Parece que la pobreza ya no inquieta tanto a las
instituciones internacionales, los organismos técnicos, economistas,
estadísticos, políticos y hasta la propia iglesia romana. Asoma una nueva
preocupación, la desigualdad. Mucho tiempo después, más de dos siglos de que
Jean Jacques Rousseau escribiera su Discurso
sobre el origen de la desigualdad entre los hombres.
Organismos como la FAO y la OMS, o la CEPAL,
atribuyen al crecimiento de PBI de las llamadas economías emergentes el
descenso estadístico de la pobreza. Con tales apreciaciones cuantitativas se
admiran de que la extrema pobreza solo afecte a más de mil millones y la
desnutrición a alrededor de ochocientos cuarenta millones de humanos.
El crecimiento, en principio, puede ser consumo y,
por lo tanto pueden bajar esos índices. Sin embargo persiste la crisis
alimentaria, según los mismos organismos y, mientras persista, persiste la
presión alcista de los precios de los commodities, precisamente, alimentarios.
Entre otras cosas, porque muchos van a convertirse en combustibles de
automóviles. Automóviles cuya movilidad va en relación inversa a su cantidad. Alimentos destinados a derrochar energía y
tiempos muertos. Vida. La alegría de las cerealeras dibuja el mapa del hambre.
Pero el eje de las nuevas preocupaciones no pasa
ahora por allí sino por la desigualdad. Contra ella alerta el Papa Francisco,
en una carta dirigida al Foro de Davos, simultánea a un Informe de la OXFAM, ONG que postula el “crecimiento inclusivo”,
señalando la exorbitancia de la “desigualdad de riqueza”. También a Obama
parece preocuparle la cuestión. Muchos medios periodísticos se han hecho eco
del tema, particularmente de Informe OXFAM. Siguiendo a éste alertan que el
tema tiene un peligroso costado político que socava la democracia y la
gobernabilidad.
Parece que pasamos de las consignas del hambre cero
a las de mayor equidad. El propio discurso papal marca ese matiz respecto al
célebre informe del CELAM y la última encíclica escrita a medias con Benedicto
XVI. Francisco sabe que la pobreza se puede
paliar con ciertos consumos y asistencia. El Papa dice que no quiere ser
populista, basta con la equidad. Llama a los políticos a enfrentar la
desigualdad. La desigualdad es peligrosa para el poder. La Iglesia romana lo
sabe desde las revoluciones campesinas.
La desigualdad es hoy tan obscena que tiene carácter
político. El Informe de la OXFAM es
elocuente: lo que peligra es la gobernabilidad. La OXFAM y el Papa han
descubierto que, a través de la corrupción, los grandes grupos financieros y
empresariales deciden las políticas públicas y que con el consumo no alcanza
para aquietar ciertos ánimos rebeldes. Ánimos jóvenes. Más aun, es el propio
consumo quién puede generarlos.
Pero ha sido un estadista lúcido, Kemal Dervis, ex ministro
de economía de Turquía, quién resume así la situación.
“El crecimiento rápido de las últimas dos décadas ha
llevado al surgimiento de una considerable y pese a ello todavía vulnerable
clase `casi media´[…]. Centenares de millones de personas han podido escapar a
la pobreza e ingresar en la era del consumo moderno”. Autos, departamentos,
electrónicos se han convertido en más que un sueño. “Y sin embargo, los
ingresos siguen siendo bajos y muchos hogares sólo han podido hacerse de esos
productos `de clase media´ con deuda [el uso de la tarjeta de crédito y de las
hipotecas a mediano plazo se ha incrementado mucho]”. Las deudas sólo son
sostenibles si los ingresos siguen subiendo. Pero cualquier pequeña
desaceleración obliga a reducir los consumos. La sostenibilidad de la deuda en
el sector viviendas puede tener impacto en el sector financiero. A ello se
agrega la “revolución de las expectativas” alimentada por la tecnología de la
comunicación y “por las posibilidades de movilización de masas”. “Las sociedades
en las que la desigualdad de riqueza y de ingreso son particularmente altas
parecen especialmente vulnerables a las movilizaciones de masas”. En países tan
diversos como Chile, Brasil y Turquía “jóvenes y parte de la aspirante clase
media salieron a las calles a pedir respeto, más igualdad, menos corrupción”. De
allí concluye que “para evitar serias presiones sociales y políticas, el crecimiento no sólo debe ser alto, sino
también amplio y equitativo. Si como
parte del crecimiento hay marcados aumentos del ingreso para algunos, deberían
ser percibidos como merecidos por el
esfuerzo y la creación del empleo, y no por la explotación de rentas o de
favores políticos”. (Ieco, 2/2/14,
p.4)
Está claro, el motor del crecimiento reside en la
deuda. El problema es que algunos acumulan riquezas y, otros, deudas. Los que
cosechan deudas cuando no las pueden pagar protestan, se movilizan. Para evitar
presiones políticas o sociales tiene que parecer que los altos ingresos y
rentas son obra del esfuerzo y el trabajo y no de la explotación y la
corrupción.
OXFAM mide la desigualdad por la riqueza y la
riqueza en la sociedad capitalista, se mide por la propiedad.
La propiedad se adquiere comprando. En una sociedad
cuyo motor es la expansión del consumo, los consumidores se convierten en
propietarios. Propietarios efímeros, porque los bienes de consumo se consumen,
se agotan porque ese es su fin. Ilusorios propietarios los que adquieren a
crédito, porque lo que realmente adquieren son deudas. Deudas que, para pagarlas forzarán a trabajar. Y si adquieren
al contado será con trabajo restado antes al consumo. El ahorro es un consumo
postergado. Consumido el ahorro para vivir hay que trabajar.
Pero en el capitalismo no trabajan todos sino los
que el capital necesita. Y crecimiento del PBI no significa necesariamente
aumento del empleo. Los propietarios se transforman en deudores y estos pueden
mutar en excluidos. Allí, en esa vida insegura, van aflorando los síntomas de la desigualdad. Y, con ellos,
el malestar de la indignación.
La indignación de la desilusión del que se queda con
el título de propiedad y sin la casa, que está ocultando que sólo se le permite
habitar bajo techo cuando su descanso es nada más que la condición de su
trabajo. En las grandes ciudades, a veces, menos tiempo que el que le demanda
su traslado. Aunque sea propietario también de su automóvil. Y en las
estadísticas puede estar ubicado sobre la línea de pobreza, integrar las “casi
clases medias”, como dice nuestro estadista turco. Propietario ilusorio,
ciudadano siervo. Casa, comida, viático y entretenimiento como si fueran
propios, sólo si es necesario su trabajo. Rancho, churrasco y yerba en la
proveeduría, caballo y unos pesitos para los vicios del conchabado. Pero más
sofisticados y efímeros, de rápida obsolescencia.
Decía el, hoy ruinoso, Manifiesto Comunista, que el
centro de la cuestión para sus partidarios se hallaba en la propiedad privada
burguesa. Y que era ésta, antes que ellos, la que había abolido la propiedad.
La propiedad basada en el esfuerzo del trabajo personal. El tipo de propiedad
conque el economista turco quiere legitimar, precisamente, la desigualdad. Que
parezca que la riqueza es producto del esfuerzo y no de la explotación, la
desposesión. De donde se infiere que el que no compra bienes es porque no se
esfuerza trabajando.
Pero vimos que la desigualdad no es que unos sean
más propietarios que otros, que es la forma en que la mide la OXFAM: 85 personas
poseen una riqueza equivalente a 3.500 millones, la mitad de la población
mundial. La desigualdad es que los propietarios de lo que consumen no son
propietarios, porque no se apropian de nada. La propiedad es la forma
legitimada de la apropiación. Propietarios son los que se apropian, cualquiera
sea la forma de la desposesión. Puede ser la fuerza, el salario o, como vimos,
la deuda. Lo que es desposesión de un lado es apropiación de otro.
En otros tiempos se hablaba de explotación del
hombre por el hombre. No es esto lo que inquieta al Foro de Davos, ni a la
OXFAM, ni a Francisco. Pero debería preocupar a los poderosos y ocuparnos a
nosotros. Sobre las ruinas del Manifiesto, no sobre las reliquias óseas de
Pedro, ni el anzuelo del crecimiento con equidad, ni nuestro provinciano
desarrollo con inclusión.
La equidad requerida no puede ser más que un
discurso consolatorio de la desigualdad efectiva que supone el poder que
siempre tiene el acreedor sobre el deudor. La lógica del capitalismo financiero
se basa en generar deudores.
La mutación del discurso evoca Lampedusa,
cambiar para que nada cambie. Vale la
pena recordar al poeta. Cambia, todo cambia.
Edgardo
Logiudice
Febrero 2014.