sábado, 18 de agosto de 2012

La propiedad privada no es culpable


Y esos tristes artesanos dolorosos
Que repugnan su sudor en los talleres
Vergonzantes, restringidos como seres
Condenados al corral de los leprosos,
Son los hombres, los patriarcas cuyos besos
Fecundando los pasivos materiales
Depositan en los cofres de los Cresos
La sagrada polución de los caudales.
¿Qué serían…que será de tu progreso
Cuando pierdan toda fe tus sementales?

¡Meditad! Almafuerte.



La propiedad privada aparece como dios, o como el demonio, según que sea propietario o no-propietario. Los dioses y los demonios son apariencias reales para los que participan del juego religioso, a ellos acomodan sus vidas. Tal sucede adecuándose al derecho.
Así para la economía política que criticaba Marx, la propiedad privada era la razón y la causa, por ejemplo, de que los obreros tengan que vender su fuerza de trabajo (que, en realidad es la de su vida). Y así parece.
Pero también parece que Marx dijo lo contrario.
Es porque los obreros actúan como si fueran comerciantes, aunque no lo sepan ni lo digan, que existe la propiedad privada. Cuando perciben el salario actúan como si fueran propietarios de su trabajo, cuando en realidad su capacidad (energía y habilidad) está en manos del que posee sus medios de subsistencia.
Cuando recibe los medios de subsistencia (o las condiciones de vida en general) reconoce a quien se los provee como propietario privado de ellos. Por eso entrega su trabajo en forma de dinero: paga un precio.
Tanto en el contrato de salario como en el de compra de medios de subsistencia las partes aparecen como individuos singulares propietarios privados, libres.
Por supuesto que antes de la forma mercantil de los intercambios había ya propiedad, la propiedad de la tierra de la que provenían los medios de subsistencia. Pero no era propiedad privada, era la simple apropiación física, corporal. No la que se obtiene por un contrato sino la que se conquistaba y se ocupaba. Donde los que trabajaban seguían su suerte. No estaban los “hilos invisibles” de los contratos y el mercado. La apropiación (propiedad) del trabajo y la de la vida del productor no se diferencian. Entre el señor y el siervo no hay intercambio.
Es cuando el trabajador puede vender sus producciones como un mercader, un propietario que intercambia, que aparece la propiedad privada en la relación de trabajo. Cuando en vez de vender su producto, el productor enajena directamente su actividad, aparece el contrato de salario.
Su actividad aparece como un objeto cualquiera, tan separado de su cuerpo un litro de leche que produjera su vaca. El obrero aparece como un mercader de su actividad. Los mercaderes intercambian, compran y venden, por medio de contratos en los que las partes se reconocen propietarios, libres e iguales. El contrato de “venta”, enajenación, de la fuerza de trabajo es el salario, donde el obrero se reconoce propietario libre. 
Cuando, con el desarrollo dominante del capitalismo industrial, se generaliza la producción de mercancías[1], el capitalista es propietario de todos los medios de subsistencia, es esta situación la que obliga al obrero a enajenarse permanentemente. Es decir a darle propiedad de su vida en manos del capitalista la forma de enajenación, venta. Pero la propiedad de su vida aparece como la propiedad privada de los medios de trabajo y de subsistencia. Éstos bajo la forma de dinero. La propiedad privada se transforma en el medio por el cual se enajena el trabajo: el salario.
La propiedad privada no es la razón ni la causa de la enajenación del trabajo. Es la enajenación del trabajo la causa de la propiedad privada.

“Así como vuelve extraña a él su propia actividad, así también le atribuye al extraño, como cosa propia, la actividad que no le pertenece. […] La relación del obrero con respecto al trabajo engendra la relación del capitalista, del dueño del trabajo –cualquiera sea el nombre que se le dé- con respecto a éste. La propiedad privada es, pues, el producto, el resultado, la necesaria consecuencia el trabajo alienado, de la relación exterior del obrero con la naturaleza y consigo mismo. La propiedad privada deriva, pues, del análisis del concepto de trabajo alienado, es decir, de hombre alienado, de trabajo que se ha vuelto extraño, de vida que se ha vuelto extraña, de hombre que se ha vuelto extraño. […[ Pero del análisis de este concepto surge que la propiedad privada, si aparece como la razón, como la causa del trabajo alienado, más bien es una consecuencia de éste, del mismo modo como los dioses no son, en el origen, la causa, sino el efecto de la aberración del entendimiento humano. Más tarde, esta relación se trueca en acción recíproca. Sólo en el punto culminante del desarrollo de la propiedad privada vuelve a aparecer el misterio, que es inherente a ella; a saber: por una parte, que la propiedad privada es el producto del trabajo alienado y, por la otra, que es el medio por el cual el trabajo se aliena: es la realización de esta alienación[2].


Edgardo Logiudice
Julio 2012


[1] “[…] las mismas circunstancias que determinan la condición fundamental de la producción capitalista- la existencia de una clase obrera asalariada- exigen que toda la producción de mercancías adquiera la forma capitalista. A medida que ésta se desarrolla, descompone y disuelve todas las formas anteriores de producción, que encaminadas preferentemente al consumo directo del producto, sólo convierten en mercancía el sobrante de lo producido. La producción capitalista de mercancías hace de la venta del producto el interés primordial […]”.MARX, Carlos. El Capital. Crítica de la Economía Política. Buenos Aires, 1956, Cartago. T. II, Pág. 35.
[2] MARX, Carlos. Manuscritos de 1844. Economía política y filosofía. Buenos Aires, 1968, Editorial Arandú, págs.120, 121.

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