instrumentos de trabajo en sentido amplio - tierra, aperos - y medios
de subsistencia. Por otro lado fue necesaria una determinada magnitud de medios
de compra para juntar los instrumentos de producción con los productores y la
cantidad de productos suficientes para alimentarlos.
Y esto no se logró con la seducción publicitaria ni la razón
jurídica sino, en los casos más decisivos, por medio de la desposesión
violenta. La conquista y la ocupación, formas clásicas del modo de producción y
apropiación bélicos, fueron los medios para acumular y desposeer. La violencia
está en los orígenes del modo de
producción capitalista industrial.
No obstante el modo cotidiano
normal y adecuado de apropiación, es decir desposesión, permanente no es la
violencia física, aunque aparezca esporádicamente. (Aunque, veremos, ya no
exclusivamente en función del capitalismo industrial, sino del hoy hegemónico,
capitalismo financiero. Tampoco significa que en períodos de crisis o de
conquista de mercados, el capitalismo industrial no haya recurrido a la
violencia).
Durante la hegemonía del capitalismo industrial, es decir,
el que Marx estudió, la apropiación del trabajo ajeno se realizó por medio del
salario, esto es, un contrato.
La apropiación del trabajo ajeno se realiza a través del
intercambio, cuya forma adecuada, lo vimos, es el derecho. Es decir, lo
aparentemente contrario a la violencia física.
Los intercambios mercantiles, a través de los precios, se
realizan -salvo fraudes o pichuleos o estados de necesidad- entre valores
equivalentes.
Sin embargo, decía Marx, este intercambio es formal, esconde
en realidad una desposesión.
Esta desposesión no es otra cosa que la reproducción
permanente de la desposesión originaria, sólo que su forma ha borrado las
huellas de la violencia física, pero no por ello es menos violenta.
De la violencia que significa la desposesión emergen los
fenómenos de la alienación.
La violencia originaria significa la ajenidad de las
condiciones de vida de grandes masas arrojadas a la necesidad de enajenarse. La
violencia reproducida significa esa enajenación, formalmente no violenta. La
forma jurídica de la enajenación, venta de la capacidad laboral es, en realidad
una forma ideológica (encubridora) pues el productor no puede vender sino
formalmente aquello de lo que no es dueño. Su capacidad de trabajo está en
posesión del capital industrial desde el inicio, porque los medios de subsistencia
que son la condición de reproducción de su capacidad laboral jamás le
pertenecen más que formalmente.
La parte del capital destinada al pago de salarios no otra
cosa que el valor de los medios de subsistencia y éstos vuelven siempre
(directa o indirectamente) al capitalista[1].
Es por esa razón que su vida le es ajena, que se presenta
ante él como cosas que debe adquirir, cosas que - en la cotidianeidad - no
puede concebir como realizadas por él, le son extrañas, se le imponen como un
poder ajeno con la fuerza de un fetiche del que depende su vida.
En eso consiste que su vida no sea nunca propia, en que sus
capacidades sean ajenas a su personalidad, a la libertad de disponer de su
propia vida. A que su personalidad quede refugiada en su subjetividad y que esa
carencia de libertad le impida acordar realmente, materialmente, objetivamente,
en comunidad.
Hay una base, un rasgo antropológico que, constituyendo en
realidad el asiento de probables desarrollos de superación de los hombres
frente a la condición simplemente biológica individual, es a la vez el asiento
de la posibilidad de la separación del productor de su producto. Es el hecho de
que los miembros del género humano pueden proyectar, idear su hacer y
transformar lo proyectado en una existencia objetiva. Pero esa capacidad
genérica, al separar al producto del producto, es escindida: los proyectos son
de unos y los haceres de otros. Los proyectos son de aquellos que poseen las
condiciones de vida de los que hacen.
Esta violencia material reproducida que queda escondida en
la cotidianeidad de la reproducción formal, como violencia simbólica. Formal
porque aparece a través de los actos aparentemente voluntarios en que opera esa
violencia simbólica en la forma de creencias automáticas, la inercia de las
relaciones ideológicas. Violencia material
porque es la reproducción de la negación de la vida deliberadamente
social, comunitaria. La negación de la comunidad del género humano. La
violencia es, entonces, ínsita, connatural al sistema pero no necesariamente a
la naturaleza de los hombres. Precisamente un rasgo que designa la humanidad es
la probabilidad de superar la violencia. La misma existencia del derecho es un emergente
de esa capacidad.
Si los intercambios, conforme decía Marx, se suprimen así mismos,
se truecan en su contrario, el no-intercambio, la desposesión, su forma -el
contrato individual - suprime la posibilidad de la contractualidad social
material, efectiva.
En estas condiciones el mismo derecho se ha suprimido a sí
mismo. La desposesión ha adoptado otras formas a través de la ideología
jurídica y, casi paradójicamente, ha puesto en crisis la contractualidad, para
dejar aflorar la violencia oculta que, creo, se manifiesta en nuevas formas de
alienación. O, al menos, agudiza algunos de sus fenómenos.
Hemos visto como estos fenómenos, que Marx denunció respecto
a la enajenación del trabajo, aparecen también por el lado de los usos y los
consumos.
El fenómeno del consumismo ha sido visto desde hace tiempo
como una forma de alienación. Pero el consumismo se ha asentado sobre el
desarrollo del crédito, la constitución de una masa de deudores, el crédito
para el consumo masivo acompañado de la publicidad para el consumo.
Pues bien el préstamo es también una vieja figura jurídica y
el préstamo para el consumo una figura que hasta ha sido condenada por la
iglesia romana.
El préstamo es una figura que, a través de nuevos mecanismos
técnicos, ha perdido en la cotidianeidad, sus huellas originales. Este crédito
ya no se solicita sino que se ofrece y la utilización del plástico borra las
huellas de su contractualidad. Pero su análisis pone en evidencia, al adelantar los usos y consumos, que en
realidad los medios de vida pertenecen desde el inicio al capital. Claro que ya
no se trata del capitalista industrial, sino del capitalismo financiero al cual
el primero se halla también subordinado[2].
Pero toda esta llamada ingeniería financiera tiene su base y
punto de partida en un edificio jurídico-contractual. Sin embargo el resultado
es, como en el caso del intercambio que se trueca en su negación, una negación
de la contractualidad.
Negación por dos vías. Una es la que ya esbozamos, la
pérdida de sus huellas y la constitución de una masa de deudores forzosos cuyo
trabajo futuro aparece hipotecado, atado a la deuda como el siervo a la gleba.
Otra es que, alejada la deuda del contrato, lo que interesa al capital
financiero no es el consumo sino la deuda, que funciona como garantía de otros
negocios especulativos sobre la ganancia virtual. De modo que los que no
son deudores quedan desechados de los propios usos y consumos. Son los no
consumidores, incluidos sociológicamente en alguna categoría de pobres o
indigentes. Tanto unos como otros desposeídos.
Lejos quedaron los tiempos de las formas de violencia física
de la acumulación originaria, la desposesión y de la prisión por deudas y de
vagabundos.
Sin embargo, como sabemos estas formas aparecen. Aparecen
las guerras con drones, ya no la ocupación para el control de recursos
naturales, la expulsión por hambre y represión de grandes contingentes humanos
con la muerte asegurada bajo el nombre de ilegales, vagabundos posmodernos, o
la esclavitud por destino en trabajos clandestinos.
Todas formas de violencia sin ley. Todas formas de
desposesión de las capacidades humanas de producción.
Para ellos el mundo y la socialidad es ajena, se impone como
un poder ajeno y extraño. Para los que nacen en esas condiciones no se trata de una esencia humana perdida
sino de la necesidad de un universo de objetos que jamás les ha pertenecido. Un
mundo de cosas que les resultan ajenas y extrañas, pero no porque las hayan
producido y así hayan objetivado su subjetividad y realizado el rasgo
antropológico del género humano, sino porque se les ha abrogado la capacidad de
hacerlo. Efecto colateral del dominio financiero.
Y para los que consumen y producen queda el destino de la
esclavitud a los objetos de los que viven presos, porque su trabajo no tiene
más incentivo que pagar las cuotas. Sus capacidades quedan alienadas por el
consumo. El pago de su consumo es el que reproduce ahora su alienación.
La violencia simbólica que representaba el derecho formando
sus creencias de que compraba y vendía es sustituida ahora por la publicidad
que orienta su vida cotidiana.
Publicidad que violenta los sentidos más que, como en el
derecho, la razón. Publicidad que aprovecha, se apropia de las propias
capacidades del consumidor, haciéndolo participar en su "juego", bajo
la forma de entretenimiento o de mejorador del producto con su opinión. Con lo que
el consumidor deviene productor. Gratis, como cuando luce la casaca de su
equipo favorito con la marca que lo sponsorea cada temporada.
Publicidad que fetichiza una marca, un logo, atribuyéndole
poderes que trascienden las cualidades materiales del producto. Publicidad que
genera comunidades ilusorias o virtuales identificadas con una marca, comunidad
de signos de cosas, sustituyendo la probabilidad de alguna comunidad entre
personas. Expropiación, desposesión de relaciones sociales de dirección común de
los bienes comunes producidos por el género humano. Nueva forma de
cosificación.
Publicidad para el consumo que condena al no consumidor como
el derecho condenaba a los no propietarios o no productores. El que no consume
es un perdedor, es expulsado de la comunidad, como un pobre o un vagabundo. Legitimación
no jurídica de la desigualdad. Desigualdad que implica privilegios. Ya no de
sangre ni jurídicos, sino de hecho. Que implica violencia, la ley del más
fuerte. ¿Porqué nos sorprende, entonces, el robo a mano armada, imagen suprema
de la inseguridad, cuando la violencia es la norma? cuando la única regla es
que no hay reglas. Cuando, como decía Agamben, del sintagma "fuerza de la
ley" queda solo la fuerza, cuando lo que vivimos es un estado de excepción
permanente, porque la excepción significa siempre privilegio, algo que está por
encima de las normas. Las excepciones son privilegios, como en los códigos de
edificación.
Lo paradójico es que la aceptación de las excepciones, los
privilegios, en que los individuos se asumen como elegidos (allí apunta la
publicidad para el consumo[4]) conforma una ideología
que, por ser necesaria para el funcionamiento del sistema, es una ideología
orgánica, es decir, ideología que mantiene la cohesión del sistema. Paradójico porque el privilegio significa la
lucha por obtenerlo o mantenerlo, lo que significa excluir a otro de la
excepción. De lo contrario la distinción no existiría. Y esta lucha es así una
lucha por la exclusión del sistema.
El sistema tiene que cohesionar excluyendo.
Esta exclusión parece ser la que propicia resistencias,
individuales o colectivas.
En las resistencias colectivas, pese a su heterogeneidad, suelen
aparecer ciertos rasgos de resolución colectiva, fundadas en una indignación
ético-política, pero también de otras formas más corporativas o de grupo que
atienden sólo a la inmediatez. Estas
últimas no trascienden la cosificación. Como
no lo hacen, por lo general, las resistencias individuales. En este caso el
excluido del privilegio trata de lograrlo por las formas a su alcance, incluida
la violencia primaria para la apropiación, la violencia física.
En un universo de relaciones sociales a-legales no se puede
distinguir lo legal de lo i-legal.
¿En qué difiere la inseguridad legal del que se quedó sin
vivienda por la falta de reglas del sistema financiero de la inseguridad de un
asalto a mano armada? ¿En qué difiere la inseguridad de la vida de un individuo
sin cobertura sanitaria que la inseguridad de quien muere en un atraco?
Fenómenos como el de la cosificación y el fetichismo parecen
funcionar aun para los excluidos de la producción, es decir, aun para aquéllos
que no objetivan su subjetividad ni soportan el extrañamiento, sencillamente
porque no aplican su capacidades laborales. Son aquéllos que no son alimentados
(aquéllos en los que no se reparte los medios de subsistencia en sentido
amplio) porque no son necesarias sus capacidades.
Creo que entonces podemos decir que viven igualmente
alienados porque los fenómenos de la alienación son sociales, no individuales.
Y en el conjunto de las relaciones sociales los usos y los consumos son el
soporte de la vida no sólo biológica sino humana, el soporte material de la
proyectualidad y la objetivación.
Su negación es una desposesión violenta que no es la desposesión
reproducida por el salario, es decir la relación ideológico-jurídica, sino,
precisamente su forma violenta originaria. Esto parece evidente en las actuales
migraciones forzadas originadas en el no-consumo. La negación del hábitat y de
los medios de subsistencia. Pero ello no los libra de la cosificación ni del
fetichismo, que es como se les aparecen las ilusiones antes de embarcarse en
las pateras de la muerte. Para tomar el caso extremo. En suma, un territorio-
fetiche pleno de cosas que otorgarán vida.
Creo que indagar sobre los nuevos fenómenos originados por
la hegemonía del capital financiero, el consumo, la exclusión, las nuevas
relaciones laborales, las nuevas formas ideológicas, la publicidad, significa
hacerlo a la vez sobre las nuevas formas de alienación. Quizá éstas nos sirvan
de pistas no sólo sobre las determinaciones concretas de la violencia. Pero
también de las probables
resistencias. No para ilusionarse -no son tiempos de ilusiones- sino para
seguir bregando. Se trata de una tarea política, ético-política, una condición
humana.
Edgardo Logiudice
noviembre 2013.
[1] "Esta circulación entre el capital y el trabajo
da por resultado la determinación de una parte del capital como continuamente
circulante, los medios de subsistencia; constantemente consumidos;
constantemente a reproducir. [...] El capital paga, por ejemplo, semanalmente
el salario; el obrero lleva este salario al almacenero, éste lo deposita [en el
banco del fabricante que le vendió la mercadería]; y la semana siguiente el
fabricante lo retoma del banquero para
repartirlo de nuevo entre los mismos trabajadores, etc. y así
sucesivamente" [Subr.EL]. Es decir, ese capital sale de las manos del
capitalista y vuelve continuamente a él, alimentando la capacidad laboral[1]. Como se alimenta la capacidad
ponedora de las gallinas. Se las cobija y alimenta para que su metabolismo
transforme los medios de vida en huevos en tanto los produzca y en cuanto el
producto halle mercado. En suma, el que
reparte las condiciones de vida es el capitalista industrial. Dispone desde el inicio de la existencia de la
capacidad laboral viva. Es su propietario antes
de iniciar cada nueva relación laboral. La vida del obrero es ajena ya
antes de vender su capacidad laboral. Es ajena en el consumo. Por eso se
compra.
[2]
Es interesante recordar que Marx decía que el capitalista industrial se hallaba
en relación al financiero como el obrero frente a él.
[4]
Desde el ángulo de la producción la distinción del individuo excepcional es el
nuevo emprendedor destacado como beneficiario de una franquicia.