martes, 30 de agosto de 2011

El marxismo y el consumo


El consumo ¿es una nueva forma de apropiación del trabajo ajeno?



Dedico este trabajo a Leandro Ferreyra, con quien aprendí a leer El Capital. Aun no sé si bien o mal.


Importancia política de la pregunta.

Para ningún marxista es novedad que, en el modo de producción capitalista industrial, la apropiación el trabajo ajeno se genera en el propio proceso de producción, a través de la forma del contrato de salario. Esta forma jurídica oculta el hecho de que si bien, en principio, el capitalista paga al obrero el valor íntegro de lo necesario para reponer su fuerza de trabajo, es decir, es comprada como cualquier mercancía, en realidad es una mercancía especial: puede producir más valor que el que tiene. Este plusvalor queda encerrado en los productos terminados cuya propiedad pertenece a quién utilizó la fuerza de trabajo, porque pagó por ella. Esta apropiación del trabajo ajeno por medio del salario es lo que llamamos explotación.
Si no me equivoco este es el núcleo del planteo de Marx para develar el secreto del capitalismo, bajo la hegemonía de la producción de la gran industria que subordina y hegemoniza todas las demás formas de producción y sectores del capital.
La pregunta del título supone una duda: con el tipo de desarrollo actual del capitalismo, bajo la dependencia y hegemonía del capital financiero ¿existen otras formas de apropiación del trabajo ajeno?
Creo que la pregunta no es arbitraria teniendo en cuenta las transformaciones habidas desde los años ochenta en adelante, tanto en las formas productivas (robótica, informática), como en los bienes fundamentales (inmateriales, intangibles) como en los modos de apropiación (formas de propiedad).
Pero, además, el interrogante no tiene un sentido retórico ni académico. Diría que es fundamentalmente político. Si, como sospecho, las deudas generadas por el consumo constituyen una nueva y, hoy, dominante y hegemónica forma de apropiación del trabajo ajeno, es probable que sea en el ámbito vinculado al consumo donde se desarrollen importantes luchas sociales y, eventualmente, políticas. Luchas políticas en sentido restrictivo, esto es, demandando al Estado. Ello sin perjuicio de desarrollos importantes de formas sociales y políticas en sentido amplio, esto es, en formas autogestionarias de organización y hasta de expropiación.
Sospecho, además, y quiero decirlo abierta y francamente (aun a riesgo de equivocarme fiero), que serían rebeliones y luchas tanto o más eficaces, hoy, que las luchas por el mejoramiento de los salarios. Al menos como puntos de partida de otras que pueden abarcar las condiciones de producción en su conjunto, pues los conflictos en el ámbito del consumo, en el sentido histórico de condiciones de vida, que le otorgara Marx, se vinculan estrechamente tanto a los recursos no renovables como al medio ambiente.        
Creo que algunas de las rebeliones a las que asistimos pueden atender a ese tipo de conflictos. Así, movimientos como los de España, Grecia e Israel están vinculados a los ajustes presupuestarios. Ajuste, en estos casos es un modo eufemístico de cercenar las conquistas de los que se llama Estado de Bienestar. Se trata, en realidad, de derivar recursos sociales hacia otros destinos, en particular el pago de la deuda externa, en perjuicio de las condiciones de vida, de subsistencia.
El consumo de subsistencia no se reduce a la alimentación y el vestido. Se trata de una cuestión cultural. Marx los coloca “bajo la rúbrica de medios de consumo necesarios, siendo indiferente para estos efectos el que se trate de productos como el tabaco, que pueden no ser artículos de consumo necesarios desde el punto de vista fisiológico; basta con que se consideren habitualmente como tales”. (Marx, 1956 a: 313)
Los diferencia de los “medios de consumo de lujo, que sólo se destinan al consumo de la clase capitalista”, pero en los “períodos de prosperidad y sobre todo en las épocas en que florece la especulación […], no aumenta solamente el consumo de medios vida necesarios; la clase obrera (a la que ahora se incorpora activamente todo su ejército de reserva) participa también momentáneamente en consumo  de artículos de lujo normalmente inasequible a ella y además en la clase de los artículos de consumo necesarios, que en otras condiciones sólo son «necesarios» por regla general para la clase capitalista, […].  (Marx, 1956 a: 318)
El Estado de Bienestar ha sido “un período de prosperidad” histórico, no momentáneo, y vinculado a la política del pleno empleo, que comenzó a morir con Thatcher en los ochenta. El momento mismo de la aparición de la robótica.
Pues bien, artículos que se consideraban de lujo destinados al consumo de la clase capitalista pasaron a ser “necesarios”. Más aun, con el fordismo la producción de alguno de esos artículos fue fomentada por la publicidad, creando no sólo el tipo de consumo, sino el consumidor mismo. Haciendo realidad lo que Marx enunciaba en la Introducción del 57: la producción crea el consumo y el consumidor.  
El consumo necesario, de subsistencia, pasó a ser todo aquéllo que se consideró “habitualmente como tal”.
Pero el fordismo y su estado de bienestar, significando ya una cultura histórica, comprendió, además, educación, salud, vivienda, ocio, para grandes masas proletarias[1]. Esas condiciones de vida, la habitualidad de algunos usos (en definitiva el consumo no es más que un uso que agota la cosa) no fueron concesiones regias, sino resultado de la lucha de clases. Su cercenamiento también y la lucha de clases es lucha por condiciones de vida. No me parece casual la apelación actual a la dignidad, que es algo más que el consumo de subsistencia. Es del orden, creo, de lo ético-político.  
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El consumo.    


En todo El Capital Marx le dedica poco espacio al consumo. El objetivo de su estudio era el funcionamiento del capitalismo industrial y, para el mismo, el consumo quedaba sólo como el fin ideal (ideológico), que le otorgaba la economía política clásica de satisfacer las necesidades de la sociedad. En realidad, para el capitalista, el consumo que interesa es el consumo productivo, es decir el consumo de la fuerza de trabajo. El consumo de subsistencia queda fuera del ciclo de producción, aun más, el consumo agota lo producido, consumiéndolo. A lo sumo (lo cual vemos que, hoy, no es poco) es un medio para reiniciar la demanda de un nuevo ciclo. Esto es lo que había enunciado ya Marx en la Introducción del 57.  (Marx, 1971: 10)
Por eso a Marx el consumo le interesa, fundamentalmente, en su existencia como capital variable. Veamos.
“[…] para el capitalista tanto la producción como el consumo del obrero no son más que “un eslabón inevitable, el mal necesario, para poder hacer dinero” (Marx, 1956 a: 48)
“[…] la clase capitalista necesita de la existencia constante de la clase obrera y, también, por consiguiente del consumo del obrero […]”  (Marx, 1956 a: 62)
El ideal del capitalista sería hacer dinero sin tener que producir, pero, al menos para el capitalista industrial, ello es imposible por definición y, para producir, se necesitan obreros que, además, deben alimentarse para renovar su fuerza de trabajo. Siendo esto así parte de su capital debe representar los medios de sustento de los obreros y estar dispuesto para ello. Para el capitalista los medios de sustento de la fuerza de trabajo son “la forma natural de su capital variable”. (Marx, 1956 a: 395).

Esto es sólo un punto de partida.
Entonces, para abonar la hipótesis de que el consumo opera como vehículo de apropiación del trabajo ajeno, partiendo de Marx, debería considerar el carácter de los elementos del capital variable. Es decir el destinado al trabajo, sea éste pretérito, presente o futuro. 
¿Qué se puede decir de algo que aun no existe? ¿O es que existe de manera larvada, en potencia, bajo otra forma? Esto último es lo que, me parece, afirma Marx en el Segundo tomo de El Capital, algunos de cuyos párrafos propongo releer.



El trabajo futuro.   


Como suele suceder con la visión dialéctica de Marx, el punto de partida lógico e histórico (la existencia de ese capital destinado a salarios) deviene, una vez desarrollado el proceso (el conjunto del ciclo) resultado del mismo: resultado de trabajo futuro y, por lo tanto de plusvalía futura.
Trataré, con el riesgo que representa, de simplificar algunos pasajes de Marx del Capítulo XI, Teorías sobre el capital fijo y el capital circulante, Ricardo y del Capítulo II,  El ciclo del capital productivo.
La fuerza de trabajo es energía inteligente. Como energía su valor de uso se despliega en el tiempo. Para el capitalista, que la adquiere como cualquier mercancía, al mismo tiempo genera valor y, por su característica especial, plusvalor. Sin embargo, siendo, como lo es, sobre una matriz mercantil, una mercancía, no es una cosa.
La compraventa de cualquier producto terminado significa su entrega contra el pago del precio. El producto terminado es resultado de un trabajo, pero lo que se vende o se compra no aparece como trabajo sino como su resultado. El artesano vende su artesanía: el producto de su energía inteligente aplicada a una materia, una cosa, un objeto.
El obrero no vende ninguna cosa, pero el capitalista la “compra” como una cosa.
Imaginemos que un individuo gana una lotería. Con el dinero decide ponerse a fabricar sacos. Hace los cálculos y destina cada parte proporcional a edificio, maquinaria, materia prima, materias auxiliares y mano de obra. El dinero destinado a esta última es, para él, parte de su, ahora, capital con el que compra trabajo, de la misma manera que los demás elementos de la producción. Para él, al momento de pago de los salarios (jornal, quincenal, mensual) dispone de la parte del capital anticipada para ese destino.
En realidad, al pagar los salarios después de cumplida la jornada (quincena, etc.) está pagando trabajo pasado, pretérito. Es el obrero el que anticipa su trabajo o, mejor, su fuerza de trabajo, generando así parte del valor y plusvalor de la producción total[2].
De esta manera, cuando aun no había iniciado la producción, el capital inicial del capitalista ya representaba trabajo futuro. O, iniciada ya la producción, durante el tiempo que el obrero está trabajando y aun no percibió su salario, representa trabajo presente. Trabajo que incluye así, como vimos, parte de valor y plusvalor, del producto, cuando se realice como mercancía).
Podemos concebir la circulación incesante del capital en su conjunto. No obstante, para nuestro cometido, podemos hacer abstracción de la mediación de los tenderos mayoristas y minoristas.
Supongamos que, para nuestro capitalista por azar, trabajan algunos obreros que perciben salarios diarios y otros quincenalmente. Uno de los jornaleros, con uno o más jornales, compra un saco. Es decir con su trabajo pasado.
Para el capitalista, al recibir el precio (tendero mediante) se cierra así el ciclo de esa mercancía o, mejor, su producto se convierte en mercancía que encierra su valor más el valor agregado por el trabajo de ese obrero, la plusvalía.
Supongamos ahora que el capitalista invierte todo lo percibido. De ello una parte proporcional será destinada a salarios: el de los obreros que cobran quincenalmente. Por lo tanto el trabajo pretérito de uno de sus obreros será destinado al trabajo que están anticipando ya su trabajo y el que realizarán hasta el fin de la quincena[3].
Es decir, en el conjunto del ciclo, el trabajo pretérito de unos es trabajo futuro de otros (o de él mismo): “De este modo, el obrero percibe, al recibir el dinero con que se le paga su salario, la forma transformada de su propio trabajo futuro o del de otros obreros. Con una parte de su trabajo pretérito, el capitalista le hace un pago a cuenta de su propio trabajo futuro. Es su propio trabajo presente o futuro el que forma el fondo […] con que se le paga su trabajo pretérito.” (Marx, 1956 a: 60)
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Dado que parte del precio incluye la plusvalía, una parte del trabajo futuro, para el capitalista será gratuita. En el conjunto del ciclo la plusvalía realizada genera plusvalía futura.
En el trabajo que realizan los obreros que aun no cobraron está presente una alícuota, conforme sea la etapa de producción, de plusvalía que aun no se realizó.
(Observemos acá que ella no aparece, por lo tanto, como un activo. Se trata de una expectativa que, si se vende, por ejemplo el fondo de comercio, será evaluada para ponderar el precio del mismo).

Nada de ésto aparece en la superficie, en la inmediatez, de los infinitos contratos aislados de salario. El contrato de salario da cuenta de la circulación mercantil pero no de la circulación del capital. Pero ésto no es acá lo importante. Acá, para nuestro objetivo, es conveniente reparar en que, tanto el trabajo futuro como la plusvalía que incluye, son bienes inmateriales, intangibles. Aun no se han realizado pero ya tienen una existencia en potencia, larvada. Tal es su existencia que figura, oculta, en la contabilidad del capitalista. Al menos mientras continúe el ciclo. Creo que este tipo de existencia, del trabajo y la plusvalía, es una clave para reconocer la magnitud de los bienes intangibles y de los negocios financieros que giran sobre la “venta de plusvalía”.
Pero, en este trabajo, lo que más me interesa destacar es que el trabajo futuro puede ser negociado y, por lo tanto, garantizar cualquier contrato. Por ejemplo, una deuda originada en un préstamo. Tanto una deuda de consumo individual como “colectivo”.
En realidad puede decirse que lo que hoy son los bienes pertenecientes a la gran propiedad financiera siempre representan trabajo futuro.
Los organismos internacionales privados, que establecen las reglas del juego entre los grandes fondos financieros, dictan algunas normas para la posibilidad de contabilizar como activos evaluables los bienes intangibles o inmateriales.
Los intangibles comprenden una amplia variedad de bienes: conocimientos científicos o tecnológicos, el diseño e implementación de nuevos procesos o nuevos sistemas, las licencias o concesiones, la propiedad intelectual, los conocimientos comerciales o marcas, denominaciones comerciales y derechos editoriales, los programas informáticos, las patentes, los derechos de autor, las películas, las listas de clientes, los derechos por servicios hipotecarios, las licencias de pesca, las cuotas de importación, las franquicias, las relaciones comerciales con clientes o proveedores, la lealtad de los clientes, las cuotas de mercado y derechos de comercialización.
Como vemos todos esos bienes serán tales en la medida en que funcionen efectivamente, mientras tanto su potencial valor es sólo una expectativa.
Se trata, en general, de bienes generadores de beneficios en potencia, es decir en la medida en que el trabajo futuro se trueque en pretérito o se esté realizando. Sin embargo su existencia como activo, como bienes que siendo intangibles tienen valor, posibilita que sobre ellos se realicen negociaciones y sirvan de garantía para otros nuevos negocios. Cuando estos activos se transfieren el negocio se denomina “compraventa de plusvalía”. Estos señores pueden o no haber leído El Capital,  pero no ignoran lo que están haciendo: el trabajo futuro contiene plusvalía futura.



Préstamos para el consumo.


El salario, considerado, por el capitalista, como anticipo para la renovación de las fuerzas, equivale al “consumo de subsistencia” del obrero, es decir, sus condiciones de vida.  Como objeto de anticipo es indiferente que los bienes se consuman al primer uso, como los alimentos, o en el tiempo, como una vivienda a pagar en cuotas.
Pero la provisión de los bienes para el consumo de subsistencia está mediada por la compra venta, esos bienes son mercancías. El salario no se paga en esos bienes, la mediación de la compra venta se realiza en el mercado y, en el mercado, hay mercaderes. De modo que la efectividad de la función de “anticipo” está mediada por el comercio a través de contratos de compra, es decir jurídicamente. La inmediatez de los actos aislados oculta el proceso económico. El obrero aparece comprando libremente sus medios de subsistencia con el dinero ganado por su trabajo, el salario.
Es el campo de lo que Marx llamaba la “pequeña circulación”, en él aparece una cadena de innumerables contratos de compraventa, generadores de propiedad privada mercantil. “La pequeña circulación entre el capital y la capacidad de trabajo. Esta circulación acompaña al proceso de producción y aparece como contrato, intercambio, forma de intercambio, supuesto bajo el cual se emprende el proceso de producción. La parte del capital que entra en esta circulación —los medios de subsistencia— es el capital circulant por excelencia.” (Marx, 1972: 200/201)
Terreno fértil para la ideología de la libre disposición de la propiedad, ideología que se cristaliza, se sustantiva, en la ley. Ésta garantiza la propiedad privada a través de la organización destinada a ello que es el Estado, que tiene el monopolio de la fuerza.
Cuando el comerciante tiene recursos, capital suficiente, puede vender a crédito. Pero, en realidad, en esa venta no se realiza el precio de la mercancía. El comerciante está haciendo funcionar parte de su capital, no como capital comercial sino como capital financiero. Puede hacerlo con tranquilidad porque el Estado, cuya función principal es la garantía mutua de respetar la propiedad de los capitalistas, garantiza la propiedad del dinero que anticipa al consumidor en forma de producto. Se trata, en realidad, de un préstamo cuyo destino no es cualquiera sino el del pago del consumo de subsistencia.
Si el salario, o la parte de él, como vimos, equivalen a trabajo futuro, el consumidor no está pagando con el resultado de trabajo realizado, sino con su trabajo futuro. El comerciante así, con la parte de capital que funciona como capital financiero, tiene la propiedad privada del trabajo futuro del consumidor.
El trabajo futuro del consumidor, cuando es a la vez un trabajador, como vimos, contiene en potencia no sólo el valor de su fuerza de trabajo sino el plus valor (el carácter de producir más valor que el de su subsistencia), dado que el trabajo no ha sido aun efectuado. De este modo el comerciante, en su carácter de representante de su capital financiero, se apropiará del trabajo ajeno. Esta expoliación, como la del salario dentro de las leyes del intercambio, es lo que llamamos explotación.
Pero el comerciante, (sobre todo el mayorista, pero no distingamos acá) puede haber obtenido las mercancías también a crédito, cosa que normalmente ocurre. En ese caso será el capitalista industrial el que disponga una parte de su capital como capital financiero, cobre o no intereses por ello. De esa manera, la plusvalía futura (o parte de ella) que quedaba en manos del comerciante irá a parar al capitalista industrial.
De este modo el capital industrial es propietario del trabajo futuro, a través de la mediación del comercio y la banca. Por este medio el capital industrial se apropia de la plusvalía futura. No sólo se trata, entonces de la posibilidad de apropiación del trabajo futuro sino de la plusvalía futura. Pero no es ésta aun la fuente primordial de acumulación, sino la del trabajo efectivamente realizado, es decir el trabajo pasado (en forma de capital constante) o el presente (constante y variable en circulación).
Más, como sabemos, los bancos tienen como principal función receptar las fracciones de  dinero que temporalmente no pueden funciona como capital industrial, para ser prestado a quienes lo puedan utilizar así.
Hasta acá el capital bancario con esa función está subordinado, como el capital comercial, al capital industrial del que depende para la provisión de fondos. Por ello los intereses que percibe (o la diferencia entre los que paga y los que percibe) no es más que una parte de la plusvalía industrial, como lo son las ganancias de la diferencia entre precios de compra y de venta del capital comercial.
A medida que el capital industrial se acrecienta con la producción en masa, por las masas y para las masas, o por otros factores coyunturales o extraordinarios, la acumulación capitalista puede generar saldos disponibles muy importantes. La administración de este capital requiere formas de organización que, generadas en al ámbito bancario, acaban por existir como una forma especial separada de capital al lado de las demás. Esta forma acaba generando sus propias reglas, logrando su “autonomía relativa”, en el control de los flujos de capital. “Si el producto sobrante […] constituye la base real de la acumulación del capital […] bajo su crisálida-dinero –como tesoro y capital-dinero virtual que sólo va formándose paulatinamente- es absolutamente improductivo, discurre paralelamente al proceso de producción bajo esta forma, pero al margen de él. Representa un peso muerto (dead weight) de la producción capitalista. La tendencia a utilizar esta plusvalía que va atesorándose como capital-dinero virtual para los fines tanto de la ganancia como de la renta encuentra su objetivo en el sistema de crédito y en los «títulos». El capital dinero conquista así, bajo una forma distinta, la influencia más enorme sobre la circulación y el desarrollo gigantesco del sistema de producción capitalista.” (Marx, 1956 a: 382, 383)
“El sistema de crédito […], al igual que el capital comercial, modifica la rotación con respecto a cada capitalista de por sí. Pero en una escala social sólo lo modifica cuando acelera no sólo la producción, sino también el consumo.” [Subr. EL] (Marx, 1956 a: 149)
El sector financiero de la banca ya había controlado el funcionamiento de la garantía mutua de los propietarios organizados en Estado, a través de la deuda pública. Con la presencia autónoma de la organización financiera organizada en grupos de inversión, el control del Estado se manifiesta en la dependencia de su soberanía. Las “huelgas de capitales” como la calificación del “riesgo país” son la expresión más evidente. Pero la situación de subordinación llega al límite de reflejarse en las propias constituciones. Tras la excusa de poner freno al endeudamiento se reforman las leyes fundamentales del Estado-nación para aceptar hipócritamente el endeudamiento perpetuo, llamándolo “déficit estructural”, y ello para “mantener el Estado de Bienestar”, al tiempo que se establecen leyes de flexibilización laboral[4].
 Dejemos esta cuestión para más adelante, pero adelantemos que esta situación posibilita la a-legalidad (no i-legalidad) de las transacciones financieras que las coloca a menudo al borde del fraude y la corrupción.
Dije, entonces, que el capital financiero subordina, con el control del flujo de capitales, al capital industrial (también al bancario y al comercial). Dije también que el préstamo para el consumo generaba las deudas cuyo pago significa apropiación de plusvalía futura, es decir expectativa de plusvalía. Tal expectativa, por definición es un bien inmaterial, intangible. Pero si la plusvalía futura sirve como medio de pago cuando se realiza efectivamente, entonces la plusvalía futura es una mercancía como cualquier otra: se puede comprar y vender o puede ser objeto de cualquier tipo de negociación. La clave de la negociación, de este bien intangible que es la plusvalía, reside, creo, en que es representación de trabajo futuro.
Dicho de otra manera, porque el trabajo ajeno futuro existe ya en la forma de capital variable, antes de que ingrese efectivamente en la producción, es que puede comprarse y venderse como cualquier mercancía. Y junto con él la futura plusvalía esperada. Dado que aquel capital variable no es más que el consumo de subsistencia, lo que se negocia son los bienes que tienen ese destino. Su consumo efectivo significa la realización no sólo del producto sino de la plusvalía que contiene. Ello es lo que permite la apropiación del trabajo ajeno por medio del consumo y no solamente por medio del salario.
Es decir, la explotación a través del consumo.
Permanece la base histórica de la apropiación en la producción y permanece, precisamente, como la base en que se asienta todo el edificio, hasta llegar al de la sofisticada arquitectura financiera. Pero ésta es, no sólo dominante, sino hegemónica, en tanto es generadora de ideologías. Para los “ganadores” de la ideología de la ganancia por la ganancia misma, como parte del hacer financiero, para los “perdedores” a través de la ideología del consumo, el “consumismo”.

Por estas razones el capital financiero necesita originar deudas en la mayor escala posible. No basta con las deudas para el consumo de subsistencia, porque, además ellas pueden chocar con la realidad del efectivo pago. El consumismo se frustra con el paro o los bajos salarios. Las frustraciones pueden minar la hegemonía, generar rebeliones.
El consumismo no gira en torno a una idea o acción colectiva sino que apela al individuo, la idea de pertenencia es, en todo caso, la pertenencia a un status social apetecible. Al menos a no figurar entre los perdedores. El consumo del consumismo no siempre es efectivo, real, sino que sólo constituye otra expectativa de consumo futuro: un consumo virtual.
De modo que la inversión masiva de capital puede tener como objetivo lo que tenga apariencia de colectivo, de consumo colectivo, lo que de alguna manera genera una legitimidad. Para ello está a mano la ideología del “crecimiento”, aceptada, necesariamente por los Estados, dado que así aparece como la representación del bien común. Es decir, la forma ideológica que legitima lo que es, en realidad, la organización de la garantía mutua de los propietarios privados capitalistas.
En ese cuadro la representación política significa la gestión y administración de los bienes que aparecen como comunes. Aquello que, en el ámbito jurídico-político, es la ley que aprueba el presupuesto de la nación, es decir como expresión de la voluntad general.
El presupuesto atiende a los recursos y gastos e inversiones. El bien común, en un régimen de Estados-naciones significa la defensa, el mantenimiento y el mejoramiento de la población. Por esto último se entiende la necesidad de una mayor cantidad de bienes para todos. Eso significa el desarrollo de una mejor y mayor producción, es decir un mayor crecimiento. Aceptado ésto, su forma ideológica es la del “crecimiento”.
Esto significa la necesidad de capitales destinados a los objetivos de defensa, gastos e inversiones.
Esta gestión queda en manos de los gobernantes, se supone su racionalidad. Pero como el sistema representativo no está sujeto a mandato imperativo ni a la revocación y el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes, éstos serán los que decidirán, en principio, la racionalidad de las inversiones, más o menos arbitrariamente.
Digo que decidirán en principio, porque la posibilidad efectiva de los créditos, no está en sus manos: hablé ya del riesgo país y de la huelga de capitales. Pero, además hay que agregar los intereses propios de los mismos grupos financieros respecto a empresas en las que tienen participación, que son muchas (en definitiva son una especie de las garantías de sus negocios) y de los más variados rubros[5].
Ello puede traer como consecuencia que un país que no tenga planteada ninguna hipótesis de conflicto “invierta” en material bélico[6]. Este es un caso de manifiesta irracionalidad, pero no es el único. Hay países con extrema pobreza o de déficit habitacional en los que se hacen inversiones o se gasta en obras de infraestructura para barrios de lujo. Regiones donde se privilegia el turismo con obras de vialidad en desmedro de zonas donde circula la producción.
De modo que el Estado (sus gobernantes) contraen deudas para lo que aparece como un “consumo colectivo” en nombre del crecimiento. Los bienes o servicios resultantes serán contabilizados como producto bruto interno[7], sean útiles o no, beneficien a muchos o a pocos. Pero habrá “crecimiento”.
De todos modos los préstamos deberán pagarse. Deberán pagarse las deudas por el capital y los intereses con los recursos del Estado. Es decir con lo que el Estado recaude en concepto de impuestos (en algunos casos con el producido de privatizaciones de bienes sociales). En todos los casos se trata de trabajo pasado, que fue ante futuro.
En el caso de los impuestos que gravan la riqueza se trata de una parte de la plusvalía realizada, esto es trabajo pasado. 
Pero si se trata de impuestos al consumo que gravan a toda la población, se trata de un ahorro social destinado al consumo (el consumo también es un uso) colectivo, aspecto de las condiciones de vida del consumo de subsistencia. Al pagarse con ello la deuda se está pagando con lo que fue, al comenzar el ciclo, trabajo futuro. Como lo era al contraerse la deuda. Para que la bicicleta siga andando de vez en cuando hay que pedalear.  
En ambos casos lo que al contraerse la deuda fue trabajo futuro, al pagarse es trabajo pasado. Esta es la garantía de la deuda “pública”, esto es lo representado en los bonos y títulos del Estado. Se trata, sin duda, de una mega-expropiación del trabajo social.


Las rebeliones.

  
Las rebeliones se vinculan estrechamente al consumo porque la forma de apropiación predominante es a través de la deuda generada por aquél, sea éste individual o “colectivo”, es decir originado por la inversión o el gasto propiciado por el Estado.
Por estar vinculadas a esa forma de apropiación, es decir explotación y expoliación, las rebeliones pueden llegar a ser anticapitalistas. A veces así se proclaman. Lo que pocas veces es preciso es que se entiende por sistema capitalista.
Por ahora lo importante, me parece, es que el método de lucha crea sus propias normas autónomas y con herramientas expropiadas. En ese sentido las luchas tienen un carácter revolucionario.


Miseria de la filosofía.
   
Estas cuestiones preocupan a algunos filósofos, no sólo marxistas.
El Suplemento Ñ del diario Clarín, en la edición del 20 de agosto de este año, publicó un debate originario de Le Monde, bajo la firma de Nicolas Troung, que así lo confirma.
Los partícipes fueron Meter Sloterdijk y Slajov Zizek. Uno alemán, otro esloveno, muy conocido en nuestro país.
El filósofo alemán, que sostiene la redondez de la filosofía, afirma: “La crisis de la civilización radica en lo siguiente: estamos en una época en la cual la capacidad de crédito de inaugurar un porvenir sustentable está cada vez más bloqueada porque hoy se toman créditos para reembolsar créditos. En otras palabras el «creditismo» ingresó en una crisis final. Hemos acumulado tantas deudas que la promesa de reembolso en la cual se funda la seriedad de nuestra construcción del mundo ya no puede sostenerse. Pregúntenle a un estadounidense como imagina el pago de las deudas acumuladas por el gobierno federal. Su respuesta seguramente será: «Nadie lo sabe» y creo que ese no saber es el núcleo duro de nuestra crisis. Nadie en esta Tierra sabe como pagar la deuda colectiva. El porvenir de nuestra civilización choca contra un muro de deudas”.
El marxista Slavoj Zizek, que participa en un encuentro con el alemán, dice: “Adhiero totalmente a esa idea de una crisis de «futurismo» y de la lógica del crédito […] emplearía el término «futuro» para designar lo que Meter Sloterdijk llama «creditismo».” Y añade: “[…] aquí no estoy tratando de dar un nuevo impulso al comunismo de Marx que está emparentado, efectivamente con un creditismo desmesurado”.
Más adelante el filósofo alemán se refiere a las rebeliones árabes y españolas: “Hay toda una gama de emociones que pertenecen al régimen del thymos, o sea, al régimen del orgullo.” El marxista esloveno acude a su visón del capitalismo: “en el capitalismo, creo que hay una combinación muy específica entre el aspecto timótico y el aspecto erótico. Es decir, que el erotismo capitalista es mediatizado en relación a un mal timotismo, que engendra un resentimiento.”
El budista, o algo parecido a ello, alemán constata que el sistema capitalista se asienta hoy sobre deudas y sostiene que los rebeldes son resentidos. Zizek aprueba las dos cosas  pero, como buen marxista, las explica por el carácter del capitalismo: combinación específica (eso sí) de timotismo y erotismo.

Tengo la sensación de haber perdido el tiempo con mis lecturas y, para peor, hacérselo perder a los demás.


Edgardo Logiudice
Agosto de 2011







Bibliografía citada.


HOBSBAWM, Eric (2003) Años interesantes, una vida en el siglo XX,  Buenos Aires, Crítica, 416 Págs.

MARX, Carlos (1956 a) El capital. Crítica de la Economía Política, Tomo II, Buenos Aires, Cartago, 458 Págs.

MARX, Karl (1971): Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Borrador) 1857-1858, Volumen 1, Buenos Aires, Siglo XXI, 500 Págs.

MARX, Karl (1972): Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Borrador) 1857-1858, Volumen I1, Buenos Aires, Siglo XXI, 493 Págs.



[1] Refiriéndose a Europa de los años sesenta dice Hobsbawm: “[…] la mayoría de la gente gozaba de una vida de riquezas, toda la gama de posibilidades de vida y ocio, y un grado de seguridad social que solamente había estado al alcance de los muy ricos en la generación de nuestros padres y con la que ni siquiera habrían podido soñar los pobres”. HOBSBAWM , Eric, 2003: 218.
[2] “Hay que observar aquí que el capitalista, según el lenguaje de la economía política, adelanta el capital invertido, en salarios en distintos plazos, según que pague estos salarios, por ejemplo, por semanas, por meses o por trimestres. En realidad, las cosas ocurren a la inversa. Es el obrero quien adelanta al capitalista su trabajo por una semana, un mes o un trimestre, según los plazos en que se les abonen sus salarios. Si el capitalista comprase la fuerza de trabajo en vez de pagarla, es decir si abonase el salario al obrero, diaria, semanal, mensual o trimestralmente, por adelantado, podría hablarse de un adelanto del salario para el plazo correspondiente. Pero como en realidad, lo paga cuando el trabajo ha durado un día, una semana o un mes, en vez de comprarlo y pagarlo por el plazo que debe durar, tenemos que todo esto no es más que el quid pro quo capitalista, con el que el adelanto que el obrero hace al capitalista en trabajo se  trueca en un adelanto que el capitalista hace en dinero al obrero. Y los términos del problema no se alteran en lo más mínimo por el hecho de que el capitalista sólo recobre de la circulación o sólo realice el producto mismo o su valor –según el tiempo más o menos largo que se emplee en elaborarlo y también según la cantidad de tiempo necesaria para su circulación – en plazos de mayor o menor duración (en unión con la plusvalía incorporada a él)”. Capítulo XI, T. II. Teorías sobre el capital fijo y el capital circulante, Ricardo. (Marx, 156 a: 170/71)

[3] “[…] este dinero no es solamente la forma-dinero del trabajo pretérito de los obreros, sino que es, al mismo tiempo, un pago a cuenta del trabajo presente o futuro, del trabajo que se está realizando o que habrá de realizarse. El obrero puede comprar con este dinero una chaqueta que no se confeccione hasta la semana siguiente. Así ocurre, principalmente, con la gran mayoría de los medios de vida necesarios que tienen que consumirse casi inmediatamente, en el momento mismo de su producción, a trueque de perderse”. Capítulo II, T. II,  El ciclo del capital productivo (Marx, 1956 a: 60)

[4] Así lo hizo Alemania en 2009. España sigue sus pasos con un acuerdo PP-PSOE para reformar la Constitución: consiste en un “límite” de déficit estructural del 7% del PBI y una deuda máxima del 60%. “PP y PSOE celebran un pacto sobre el déficit que «refuerza» la confianza en España” y “ El Gobierno recupera la receta del empleo precario para combatir el paro”, en El País, Madrid, 27/08/11, Págs. 10 y ss.
[5] “El proceso de transnacionalización de la producción constituye la raíz de la dinámica política y económica del sistema capitalista en el siglo XXI. Las firmas transnacionales se han constituido en empresas globales integradas, que entregan productos a sus clientes en el mercado mundial en su conjunto. Ello significa que comparten tecnologías y estándares de negocios, y se financian exclusivamente en el sistema financiero internacional, […]”. CASTRO, Jorge. “Por qué la inversión se está moviendo al mundo emergente”, Ieco, Suplemento Clarín, Bs. As., 21/10/11, Pág. 8.
[6] Un caso paradigmático es España.Es verdad que muchos de estos proyectos tenían un objetivo más industrial que militar -permitir la privatización de una empresa pública o su integración en un consorcio multinacional- y que nunca existió un planeamiento global que permitiera asignar los recursos en función de las prioridades de los ejércitos. Pero ello fue posible porque se abusó de la compra a crédito, engordando una deuda que toca pagar ahora, en el peor momento. La factura global de los llamados programas especiales de armamento -19 sistemas de armas que, en su mayoría, incorporan nuevas tecnologías- suma 30.000 millones de euros, en torno al 3% del PIB español, de los que Defensa ha pagado hasta ahora algo menos de 5.000”. Declaraciones del Secretario de Defensa en  El drama de las cuentas públicas, Defensa renegocia una deuda de 26.000 millones en armas que no puede pagar. El plazo para abonar tanques, aviones y fragatas se alargará cinco años hasta 2030”. MIGUEL GONZÁLEZ - Madrid - 13/08/2011 El País, Madrid, p. 20

[7] Brasil tiene un stock de Inversión Extranjera Directa, respaldada en los grupos financieros internacionales, de U$S 500.000 millones: el 24,5% del PBI. CASTRO, J. Op. Cit.

lunes, 15 de agosto de 2011

El marxismo y la propiedad privada.


¿Hay una nueva propiedad privada?


Dedico este trabajo a Silvio Schachter, instigador de este ilícito con cierto comentario sobre alguna de estas hipótesis.



Importancia del tema.

Sospecho que la propiedad privada clásica, es decir el derecho que se puede hacer valer contra todos, incluido el Estado, de usar, percibir los frutos y disponer, y aun destruir una cosa, ha quedado socialmente relegado, entre otros a un sector no irrelevante de pobres. Quiero decir que la gran propiedad privada aprovecha a un sector restringido, ha cambiado y hasta eliminado alguno de sus caracteres, y éstos influyen sobre las anteriores y, ahora, subordinadas formas de propiedad. Del mismo modo que algunas formas pre-capitalistas subsistieron subordinadas al modo de producción y apropiación capitalista.
Para cualquier marxista está claro que no es lo mismo la propiedad privada de los medios de producción que la de cualquier objeto de consumo y que la de la fuerza de trabajo, aunque todas puedan definirse como en el primer párrafo.
De modo que no se trata, solamente, de que han existido distintas formas de propiedad, por ejemplo comunal, tribal, esclavista, feudal, sino que conforme sea el carácter y las funciones de los bienes, la propia propiedad privada admite distinciones.

La cuestión de la propiedad en general y de la propiedad privada, en particular, no sólo constituye el problema clave de la teorética marxista y la historia humana, sino del funcionamiento de toda la sociedad. No se trata de una cuestión meramente jurídica ni “superestructural”, es el motor y, a la vez, el efecto de la dominación.
Sin embargo su problemática no es sometida a crítica en el conjunto de las ciencias sociales actuales, situación que no parece incoherente en relación a la ideología dominante. Lo preocupante es que no lo hacen tampoco, sino en la superficie de las contradicciones, los que se asumen como cientistas de las clases dominadas o subordinadas. 
La crítica práctica es llevada a cabo por las propias crisis del sistema de dominación y apropiación, por un lado y, por otro, por los sectores vinculados a los desarrollos de la inteligencia artificial, en particular los hackers.  Otra crítica práctica la llevan a cargo aquéllos, por lo general jóvenes, que se apropian de las redes para difundir su cultura y hasta para organizar movilizaciones de opinión y de personas. Asunto que preocupa a no pocos gobiernos.

Creo que la cuestión reside también en investigar que es la propiedad privada hoy o, si se quiere, a qué nos referimos cuando hablamos de propiedad privada.
Para ello, a veces, es bueno comenzar por plumerear algunos viejos buenos libros. No para hallar recetas ni citas canónicas, sino algunos términos del problema. Para que Marx afirmara aquello de que desde la anatomía del hombre se entiende la del simio, respecto a El Capital, debió antes comprobar en el British Museum que la economía no había hecho demasiado progreso de Adam Smith y David Ricardo. Pero además porque Londres era para él “la magnífica plataforma para observar la sociedad burguesa”, la nueva fase de desarrollo en que parecía entrar[1]. Observar lo más desarrollado e indagar “escrupulosamente”, al decir de su amigo Engels, los economistas clásicos.
Me parece que si intentamos abolir la propiedad privada, generar otro tipo de propiedad, socialista o como se quiera llamar, pero distinta de la propiedad privada capitalista, debemos al menos intentar indagar cuál es ésta. Me parece que alguna carencia de ello ha habido en el gran intento revolucionario del siglo pasado. Pero, además, tal indagación puede coadyuvar a precisar el significado de expresiones tales como “socialismo del siglo XXI”, promovida por algunos líderes, o calificativos tales como “capitalismo de estado” aplicados, por algunos críticos, a China o Corea.



Lectura de La Ideología alemana.

Propongo situarnos en La Ideología alemana[2], un texto clásico, finalizado en Bruselas en agosto de 1846, poco antes de la redacción del Manifiesto y bastante tiempo oculto.
Tratan los autores, de la propiedad, en el Capítulo I, dedicado a Feuerbach, punto B. sugestivamente titulado La base real de la ideología, parágrafo 2. La relación entre el Estado y el derecho y la propiedad[3].
La primera forma de la propiedad, dicen, es la propiedad tribual. Esta se desarrolla en varias etapas: “propiedad feudal de la tierra, propiedad mobiliaria corporativa, capital manufacturero – hasta llegar al capital moderno, condicionado por la gran industria […] a la propiedad privada pura que se ha despojado ya de toda apariencia de comunidad y ha eliminado toda influencia del Estado sobre el desarrollo de la propiedad. A esta propiedad privada moderna corresponde el Estado moderno, paulatinamente comprado […] por los propietarios privados, entregado completamente a éstos por el sistema de la deuda pública […]”.  
Vale decir, la propiedad privada pura es la que corresponde al capitalismo industrial, pero la propiedad mobiliaria y la del capital manufacturero también es propiedad privada, sólo que su desarrollo está influido aun por el Estado, no el Estado moderno sino el Estado estamental.
“La burguesía –continúan – por ser ya una clase, y no un simple estamento, se halla obligada a organizarse en un plano nacional […] y dar a su interés medio una forma general. Mediante la emancipación de la propiedad privada con respecto a la comunidad, el Estado cobra una existencia especial junto a la sociedad civil y al margen de ella, pero no es tampoco más que la forma de organización que se da necesariamente los burgueses […] para la mutua garantía de su propiedad”.
Sostienen los autores que los escritores de los Estados, ya por entonces modernos, como Francia, Inglaterra y Norteamérica, “se manifiestan en el sentido de que el Estado sólo existe en función de la propiedad privada, lo que, a fuerza de repetirse, se ha incorporado ya a la conciencia habitual”. Diríamos hoy que la idea de que el Estado sólo existe en función de la propiedad privada y no de la comunidad había devenido, precisamente, ideología.
El Estado es entonces para los autores, una forma organizativa de garantía mutua de los intereses comunes de los propietarios capitalistas. Por lo tanto sólo a través de la mediación del Estado todas las instituciones “adquieren a través de él una forma política”.
“De ahí la ilusión de que la ley se basa en la voluntad y, además, en la voluntad desgajada de su base real, en la voluntad libre. Y, del mismo modo, se reduce el derecho, a su vez, a la ley”.
Es decir, el hecho de que los propietarios capitalistas organicen necesariamente la garantía mutua de su propiedad e intereses bajo la forma específica, separada, de Estado, genera la idea de que éste es una creación voluntaria, libre. Y, dado que todo aparece así mediado por el Estado, toda relación entre privados (el derecho, los contratos) aparece como ley del Estado. Esta es la ideología, es decir la ilusión “desgajada de su base real”, o sea de las relaciones de producción capitalistas, la propiedad privada capitalista industrial.
“El derecho privado proclama las relaciones de propiedad existentes como el resultado de la voluntad general. El mismo ius utendi et abutendi expresa, de una parte, el hecho de que la propiedad privada ya no guarda relación con la comunidad y, de otra parte, la ilusión de que la misma propiedad privada descansa sobre la mera voluntad privada, como el derecho a disponer arbitrariamente de la cosa”.
Está claro acá que la propiedad privada como el derecho a disponer arbitrariamente de la cosa, es decir, la definición con la que comencé este escrito, es una ilusión, una ideología correspondiente a la forma pura de la propiedad condicionada por la gran industria, no a cualquier otra forma de la propiedad privada. Esta forma pura, que yo llamé clásica, corresponde al Estado moderno, a la forma de organización destinada a la mutua garantía de los propietarios capitalistas. Sin ese Estado, que hace aparecer a la propiedad privada como originada en la ley y no en las relaciones sociales económicas, la propiedad privada no sería legal. Pero tampoco ilegal, el delito existe sólo si hay una norma que lo sancione.
“En la práctica –continúa el texto – el abuti [el derecho de disponer, enajenar[4]] tropieza con limitaciones económicas muy determinadas y concretas para el propietario privado, si no quiere que su propiedad, y con ella su ius abutendi [el poder de disponer], pasen a otras manos, puesto que la cosa no es tal cosa simplemente en relación a la voluntad, sino que solamente se convierte en verdadera propiedad  en el comercio e independientemente del derecho a una cosa […].”
Dicho de otra manera: yo puedo ostentar el título de propietario privado de un bien, tener incluso su posesión, pero no depende de mi voluntad que pueda ejercer el derecho de disponer de ese bien si, por ejemplo, nadie está dispuesto a comprarla: el derecho de propiedad “solamente se convierte en verdadera propiedad en el comercio”.
Sigue el texto: “(solamente allí se convierte en una relación, en lo que los filósofos llaman una idea)”. Marx y Engels se refieren a los filósofos alemanes que están criticando. Marx inserta allí una glosa al margen: “Relación, para los filósofos=idea. Ellos sólo conocen la relación «del hombre» consigo mismo, razón por la cual todas las relaciones reales se truecan, para ellos, en ideas.”  
Vale decir, para la filosofía alemana, o sea, la ideología, la propiedad privada es una relación de voluntad (la facultad o el poder de disponer libremente de una cosa), una vez más tal como la definición inicial. Pero ello no es más que la “idea” en que se ha trocado una relación real cuando ésta tiene lugar efectivamente en el comercio. No obstante, aunque ello no llegase a ocurrir efectivamente, es decir, la cosa no se vendiera, en la idea de los filósofos, es decir la ideología, la propiedad privada subsistiría como la libertad de disponer de la cosa.
“Esta ilusión jurídica, que reduce el derecho a mera voluntad, conduce, necesariamente, en el desarrollo ulterior de las relaciones de propiedad, al resultado de que una persona puede ostentar el título jurídico a una cosa, sin llegar a tener realmente ésta. Así, por ejemplo, si la competencia suprime la renta de una finca, el propietario conservará, sin duda alguna el título jurídico de propiedad, y con él el correspondiente jus utendi et abutendi, Pero, nada  podrá hacer con él ni poseerá nada en cuanto propietario de la tierra, a menos que disponga de capital suficiente para poder cultivar su finca”.
Esto quiere decir que, no obstante que las relaciones económicas efectivas no tengan lugar, la ilusión jurídica (la ideología) que, como vimos, aparece como ley, se cristaliza (se sustantiva) en un título jurídico que representa los poderes de uso y disposición de la cosa. El que se pueda ostentar este título, independientemente de la posibilidad de hacer efectivo los poderes de uso y disposición, conforme a las condiciones económicas (por ejemplo, poseer capital suficiente), es obra de la garantía mutua que se otorgan los propietarios organizada en la forma de Estado, es decir, la Ley.
Pero dijimos que esa “conciencia habitual”, la “idea” de los filósofos y su sustantivación en ley, tienen su “base real” en los intercambios efectivos, en el comercio y, si bien es cierto que los títulos jurídicos cobran autonomía en virtud de la ley, cabe preguntarse que sucedería con ellos si la base real perdiera efectividad.
Dije más arriba que sin el Estado la propiedad privada no sería legal y digo ahora que sin la base real de los intercambios (el derecho privado, los contratos efectivos) los títulos jurídicos, en cuanto se interrumpe el circuito de cumplimiento, pierden su carácter ilusorio, tienden a convertirse en humo. Esto aparece claro en las bancarrotas, en las crisis comerciales y financieras. En tanto siguen funcionando como espectros de los intercambios reales, los títulos siguen produciendo efectos, por ejemplo ganancias, más en cuanto las crisis se generalizan, la propiedad privada que representan (poderes de uso y  disposición) son de imposible realización.
Hoy se habla de capitales y ganancias “ficticias” para significar el momento de imposibilidad de uso y disposición efectivos, “real” en la terminología del texto, de la propiedad privada que he llamado clásica.
Con esa autonomía de los títulos jurídicos la propiedad se independiza de la posesión física y efectiva de los bienes o, lo que es lo mismo, la propiedad alcanza a bienes no necesariamente tangibles, “materiales”. Se puede ser propietario privado, por ejemplo de una producción intelectual o de bienes futuros, de expectativas.
Vimos antes que los autores de La Ideología Alemana señalaban que el Estado había sido paulatinamente “comprado […]  por los propietarios privados, entregado completamente a éstos por el sistema de la deuda pública”. El Estado que los propietarios privados compraron no es, con el Estado moderno, su Tesoro (el tesoro físico, tangible, de la corona del Príncipe), es una organización. La garantía de los acreedores son, fundamentalmente, las acreencias provenientes de los impuestos, deducidos los gastos, entre los cuales figura el pago de los intereses de la deuda pública. Esto es, el resultado de un balance. Los prestamistas apuestan a ese resultado, es decir a una expectativa, de él depende el cobro de sus intereses como el respaldo de su capital. De donde, el propio Estado que organiza la garantía mutua de los propietarios, deja de ser garantía de todos los propietarios para serlo sólo de sus acreedores. Pero si el resultado es deficitario, junto con la garantía del capital y los intereses, desaparece la organización de la garantía mutua de los propietarios privados. Junto con la deuda “soberana” desaparece la soberanía del Estado. Es lo que se dice “la quiebra del Estado-nación”. La propia propiedad privada destruye su fuente de legalidad. Es una propiedad privada liberada de las reglas legales. La disposición (utendi et abutendi) de los bienes no se trata ya entonces de un derecho sino de un uso de hecho. No ilegal, sino a-legal.
Pero esto es posible porque no se trata de bienes “físicos”, sino inmateriales o intangibles.
Sigamos con el texto.
“[…] por la misma ilusión de los juristas se explica que para ellos y para todos los códigos en general sea algo fortuito el que los individuos entablen relaciones entre sí, celebrando, por ejemplo, contratos, considerando esas relaciones como nexos  que se [pueden] o no contraer, según se quiera, y cuyo contenido [des]cansa íntegramente sobre el [capr]icho individual de los contratantes.”
Si, como dije ya, la propiedad privada sólo se hace efectiva por medio de un contrato, sea para enajenarla o para adquirirla, si esos contratos no se entablan, y ello no depende del capricho individual sino de las condiciones económicas, la ilusión de los juristas (ideología) y las normas sancionadas en los códigos (la ley del Estado)  girarán en el vacío. Sólo cadenas entrecruzadas de espectros de contratos sobre títulos jurídicos, “garantizados” en otros títulos. Ilusión jurídica que finaliza en bancarrota o en algún “salvataje” a cargo del Estado recaudador.
Pero la carencia de contratación (expulsión del mercado) es otra cosa para los desposeídos, los que no pudiendo disponer efectivamente de la propiedad privada de su fuerza de trabajo, quedan literalmente marginados de los contratos y de la ley. Para algunos de ellos sí, la forma de apropiación es un ilícito, por ejemlo el robo, según la ley del Estado garante de la propiedad. Robo que no sería tal si la ley no rigiera porque el Estado no pudiera garantizarla. Por lo tanto la apropiación no sería ilegal, sino también a-legal. Dicho a la manera de Lutero: el pecado existe porque existen los mandamientos que lo prohíben. Tal apropiación sería un uso de hecho, pero no un delito. Idéntico al uso que efectúan los propietarios privados, como vimos, liberados de la ley. Sólo que unos pueden seguir girando, al menos temporalmente, en el vacío y los otros pierden hasta la “idea” de contrato.
El párrafo siguiente es elocuente en relación a la existencia de distintas formas de la propiedad privada.
“Tan pronto como el desarrollo de la industria y del comercio hace surgir nuevas formas de intercambio, por ejemplo, las compañías de seguros, etc., el derecho se ve obligado, en cada caso, a dar entrada a estas formas entre los modos de adquirir la propiedad.”
Pensemos que si la existencia efectiva de la propiedad depende de la posibilidad de su enajenación, cuya contracara es la adquisición, el “contenido”, los caracteres de esa propiedad privada dependerán de “los modos de adquirir la propiedad”. Por lo tanto si estos modos cambian también cambiarán los caracteres de esa propiedad, aunque mantengan el nombre. No es una tautología. Hay un ejemplo que, aunque, como casi todo el derecho privado tenga sus antecedentes romanos, es  hoy bastante corriente: la propiedad fiduciaria. Forma adoptada por los grandes grupos de inversión, extendida hoy para negocios menores: la explotación de un campito o la construcción de un edificio.
Se trata de una “vaquita” que no tiene forma de sociedad. El propietario privado de un bien inmueble, por ejemplo, no dispone de capital para construir. Un constructor, o una empresa, tienen el capital y la organización suficiente para hacerlo. En vez de asociarse, designan a una tercera persona, física o jurídica, para que ésta realice y administre la obra. El constructor se obliga con ese tercero a suministrar los materiales y la mano de obra para la construcción, el propietario del terreno lo entrega a ese tercero, en propiedad. Los bienes aportados por uno y por otro formarán un patrimonio separado del de quienes los aportaron. Pero el titular de esta propiedad privada, denominada propiedad fiduciaria, que es ahora un tercero, no puede disponer libremente de ella: lo producido deberá ser adjudicado a los que ya se habían desprendido de ellos al transferir su propiedad. Es una nueva forma de propiedad privada. Se trata de una propiedad privada distinta de la que definí al comienzo y ello en virtud de la forma (el modo, dicen Marx y Engels) de adquisición. Un contrato especial genera una propiedad especial.
Por lo tanto existen diversas formas de propiedad privada según sean las formas de adquisición.
Restaría ver de qué dependen los modos de adquisición y, con ello, finalizar esta lectura del texto. La hipótesis es que la forma de adquisición depende del carácter y la función de los bienes: los bienes tangibles, materiales,”físicos” se pueden poseer, se pueden tomar, los bienes intangibles, inmateriales no. Se puede tomar una fábrica o un terreno, no se puede tomar una fórmula, una expectativa, un bien futuro. Pero se puede usar de hecho: una fórmula, un proyecto, se pueden plagiar; una red social se puede usar.
Un carácter de estos bienes es que no se agotan con el uso, su uso no los consume: una idea, en principio, se puede incorporar indefinidamente a un proceso productivo independientemente de su soporte.
Finalicemos la lectura. “El acto de tomar se halla, además, condicionado por el objeto que se toma”. El acto de tomar es una forma de adquisición: la conquista y la ocupación, fundada en la organización guerrera, ha sido una forma de adquisición (y aun lo es).
Pero esa conquista y ocupación han debido adecuarse a los países tomados.
“El feudalismo no salió ni mucho menos, ya listo y organizado de Alemania, sino que tuvo su origen, por parte de los conquistadores, en la organización guerrera que los ejércitos fueron adquiriendo durante la propia conquista y se desarrolló hasta convertirse en verdadero feudalismo después de ella, gracias a la acción de las fuerzas productivas encontradas en los países conquistados”.
Parece claro, entonces, que la forma de propiedad feudal ha dependido del modo de adquisición, pero que ese modo de adquisición hubo de adecuarse a los caracteres y funciones de los bienes adquiridos. Acá los autores hablan del período en que el bien fundamental es la tierra, pero lo mismo vale para las formas asentadas en la producción industrial y el capital. “La fortuna de un banquero, consistente en papeles, no puede en modo alguno ser tomada sin que quien quiera la tome se someta a las condiciones de producción y de intercambio […] lo mismo ocurre con todo el capital industrial de un país industrial moderno”. Las condiciones del intercambio, el comercio, son las formas de adquisición de los resultados de la producción industrial. Si la producción industrial, es decir los bienes fundamentales de este período, se halla desarrollada, aquéllos no podrán ser adquiridos sino en el comercio, es decir bajo la forma contractual y la propiedad privada. Por el contrario, si ello no es así, de nada vale “la fortuna del banquero, consistente en papeles”, ni el capital industrial, que no podría adquirir los elementos de la producción.
El texto nos remite a los intentos frustrados de Carlomagno por imponer “formas nacidas de viejas reminiscencias romanas”. Su proyecto de suceder al Imperio Romano de Occidente moriría con él, frente a una pobre economía de subsistencia carente de intercambios. Las ciudades romanas y su comercio ya no existían. La casi desaparición de la moneda es un signo. La escala de los contratos se tornó local y de poca monta. El pequeño trueque para el consumo había devenido la forma adecuada de adquisición. No había excedentes ni gran manufactura. Pobre, por lo tanto, entonces, el desarrollo de la propiedad privada. El derecho romano había eclipsado, aun bastaba su versión vulgar y empobrecida en el Breviarium de Alarico. El carácter de los bienes “realmente existentes” condicionaba su forma de adquisición, ésta la forma de propiedad y esta última la letra de los códigos. El “Renacimiento” del Imperio romano de Occidente no fue posible.

Creo que esta lectura, esta construcción, no hubiera sido del todo probable antes de los años ochenta, antes de lo que se ha llamado la revolución científico-técnica. Recién en esos años, en los Estados Unidos de Norteamérica, se implantaba la robótica, se realizaban las primeras experiencias de modificación genética y se establecían los primeros grandes fondos de inversión. Ahora esto es pan de cada día, pero esa permanente revolución no cesa. No cesa tampoco en el campo de la propiedad, Será sólo en los últimos años, que aparecerá, en la literatura especializada, el fenómeno de los “activos intangibles” y la “propiedad” de la plusvalía.
Esta plusvalía representa en realidad el trabajo futuro con el que ella se realizará, si se realiza. El trabajo futuro, mientras no se realice, representa un bien intangible. Tan intangible como la cosecha futura de la soja o de cualquiera de los “comodities” que se negocian en el mercado financiero. O como cualquier proyecto, mientras esté en estado de proyecto. Como veremos, éstos son los bienes que circulan en ese ámbito replicando formas contractuales sin control estatal.
El carácter intangible del trabajo futuro es el que posibilita una nueva forma de apropiación del trabajo ajeno por medio de las deudas, paralelamente al clásico contrato de salario y en forma predominante.    


¿Legalidad o ilegalidad de la propiedad privada?

Los socialistas, en cualquiera de sus versiones, han (hemos) cuestionado siempre la propiedad privada. Pero este cuestionamiento tiene un mojón célebre en el siglo XIX: Proudhon. La obra, de 1840: “¿Qué es la propiedad?, la respuesta: “la propiedad es el robo”.
“Los socialistas franceses afirman: el obrero lo hace todo, lo produce todo y, sin embargo, no tiene derecho alguno ni posee nada, absolutamente nada”, dicen Marx y Engels en La Sagrada Familia[5], abordando la obra de Proudhon.
Esos socialistas franceses en su lucha anticapitalista volvieron vulgar la famosa frase. Tal fue su peso que, dice Mehring, que, en la polémica con Proudhon, Marx escribe La miseria de la Filosofía “en francés para de este modo triunfar más fácilmente sobre su adversario. Pero no lo consiguió. La influencia de Proudhon sobre la clase obrera francesa y el proletariado de los países latinos en general, lejos de disminuir se acentuó, y Marx hubo de luchar muchos años con el proudhonismo”[6].
Es que, como lo reconocían los propios autores de La Sagrada Familia, la obra de Proudhon “es el manifiesto científico del proletariado francés”. Porque el francés parte “de la pobreza engendrada por el movimiento de la propiedad privada, para llegar a sus consideraciones, que niegan este tipo de propiedad. La primera crítica de la propiedad privada parte, naturalmente, del hecho en que su esencia contradictoria se manifiesta bajo la forma más tangible, más clamorosa, que más subleva directamente a los sentimientos humanos: del hecho de la pobreza, de la miseria”[7]. 
El trabajo de Proudhon tenía, para ellos, un carácter distintivo “que consiste precisamente en haber convertido el problema de la esencia de la propiedad privada en la cuestión vital de la economía política y de la jurisprudencia”[8].
Porque, sostenían los autores, “Todos los desarrollos de la economía política tienen por premisa la propiedad privada. […] y Proudhon somete la base de la economía política, la propiedad privada, a un análisis crítico, que es, además, el primer análisis resuelto, implacable y, al mismo tiempo, científico que de ella se ha hecho. Tal es el progreso científico […] un progreso que ha venido a revolucionar la economía política, haciendo posible por vez primera una verdadera ciencia económica”[9].
Es evidente que Marx y Engels no ahorran elogios. Sólo un reparo y, creo, es el que debemos tener en cuenta: “no concibe las otras modalidades de la propiedad privada, por ejemplo el salario, el comercio, el valor, el precio, el dinero, etc. […] ello responde por entero a su punto de vista […] justificado históricamente”.
¿Cuál es ese punto de vista? El que se trataba de la “primera crítica”, la que partía del hecho tangible de la miseria, la forma que más directamente subleva los sentimientos humanos. Proudhon había dicho: “No establezco un sistema, lo que demando es que se acabe el privilegio”, “Justicia y nada más que justicia, tal es el resumen de mi discurso”. Desde allí el proletariado francés se apropiaría de la célebre frase: la propiedad es el robo.  
Pero el camino que Proudhon no siguió, el de las distintas modalidades  de la propiedad privada, es el que llevará al Marx que había sentado sus asentaderas en el British Museum a sostener que ni siquiera la misma apropiación de la fuerza de trabajo tiene nada de robo, nada de ilegal.
No es que no existieran el robo, ni las quiebras fraudulentas, ni la corrupción, pero no era sobre ellas que funcionaba el sistema de la propiedad privada capitalista industrial.
“[…] el vendedor de la fuerza de trabajo, al igual que el de cualquier otra mercancía, realiza su valor de cambio y enajena su valor de uso. No puede obtener el primero sin desprenderse del segundo. El valor de uso de la fuerza de trabajo, o sea, el trabajo mismo, deja de pertenecer a su vendedor, ni más ni menos que al aceitero deja de pertenecerle el valor de uso del aceite que vende. El poseedor del dinero paga el valor de un día de fuerza de trabajo: le pertenece, por tanto, el uso de esta fuerza de trabajo durante un día, el trabajo de una jornada. […] el hecho de que el valor creado por su uso durante un día sea el doble del valor diario que encierra, es una suerte bastante grande para el comprador, que no supone, ni mucho menos, ningún atropello que se cometa contra el vendedor”.
“[…] el factor decisivo es el valor de uso específico de esta mercancía, que le permite ser fuente de valor, y de más valor que el que ella misma tiene. He aquí el servicio específico que de ella espera el capitalista, Y, al hacerlo, éste no se desvía ni un ápice de las leyes eternas del cambio de mercancías”[10].  
Ni siquiera la apropiación capitalista de la fuerza de trabajo es robo. Es una forma de adquisición conforme al objeto, en una formación social donde todos los bienes se compran y se venden por medio de contratos. Donde la materialidad de la riqueza tiene la forma social, por lo tanto, de mercancía. Y la fuerza de trabajo, la energía que se consume incorporándose al producto, es bien tangible, “material”.
Por ello, veinte años después de La Sagrada Familia, cuando ya tenía escrita buena parte de los Borradores, decía: “De lo que trata en el fondo Proudhon es de la moderna propiedad burguesa, tal como existe hoy día. A la pregunta ¿qué es esa propiedad? sólo se podía contestar con un análisis crítico de la «Economía política», que abarcase el conjunto de esas relaciones de propiedad, no en su expresión jurídica, como relaciones volitivas, sino en su forma real, es decir, como relaciones de producción. Más como Proudhon vinculaba todo el conjunto de estas relaciones económicas al concepto jurídico general de «propiedad», «la propiété» no podía ir más allá de la contestación que ya Brissot había dado en una obra similar, antes de 1789, repitiéndola con las mismas palabras: «La propiété c'est le vol»”[11].
Esta “moderna propiedad burguesa, tal como existe hoy en día” no es otra que la de los tiempos de Marx: la propiedad capitalista de los bienes tangibles, materiales, “físicos” que se pueden “tomar”, poseer. Los productos consumibles, resultado del proceso de producción industrial.
No parecen ser, hoy, esos los bienes fundamentales para el capitalismo, sino los bienes intangibles, inmateriales, a los que ya me referí. Ellos constituyen el objeto de la gran propiedad actual, la propiedad del capital financiero, la que decide hoy sobre cualquier otro tipo de propiedad y, por lo tanto, sobre la vida humana y su nueva miseria, su pobreza. La pobreza de los desplazados, los excluidos, distintos de aquél proletariado francés que simbolizaba Proudhon. Sin embargo, la “primera crítica”, , la forma que más directamente subleva los sentimientos humanos, expresa su indignación en forma equivalente: “No es una crisis, es una estafa”, “Manos arriba, esto es un atraco”, “Ahí está la cueva de Alí Babá”, “Manos arriba, esto es un contrato”, “No falta dinero, sobran ladrones”.
Pero, del mismo modo que con la propiedad privada capitalista industrial, el robo, aunque existiera, no era esencial al sistema, creo que hoy, con el capitalismo financiero, sucede otro tanto. Sólo que la nueva forma de propiedad no es ilegal pero tampoco legal. No tiene reglas que funcionen como garantía mutua de todos los propietarios privados. El Estado actúa como recaudador de los impuestos que garantizan los intereses y el capital de los préstamos que socavan aun más su declinante soberanía. O actúa, subsidiariamente, con su poder bélico cuando ya no se trata de bienes intangibles sino de recursos naturales, tan tangibles como el petróleo y los minerales. Y tampoco allí rigen normas, ya ni siquiera las convenciones de la guerra.
No es que no existan formas ilícitas, sino que existen subordinadas a las a-legales (algunos mecanismos usuales, como “jugar corto”, se hallan en una zona gris de licitud).
La impunidad por falta de sanción en el área decisiva de los grandes negocios genera la ideología de la indiferencia frente a los “efectos colaterales”, por ejemplo de las quiebras de los fondos de seguridad social (de jubilaciones, de salud, etc.). Las respuestas públicas de los directivos de los fondos financieros a las críticas o en las propias comisiones investigadoras del Parlamento de los Estados Unidos de Norteamérica, así lo demuestran.
La misma ideología parece regir tanto para la guerra como para los negocios financieros.   


La propiedad privada a-legal.   

Los bienes de más valor parecen ser hoy, dije, los intangibles, de los que los corpóreos son, generalmente, soportes, como el papel del libro o de la partitura, el lienzo de una pintura o la piedra de una escultura. Algunos soportes, en algún sentido corpóreos, ya tampoco lo son. Basta ver algunas intervenciones artísticas virtuales, literalmente intangibles.
Aun en los alimentos, productos clásicos generados en la tierra, el contenido inteligente forma buena parte del valor. Así el caso de las semillas OGM, es decir como organismos genéticamente modificados. En la ganadería y animales de granja la cuestión está en vías de experimentación a través de la clonación y otras tecnologías.
Bienes intangibles o incorpóreos es la terminología utilizada en normas de información y control contable de consistencia de capitalización de activos, que establecen organismos privados internacionales[12] vinculados al movimiento de fondos financieros.
Su actividad toma gran impulso después del caso Enron. Precisamente un caso de fraude y de corrupción, pero la garantía mutua que surge de las normas de esos organismos privados, no es para los propietarios privados clásicos, sino para los propios fondos de inversión que negocian entre ellos fusiones, absorciones, etc. Algo así como no nos robemos entre ladrones, una especie de código mafioso.
Los intangibles comprenden una amplia variedad de bienes: conocimientos científicos o tecnológicos, el diseño e implementación de nuevos procesos o nuevos sistemas, las licencias o concesiones, la propiedad intelectual, los conocimientos comerciales o marcas, denominaciones comerciales y derechos editoriales, los programas informáticos, las patentes, los derechos de autor, las películas, las listas de clientes, los derechos por servicios hipotecarios, las licencias de pesca, las cuotas de importación, las franquicias, las relaciones comerciales con clientes o proveedores, la lealtad de los clientes, las cuotas de mercado y derechos de comercialización. Se trata, en general, de bienes generadores de beneficios en potencia, es decir, expectativas.
El denominador común para que estos bienes intangibles puedan ser capitalizados y tratados como si fueran bienes corpóreos o tangibles (por ejemplo amortizables en períodos similares a un inmueble) es, precisamente, que de ellos se pueda esperar algún beneficio económico futuro. Es decir, una expectativa de ganancia. La transacción sobre estos bienes se denomina “venta de plusvalía”. Su modo de apropiación o adquisición no es necesariamente contractual, puede consistir en registros de transacciones. Literalmente “transacciones de intercambios o similares relaciones no contractuales. Para que alguien pueda efectuar estas transacciones, ni siquiera son necesarios “derechos legales”, basta con registraciones contables o “algún tipo de título”.   
La consecuencia es que el tipo de “propiedad” que así se adquiere no es necesariamente “un derecho de tipo legal”, sino algo que se denomina “control del recurso”. Tal atributo o facultad se tiene “siempre que tenga el poder de obtener los beneficios económicos futuros que procedan de los recursos que subyacen en el mismo, y además pueda restringir el acceso de terceras personas a tales beneficios.”
Lo único que nos queda aquí del derecho de propiedad privada es la exclusión de todos los demás, pero no como garantía legal sino como poder efectivo de hecho. El uso de hecho sin título legal de propiedad. De la propiedad privada, queda no la propiedad, sino el uso privativo. Desaparece así todo presupuesto de igual libertad contractual. Esta propiedad ha quedado así desnuda como puro poder, poder de excluir a todos los demás. Pero no ilegal, sino a-legal. Política ella misma, pues decide la conducta de grandes masas humanas que quedan afectadas a las inversiones o des-inversiones, a las llamadas “huelgas de capitales”, conforme sean las expectativas de ganancias.
A este carácter político de las decisiones financieras, que no tiene control estatal sino privado, debe añadirse el accionar de las calificadoras de la deuda pública, el “famoso riesgo país”, cuyo poder ha alcanzado también a los Estados Unidos. Se trata de un poder político a-legal.    
Propiedad política, pero no estatal, ni siquiera acorazada por la defensa de sus derechos legales por medio del Estado: su defensa por medio del monopolio legítimo de la fuerza no es primordial sino secundaria. El ejercicio del “control de los recursos” ni es contractual ni es violento, opera por medio de transacciones sin reglas. Ese es el modo de defensa de la expectativa de ganancia, de la plusvalía comprada, la ilusión no ilusoria. Su ideología se reduce a la ganancia y esa es la ideología predominante. Hoy más que nunca la ideología parece ser la coraza de la dominación. Los productos de las ideas humanas se protegen ideológicamente. Por eso el derecho, la ley y el estado aparecen como excedentes y secundarios.
Así como la “seguridad privada” ha ganado el espacio de la seguridad pública, en este campo cada nodo de intereses, empresas, bancos, fondos, tiene su cuerpo de policía informático: la SI, seguridad informática. Analistas de sistemas con certificados de entidades, también privadas internacionales con reconocimiento en Estados Unidos, especializados en redes e intrusiones informáticas, herramientas de seguridad y criptografía. El área comprende políticas y procesos orientados al riesgo del negocio de las empresas. La demanda fundamental de estos policías sin pistola ni machete proviene de entidades bancarias, empresas de comercialización masiva, industria farmacéutica y servicios de salud. Esta es la coraza de los intangibles, aceptada por la ideología del riesgo de la ganancia futura. Frente y contra todos.
La ley y el estado permanecen vigentes sólo para aquéllo que ha quedado subordinado, la producción de los soportes tangibles: el capitalismo industrial.
Pero aun queda otro rasgo diferenciado de esta nueva forma de “derecho de propiedad”. No aparece aquí como titular ni una persona física ni una persona jurídica. Una sociedad anónima, por definición, aunque sean desconocidos los titulares de las acciones o títulos de capital, queda identificada al menos por un nombre y una forma de organización  definida. Aquí quién o quiénes ejercen el “control”, lo hacen de algo que se denomina “combinación de negocios”, un conjunto fluido, versátil, a través de esas transacciones a-legales que generan límites imprecisos, permanentemente móviles, indefinidos, difícilmente identificables: un capital sin nombre, abstracción pura del capital.     
Este parece ser el tipo de “propiedad predominante”, pues se trata de la forma del movimiento, del modo de apropiación, nada menos, que del capital financiero. Dominante sobre todas las formas de propiedad.


La propiedad privada de los pobres.


Es evidente que no es a esa forma de “propiedad” o uso de hecho privativo, a la que accede el conjunto de la población.
Una de las bases del capital financiero es el préstamo que, salvo que los intereses se cobren por anticipado o cuyo derecho al cobro se negocie transfiriéndolo por un precio, constituyen  siempre una ganancia futura.
Los préstamos significan deudas, por  lo tanto, la generación de deudas asegura la base y la condición del capital financiero.
Las deudas en algún momento deben pagarse, se establece así toda una arquitectura jurídica de garantías que, en su camino generan otras ganancias financieras (comisiones, honorarios de asesoramiento, etc.). Todas estas ganancias se suelen llamar ficticias, pero que son bien reales, porque hasta el momento del efectivo pago no es seguro que existan los valores de los bienes que, en última instancia, respaldarían el préstamo.
Las deudas pueden ser “públicas”. Ya vimos como se pagan a través de la recaudación de los impuestos por el Estado. Cualquiera sea la fuente impositiva se tratará siempre trabajo social presente o pasado.
Pero otra forma de generar deuda es el préstamo para el consumo. Esta es, para mí, hoy, la forma fundamental de apropiación del trabajo ajeno, trabajo futuro. Las deudas del consumidor se pagan con los ingresos que, en la mayor parte de los casos, el consumo de masas, proviene del trabajo. Con el salario que percibo hoy pago lo que consumí ayer o estoy consumiendo, por ejemplo, una vivienda o un vehículo.
De modo que, en la generalidad de los casos, lo que adquiero con los préstamos son bienes de consumo, sean éstos perecederos cuya materialidad se agota inmediatamente con el consumo, o durables que se consumen (se desgastan) con el uso.
Esto vale no sólo para los asalariados sino para los propios industriales, sólo que sus ingresos provienen de la plusvalía industrial. Lo mismo sucede para los comerciantes, en los que el ingreso con el que pagan surge de la ganancia mercantil.
Pero esos bienes de consumo son, por lo general, bienes tangibles, corpóreos o al menos los soportes corpóreos de bienes intangibles. Pues bien, esos bienes se adquieren por contratos de compraventa y la propiedad de ellos es la propiedad privada clásica, la que definí al comienzo.
Si abstraemos de la nómina de consumidores a los empresarios (industriales o agrícolas), los comerciantes, los grandes directivos de empresas y algún sector de profesionales, el grueso restante lo constituirán las grandes masas de trabajadores asalariados o que reciban algún tipo similar de remuneración. A ellos queda relegada la adquisición contractual, la gran cantidad de contratos de no mucha monta, con la que se adquiere la propiedad privada clásica. Entre ellos está la más de la mitad de habitantes del globo que conforma el índice de la pobreza, en sus distintas formas de medición.
Pero si queremos llegar a la indigencia, tendremos que también a ellos está virtualmente destinada esa propiedad, a la que las más de las veces no arribará pero aspira a arribar. Más aun, para ellos la propiedad privada, por ejemplo de algún terreno con cuatro chapas, podría significar riqueza. Muchos asalariados pobres por debajo de la línea se consideran clase media, simplemente porque son propietarios.
Algunas de las rebeliones que vemos hoy están vinculadas al consumo[13]. Ello es, creo, precisamente porque la forma preponderante de apropiación del trabajo ajeno es la deuda generada a través del consumo. Sea individual, pero de masa, o “colectivo”, a través de las “inversiones” y gastos del Estado, que opera como gestor de esos préstamos e inversiones y, luego, recaudando su pago.
Quienes no arriben a ser propietarios privados o ya no aspiren a ello obtendrán, a lo sumo, también un uso de hecho, no a-legal sino i-legal.
Salvo que las masas empobrecidas se decidan todas por el uso de hecho de los bienes sociales, no privados. En cuyo caso, quizá, nos encontremos frente a otro tipo de propiedad como negación (decían Marx y Engels) de la propiedad.
Por ahora de hecho se “toman” terrenos y se apropian redes.
Desempolvar algunos libros quizá no tenga otra utilidad.


     
Edgardo Logiudice
Agosto 2011.  


[1] MEHRING, Franz. Carlos Marx, México, 1957, Editorial Grijalbo S.A. Pág. 277.
[2] MARX, C., ENGELS, F. La Ideología Alemana. Crítica de la novísima filosofía alemana en las personas de sus representantes Feuerbach, B. Bauer y Stirner y del socialismo alemán en las de sus diferentes profetas. Montevideo-Barcelona, 1972, Editorial Pueblos Unidos, Ediciones Grijalbo S.A. 746 Págs.
[3] Id. Pág. 71 y ss.
[4] Las Notas del editor, en la edición citada, interpretan erróneamente abuti como abusar, consumir y destruir la cosa. No es ese, sino en todo caso parcialmente, el significado jurídico ni el que la otorgan los autores de La Ideología.
[5] MARX, Carlos y ENGELS, Federico. La Sagrada Familia, o Crítica de la crítica crítica. Contra Bruno Bauer y consortes. En La Sagrada Familia  y otros escritos filosóficos de la primera época. México, 1967, Editorial Grijalbo S.A. Pág. 84.

[6] MEHRING, Franz. Carlos Marx, México, 1957, Editorial Grijalbo S.A. Pág. 139.
[7] MARX, Carlos y ENGELS, Federico. La Sagrada Familia, o Crítica de la crítica crítica. Contra Bruno Bauer y consortes. En La Sagrada Familia  y otros escritos filosóficos de la primera época. Op. Cit., pág.99.
[8] Id. Pág. 98.
[9] Id. Pág. 96.
[10] MARX, Carlos. El Capital. Crítica de la Economía Política.  Buenos aires, 1856, Editorial Cartago, Tomo I, pág. 159.
[11] MARX, C. Carta a J. B. Schweitzer, del 24 de enero de 1865.
[12] El IASB (International Accounting Standards Board) es un organismo internacional privado para la estandarización de normas contables orientadas a una información calificada para los mercados financieros. Tiene su sede en Londres y es la continuadora de la IASC (Internacional Accouting Standards Comité) creada en 1973. Esta institución dicta normas denominadas NIC (Normas internacionales de Contabilidad) para las organizaciones profesionales que forman parte del acuerdo y que son orientativas y, en algunos casos, supletorias de las legislaciones nacionales. Desde el 2001 se denominan NIIF (normas Internacionales de Información Financiera). También han sido acogidas por algunas legislaciones, como la española. Una de esas normas es conocida como la NIC 38, de donde proceden casi todas las citas entrecomilladas.

[13] “La última vez que Gran Bretaña fue testigo de disturbios generalizados, en los 80, la violencia callejera se produjo tras una larga y fallida lucha política contra el gobierno de Margaret Thatcher, que suprimió los sindicatos y diezmó los servicios sociales. Hoy, los revoltosos parecen impulsados por un enojo más difuso y se comportan como compradores enloquecidos que salieron a hacer trizas la tarjeta” [Subr.en original].  Richard Sennett y Saskia Sassen, Los cristales rotos del primer ministro, Clarín, 13/10/2011, p.51.