El artículo de Jesús Jaen parece inscribirse en la
dimensión opositora del debate político español. No obstante la mirada del
autor sobre los cambios en el seno de la Unión Europea creo que es útil para
algunas reflexiones sobre asuntos que atañen y, a la vez, trascienden esa
problemática.
Trataré de sintetizar las cuestiones abordadas en los
densos ocho apartados en que se divide el texto, intentando desbrozar algunos
núcleos dentro de la cantidad de situaciones descriptas, según el autor,
analíticamente.
Síntesis.
En la UE hay un nuevo cambio de régimen político
consistente en un desequilibrio de poder entre el BCE, la Comisión Europea, el
FMI, el Estado y la banca de Alemania y algunos Estados-Nación de la periferia
sur: España, Portugal y España.
El primer sector representa los intereses de, o está
integrado directamente por, los grandes grupos económicos, particularmente
financieros, que ejercen una dominación política en perjuicio de las funciones
clásicas del Estado-Nación y su soberanía, conservando sólo sus funciones
represivas. Este desplazamiento significa un debilitamiento de la forma parlamentaria,
esto es representativa, y del papel de los partidos políticos y las
organizaciones sindicales. Con ello una pérdida del estatus social de los
trabajadores y de los sectores medios, el desmantelamiento del llamado estado
de bienestar o estado social.
El medio de presión sobre los gobiernos de los estados
perjudicados es el manejo de los flujos de recursos económicos. Pero sería
posible que los sectores dominantes apelen a otros medios tradicionales de
dominación, de carácter violento: bonapartismo o fascismo.
Este proceso se da en medio de una ola de
derechización ultra-reaccionaria de carácter ultra-nacionalista y xenófobo.
Esta derechización se basa en medios demagógicos y
patrioteros y se nutre de sectores pauperizados, sectores medios urbanos y
rurales y de trabajadores que fueron afines a la izquierda.
Antes de expresar mis comentarios, con la intención de
abreviar y ordenar la lectura del texto de Jaen, para quien lo crea conveniente
o necesario, lo resumiré en cuatro grandes cuestiones, sin respetar el orden de
exposición del autor. Ésta abarca demasiados aspectos, muchos de los cuales, en
mi opinión, merecerían una mayor profundización y actualización.
Resumen.
I.- Por dimensión europea el autor entiende la relación
de los Estados-Nación, en particular España, Grecia y Portugal en relación con
la Unión Europea, como un desplazamiento de equilibrios de poder.
Desplazamiento del centro de gravedad desde las instituciones políticas
nacionales hacia la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el gobierno y
Estado alemán.
Esto significaría un cambio cualitativo donde el
Estado-Nación de los mencionados países de la periferia sur no pierde todas sus
competencias. Conservan el ejército, la policía, el parlamento y el gobierno
devaluados. Pero los cede paulatinamente a poderes supranacionales
representados en la Troika, los poderosos grupos económicos y el Estado alemán.
A costa del hundimiento social de las clases trabajadoras, un sector muy amplio
de las clases medias urbanas y la pequeña
burguesía agraria e incluso de sectores medios de la burguesía.
Esto significaría una modificación en el régimen, un
nuevo cambio de régimen.
II.-
Un nuevo cambio
de régimen que se agregaría a dos señalados por Perry Anderson en un texto de
2012. Éstos fueron: a) Años 80, Thatcher-Reagan, liberalización de mercados
financieros, privatización de industrias y servicios; b) Años 90, caída del
Bloque Soviético, ampliación del liberalismo hacia ese espacio.
El nuevo cambio comenzaría el 1 de enero de 2000 con:
a) la concreción de la Unión Monetaria del Euro, nuevos poderes y centros de
decisión; b) la recesión mundial 2007/8, conversión deuda bancaria en deuda
pública, políticas de ajuste, desmantelamiento Estado de Bienestar social.
El resultado es un retroceso: surgimiento de fenómenos
reaccionarios, movimientos ultranacionalistas, a veces fascistas que empujan y
presionan a los poderes públicos hacia la derecha. El capital financiero
apuesta a viejas formas de dominación política, pero no se excluye la hipótesis
de que las clases dominantes decidan apoyar fuerzas ultra-reaccionarias. La
crisis económica ha roto viejas fórmulas de dominación política basadas en el
consenso o contrato social que garantizaba servicios mínimos a la mayoría de la
población europea. Por esa razón están entrando en crisis los viejos partidos y
sindicatos.
A estos mismos parámetros respondería la situación del
norte de África y el Golfo: una contrarrevolución violenta que ataca con
métodos bárbaros y fascistas. Se trata del correlato del ultranacionalismo
europeo o americano.
III.- Estas formas de dominación política nos ponen frente
a la cuestión del Estado, sus regímenes y gobiernos. Acá el autor encara su
determinación teórica e histórica considerando las tradiciones marxianas. Se
trata de establecer que se entiende por régimen político.
Según Jaen los movimientos políticos procedentes los
distintos marxismos establecen una diferencia entre la función del Estado y la
de un régimen. Para muchos marxistas el Estado se definiría por las relaciones
de clase y propiedad que existen en un país, por ejemplo feudal, capitalista o
socialista. El régimen político, por el contrario, se definiría por las formas
de dominación política por medio de las cuales una clase que tiene el poder del
Estado ejercen a favor o en contra de otras, ya sean subalternas o en el seno
de las élites dominantes. Las formas podrían así ser de pura dominación, de
hegemonía o su combinación. Lo trascendente es que con esas formas se crean
instituciones democráticas, basadas en el sufragio; antidemocráticas, basadas
en la fuerza armadas, el partido único, la burocracia estatal.
Lo que se define como régimen es la combinación de
esas instituciones con las clases sociales y el punto o centro de gravedad
donde reside la base real del poder en tal o cual Estado.
El autor menciona dos referencias teóricas: El 18 Brumario de Luis Bonaparte, de
1851/52 y La lucha contra el fascismo en
Alemania, artículos de los años 30. De allí surgen distintos tipos de
regímenes políticos: el fascismo, el bonapartismo alemán, de frente popular.
Formas que no son estáticas, ni normativas, ni compartimentos estancos. Al ser
una forma política de dominación, un régimen es una superestructura cambiante,
que se modifica según los acontecimientos de la realidad, tanto por
revoluciones, contra-revoluciones u otros factores de menor profundidad social:
se trataría de sujetos vivos en permanente construcción y deconstrucción.
No existen formas de dominación puras: un régimen
bonapartista puede convivir perfectamente con instituciones de tipo fascista o
al revés y un régimen parlamentario clásico puede hibridarse con formas
bonapartistas o con formas de doble poder revolucionario.
Lo sucedido en Grecia hace mucho más clara, según dice
el autor, la hipótesis de cambio de régimen. Es el reflejo de la crisis en que
están los regímenes de la democracia parlamentaria. Frente a el nuevo poder
emergente de la Troika y el gobierno de Alemania. El gobierno de Syriza gana ampliamente el referéndum e
inmediatamente decide capitular, restructurar el gobierno y convocar a nuevas
elecciones.
El autor destaca dos cuestiones: a) Hay un cambio de
mensaje; ya no es necesario sacar los tanques de la OTAN para acabar con la
democracia y la soberanía de un pueblo, basta dejarlo sin fondos; b) Los
verdaderos centros de poder y la decisión final está en manos de quienes
verdaderamente lo detentan (centros financieros, Bundesbank y BCE).
IV.- Por último este cambio de régimen es concomitante con
el fenómeno de una reacción bonapartista con el beneplácito de las grandes
potencias occidentales, por un lado y, por otro, el ascenso de los partidos
ultranacionalistas con base de apoyo popular. Que, para el caso de España sólo
se trataría la apatía de las poblaciones, quizá merced a la existencia de
Podemos que pudo evitar la creación de partidos de extrema derecha.
El ejemplo de bonapartismo clásico es Erdogán en
Turquía. Éste se erige como juez y árbitro de las distintas fracciones y clanes
del ejército y del aparato del Estado buscando acabar con cualquier posibilidad
de revolución democrática y laica. Otros ejemplos serían Siria y Egipto.
Jaen cita a Astarita quien vincula la salida del Reino
Unido de la UE a la peligrosa ola nacionalista de derecha en toda Europa
incluyendo en ella el ascenso de Trump.
Los partidos de extrema derecha tienen como medios la
demagogia y la retórica patriotera. Se nutre de grupos económicos muy
depauperados, también de la clase obrera tradicional que antes votaba a la
izquierda y las clases medias arrastradas por las crisis económicas. La
diferencia con el fascismo clásico es que no tienen como enemigo principal a la
clase obrera organizada política o sindicalmente sino a los inmigrantes, a los
eurócratas de Bruselas, pero no está descartado que el capital financiero pueda
usar esas opciones ultranacionalistas o directamente fascistas.
El caso del Brexit se vincula a esta ola ya que es un
sector de la oligarquía tradicional tory que hace presión sobre el partido
conservador con personajes como Farage, líder del UKIP (Partido de la
Independencia) o Boris Johnson. El movimiento engloba sectores de la clase
obrera que tradicionalmente votaban por el Partido Laborista y a sectores de la
clase media en los distritos rurales.
Intercambio
amistoso.
El texto pone sobre la mesa asuntos centrales del
estado y el gobierno del mundo.
Estos asuntos se hallan estrechamente vinculados y
entrecruzados. Pero abarcan muchos aspectos (determinaciones, diría Marx) que,
aunque novedosos en su magnitud e impacto, parecen estar gestándose –según
muchas opiniones, algunas de raíz marxiana- desde las décadas del 70 y 80 del
siglo pasado.
El enfoque de Perry Anderson con el que abre su texto
Jesús Jaen excede los límites de Europa. Claramente en el eje Thatcher-Reagan y sus políticas que abarcaron
todo el planeta. Esto autoriza a recordar otros fenómenos que se agregan a los
allí señalados y que, probablemente, tengan incidencia en alguna de las
cuestiones planteadas. Pero que, además, justifiquen el abandono o
re-significación de algunos análisis políticos originados en la segunda mitad
del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX.
Así, por ejemplo, a los fenómenos señalados por P. Anderson
podrían agregarse, al menos, tres que no parecen menores: a) la revolución en
las formas productivas con la robótica, las tecnologías de la información y
comunicación y la biotecnología ; b) las nuevas formas de apropiación del
trabajo ajeno –no desvinculadas de esa revolución científico-técnica- a través
del crédito, es decir el endeudamiento (lo que algunos llaman economía de la
deuda) y, c) la emergencia de China.
A esto último no ha sido ajena Europa, como lo
recuerda Jaen, con la transformación de las deudas bancarias en deudas
soberanas, con las consecuencias conocidas y las subsiguientes políticas de
austeridad y los consiguientes perjuicios para las clases populares.
Esta economía de la deuda no se reduce tampoco a la
deuda pública. Los “beneficios” temporales de la unión monetaria contribuyeron
a expandir la llamada ingeniería financiera y con ella la especulación. Los
resultados se vieron claros, en particular en España con la especulación
inmobiliaria, generando propietarios de papel que quedaron en el desahusio. Es
probable que muchos movimientos de protesta hayan tenido origen en la
frustración del consumo derivada de las crisis de la especulación financiera.
Lo es también, me parece, que este factor no sea ajeno tanto a la apatía
abstencionista como a la deriva de derechización del sufragio: los anhelos más
parecen ser del retorno al consumismo generador de deuda (de
propietarios-deudores) que de cambio social. En esto creo que han tenido que
ver las políticas socialdemócratas de adecuación. De ocultamiento de una
pobreza decorada de artilugios de última tecnología.
Los nuevos fenómenos no son inocuos. El primero que
señalé, junto con la financierización (forma y resultado de la ingeniería de la
deuda) ha expandido globalmente las grandes cadenas de valor y el intercambio
inter-empresario, con las deslocalizaciones de la producción. Ello, más la
emergencia china incorporando un mercado no sólo de consumo, sino de
productores de bajo costo, no es ajeno al deterioro no solamente de la fuerza
laboral, sino al propio papel de los Estado-Nación. Las grandes cadenas
globales superan todas las fronteras. Y el debilitamiento de la soberanía de
los Estados, de las tomas de decisión, ha quedado subordinada a los grandes
grupos económicos mucho más que a los sistemas políticos fundados en la
soberanía popular. Con lo cual la función de los parlamentos se ha hecho
bastante inútil y, junto con ellos, el papel de los partidos políticos y la
representación. Esto ya originó mucha discusión desde la década del 80. De allí
la a-legalidad casi permanente. Es decir, el presunto contrato social, que
nunca pasó de ser una ficción, ha quedado sepultado por el estado de excepción.
Y su forma concreta manifestada en la derechización más burda.
Quizá sea preciso recordar que no se trata sólo de la
troika y el Estado Alemán. El BCE maneja las tasas de interés que permiten a
los fondos “a la sombra” de los bancos deriven dinero barato a la especulación.
La recesión no es un mal divino, es en gran parte obra de esas políticas. No
parece casual que Mario Draghi fuera vicepresidente de Goldman Sachs
International, la que asesoró a Karamalis para ocultar el fraude que permitió
endeudar a Grecia llevándola a la crisis. Bruselas también es un apéndice del
capital financiero. Pero quizá más que presión sobre los gobiernos lo que hay
es una connivencia entre éstos y Bruselas. Tenemos experiencia por acá de las
“resistencias” de los gobiernos “anti-neoliberales” que pagaron religiosamente
todas las deudas, y Varoufakis, en su
gestión, no fue a Londres precisamente a resistir.
Esa derechización es más que bonapartismo y fascismo,
me parece. No sólo, como señala Traverso, con guerras cínicamente en nombre de
los derechos humanos, sino con medios bélicos atroces. Y quizá valga la pena
recordar que el mandato norteamericano de la guerra de Irak fue aceptado por
los países periféricos recién atados al Euro (hasta Portugal mandó tropas de
policía) y no lo fue por Alemania y Francia. Fue la mayor crisis de la OTAN. El
desequilibrio de poder no parece nuevo. Y los nuevos regímenes políticos no suelen
fácilmente conceptualizables, porque parecen responder a otros nuevos procesos,
no sólo económicos. La “ola” derechista tampoco es un castigo divino, viene por
“arriba” y por “abajo”. Parece ser esa la razón por la que Traverso opta
prudentemente, en su método comparativo, por el término (provisorio) de
post-fascismo. Precisamente para evitar similitudes teórica y prácticamente
riesgosas. Como quizá sea la establecida entre la situación histórica del Chile
de Salvador Allende con el gobierno de Siryza.
Ser la periferia de Europa parece ser algo muy distinto de los intentos
antimperialistas del siglo pasado en América Latina, en la forma y en el fondo.
Anteriores y lejanos de los fenómenos señalados por
Anderson. No es necesario abundar en esto. Simplificando, el Muro estaba en
pié, sólo hacía un año que Nixon había abandonado la convertibilidad del dólar,
el toyotismo no había llegado a EE. UU, recién se establecía el mercado de
monedas en Chicago, no existían las PC personales, Internet estaba en pañales.
Otros fenómenos campean también hoy en el campo
político. La desigualdad y la gobernabilidad. Probablemente vinculados a esta
derechización. Para los sectores dominantes el mayor problema de gobernabilidad
es la desigualdad. Así fue planteado en todos los últimos foros globales G-20,
la OCDE y en los organismos de las Naciones Unidas, el PNUD, la FAO. Es el
miedo a la ingobernabilidad.
El miedo nutre la derechización del poder, la “ola”. Y
la desigualdad también nutre la derechización de muchos sectores de la
población. El mayor asiento de Trump son los blancos empobrecidos. Es que la
desigualdad encubre el presupuesto de la dominación, la pobreza. Que en algunas
regiones ha bajado considerablemente (América Latina, China) en términos
relativos, y, al mismo tiempo la desigualdad se extrema en términos absolutos.
Cuestión de medición. El blanco pobre de las zonas de
la Norteamérica “profunda” posee automóvil, televisión, teléfono móvil y
trabajo precario, de baja calidad y mal pago. Le interesa poco la política,
manifiesta hastío, por ello habitualmente no vota, quiere el muro para los
inmigrantes y, según parece, votará a Trump. Vive precariamente en viviendas de
zonas marginales y, muchos son socialmente marginales. Campea allí la pobreza
cultural. Desinformación, competitividad, “entretenimiento”. La pobreza es un
fenómeno múltiple, no se mide sólo en bienes y servicios, es también cultural y
moral. Es exclusión. La promovida por grandes cambios tecnológicos que, como ha
sucedido tantas veces, deja el tendal de los “inservibles”. Cuando estos cambios no atienden a más
necesidad que la de la acumulación, cuyo signo hoy es financiero. Y es
exclusión política, cuando la función de los Estados-Nación queda reducida a
gestionar las deudas. Quizá por eso los “enemigos” hayan cambiado y los Estados
sólo conserven las funciones represivas.
El entretenimiento, el branding, el marketing,
entre otras, son nuevas formas de
control y disciplinamiento.
Por lo demás, en esta ceñida función del Estado, la
clase política tradicional, terminó vaciando el sistema representativo hasta de
su valor simbólico, agotó su misma forma, la máscara. Cuando sus miembros, los
gestores, cambiaron los programas por su imagen, la exposición de sus atributos
como tales. El propio régimen político se empobrece abriéndose a otra
desigualdad: la posibilidad de acceder a los medios. La pobreza política. Queda
reducida al régimen electoral. La apatía política no es una enfermedad.
Resistir los programas de austeridad es un acto de
defensa propia, necesario. Resistir toda opresión es obligatorio. Pero quizá, a
las preocupaciones e interrogantes de Jaen, haya que agregar algunas de las
cuestiones que se consideran en este intercambio. Que no pretenden ser
exhaustivas, por supuesto.
Para plantearnos al menos la probabilidad de otro horizonte y de nuevas fuerzas emergentes creo
que hoy se impone la necesidad de una mirada global y actual.
Y, diría, audaz. Ahora sí no hay mucho que perder.
Quizá deberíamos pensar en remontar la derrota ideológica.
Vamos camino a la barbarie, estamos viviendo la
barbarie. Me parece que la gravedad del asunto va más allá de la Asociación
Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP) y el Plan B para la unidad europea.
Edgardo Logiudice
Agosto 2016