Sí, en el
Vaticano hay corrupción.
Papa Francisco
I.
Según las investigaciones judiciales Odebrecht poseía
una oficina especial Para canalizar, a través de oficinas fantasmas offshore,
las comisiones destinadas al soborno: la División Operaciones Estructuradas. Lo
confesaron 77 CEOs. Para cambiar la prisión por multas. El periodismo la ha
llamado sin eufemismos oficina de sobornos o departamento de coimas.
Parece escandaloso pero no asombra a nadie. Menos a
los miembros pertenecientes a la clase de los funcionarios políticos en
actividad o con mandato cumplido ¿por qué habrían de asombrarse y menos escandalizarse?
Donde hay un corruptor hay un corrupto.
Los medios utilizan el asunto para lanzar nombres de
acuerdo al bando político-económico al que respondan guardándose de callar los
demás. Y cada uno de los nombrados protesta su inocencia. Gobernantes y ex-gobernantes
de manifiesta derecha y de declarado progresismo quieren estar lejos de tal
anormalidad.
Quienes pretendemos no estar en ninguno de esos
lugares por el contrario solemos afirmar que en el capitalismo es lo normal.
Hasta enunciando que la corrupción es de la naturaleza del capitalismo. Ínsito
o connatural.
Para que no quede en una enunciación como tantas,
donde por capitalismo se entiende algo distinto a un modo de producción y apropiación,
más parecido al demonio o al Malo que a otra cosa, valdría la pena reflexionar
un poco.
Podríamos comenzar por algunas preguntas.
Por ejemplo ¿de qué corrupción hablamos?
Y otra pregunta ¿es necesaria la corrupción para
obtener plusvalía? Ésta, la plusvalía ¿es la única forma de apropiación del
trabajo ajeno con la que opera el capitalismo?
Porque la corrupción es más vieja que el hambre,
aunque éste esté asociado a aquélla. Y su universo es muy rico.
En el relato bíblico ya figura el soborno, en el Éxodo:
el soborno ciega. Y en el Imperio
Romano parece que ya sabían bastante de esto los Senadores en las Provincias a
su cargo. No escaparon a él recaudadores de impuestos y gabelas.
Se trata siempre de una relación de poder donde el que está en posición dominante puede
otorgar un privilegio. Por acción u omisión.
En principio no se trata necesariamente de una
relación política ni económica moderna.
En el conocido caso de las indulgencias, que caro le
costó a la Iglesia de Roma –entre otras cosas un apelativo procaz- se dijo
quien en San Pedro estaban las llaves del Cielo pero que de vez en cuando había
que aceitarlas para que funcionaran.
De modo que la corrupción, más específicamente los
sobornos, tienen un origen anterior al capitalismo, aún al capitalismo
mercantil.
Pero de estas corrupciones de “divisiones de
operaciones estructuradas” de lo que se trata es del Poder, del Poder del
Estado. Y, aun así, no de cualquier Estado, sino del moderno. De modo que la
cuestión se ubica en la relación entre el Estado moderno y el capitalismo. Y ni
uno ni otro han dejado de sufrir transformaciones decisivas cada uno de ellos y
en su propia relación.
En principio el capitalismo, que se asienta en la
matriz mercantil, es precisamente la oposición a todo trato desigual o
privilegio. La explotación capitalista se desarrolla en el reino de la
igualdad, base de la libertad de contratación que es lo que requiere el
comercio.
Sin embargo el capitalismo es una eterna desposesión a
través de la plusvalía encubierta por esa igualdad contractual. La desigualdad
está en el punto de partida. Luego el Estado no hace, en principio, más que
mantener las condiciones generales (la famosa seguridad jurídica) y para ello
no es necesario el soborno (aunque exista).
Donde aparece el soborno en escala es en las
necesidades de las grandes obras de infraestructura (flotas, caminos, energía)
que requiere la producción industrial, sobre todo la gran industria.
Infraestructuras de las que se hizo cargo el Estado, de acuerdo a sus arcas. En
forma directa o indirecta. Y las infraestructuras requieren siempre grandes
capitales. Allí aparecieron los holdings y las primeras empresas
“estructuradas”. Nacionales y transnacionales. Ejemplo clásico los ferrocarriles
y luego las empresas de energía. Tanto en los países centrales como los
periféricos, desarrollados o subdesarrollados o como se los quiera llamar.
La desposesión tampoco tiene una sola forma. Harvey ha
señalado como tales algunos procesos iniciales que se conocen como la
acumulación originaria, que se vuelven a repetir. Así la desposesión de tierras
que generó al obrero “libre” como, precisamente, des-poseído.
Y hay otras formas de desposesión permanente más
sutiles, como el endeudamiento a través del crédito para el consumo, que
apareció con Ford y se reinventó con fuerza en la postguerra, dando lugar al
conocido consumismo.
Y hay otras formas más crudas de desposesión de
recursos naturales como las guerras.
II.
Es función del Estado moderno mantener la ilusión de
comunidad (Marx) de libre e iguales que contraten. En él la forma clásica más
adecuada es la de la democracia que supone la soberanía popular ejercida a
través de la representación electoral.
Se han hecho suficientes estudios y críticas a ese
sistema, tanto desde el punto de vista teórico como de la práctica que hace
obvio volver a repetirlas acá.
No obstante la necesidad de mantener tal ilusión
ideológica siempre ha chocado con la desigualdad y su consecuente i-libertad
sobre las que opera el capitalismo. Particularmente con el modo de producción
capitalista industrial, conforme hayan sido las relaciones de fuerza entre
explotadores y explotados.
Mantener los aparatos del Estado requiere dinero y eso
significa impuestos. No hay Estado sin Hacienda y Finanzas.
Cuando las relaciones de fuerza, particularmente con
la forma fordista de masas, para masas y por masas, favorecieron las
condiciones de los trabajadores, las políticas del “Estado Social”,
independientemente de otras razones geopolíticas (el “socialismo real” por
ejemplo) significaron una mayor distribución de las cargas fiscales y una mejor
distribución del ingreso.
Razones histórico-sociales, económicas y políticas, de
la que sobra literatura orientaron transformaciones en las formas productivas,
por un lado, y la dependencia del sector industrial a favor del financiero, por
otro.
Este último fue encontrando su propio modo de
acumulación (sin olvidar las desposesiones, los petrodólares, etc.) y su primer
gran alojamiento fueron las llamadas deudas soberanas.
El endeudamiento fomentado, con intereses sobre
intereses, condujo a la imposibilidad de pago, a sus crisis famosas, del
tequila y otros alcoholes. Estas crisis abrieron el camino de las
privatizaciones, es decir el desguace de los patrimonios estatales con el
nombre de “modernización”. Manteniendo cierto margen de reglamentación
(generalmente incumplido) y dejando la ejecución en manos privadas,
“nacionales” y transnacionales.
En ese proceso quedó abierta la vía del soborno en escala.
Los bienes de los que el Estado mantuvo su dominio
formal y su aparente control fueron eminentemente bienes públicos, bienes de
uso común. Muchos de infraestructura, como las comunicaciones, teléfonos,
correos, suministros como el agua y la energía.
Las adjudicaciones y la falta de control fueron el
abono del soborno.
Mientras tanto los grandes grupos financieros
siguieron fabricando dinero fiduciario, es decir sin respaldo. Tanto a través
de las nuevas deudas soberanas a través de las llamadas reestructuraciones (es
decir transformar las deudas con los organismos de crédito intergubernamentales;
Plan Brady) como a través de su propia ingeniería de productos estructurados
(futuros, derivados, etc.). Hasta que estalló la crisis de las deudas
“tóxicas”, el gran secreto de esa ingeniería. Secreto auspiciado por la
ausencia de reglamentación de las actividades financieras, o escondido a la
“sombra de los bancos”.
En apretada síntesis, como se dice, nadie controla a
los grandes grupos financieros porque los Estados dependen de ellos. Recién
ahora, cuando la hiperliquidez ahoga lo terminan por reconocer los organismos
internacionales, entre ellos la CEPAL.
III.
Y si los Estados dependen de los grandes grupos
financieros ¿para qué mantener la ficción de la soberanía? ¿y de la
representación popular? Hay que “sincerar”. Gobiernan los que gobiernan, eso es
realpolitik en serio. Hasta la noción
de Robert Dahl que, en los ochenta hablaba de “poliarquía” quedó obsoleta.
Mientras el Estado todavía podía mantener la ilusión
de comunidad soberana tenían vigencia las Oficinas de Anticorrupción y varios
Anti “delitos”. Para eso todavía funcionaba Transparencia Internacional, los
rankings de ética de los estados y se medía el costo de los sobornos que
pagaban las divisiones de “operaciones estructuradas”.
Éstas ha perdido hasta su carácter de delitos: los
“arrepentidos” pasaron a ser los verdaderos fiscales.
Ahora el intento es la ocupación directa de los
aparatos del estado, ya con minúscula. Hasta el Asesor Principal de Donald Trump
manifiesta que se trata de destruir el Estado, a la manera de Lenin. Claro es
que no se trata ahora de la dictadura del proletariado, precisamente. Y todo se
plantea como una “revolución” con vistas a un futuro prometido, pleno de
trabajo merced a las inversiones en infraestructuras. “Administradas” por los
propios empleados de los inversores. A la luz del día, sinceramente. Aunque
algunas asociaciones público-privadas porque se denominan “públicas” guarden
cláusulas secretas como si fueran secretos de Estado. Trasparencia.
“El soberano garantiza la inversión” acaba de decir el
representante de General Electric respecto a Vaca Muerta.
Y entonces no pueden dejar de aparecer los “conflictos
de intereses”. Acá, en Estados Unidos, en Francia, en España, en China, en
Italia. Conflictos que ya apuntaban con la “puerta giratoria” de los CEOs
bancarios y financieros en los organismos internacionales de crédito.
“Conflictos” que pretenden disimular algunos con un “Fideicomiso ciego” con el
invento del expresidente-empresario de Chile, Piñera y, otros más sinceros,
como Trump, al que China acaba de aprobarle allí 17 negocios a su nombre.
Pero ahora se trata de algo más. Los grandes grupos
financieros apuntan a la gran des-posesión, a través de la virtuosa confluencia
de lo público y lo privado.
Los sobornos clásicos ya no son tan necesarios, se
pueden dar algunas “marchas atrás”. Lo necesario ahora es la apariencia legal,
darle forma legal a la desigualdad, los privilegios y el despojo. Volver a
fojas cero de la historia, pero ahora no como punto de partida sino como
resultado del capitalismo.
Por supuesto que
los sobornos clásicos no desaparecen. Como me hace recordar el Profesor Jorge Saab,
son útiles aun para “la persistencia de ciertas prácticas tales como la
transferencia de los fondos de obras sociales a la burocracia sindical, los
salvatajes a los gobernadores, el financiamiento a ciertos líderes de
movimientos sociales, etc,, etc, siguen siendo eficaces para contener las
posibles fisuras en el esquema de poder. Otro tema es hasta qué punto estas
formas variopintas de soborno garantizan la paz social”.
La privatización del correo corresponde la época del soborno. Hay que borrarlo y
olvidarlo. El uso de facto de las rutas aéreas es el intento post-soborno, la
apropiación directa de la soberanía del espacio aéreo. Los actores son los
mismos, cambió la estrategia. Desposesión directa de los bienes comunes. El
lugar de refugio seguro del capital financiero para que no se licúen sus
activos en la incertidumbre, la crisis de liquidez que, como ellos dicen, los
hace volátiles.
Frente a las resistencias, la “legalización” de los
despojos, del saqueo y la ocupación, no alcanza para disimular. Entonces
aparece un discurso revolucionario: la “Revolución del aire”. El abuelo del
Ministro del Interior también era un revolucionario. Ideólogo de la entrega del
petróleo en la presidencia de Arturo Frondizi y, luego entusiasta de Menem,
para convencer a los jóvenes de que los contratos petroleros eran un acto
revolucionario, repetía aquello de “un paso atrás dos adelante”. Aquello
también fue desposesión.
Volvemos a fojas cero.
Creo que si no reflexionamos un poco sobre estas
cuestiones nos quedamos en aquello de que todos roban y que la única solución
es la de Barrionuevo, dejar de robar un tiempito. Con lo cual no solamente se
naturalizan sin distinguir todas las formas de corrupción, sino que además no
decimos nada del capitalismo realmente existente afirmando sólo que la
corrupción es su naturaleza.
Edgardo Logiudice
Marzo 2017