Desde el punto de vista de los sectores más humildes y de
quienes pretenden estar de su lado, de los militantes de verdad de los
movimientos barriales, culturales, solidarios, se trata de una derrota agravada
por la mucha sorpresa. Derrota en manos de una personalidad políticamente
irrelevante en la provincia donde el candidato a Presidente gobernó ocho años. Y
mucho más irrelevante frente a quien, para muchos de aquellos sectores,
conducía un proceso presuntamente popular con ribetes de epopeya.
En realidad la culminación de una derrota.
En realidad una sorpresa inducida por el triunfalismo.
En realidad un proceso de derrota oculto por el gatopardismo
de algunos, la complicidad de otros y la ignorancia de muchos.
El gatopardismo de los conductores, la complicidad de los
arribistas, la comodidad de la ilusión de una victoria y la ignorancia
compartida de los propios pretendidos intérpretes de los humildes. Es decir, de
muchos de nosotros.
El proceso de derrota comienza con el desguarnecimiento o
despojo ideológico de los movimientos sociales en cuyas luchas, realizaciones y
anhelos se apoyó, se empinó, este
proceso político.
La maquinaria de los partidos políticos ya estaba agotada,
no sólo como posible instrumento de emancipación sino siquiera de algún cambio
o de algún conato de lucha.
La Alianza fue la expresión abierta de esa inopia
ideológica, pero también lo fueron las elecciones de las que Duhalde fue el
gran elector. De alguien a quién le ayudó también su propia irrelevancia. Que
se vayan todos fue la expresión de
ese estado. Y, por su irrelevancia el elegido pudo no aparecer en el todos. Los
todos que volvieron de su mano, los todos de la Alianza, de Menem y de Cavallo.
El aparato de la burocracia sindical hacía mucho tiempo ya que
no se distinguía por sus rasgos ideológicos, más que por un difuso peronismo
simbólico y ornamental. Le bastaban algunos reajustes de caja necesarios. Salvo
algún inerme sector estatal que no ambicionaba mucho más que su reconocimiento
jurídico, sin alcanzar a trascender al ámbito de los movimientos sociales. Por
decisión o impericia.
De la pobreza y hasta ingenuidad política de algunos
movimientos sociales es muestra la presencia de Schoklender. El coraje cívico
de muchos luchadores por sí sólo no garantizaba ninguna estrategia de cambio,
lo que fue aprovechado por los impostores gatopardistas, los arribistas y oportunistas. Sin perjuicio
de la sinceridad y honestidad de quizá la mayoría de, sobre todo, los jóvenes
militantes. Y hasta funcionarios de las segundas líneas.
Si la cooptación, como gustan decir algunos, fue posible lo
fue sobre un terreno de endeblez ideológica. Pues la cooptación ideológica no
es un pecado sino la herramienta política básica de la construcción de hegemonía.
Otra cosa es la corrupción disfrazada.
Los partidos de izquierda no existieron. La Alianza
Izquierda Unida no alcanzó el dos por ciento de los votos en las elecciones
posteriores al que se vayan todos. No existieron, probablemente porque, como aun
ahora, estaban derrotados ideológicamente desde hacía mucho tiempo. Y no por la
caída del muro. Ella misma fue expresión de la gran derrota ideológica. Las
ideas habían devenido doctrinas. Los instrumentos teóricos quedaron, por lo
general, congelados en el tacticismo pragmático de la inmediatez, infecundos para responder a los cambios
profundos del capitalismo. Su modo de producir y su modo y forma de
apropiación. Y, con ello, la morfología de la clase que vive de su trabajo; las
nuevas subjetividades; las nuevas
formas de control social, sobre todo-precisamente- ideológicas.
Del estado de orfandad ideológica, acá deberíamos decir
orfandad teórica, de muchos intelectuales es índice su papel anodino en este proceso.
Después del alfonsinismo los llamados intelectuales
orgánicos habían casi desaparecido.
La Revista Unidos había desaparecido en 1991. El primer
Secretario de Cultura en 2003 fue Torcuato Di Tella. Era más o menos lo que
había. Al poco tiempo es reemplazado por Pepe Nun que, en momentos en que De La
Rua declaraba el estado de sitio proponía entregar el Gobierno a una junta de
notables. Con él se incorporó Horacio
Gonzalez a la Biblioteca Nacional. El Ministro de Educación fue Filmus que
había sido asesor de Menem.
Los entusiastas no pasaban mucho más allá de Nicolás
Casullo, José Pablo Feinmann, Mario
Wainfeld y el dorreguista Pacho .
Sólo después de la 125 se agrupa un sector que, si al
inicio, promete una actitud crítica, al poco tiempo se transforma en un núcleo
de propaganda autoreferente, cuyos documentos cobraron celebridad por lo
críptico de sus enunciados.
Muchos jóvenes universitarios para entonces ya estaban
obligados por la trampa de los papers
a destajo. Su pensamiento crítico no fue mucho más allá del Capítulo XXIV, la alienación
y el fetichismo de la mercancía. O alguna variante de Vigilar y Castigar. Mientras
el mundo hacía rato que andaba por la
economía capitalista de la inteligencia, las TIC, las cadenas globales de valor
y la financiarización. Y otras formas de control y disciplinamiento, más
sutiles e intangibles.
Las poquísimas publicaciones de izquierda son elocuentes
todavía en cuanto a este desfasaje.
Una derrota en la derrota. Que no es la derrota del domingo
25 de octubre. Esta derrota culmina la derrota la del 25 de mayo de 2003,
cuando el ahora derrotado entró como vice de quien el mismo día de asumir
prometió un "profundo cambio cultural y moral" que incluía pagar la
deuda y ofrecer seguridad jurídica: "Quiero una Argentina normal",
"Sabemos que nuestra deuda es un problema central, no se trata de no
cumplir, de no pagar".
E impostó elípticamente
un pasado heroico: "Formo parte de una generación diezmada,
castigada de dolorosas ausencias", dijo.
Cumplieron. En orden y desendeudados con pagos soberanos. La
derrota está allí, en haber aceptado ese derrotero como un profundo cambio
cultural y moral. O, por algunos, al menos como un nuevo desarrollismo.
La derrota electoral es el triunfo de aquel proyecto y el
índice de nuestra derrota, la verdadera.
De poco sirve decidir dramáticamente. Chantajeados. Por un
discurso de retirada.
Peor aún, de abdicación.
Yo les di todo esto, háganse cargo. Yo estoy hecha, no puedo pedir más.
La suerte está echada.
Mirado desde este punto de vista no creo que en esta
coyuntura se trate de una cuestión de
principios frente al sistema de la democracia representativa. La representación
es una trampa descubierta ya por Rousseau: el pueblo inglés cree que es libre
porque sufraga y en el momento que lo hace se pone las cadenas.
Pero el ejercicio del voto como exteriorización de una
decisión es la expresión democrática ineludible, para acordar o disentir. Hacer
uso de él o no hacerlo, si realmente sostenemos que lo decisivo es el
movimiento social, no formalmente institucional, es una cuestión de estrategia.
Sólo que la estrategia para no quedar reducida a táctica pragmática y
coyuntural requiere un rumbo. Y para intentar un derrotero es necesario saber
en qué aguas se navega, qué corrientes, qué vientos y con qué nave. Conocer los
mecanismos, las fuerzas sociales concretas, específicas, ubicadas en tiempo y
espacio, el conjunto complejo de relaciones.
Una vaca puede ser alimento, instrumento de producción, o
materia prima, u objeto de culto.
Por eso mismo creo que no sirven de mucho las homologías
formales aunque se trate equivalentes.
Los fenómenos y las cosas son lo que son como resultado de procesos y en un
proceso. Lo que no quiere decir que los diferentes o distintos sean opuestos y,
mucho menos contradictorios. En esta coyuntura los candidatos no son homólogos
pero son equivalentes, son diversos pero no opuestos. Durante la campaña
dijimos, dado que ya no representan porque perdieron sus máscaras, porque son
equivalentes son intercambiables.
Que Macri asuma la YPF no fiscal, la AUH y, ahora hasta los
derecho humanos, no dice otra cosa que todas esas cosas a medias pueden ser
absorbidas por cualquier pragmatismo que se atenga a lo esencial de la gestión del
actual capitalismo.
Por eso mismo creo que no es válido el argumento de que, en
la coyuntura que enfrentamos, dado que los candidatos son similares se impone
votar en blanco.
Son equivalentes en un proceso - el que traté de describir -
en el que, en la relación de fuerzas actuales y sin un rumbo más o menos
preciso (y esto, en mi opinión, es lo decisivo) poco podemos incidir, ni
aprovechar su diversidad de gestación.
Esto último, de aquí al día de los comicios, sólo sería
posible si, antes de ellos hubiera
una muy fuerte reacción condicionante
de los mejores sectores de peronistas. No lo veo probable ya que no es
precisamente la movilización y la autonomía de criterio lo que ha propiciado el
kirchnerismo ni lo que ha caracterizado al proceso, y menos aun desde que su
dueña largó el cuzco a la deriva.
Pero ello no nos excusa para ignorar el problema, ni la
coyuntura. El problema es indagar de qué proceso es esta coyuntura. Creo.
Por eso mismo creo que no es muy acertado pensar que, dado
que parecen avecinarse fenómenos de la crisis, las luchas van a caer en bandeja
para quienes la anuncien y los que lo hagan serán los beneficiarios. Tenemos
bastante experiencia con aquello de cuánto peor, mejor. Porque no estamos en
condiciones de garantizar lo mejor, y lo peor de lo peor puede ser peor.
Diré entonces que, en este caso, es tan legítimo votar
o no votar, votar en blanco o hacerlo por el espectro de un proceso que, para grandes mayorías y, sobre todo,
humildes mayorías, y también muchos convencidos luchadores, significó una gran
esperanza. Pero sin la ilusión de que la abstención o el voto en blanco lleguen
a significar políticamente una muestra de repudio colectiva, que es la que vale. Porque no tenemos - insisto - fuerza
ni, sobre todo, rumbo.
Por eso no me sumo ni asumo ningún llamamiento. Sólo tomo mi
decisión individual de no ir al acto electoral.
Sin por ello abjurar del derecho inalienable del sufragio,
por el que los desposeídos pagaron buenos precios.
Algunos pueden pensar, y algunos lo dicen, que no nos
podemos lavar las manos. Tienen razón. Los que con reducidos medios criticamos
la gran mentira de ocultar la derrota con pequeñas verdades no nos las lavamos.
Quien ya se las lavó es quien acaba de abandonar el barco salvando sus medallas. Y dejándonos la tarea de levantar el
muerto, cualquiera de ellos sea, que ella misma coronó.
En cualquiera de los casos creo que hay que barajar y dar de
nuevo, investigando un poco más que hay en el mazo. Mientras tanto habrá que
resistir, con la solidaridad de los huérfanos.
Sin desánimo ni desilusión. No se desilusiona el que no se ilusionó.
Hoy, 3 de Noviembre 2015
Edgardo Logiudice
* Estas breves
reflexiones sobre la coyuntura electoral se fundan al menos en dos presupuestos. Uno vinculado a la
derrota ideológica o teórica y el otro respecto al papel objetivo, en este caso
del llamado kirchnerismo, en relación a las estrategias del proceso capitalista
global. Ambos están ligados ya que la derrota cultural lo es, precisamente,
respecto a la tardía asunción de esos nuevos fenómenos.
En el primer asunto la derrota se vincula a la falta de
asunción general de los nuevos modos de producir y del modo y formas de
apropiación por la izquierda política y las organizaciones de la clase obrera.
Un proceso que emerge en las décadas de los
setenta/ochenta orientando al capitalismo hacia nuevas estrategias con
creciente preeminencia de su sector financiero. Una revolución científico-técnica,
sin precedentes en cuanto a su magnitud, en un momento de una colosal
acumulación de capitales, fundamentalmente derivados de los petrodólares.
En ese contexto el papel de los nuevos procesos
productivos fueron quedando subordinados a nuevos modos y formas de apropiación
y acumulación, apareciendo así los mecanismos de lo que se dio en llamar
capital y ganancia ficticia. Mecanismos montados sobre productos financieros
siempre vinculados a deudas, sean soberanas o privadas; estas últimas fundadas
en un preponderante papel del consumo, favorecido por las propias técnicas de
información y comunicación.
Estas transformaciones comenzaron a ser detectadas e
indagadas en la década del noventa de manera confusa y recién en la primera
década de este siglo aparecen ligadas al modo y forma de apropiación y
acumulación. Despertando antes las ilusiones liberadoras del general intellect del Marx de los
Borradores, en una especie de cultura hacker entre liberal y libertaria. La
expresión "capitalismo cognitivo" para vincular los fenómenos de la
producción de contenido de conocimiento al modo de apropiación capitalista
aparece recién con el cambio de siglo.
Pasaría bastante tiempo para que se comenzara a hablar
de la economía de la deuda y vinculada, sobre todo, a las deudas soberanas no a
las del consumo. Desconectado así este último de las TIC como herramientas
subordinadas a las finanzas. Así el consumismo sólo fue visto como fenómeno
anómalo, moralmente criticable.
Muchas de estas cuestiones no pasan aun hoy de las
investigaciones y publicaciones especializadas.
Pero es en ese contexto no asumido, o no asumido
críticamente, en el que se desarrolla el proceso de endeudamiento y crisis de
la deuda latinoamericana y del Caribe del que, aquí, el kirchnerismo es parte.
La que se llamó la cuarta crisis de la deuda de América
Latina no estaba desvinculada del rol financiero que jugaba ya la producción
primaria como producto financiero. Commoditie, base de futuros y derivados ya
en ese momento a raíz de la demanda de alimentos, petróleo y materias primas
desde el Sudeste Asiático y, luego, China.
Por eso, creo, que el proceso kirchnerista no puede
desvincularse, como trató de hacerse, del menemista.
El colosal endeudamiento de Menem no está desvinculado del
papel de su Secretario de Agricultura, introductor del glifosato, ni el
Secretario de Planeamiento, en las relaciones con China, para vender soja.
Pues bien, en 2003 los acreedores querían cobrar y
América Latina y el Caribe aumentaron sus exportaciones de productos primarios
con poquísima elaboración. Las deudas se reestructuraron y pagaron con ellos.
Con vehemencia de pagadores seriales. Lula primero, Kirchner después.
Creo que estos presupuestos son los de la derrota
ideológica y el papel objetivo del proceso kirchnerista.
Que, por supuesto, no son los únicos.