Son irrenunciables e inalienables los derechos de expresión,
reunión y asociación. Como lo es la libertad de identificarse como y con quien
a cada uno le parezca. Sobre todo si ello le honra.
Algo más de seiscientas personas se han identificado como
"argentinos de origen judío" para emitir un documento que declara la
falta de representatividad de la DAIA y la AMIA, a quienes niegan la atribución
de hablar y negociar en sus nombres, "como si fueran los depositarios del
monopolio de «lo
judío»".
El Llamamiento señala tres cuestionamientos perfectamente
atendibles.
a) Cuestiona que las direcciones se ciñen "estrictamente al relato oficial del
gobierno de turno de Israel con respecto al conflicto con el pueblo palestino, sin permitirse el más mínimo matiz de
diferenciación".
b) Cuestiona "el brusco
cambio de postura, de un día para otro, de la dirigencia AMIA-DAIA en torno
al Memorándum Argentina-Irán".
c) Cuestiona el apoyo al Dr. Alberto Nisman pese a su
subordinación con la Embajada de Estados Unidos.
Como se ve la cuestión excede a la materia de la
representatividad de esas instituciones o sus conducciones.
Se trata de asuntos que conciernen a, por lo menos, todos
los habitantes de este país, como concernió el atentado a la AMIA y, en su
momento, a la Embajada de Israel. Se trata del proceder de personas o
instituciones habilitadas para expresarse y actuar en la República Argentina.
La relación y conducta del Estado de Israel con el pueblo Palestino, las
relaciones de nuestra República con la República Islámica de Irán y la
vinculación de un Fiscal de la Nación con la embajada de los Estados Unidos
constituyen cuestiones políticas. Cuestiones políticas de envergadura que
interesan a todos los habitantes, habilitados por ello a opinar y juzgar sobre
esos asuntos y el parecer y el proceder de cualquier persona o institución
respecto a ellos.
Digo, entonces, que es muy pobre el cuestionamiento a la
postura de las entidades frente a el "conflicto" con el pueblo
palestino.
Estos compatriotas de origen judío no se agraviarían,
parece, si DAIA-AMIA se permitieran algún matiz de diferenciación con el relato
oficial del gobierno de turno de Israel. No parece que fuese necesario condenar
la política de terror del Estado de Israel. Bastaría con que no hubieran
seguido estrictamente el relato oficial de sus gobiernos.
Digo también que estos connacionales no tendrían nada que
objetar si el cambio de postura de los dirigentes cuestionados no hubiese sido
brusco sino pausado, no hubiese sido de un día para otro, sino en cómodas
cuotas mensuales.
Poca cosa. Si para legitimar su ejercicio del derecho de
reunión, deben disputar a las instituciones el monopolio de "lo
judío". Si deben apelar a su "herencia de las mejores tradiciones
progresistas que están representadas, entre otras, por sus aportes en el
surgimiento del movimiento cooperativo y en su activa participación en los
inicios del movimiento obrero y estudiantil".
Parece que eso es todo lo que se puede mostrar de la
presencia de judíos expatriados de todo el mundo en nuestro país.
Pobre muy pobre. Ni la pampa gringa, ni la ciencia, ni la
cultura, ni la educación, ni el arte. Ni la industria, ni el comercio. El
movimiento cooperativo, respetable sin duda.
Queda como residuo la cuestión Nisman. La roña podrida de la
cuneta tapada por débiles colores de las hojas de otoño del cooperativismo de
crédito, eso sí, banca solidaria. Juego de servicios y mafias. Tolerado,
consentido y fogoneado. Que genera miedos cuando corcovea tirando algún muerto.
Y balbuceos incoherentes, pastos tiernos para una oposición y una prensa a la
que no salvan ni siquiera las célebres exculpatorias de las "raras
excepciones" de dignidad.
Ataque de pánico que, con sus titubeos, el gobierno
convierte a Nisman en un mártir (dos días bandera a media asta, para el hoy
lacayo de los buitres) prestamente objeto de una beatificación ecuménica por la
curia "opositora".
Todo en el Palacio. Para los vecinos de a pié, también los
argentinos de origen judío que exceden a los seiscientos cuarenta firmantes, la
novela de intrigas. El espectáculo televisivo, el doctor Nelson Castro sonriéndole
a su monigote y las sonrisas sobradoras del filósofo Palma y las cejas
fruncidas de mirada inteligente del politólogo Mocca.
Chismes, rechismes y contrachismes. No menos creíbles los de
Jorge Elbaum que los de Nisman. Simplemente porque el Licenciado Elbaum fue Director
Ejecutivo de la DAIA desde el 2008 al 2012 y todavía es Asesor Político del
Consejo Directivo y del Consejo Federal. Chimes que, no hay que ser John Le
Carré para sospechar, distraen de otros asuntos más graves que el propio Nisman
y Elbaum conocían. Lejos del alcance de argentinos de cualquier origen.
Porque si así queda la cosa, en que lo de Palestina es un
"conflicto", en que la cuestión del Memorándum se reduce al
velocímetro de los dirigentes y lo de Nisman a su apoyo incondicional por éstos,
entonces la cuestión concierne a los convocantes tanto como a cualquier socio
de la vieja Societá Italiana di Mutuo Soccorso "Unione e
Benevolenza".
A ello conduce este decir para no decir.
Para ello no parece ser muy
convincente tanta alharaca (extraordinaria demostración o expresión con que
por ligero motivo se manifiesta la vehemencia de algún afecto, como de ira,
queja, admiración, alegría.). Pero creo que mucho menos lo es la asunción de la
identidad. Respetar el ejercicio de un derecho no obliga acordar con los términos
de ese ejercer.
La verdad es que
no me parece muy convincente esa asunción de lo judío quizá innecesaria sea,
ora para resolver una cuestión mutual, con la que basta ser asociado y respetar
los estatutos, ora para afrontar una cuestión que atañe a todos los habitantes
del país.
Sé que la
cuestión de "lo judío" es muy delicada, de la que teólogos, pensadores
y filósofos se han hecho cargo. Pero quiero decir que no entiendo bien, en este
caso, cual es el significado al acuñar este sintagma identificador.
Si el sentido es
religioso no me convencería la expresión argentino de origen calvinista,
adventista o luterano.
Si el sentido se
refiere a una nación como Estado muchos son los estados de donde provienen los
judíos de la Argentina y no sería menos inocuo que argentino de origen
irlandés. No creo que se quiera decir argentino de origen israelí porque me
consta que muchos de los firmantes no lo son.
Si el sentido es
la etnia no se me ocurre que un miembro de nuestros pueblos originarios dijese
de sí argentino de origen mocoví.
Pero además, si
el sintagma remitiera a la etnia, la cosa sería grave. Por suerte no se pide a
nadie que para expresarse se coloque una estrella amarilla. No me convence que
para hablar se crea necesario exhibir un certificado de origen. Sería más o
menos como aceptar el certificado de sangre inverso. Demostrar una mínima
porción de sangre judía.
Creo que éste es
el lugar de autosegregación en que se han colocado algunos respetables y
respetados hombres y mujeres. No deliberadamente sino arrastrados, no creo que
por una peleíta de mutual, sino por una baja lucha que los (nos) excede. Una
guerra sorda y sucia en la que nadie parece interesado en poner a la luz.
Lo han hecho
creo, por lo menos algunos, acuciados por los tiempos de la pequeña política,
tan apresurados que al apelar al origen han tomado distancia de su condición de
habitantes de este país.
El
encabezamiento del último párrafo del llamado dice: "Somos -y nos sentimos- parte integrante e
indisoluble del destino de nuestro país y asumimos
como propios los horizontes de una Patria Grande para todos los pueblos de
América Latina".
No hace falta
asumir como propio lo que es propio, ni hace falta decir que se siente lo que
se es. La aclaración superabundante parece una confesión muda de falta de
convicción. Falta de convicción que hace, a la identificación, poco
convincente.
Resultado quizá
de la ambigüedad de querer ser y no ser al mismo tiempo.
Flaco favor.
Edgardo Logiudice
abril 2015