domingo, 23 de febrero de 2014

El Foro Económico Mundial de Davos y la desigualdad entre los hombres. El discurso mutante.

Parece que la pobreza ya no inquieta tanto a las instituciones internacionales, los organismos técnicos, economistas, estadísticos, políticos y hasta la propia iglesia romana. Asoma una nueva preocupación, la desigualdad. Mucho tiempo después, más de dos siglos de que Jean Jacques Rousseau escribiera su Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres
Organismos como la FAO y la OMS, o la CEPAL, atribuyen al crecimiento de PBI de las llamadas economías emergentes el descenso estadístico de la pobreza. Con tales apreciaciones cuantitativas se admiran de que la extrema pobreza solo afecte a más de mil millones y la desnutrición a alrededor de ochocientos cuarenta millones de humanos.
El crecimiento, en principio, puede ser consumo y, por lo tanto pueden bajar esos índices. Sin embargo persiste la crisis alimentaria, según los mismos organismos y, mientras persista, persiste la presión alcista de los precios de los commodities, precisamente, alimentarios. Entre otras cosas, porque muchos van a convertirse en combustibles de automóviles. Automóviles cuya movilidad va en relación inversa a su cantidad.  Alimentos destinados a derrochar energía y tiempos muertos. Vida. La alegría de las cerealeras dibuja el mapa del hambre.
Pero el eje de las nuevas preocupaciones no pasa ahora por allí sino por la desigualdad. Contra ella alerta el Papa Francisco, en una carta dirigida al Foro de Davos, simultánea a un Informe de la OXFAM,  ONG que postula el “crecimiento inclusivo”, señalando la exorbitancia de la “desigualdad de riqueza”. También a Obama parece preocuparle la cuestión. Muchos medios periodísticos se han hecho eco del tema, particularmente de Informe OXFAM. Siguiendo a éste alertan que el tema tiene un peligroso costado político que socava la democracia y la gobernabilidad.
Parece que pasamos de las consignas del hambre cero a las de mayor equidad. El propio discurso papal marca ese matiz respecto al célebre informe del CELAM y la última encíclica escrita a medias con Benedicto XVI. Francisco sabe que la pobreza se puede  paliar con ciertos consumos y asistencia. El Papa dice que no quiere ser populista, basta con la equidad. Llama a los políticos a enfrentar la desigualdad. La desigualdad es peligrosa para el poder. La Iglesia romana lo sabe desde las revoluciones campesinas.
La desigualdad es hoy tan obscena que tiene carácter político. El Informe de la OXFAM es  elocuente: lo que peligra es la gobernabilidad. La OXFAM y el Papa han descubierto que, a través de la corrupción, los grandes grupos financieros y empresariales deciden las políticas públicas y que con el consumo no alcanza para aquietar ciertos ánimos rebeldes. Ánimos jóvenes. Más aun, es el propio consumo quién puede generarlos.
Pero ha sido un estadista lúcido, Kemal Dervis, ex ministro de economía de Turquía, quién resume así la situación.
“El crecimiento rápido de las últimas dos décadas ha llevado al surgimiento de una considerable y pese a ello todavía vulnerable clase `casi media´[…]. Centenares de millones de personas han podido escapar a la pobreza e ingresar en la era del consumo moderno”. Autos, departamentos, electrónicos se han convertido en más que un sueño. “Y sin embargo, los ingresos siguen siendo bajos y muchos hogares sólo han podido hacerse de esos productos `de clase media´ con deuda [el uso de la tarjeta de crédito y de las hipotecas a mediano plazo se ha incrementado mucho]”. Las deudas sólo son sostenibles si los ingresos siguen subiendo. Pero cualquier pequeña desaceleración obliga a reducir los consumos. La sostenibilidad de la deuda en el sector viviendas puede tener impacto en el sector financiero. A ello se agrega la “revolución de las expectativas” alimentada por la tecnología de la comunicación y “por las posibilidades de movilización de masas”. “Las sociedades en las que la desigualdad de riqueza y de ingreso son particularmente altas parecen especialmente vulnerables a las movilizaciones de masas”. En países tan diversos como Chile, Brasil y Turquía “jóvenes y parte de la aspirante clase media salieron a las calles a pedir respeto, más igualdad, menos corrupción”. De allí concluye que “para evitar serias presiones sociales y políticas, el  crecimiento no sólo debe ser alto, sino también amplio y equitativo.  Si como parte del crecimiento hay marcados aumentos del ingreso para algunos, deberían ser  percibidos como merecidos por el esfuerzo y la creación del empleo, y no por la explotación de rentas o de favores políticos”. (Ieco, 2/2/14, p.4)
Está claro, el motor del crecimiento reside en la deuda. El problema es que algunos acumulan riquezas y, otros, deudas. Los que cosechan deudas cuando no las pueden pagar protestan, se movilizan. Para evitar presiones políticas o sociales tiene que parecer que los altos ingresos y rentas son obra del esfuerzo y el trabajo y no de la explotación y la corrupción.
OXFAM mide la desigualdad por la riqueza y la riqueza en la sociedad capitalista, se mide por la propiedad.
La propiedad se adquiere comprando. En una sociedad cuyo motor es la expansión del consumo, los consumidores se convierten en propietarios. Propietarios efímeros, porque los bienes de consumo se consumen, se agotan porque ese es su fin. Ilusorios propietarios los que adquieren a crédito, porque lo que realmente adquieren son deudas. Deudas que, para  pagarlas forzarán a trabajar. Y si adquieren al contado será con trabajo restado antes al consumo. El ahorro es un consumo postergado. Consumido el ahorro para vivir hay que trabajar.
Pero en el capitalismo no trabajan todos sino los que el capital necesita. Y crecimiento del PBI no significa necesariamente aumento del empleo. Los propietarios se transforman en deudores y estos pueden mutar en excluidos. Allí, en esa vida insegura, van aflorando  los síntomas de la desigualdad. Y, con ellos, el malestar de la indignación.
La indignación de la desilusión del que se queda con el título de propiedad y sin la casa, que está ocultando que sólo se le permite habitar bajo techo cuando su descanso es nada más que la condición de su trabajo. En las grandes ciudades, a veces, menos tiempo que el que le demanda su traslado. Aunque sea propietario también de su automóvil. Y en las estadísticas puede estar ubicado sobre la línea de pobreza, integrar las “casi clases medias”, como dice nuestro estadista turco. Propietario ilusorio, ciudadano siervo. Casa, comida, viático y entretenimiento como si fueran propios, sólo si es necesario su trabajo. Rancho, churrasco y yerba en la proveeduría, caballo y unos pesitos para los vicios del conchabado. Pero más sofisticados y efímeros, de rápida obsolescencia.
Decía el, hoy ruinoso, Manifiesto Comunista, que el centro de la cuestión para sus partidarios se hallaba en la propiedad privada burguesa. Y que era ésta, antes que ellos, la que había abolido la propiedad. La propiedad basada en el esfuerzo del trabajo personal. El tipo de propiedad conque el economista turco quiere legitimar, precisamente, la desigualdad. Que parezca que la riqueza es producto del esfuerzo y no de la explotación, la desposesión. De donde se infiere que el que no compra bienes es porque no se esfuerza trabajando.  
Pero vimos que la desigualdad no es que unos sean más propietarios que otros, que es la forma en que la mide la OXFAM: 85 personas poseen una riqueza equivalente a 3.500 millones, la mitad de la población mundial. La desigualdad es que los propietarios de lo que consumen no son propietarios, porque no se apropian de nada. La propiedad es la forma legitimada de la apropiación. Propietarios son los que se apropian, cualquiera sea la forma de la desposesión. Puede ser la fuerza, el salario o, como vimos, la deuda. Lo que es desposesión de un lado es apropiación de otro.
En otros tiempos se hablaba de explotación del hombre por el hombre. No es esto lo que inquieta al Foro de Davos, ni a la OXFAM, ni a Francisco. Pero debería preocupar a los poderosos y ocuparnos a nosotros. Sobre las ruinas del Manifiesto, no sobre las reliquias óseas de Pedro, ni el anzuelo del crecimiento con equidad, ni nuestro provinciano desarrollo con inclusión.
La equidad requerida no puede ser más que un discurso consolatorio de la desigualdad efectiva que supone el poder que siempre tiene el acreedor sobre el deudor. La lógica del capitalismo financiero se basa en generar deudores.
La mutación del discurso evoca Lampedusa, cambiar  para que nada cambie. Vale la pena recordar al poeta. Cambia, todo cambia.

Edgardo Logiudice

Febrero 2014.

No hay comentarios:

Publicar un comentario