miércoles, 14 de marzo de 2012

Un topos de la matriz mercantil del capitalismo.


Conjeturas sobre la alienación.







Si quiere, hagamos un pato;
Usté su alma me ha de dar
Y en todo lo he de ayudar.
¿Le parece bien el trato?"

Como el Dotor consintió,
El Diablo sacó un papel
Y lo hizo firmar en él
Cuanto la gana le dió.



FAUSTO (Impresiones del gaucho Anastasio El Pollo)





Cotización de la memoria.



1848, febrero.  Aparece el Manifiesto Comunista, parido en un café de Bruselas.

Julio 4, muere en París el Vizconde François-René de Chateaubriand.  De él diría Marx a Engels: un vanidoso[1].



En el Prólogo a Memorias de ultratumba se lamentaba el escritor: “La triste necesidad, cuyo pie ha constantemente oprimido mi garganta me ha obligado a vender estas Memorias. Nadie puede comprender el dolor que me ha causado la precisión de hipotecar mi tumba. […] Un cariño pusilánime tal vez, me hacía considerar mis Memorias como unos confidentes, de los cuales no hubiera querido separarme jamás. Mi intención era legarlas a Mme. De Chateaubriand, para que las diese al público, si así era su voluntad o para que las conservase inéditas, que es lo que yo hoy desearía más que nunca. ¡Oh! Si me fuera posible, antes de dejar el mundo, hallar una persona suficientemente rica […] para rescatar las acciones de la sociedad; […] que no tuviera como esa sociedad la precisión de dar mi obra a la prensa, en el instante que doblen por mí las campanas. Algunos accionistas son amigos míos […] pero las acciones al fin, pueden haber pasado a manos de gente que no conozco, y para la cual lo más importante es el buen éxito de los negocios […] Natural es que la prolongación de mi vida cause a estas personas, sino disgusto, perjuicio al menos. En fin si todavía fuese yo dueño de estas Memorias, las conservaría manuscritas o retardaría cincuenta años su publicación”[2].



El trabajo de casi toda una vida, cuarenta y dos tomos[3], donde ha objetivado su esencia, se le ha vuelto extraña, ajena. Más aun, se vuelve contra la prolongación de su vida. El producto parece tener vida propia, se hará público antes de lo decidido. El vizconde había perdido el uso de la cosa, como el obrero el de su fuerza de trabajo. ¿Alienación?



Es sugestiva la reflexión de un personaje de Paul Aster: “Chateaubriand tardó treinta y cinco años en escribir ese libro, y no quería que lo publicaran hasta cincuenta años después de su muerte. […] Lo publicaron en 1848, el mismo año de su muerte. Tuvo problemas financieros. Madame Récamier, su amante […] lo convenció para que hiciera unas cuantas lecturas de las Memorias ante un público selecto […] La idea consistía en encontrar un editor dispuesto a pagar un anticipo […] por una obra que no vería la luz hasta dentro de bastantes años. El plan fracasó, pero las reacciones ante el libro fueron extraordinariamente buenas. Las Memorias se convirtieron en el libro sin leer, inacabado e inédito más célebre de la historia. Pero Chateaubriand seguía arruinado. Así que a Madame Récamier se le ocurrió otra idea […] Se creó una sociedad anónima, y los socios compraron las acciones del manuscrito. Futuros literarios, podríamos llamar a eso, la misma operación que hacen en Wall Street especulando con el precio de la soja y los cereales. En efecto Chateaubriand hipotecó su autobiografía para financiar su vejez. […] Fue un arreglo espléndido. El único problema era que Chateaubriand seguía viviendo. La sociedad se creó  cuando él andaba por los sesenta y cinco años, y aguantó hasta los ochenta. Para entonces, las acciones habían cambiado varias veces de mano, y los amigos y admiradores que invirtieron  primero ya habían muerto […] Chateaubriand era propiedad de un grupo de desconocidos. Lo único que les interesaba a éstos era cobrar los beneficios, y cuanto más tiempo seguía viviendo, más deseos tenían que muriera”[4].



Futuros literarios, dice el escritor del siglo XXI. Enajenación del futuro. Como la soja, ni siquiera cosechada. Tan intangible como las memorias de alguien que no había terminado de vivir. Un muerto tendría la virtud mágica de hacer aparecer los beneficios. Al accionista le interesa la propiedad del muerto, no su cuerpo, como al sepulturero. La propiedad dejará de ser un título para hacerse tangible, la trabajosa escritura del vizconde vivo devendrá, al final, un equivalente de todas las cosas.

Para entonces el autor de El genio del cristianismo estará enterrado en la isla de Grand Bé. “Sin pompas, sin fecha, sin nombre grabado” como en el “Cruz de palo”, de Enrique Cadícamo, pero de piedra. ¿Vestigio, huella de una alienación?





Marx también era escritor, escribía. También dedicó gran parte de su vida a una obra. Beneficiarios desconocidos y anónimos, no tuvieron que esperar su muerte. Su mejor amigo heredó una carga, revisar sus papeles y ordenarlos lo mejor que pudo. A ello debemos nuestro Tomo III, donde se trata del capital prestado a interés. Dice allí cosas sorprendentes. De estar a las opuestas interpretaciones generadas, algunas hasta enigmáticas.





Industrial asalariado.



En lo que conocemos como Capítulo XXIII nos dice que el trabajo del capitalista industrial es el un obrero asalariado.



“Frente al capitalista dueño del dinero, el capitalista industrial es un obrero […]”[5].

“El capitalista industrial […] no aparece […] sino como funcionario […] como simple exponente del proceso de trabajo en general, como obrero y, concretamente, como el obrero asalariado[6]. [Subr. EL]



Nos dice que explotar es un trabajo.



El “proceso de explotación aparece aquí como un simple proceso de trabajo, con la diferencia de que el capitalista en activo realiza un trabajo distinto al de los obreros. Por donde se identifican como dos modalidades de trabajo el trabajo de explotación y el trabajo explotado. El trabajo de explotación es trabajo exactamente lo mismo que el trabajo al que se explota[7]. [Subr. EL]



Finalmente nos dice que si el capitalista industrial trabaja recibe un salario.



“El salario que reclama y percibe [el capitalista industrial] por este trabajo equivale a la cantidad de trabajo ajeno que expropia, […] siempre y cuando que se someta al necesario esfuerzo de la explotación […]”[8].[Subr. EL]



¿Es el suyo, como el del obrero, trabajo alienado?





Los intereses creados.



Somos los hombres

como mercancía, que valemos más

o menos según la habilidad del mercader

que nos presenta.

Jacinto Benavente



 Uno puede preguntarse ¿Cuál es la relación que hay entre el capital-dinero a interés y el capitalista industrial para que éste pueda aparecer como obrero asalariado?

Precisamente el interés. Y ¿Qué es el interés? El interés “es una relación entre dos capitalistas”.



Donde “es la separación de los capitalistas en capitalistas de dinero y capitalistas industriales lo que convierte una parte de la ganancia en interés y crea en general la categoría del interés […]”[9].



Hay “concurrencia entre estas dos clases de capitalistas”. Es decir, una relación de enfrentamiento.



Donde “se desdobla en propiedad del capital, en capital al margen del proceso de producción, que rinde de por sí un interés, y el capital dentro del proceso de producción […]”[10].



En ese desdoblamiento el capital al margen es, para el que está dentro, una mercancía que, si se pone en función su valor de uso en la producción, contendrá ganancia. Que se reparte pagando un precio, el interés.



“Es en el capital-dinero, donde el capital se convierte en mercancía cuya cualidad de propia valorización tiene un precio fijo, plasmado en el tipo de interés […]”[11].



La fuerza productiva del trabajo se compra por su capacidad creadora de valor, se use o no en la producción.  Porque potencialmente esa capacidad es anterior a la entrada en el proceso.



“Como tal capacidad creadora es como se compra […] Lo mismo acontece con el capital.  Es incumbencia del prestatario el emplearlo o no como capital, el poner o no realmente en acción la cualidad inherente a él de producir plusvalía. Lo que paga, tanto en uno como en otro caso, es la plusvalía que, potencialmente, como posibilidad, se contiene en la mercancía capital”[12].



Es decir, para el capitalista industrial, el capital a préstamo es una mercancía como cualquier otra. La tiene que buscar en el mercado.

¿Qué es lo que se pagará con el interés? La propiedad de un medio para apropiarse del trabajo ajeno.



“El interés […] representa la simple propiedad del capital como medio para apropiarse de los productos del trabajo ajeno[13]. [Subr. EL]



Propiedad que no está en sus manos. Se halla como el obrero frente a los medios de producción. De allí, quizá, el sorprendente paralelismo que describe Marx.





Traducciones del enigma.



Y es en ésta relación entre dos capitalistas en la que hallaremos la forma más alienada y fetichista.

Lo que conocemos como Capítulo XXIV del Tomo III comienza así: “Es en el capital a interés donde la relación de capital cobra su forma más externa y más fetichista”[14].

Por lo que respecta al fetichismo del capital en préstamo, Marx parece bastante elocuente: “En el capital a interés aparece consumada la idea del capital-fetiche, la idea que atribuye al producto acumulado del trabajo plasmado como dinero la virtud, nacida de una misteriosa cualidad innata, de crear automáticamente plusvalía […]”[15][Subr.EL].  Como capital-dinero a interés es que el capital adquiere “su forma fetichista más pura”, dice Marx en el mismo capítulo, “la mistificación capitalista en su forma más descarada”.



Pero parece ser que las dificultades se hallan en eso de la “forma más externa” del capital-dinero prestado a interés. Aquí es donde difieren las traducciones y las interpretaciones.

Lo que en la vieja traducción de Wenceslao Roces es la “forma más externa”, aparece en otras como “la más enajenada”[16]. 

Georges Labica tradujo: “Le capital porteur d´intérêt, forme aliénée (Veräusserlichung) du rapport capitaliste”[17]. Sin embargo sostiene, en el texto citado, que “Marx habrá de recurrir casi indiferentemente a los dos modos hegelianos” de alienación: uno como exteriorización o enajenación y, otro, vinculado a la alienatio latina , como devenido extraño, extranjero, divorciado, dividido (spaltung) , “parte de sí en el otro”.

Parece existir, entonces, una cuestión filológica que no estoy en condiciones de encarar, por la sencilla razón de que no conozco alemán.



Aun así creo que estamos que estamos siempre frente a una cuestión de devenir ajeno, de otro, lo que de algún modo se considera propio.

Más no sólo eso, sino que lo que ha devenido ajeno, se vuelve antitéticamente contra su hacedor. Y más aun, lo somete.

Es ésta, nos dirá Marx, la forma más extrema de alienación. Y, me parece, que no cabe duda de que se trata también de alienación de trabajo.

Sin embargo, está claro que un capitalista industrial no es un obrero: aparece así sólo en su situación frente al prestamista del capital-dinero.



El Capital ¿Un “enriquecimiento” de la alienación de los Manuscritos del 44? Así lo planteó en su momento, Abel García Barceló[18]. (Años después nos dijo, no lo escribió que yo sepa, que su apreciación del momento estaba teñida aun del humanismo de la esencia humana).

O, como para Mandel ¿Una “teoría marxista de la alienación,  que es el desarrollo coherente de la contenida en La ideología alemana, y el rebasamiento dialéctico de las contradicciones contenidas en los Manuscritos de 1844”?[19]. 

La alienación ¿Algo que no fue abandonado pero que, en El Capital y los Borradores, aun debe ser decodificado? Como sostuvo Anita Dinerstein[20].

O ¿Solamente le mot mantenida por Marx? Como parecía sostener Georges Labica en el Diccionario citado.





Conjetura.



Quizá, un topos propio de la apropiación del trabajo ajeno por medio del contrato.

En una de las acepciones de alienación (la latina) Labica sostiene que hay algo de la figura hegeliana alienación-contrato.  Pues bien, el capital a interés es el capital a préstamo. ¿Qué es el préstamo sino un contrato? Y ¿Qué es el salario sino un contrato? Y ¿Qué es el salario sino la forma contractual de la apropiación del trabajo ajeno?



Es cuando el capital aparece como mercancía cuando ocurre la forma extrema de alienación. Dicho de otro modo, para que aparezca la forma extrema de alienación y fetichización el capital debe aparecer como mercancía. Debe estar en el mercado, ser objeto de compra venta, tener un precio. Es decir, ser objeto de un contrato. 

La contractualidad (“igual-libertad” y equivalencia en los intercambios) es un presupuesto necesario de la matriz mercantil del capitalismo[21]. El capitalismo existe si el trabajo es una mercancía y como tal es que puede haber apropiación del trabajo ajeno.

Si la apropiación del trabajo ajeno por medio del contrato no es más que el capitalismo de matriz mercantil, eso significaría que la alienación, o bien se confundiría con el conjunto de las relaciones capitalistas o no es más que un topos de la apropiación del trabajo ajeno por medio del contrato. No una teoría especial ni una categoría.

Tanto en el caso del vizconde, como en el del capital a préstamo o como en el del obrero, nos hallamos con apropiación del trabajo ajeno o, lo que es lo mismo, no-apropiación del trabajo considerado propio.

Esta aproximación permitiría acercarnos a cuestiones de alienación, fetichismo, cosificación, a situaciones no directamente productivas: la desocupación estructural, el consumo y el no-consumo, por ejemplo.   

 Un topos de la relación capitalista (entiendo por capitalismo también la economía soviética y la china), cuya característica, su “aire de familia” es la contractualidad.

La contractualidad o su sombra. Es decir, formas de negociación, como las que aparecen en las relaciones actuales del gran capital financiero, donde las relaciones apenas conservan los nombres de los elementos contractuales clásicos. Sin embargo encubren y fetichizan formas de apropiación de trabajo ajeno[22], y quizá, entonces, nos conduzcan al campo teórico de las ideologías[23].





Conjeturar[24] que la cuestión de la alienación no es una teoría no es menospreciar la entidad del asunto, sino, quizá, abrir la cuestión a otros aspectos de la apropiación del trabajo ajeno por medio del contrato. Decir que es un topos significa que puede ser un lugar problemático en que concurren, junto a esa alienación, la cuestión del fetichismo y formas de cosificación.





Edgardo Logiudice

Marzo de 2012



[1] Carta del 26 de octubre de 1854. Marx, Karl Engels, Friedrich. Escritos sobre literatura. Bs.As., Colihue, 2003, Pág. 185.
[2] Memorias de ultra-tumba, Vizconde de Chateaubriand, Tomo I, Madrid, Mellado editorial, 1849.
[3] La edición española en 4 tomos, de El Acantilado, tiene 2800 Págs.
[4] Auster, Paul. El libro de las ilusiones. Bs.As., Booket, 2012, Pág. 76.
[5] Marx, Carlos. El Capital. Crítica de la Economía Política. Bs.As., 1956, Editorial Cartago, Tomo III, Pág. 350.
[6] Id.Ant. Pág. 346
[7] Ibid. Pág. 347.
[8] Ibid. Pág. 351.
[9] Ibid. Pág. 337.
[10] Ibid. Pág. 341.
[11] Ibid. Pág. 355.
[12] Ibid. Pág. 346.
[13] Ibid. Pág. 346.
[14] Ibid. Pág. 354.
[15] Ibid. Pág. 360.
[16] En la edición de Siglo XXI, 1983, Vol.7, pág. 499.
[17] Bensussan-Labica. Dictionnaire critique du marxisme. París, 1982, PUF, Voz aliénation, pág. 20.
[18] García Barceló, Abel. Marxismo y alienación, de los “Manuscritos” a “El Capital”. En Marx, Carlos. Manuscritos de 1844,  Bs.As., 1968, Editorial Arandú.
[19] Mandel, Ernest. La formación del Pensamiento Económico de Marx: De 1843 a la redacción de El capital: estudio genético. Capítulo X. De los Manuscritos de 1844 a los Grundrisse: de una concepción antropológica a una concepción histórica de la alienación. En www.marxismocritico.com
[20] Dinerstein, Ana C. Recobrando la materialidad: el desempleo como espacio de subjetivación invisible y los piqueteros. Rev. Herramienta, n° 22, año VII, Bs.As. 2003, Pág. 89.
[21] Es uno de los fundamentos de la teoría de la modernidad de Jacques Bidet, presente en toda su obra. Puede verse L´État-monde, PUF, 2011, 317 Págs.
[22] Logiudice, Edgardo. El marxismo y el consumo. Herramienta web 10, diciembre 2011; El marxismo y la propiedad privada, Herramienta web 9, agosto 2011.
[23] Logiudice, Edgardo. La publicidad como normatividad dominante,  www.mientrastanto.org , N° 96, Barcelona, octubre 2011.
[24] Las expresiones “conjetura” y “topos” me fueron sugeridas por la lectura de algunos de los ensayos de Carlo Ginzburg publicados en El hilo y las huellas. Lo verdadero, lo falso, lo ficticio. Bs.As., FCE, 2010, 492 Págs. Creo que su utilización distiende la rigidez, a veces inmodesta, de las hipótesis teóricas.

jueves, 1 de marzo de 2012

Horacio González y el freno largo.


En el lenguaje, “como ejercicio político sistemático” de un sociólogo, no intentemos hallar palabras tales como “masacre”. Mucho menos asociada a “negociados”, “subsidios” o “corrupción”. No,  si este sociólogo se asume como “contemporáneo”, es decir ejercita cierto extrañamiento, objetivación de los hechos, al modo del peluquero atípico que atiende sus cabellos mientras se anoticia de las muertes del Sarmiento. Es que el peluca no habla porque él también es un contemporáneo que sabe reconocer la “banalidad del mal burocrático”. O es uno de los pocos peluqueros mudos.
Quizá tenga miedo de indignarse. Alguna vez que lo hizo, con un peruano que iba a la Feria, la patrona le telefoneó y le dijo que tenía el freno largo, hablaba al cuhete, y tubo que recular. El barbero, claro.
González no. Porque González sabe, aunque confiesa no viajar en las horas pico, ni participar en grandes aglomeraciones, ni –nos enteramos- concurre a “locales danzantes”. (Es bueno que se transparenten las conductas de los funcionarios públicos. Quizá para eso haya escrito su suelto en Página 12 el domingo 26).  González, no el peluquero, sabe que “una terminal de trenes es un gran hangar de vidas multitudinarias apretadas, rápidas, condensadas en un vago peligro que a veces se consuma”.  Peligro objetivo de las metrópolis.
El sociólogo no quiere pendular “entre el error humano y la culpabilidad de las estructuras, de los ensambles institucionales, de las administraciones”, como lo hacen otros funcionarios que, “desafortunados”, han tenido que improvisar. Por eso sus conciencias cívicas querrían “suponer que lo que ocurrió no hubiera ocurrido”. Sutil el Director de la Biblioteca: no se atreve a nombrar al colega funcionario autor de la pifiada miserable. No se atreve a indignarse frente a la miseria de endilgar “una remota responsabilidad en los sacrificados”.
Es que, en realidad, se trata de “un escándalo de la filosofía y la política: el fallo de los sistemas y las responsabilidades que de allí se deducen”. El “descuido fatal de los sistemas fabricados y regido por los hombres”. El sociólogo salda así la vieja cuestión de estructuras y sujetos. Esta es la lección del profesor González. Lección que quiere, con la modestia de reconocer “facetas y fallas”, asumir él mismo: “un nuevo giro en nuestras vidas públicas es necesario”, “llega el momento único e indescriptible” de “intensificar la capacidad pública, colectiva, institucional de amparar vidas”.
El lenguaje de González sabe frenar a tiempo. No sea que lo vuelva a llamar la Presidenta y tenga que pedir disculpas. Por el peruano, claro. En mi barrio eso tiene un nombre, también está en “el oscuro gabinete de nuestra memoria”.
La palabra escrita de González, Horacio, no parece improvisada sino deliberadamente anfibológica. Impotente frente al dolor y la indignación por el estrago mafioso, que otra banalidad, ya no burocrática sino ético-política, equipara a la muerte por infarto de un diputado de sesenta años en su residencia de descanso.
Es verdad que el lenguaje construye realidades. Hasta que un pibe que se gana el morfi en un call center aparece apretado en la realidad de los fierros. Otro lenguaje.  

Edgardo Logiudice
Febrero 2012