No es ironía, no tiene lugar frente a la frustración de
anhelos que se nutren de tantas decepciones del campo popular. Los muchachos de
Carta Abierta, por más que sigan mirándose el ombligo no son por desgracia los
únicos perdedores. Acá perdemos todos.
La percepción de que el kirchnerismo no ha logrado generar
una fuerza política capaz de garantizar un liderazgo electoral ha conducido a
los miembros de Carta a preguntarse qué son para saber si les corresponde o no
opinar sobre los futuros candidatos. La cuestión, que se dijo en la asamblea
pero no en la carta, es que hubiesen querido tener a la Presidenta "veinte
o treinta años más" en el poder. No siendo posible, y teniendo seguramente
que tragarse algún sapo, después de afirmar que son intelectuales -por aquello
de que todos somos intelectuales- y no son vanguardia, Jozami dixit, la Asamblea se declara inhábil
para opinar. Pero el sapo tiene nombre y apellido, se llama Scioli y, por lo
visto no se puede nombrar. Quizá por las dudas haya que tragarlo. Los
intelectuales discutieron si nombrarlo o no y el gobernador habrá recordado
aquel verso de Yupanqui: no me nombren
que es pecao.
La política no es una herencia con derecho de inventario que
se puede rechazar si tiene muchas deudas. La herencia que deja el kirchnerismo no
es lo que le faltó hacer sino lo que hizo. Ahora ya no se puede repudiar a
Scioli, o Massa, porque anden del brazo de la mano dura. Fue el kirchnerismo el
que juntó los votos para el quorum de las leyes Blumberg y fue el dueño del
"viento sureño que renovaría nuestras esperanzas" el que le aflojó el
dinero para su fundación. Y el visto bueno y los pasajes para enviar agentes de
seguridad a recibir cursos a Estados Unidos. Scioli era el vicepresidente
propuesto por el abogado Kirchner y el presidente de la Cámara de Senadores en
la que hubo un solo voto en contra del proyecto del padre justiciero.
Resulta patético que la desflecada asamblea de Carta discuta
si se debe citar por su nombre para oponerse a su candidatura al gobernador
Scioli. Triste y devaluada la retórica del color naranja para referirse a él
sin nombrarlo. Más triste aun que para emparejarlo a Macri recurran al
amarillo, callando así los nombres de los que deben ser repudiados con todas
las letras. No se sabe a qué responde esta súbita falta de bravura verbal. Se
puede sospechar al temor de que en aras de las tácticas, que parecen prever Forster
y Jozami, la presidenta mande votar al condenado.
Porque si el arribo del kirchnerismo para Carta parece haber
sido una conjunción feliz imprevista, un milagro, el que aparezca un nombre que
se acerque lo más posible al modelo también es imprevisto. Muy triste tener que reconocerlo y achacarlo a
los humores pasionales de la política fácilmente manipulables por los medios.
Está bien acordarse del capital financiero internacional, de
la tendencia trasnacionalizante de la burguesía criolla, de los fabricantes de
semilla modificada que se despreocupan de los suelos pampeanos, de las
petroleras extractivistas, del poder de las cerealeras…todo condimentado con
palabrejas como plusvalía y capitalismo que suenan más a engañabobos que a
convicción.
Pero la confianza que tenemos a Cristina (Forster) vetó la
ley de glaciares, aprobó la nueva semilla de Monsanto, pagó la deuda adelantada, negocia con los
buitres y el Club de París, inauguró con bombos y platillos la planta
procesadora de soja más grande del mundo de la cerealera Renova. Fue el doctor Kirchner en el 2003 quien habló de reinventar nuestra burguesía nacional, los Elztain, los
Eurnekian. Esa confianza quizá sea lo
que justifique los silencios oportunos de Carta o los rezongos rumiados en
sordina escondidos en la retórica cultivada por González.
Esto también construyó los bienes de la herencia. No valen
ahora las jeremiadas, que tal como las literales del profeta apuntan a las
pasiones de su propio pueblo que se deja llevar de la nariz por los medios.
Pueblo al que nunca convocaron y que hoy va a pagar el pato de los silencios y
el doble discurso.
Por eso no me parece serio afirmar que la arremetida de
todos esos grandes actores contra el gobierno se deba al temor a una
radicalización del modelo. En ninguna de las quince cartas aparece tal
radicalización sino apenas como la zanahoria que les obsequió el doctor
Kirchner en Parque Lezama.
La lección no es para los muchachos de Carta Abierta. Estos
hombres de la cultura, intelectuales curtidos en las batallas de la pluma y la
palabra.
La lección es sobre
los intelectuales. Sobre su seriedad y responsabilidad.
Algunos quizá no quieran pertenecer a esa raza. Jozami se
vio obligado a repetir aquello de que intelectuales somos todos para
convencerse de que Carta no pretende ser vanguardista. Tiene razón en ambas
cosas. Carta no tuvo el monopolio de los intelectuales, ni siquiera mayoría. Y
no puede ser vanguardia quién va a la cola: "nacimos para apoyar al
kirchnerismo" - dijo Forster -.
La declinación de la función crítica no es sólo la renuncia
al intelecto. Significa también una defraudación, la participación en el
fraude, con la irresponsabilidad del que no pierde. Porque los que pierden en
serio son aquéllos a quienes decían responder, los que ven frustrados sus
anhelos.
La lección dice que los intelectuales no están o no deberían
estar para servir al poder. O, quizá mejor, que los que abdican al poder no
deberían llamarse intelectuales, sino obsecuentes.
Edgardo Logiudice
mayo 2014