Y esos tristes artesanos dolorosos
Que repugnan su sudor en los talleres
Vergonzantes, restringidos como seres
Condenados al corral de los leprosos,
Son los hombres, los patriarcas cuyos besos
Fecundando los pasivos materiales
Depositan en los cofres de los Cresos
La sagrada polución de los caudales.
¿Qué
serían…que será de tu progreso
Cuando
pierdan toda fe tus sementales?
¡Meditad! Almafuerte.
La propiedad
privada aparece como dios, o como el demonio, según que sea propietario o
no-propietario. Los dioses y los demonios son apariencias reales para los que participan del juego religioso, a ellos
acomodan sus vidas. Tal sucede adecuándose al derecho.
Así para la
economía política que criticaba Marx, la propiedad privada era la razón y la
causa, por ejemplo, de que los obreros tengan que vender su fuerza de trabajo
(que, en realidad es la de su vida). Y así parece.
Pero también
parece que Marx dijo lo contrario.
Es porque los
obreros actúan como si fueran
comerciantes, aunque no lo sepan ni lo digan, que existe la propiedad privada.
Cuando perciben el salario actúan como si
fueran propietarios de su trabajo, cuando en realidad su capacidad (energía y
habilidad) está en manos del que posee sus medios de subsistencia.
Cuando recibe los
medios de subsistencia (o las condiciones de vida en general) reconoce a quien
se los provee como propietario privado
de ellos. Por eso entrega su trabajo en forma de dinero: paga un precio.
Tanto en el
contrato de salario como en el de compra de medios de subsistencia las partes aparecen como individuos singulares
propietarios privados, libres.
Por supuesto que
antes de la forma mercantil de los intercambios había ya propiedad, la
propiedad de la tierra de la que provenían los medios de subsistencia. Pero no
era propiedad privada, era la simple apropiación física, corporal. No la que se
obtiene por un contrato sino la que se conquistaba y se ocupaba. Donde los que
trabajaban seguían su suerte. No estaban los “hilos invisibles” de los
contratos y el mercado. La apropiación (propiedad) del trabajo y la de la vida
del productor no se diferencian. Entre el señor y el siervo no hay intercambio.
Es cuando el
trabajador puede vender sus producciones como un mercader, un propietario que
intercambia, que aparece la propiedad privada en la relación de trabajo. Cuando
en vez de vender su producto, el productor enajena directamente su actividad,
aparece el contrato de salario.
Su actividad aparece como un objeto cualquiera, tan
separado de su cuerpo un litro de leche que produjera su vaca. El obrero aparece como un mercader de su
actividad. Los mercaderes intercambian, compran y venden, por medio de
contratos en los que las partes se reconocen propietarios, libres e iguales. El
contrato de “venta”, enajenación, de la fuerza de trabajo es el salario, donde el
obrero se reconoce propietario libre.
Cuando, con el
desarrollo dominante del capitalismo industrial, se generaliza la producción de
mercancías[1], el capitalista es
propietario de todos los medios de subsistencia, es esta situación la que
obliga al obrero a enajenarse permanentemente. Es decir a darle propiedad de su
vida en manos del capitalista la forma de enajenación, venta. Pero la propiedad
de su vida aparece como la propiedad privada de los medios de trabajo y de
subsistencia. Éstos bajo la forma de dinero. La propiedad privada se transforma
en el medio por el cual se enajena el trabajo: el salario.
La propiedad
privada no es la razón ni la causa de la enajenación del trabajo. Es la
enajenación del trabajo la causa de la propiedad privada.
“Así como vuelve
extraña a él su propia actividad, así también le atribuye al extraño, como cosa
propia, la actividad que no le pertenece. […] La relación del obrero con
respecto al trabajo engendra la relación del capitalista, del dueño del trabajo
–cualquiera sea el nombre que se le dé- con respecto a éste. La propiedad privada es, pues, el producto,
el resultado, la necesaria consecuencia el trabajo
alienado, de la relación exterior del obrero con la naturaleza y consigo
mismo. La propiedad privada deriva,
pues, del análisis del concepto de trabajo
alienado, es decir, de hombre
alienado, de trabajo que se ha vuelto extraño, de vida que se ha vuelto
extraña, de hombre que se ha vuelto extraño. […[ Pero del análisis de este
concepto surge que la propiedad privada, si aparece como la razón, como la
causa del trabajo alienado, más bien es una consecuencia de éste, del mismo
modo como los dioses no son, en el origen,
la causa, sino el efecto de la aberración del entendimiento humano. Más tarde,
esta relación se trueca en acción recíproca. Sólo en el punto culminante del
desarrollo de la propiedad privada vuelve a aparecer el misterio, que es
inherente a ella; a saber: por una parte, que la propiedad privada es el producto del trabajo alienado y, por la
otra, que es el medio por el cual el
trabajo se aliena: es la realización de
esta alienación”[2].
Edgardo Logiudice
[1] “[…] las mismas
circunstancias que determinan la condición fundamental de la producción
capitalista- la existencia de una clase obrera asalariada- exigen que toda la
producción de mercancías adquiera la forma capitalista. A medida que ésta se
desarrolla, descompone y disuelve todas las formas anteriores de producción,
que encaminadas preferentemente al consumo directo del producto, sólo
convierten en mercancía el sobrante de lo producido. La producción capitalista
de mercancías hace de la venta del producto el interés primordial […]”.MARX,
Carlos. El Capital. Crítica de la
Economía Política. Buenos Aires, 1956, Cartago. T. II, Pág. 35.
[2] MARX, Carlos. Manuscritos de 1844. Economía política y
filosofía. Buenos Aires, 1968, Editorial Arandú, págs.120, 121.
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