Con la privatización del poder
político las oficinas de Anticorrupción del mundo, que al menos desde
Berlusconi hasta acá poco funcionaron, están desarrollando su última gran
tarea: combatir el soborno de la vieja clase política de profesión. En nombre
de la “ética pública empresarial”.
Dentro de la forma del Estado
soberano clásico, una de las tantas pero quizá la principal forma de corrupción
es el soborno. En su nombre han sido eyectados muchos políticos, algunos
realmente y otros aparentemente progresistas. Tan importante y costosa es la
corrupción que de ella hay un ranking, muy útil para el cálculo costo/beneficio
de una inversión de riesgo, más que para ponderar la ética de administración de
un gobierno.
La tarea es dura, sirve para
preparar estados de opinión, eventualmente para golpes blandos.
El problema es que los sucesores
electos o golpistas constitucionales parecen ser del mismo palo. Mauricio Macri
le dijo a Vargas Llosa que debería hacerse un monumento a Odebrecht por haber
hecho conocer la corrupción en Latinoamérica. Clarín dice que ha sido una fina
ironía. En este caso el muerto no se asusta del degollado.
La cuestión no tiene mucha solución,
porque el soborno y cualquier forma de corrupción son métodos viejos, útiles
para violar las formas del Estado de Derecho, pero inútiles en la presente
a-legalidad que rige el mundo de la dominación política global.
Con la apropiación privada del poder
público a través de empleados directos de los grandes grupos de
inversores-especuladores, el soborno se hace más o menos innecesario. Y eso
significa un ahorro de costos, porque a esos gestores los paga el endeudamiento
del que se harán cargo los contribuyentes con su trabajo.
Con los empleados gestores de
negocios o socios de los inversores en el poder empalidece una forma clásica de
corrupción del poder político público, porque éste ya no lo es: es privado. Con
lo que se confunden las figuras del corrupto y el corruptor. A veces, hasta en una
misma persona.
Baste recordar los procesos
licitatorios de las privatizaciones de las empresas del estado. Su
transparencia menemista. Cuando los Soldati, los Bulgueroni, los Macri
festejaban el reparto farwest con pizza y champagne. Ahora gritan ¡al ladrón!
Otros fueron más discretos. Están
pagando su discreción. Ya pagaron el soborno.
Edgardo Logiudice
Febrero 2017