Creo que mi primera pregunta es si creen que están en la
clandestinidad, donde es necesario encriptar los mensajes para burlar la
censura. Como Gramsci, a quien alguno de ellos solía citar para un uso nacional
y popular en los ochenta.
Porque en verdad no entiendo porqué mensajes tan sencillos,
como la re-reelección, requieren tantos circunloquios. Para mejor entendernos,
con pedos atajados.
Porque no serán precisamente los amigos de Carta Abierta
quienes desconozcan el valor de las palabras, es que miento lo formal, que es
el estilo. Las espesuras del idioma, quizá.
Porque me parece que el estilo tiene que ver, salvo que uno
hable o escriba para sí mismo, con a quién va dirigida la palabra.
De modo que mi segunda pregunta sería por el destinatario de
la carta que, siendo abierta podría ser cualquiera. Por ejemplo, yo. Si esto no
es muy narcisista, claro.
Entonces le preguntaría a mi amigo si cree que para que yo
entienda -porque parece que se trata de eso, de que alguien entienda porqué es
necesario cambiar la constitución-, debe decirme que hay que rediseñar las magnas normas.
Pero probablemente la carta no esté dirigida a mí, sino al
pueblo del que Carta Abierta forma parte
y junto al cual toma la palabra. Pero
si es así ¿porqué tantos remilgos?
Quizá no sean necesarios para explicar al pueblo todo lo que
se ha ganado y existe el riesgo de perder si no se reforma la constitución para
viabilizar la eventual continuidad
democrática de liderazgos cuando estos aparecen como condición de esta inédita
etapa regional.
Claro que puede ser también que estos amigos se sientan
responsables ante el decurso de la
historia. Como intelectuales, claro está. Con la función de mantener y ampliar la brecha. Sintagma
éste bastante menos rebuscado y suficientemente conocido, al menos por quienes
hemos transitado por los caminos de Victorio Codovilla. Que ha tomado su
venganza en la vergonzante consigna de apoyar lo positivo y criticar
constructivamente lo negativo.
Si así fuere, quizá el discurso estaría dirigido a los
gobernantes. Pero eso sería demasiado soberbio, puesto que el proyecto, aunque admite porciones importantes de anomalías,
ya tiene su identidad es lo democrático-nacional-popular.
Y en todo caso le bastan los consejos de sir Ernst Laclau, que para eso de vez
en cuando excursiona a la patria y no se ataja sino que reivindica el populismo
con toda valentía. Le basta con el significante vacío y la pensión, nada menos
que, británica. Y no tengo porqué suponer soberbia en mis amigos.
No creo que la intención sea convencer a los agentes de la repetición presentes al interior de la alianza electoral triunfante,
pues muchos de ellos ya estuvieron convencidos de las reformas constitucionales
y las re-reelecciones. Como los hay también fuera de tal alianza, en la
oposición que pactó la anterior reforma.
Le preguntaría a mi virtual amigo, entonces, si tratan de
influir sobre las izquierdas que no son
lúcidas ante la paradoja, porque tal vez necesitaran de la lucidez conque
uno de los miembros de Carta Abierta hace un tiempo les fue a hablar. Pero
fueron precisamente ellos la víctima de la reforma electoral que dejó a las
minorías sin representación, la misma que legítimamente reclaman los amigos
para la democracia sindical. Esa sería la paradoja y la lucidez que le
aportaría Carta Abierta sería el doble discurso. No puedo pensar que mi
presunto amigo sea necio.
En verdad no sé muy bien que otros destinatarios podría
tener la carta número doce.
Siempre hay amantes de la retórica, cierto. Pero de este
tipo no creo que exista ya ningún viejo balbinista que sepa apreciar su valor.
Cuestión de estilo, quizá. Pero seguro que no es nacional ni
popular. Puede que sea el discurso de la democracia posible que precisa de nuevos procedimientos. Para enfrentar al
bonapartismo mediático que nos corre
por izquierda, con la soja-dependencia y la minería a cielo abierto.
Decía la gente de campo, no del campo, los paisanos vamos, que para que duela hay que pegar en la
matadura. Eso lo sabe bien la derecha. No se cura la matadura de la soja
abriéndole la puerta a Monsanto, con celebración del Ministro: "Si una
tecnología permite producir más en una misma superficie, corresponde pagar por
estos beneficios". Para alegría del Ingeniero Huergo, es decir de Clarín.
Es difícil convencer entonces de que los procedimientos de centralidad y revitalización de las
instituciones del Estado, la geometría del Estado, garanticen que seamos dueños de las innovaciones tecnológicas.
Le preguntaría a mi amigo si no será que, si el enemigo pega
a veces por derecha y a veces por izquierda, tendremos mataduras por ambos
lados. Es decir, si el discurso no será doble.
O, para decirlos con las palabras de los intelectuales, no
será que la espesura de los hechos no siempre corresponde a la espesura de las
palabras. Por ejemplo, des-endeudamiento,
autonomía financiera. Con tasas de
interés similares a las que paga España y superiores a las que paga Italia,
ambas en bancarrota. Eso sí, habiendo cobrado ya los acreedores externos, los
que se llevaron los verdes, los contribuyentes nacionales y los jubilados somos
ahora los acreedores. Cosa que no puede leerse como que los giles que se
quedaron sin garantía son nacionales y populares, claro. Como tampoco pueden leerse las nacionalizaciones
sino como ser libres para formular
nuestros planes, no como salvatajes luego de haberse amortizado las
"comisiones" de las privatizaciones y agotado las subvenciones.
No puedo imaginar que me respondería mi amigo y, la verdad,
no quiero enemistarme si me vuelve a repetir el mismo discurso de epopeya y la
memoria de los setenta, que quedan de este modo banalizadas, bastardeadas. En
manos de la política de espectáculo,
que mi virtual amigo condena con razón, pero que está en la cúspide del
Ejecutivo.
Creo sinceramente, porque debo descontar su buena fe, que
discurren para ellos mismos. Para convencerse mutuamente de su autonomía del pensamiento crítico, allí
donde no hay más que apología. Que no es la ideología de la falsa conciencia,
quizá de la mala.
Edgardo Logiudice
Agosto 25 de 2012