A este tipo lo parió el capitalismo financiero y aunque
parece un hijo bastardo es probable que ello sea porque hay algún falso mutante en su ADN.
Mutar, cambiar, cambiemos. Trans-formar, cambiar la
forma, las formas emergen como una exigencia del cambio, los cambios ya
existentes. Perceptibles e imperceptibles y, muchas veces tardíamente
perceptibles. Como fenómenos fuera de lo
ordinario, la mujer barbuda, el hombre lobo, el lobizón. Y detrás del fenómeno
extraordinario el miedo. El vértigo, dice Ignacio Ramonet, de un mundo que se
derrumba. ¿Cuál?
Quinientos mil millones de dólares para
infraestructuras es un punto del programa de este desarrollador de
emprendimientos inmobiliarios. Acompañado del proyecto de desmantelar las
regulaciones financieras. Con ello, dicen, se generaría el empleo. Para los
blancos, rubios y anglosajones. Dicen, dijo. Muchas cosas se dijeron y se
dicen.
Ramonet dice que hay cosas que no se dijeron. Que no
dijeron los que dicen, los grandes medios porque se sintieron agraviados. Y las
cosas que éstos no dijeron serían las malas, las que producen el pánico y el
escándalo. Y dicen los que dicen que saben de etimología que escándalo
significa trampa. Los medios, pues ¿cayeron o contribuyeron a la trampa? De
Trump.
Y las cosas que Donald dijo, y no serían tan malas;
serían las buenas que supieron interpretar los electores blancos, poco cultos a
cuyos bajos instintos apeló el estilo directo maniqueo y reduccionista del
ultraderechista no convencional de la derecha de la derecha, seducción de la
estrella archipopular de la telerrealidad. La “rebelión de las bases”.
Porque Trump es un “perfecto proteccionista” que,
además rechaza los recortes neoliberales. Línea que se condice con bajar el
precio de los medicamentos, resolver el problema de los sin techo, reformar la
fiscalidad de los pequeños contribuyentes y suprimir el impuesto federal que
afecta los millones de hogares modestos.
Mucho más aún. Contra la arrogancia de Wall Street
propone aumentar los impuestos a los corredores de hedge funds, los fondos de
riesgo, el corazón del capital financiero.
“Fin de los cuarenta años del neoliberalismo y la
globalización financiera”.
Y de la “democracia como modelo” para dar lugar al
autoritarismo identitario que ya se manifiesta en muchas partes y en particular
en la Francia de Marine Le Pen.
Y por acá se repite. Lo que dice Ramonet.
“El mundo está abandonando el neoliberalismo, girando hacia
políticas más proteccionistas…” repiten algunos difusores, y lo repitió la
abogada Fernández de Kirchner. Algunos macristas, algunos massistas y eminentes
politicólogos, también.
Neoliberalismo parece una palabra mágica, suficiente para no
indagar los mecanismos reales del capitalismo. O la complicidad vergonzante. Y
Estado la palabra que evita señalar que la mentada crisis de la
representatividad política, a que alude también la ex-presidenta, no es más que
la mentira representativa que anula la democracia.
Un disfraz. Que ya no es siquiera máscara. Trump no ha dicho que
pretende hablar ni empoderar a nadie. Se mostró, no por nada es empresario de
entretenimientos (y de juegos de azar) y showman
reality. Y no es el primero. En disfrazarse mostrándose como es. Se
disfrazó Obama, en el Norte. Pero hubo y hay disfrazados en el Sur. Ahora ganan
los que se muestran como son. No precisan mamelucos, ni ponchos, ni birretes,
ni inventarse pasados, ni glorias ajenas.
Y son los que, montados en ella, generaron la pobreza política, su
raquitismo reducido a esqueleto electoral, los que niegan la realidad de esa
pobreza ciñéndola sólo al bolsillo.
“No hubo un voto racista, no caigamos en los estereotipos”, pidió
en relación a las expresiones misóginas y xenófobas vertidas por Trump durante
la campaña, “sino que los americanos votaron principalmente romper con un
modelo económico que les quitó el trabajo y la casa”.
Quizá no nos engañamos si pensamos que no se trata simplemente de
“conceptos culturales falsos arraigados en la sociedad”, sino taras generadas
por la barbarie de un sistema. Taras que si, como con Ramonet, entran en la
lobotomización es porque alguien es lobotomizador.
Resulta por lo menos irónico que quién ve a Trump como adalid
(¿líder?) del proteccionismo, emergente del fin del neoliberalismo, lo pretenda
hacer desde el pensamiento crítico: “erradicar desde el pensamiento crítico,
cultivado en las universidades como éstas, esos conceptos culturales falsos
arraigados en la sociedad”.
En su descargo digamos que también el pensamiento
crítico es utilizado como un comodín elusivo, difícil de definir si no es
frente al “pensamiento único”. Precisamente del neoliberalismo, que sirve tanto
para un roto como para un descosido si no se refiere a procesos precisos y
determinaciones concretas.
Y, en fin, que la pobreza no tiene el olor de santidad
que percibía en ella San Francisco de Asís, ni la limitación concreta de pensar
con las tripas. Cuando así lo hace es porque no tiene qué comer. Y de eso se
encarga el capitalismo en cada situación concreta. La forma de la pobreza hoy es la desigualdad.
De lo que no se dice es del horror al ahorro. Forma
que tienen los economistas, algunos, de llamar a la generación especulativa de
la economía de la deuda, la volatilidad y la hiperliquidez que amenaza que
todos los activos imaginarios se hagan humo. De la que vivieron, viven aún,
esas castas de las que están decepcionados los bárbaros e incultos blancos que
ya no se sienten clases medias. Los presuntos beneficiarios de los puestos de trabajo
del refugio tangible de las infraestructuras a que irían a parar los 500.000
millones de dólares de los que andan sobrando. Ahora más desregulados y con
costos de gestión más bajos, las de los corredores.
Para eso llamó Donald a sus antiguos amigos,
compañeros y financistas de la JP Morgan Chas & C°, Jaime Dimon, ahora
también a Steve Mnuchin, de la Goldman Sachs. Y, para eso es necesario derogar
la Ley Dood-Frank de protección al consumidor que, según el Presidente electo,
“hizo imposible a los banqueros funcionar”, prestar dinero y, por tanto hay que
desmantelar.
Ramonet dice que para explicarse cómo llegó este
personaje al poder sin que todos sus electores estén lobomotizados tuvo que
hendir la muralla informativa y analizar
el programa “completo”, parece que se comió la entrevista que le hizo nada
menos que Reuter el 17 de mayo último. Y, en suma, que los lobomotizados tienen
el sentido común, pero –según el histórico de Le Monde Dipomatique- “en las
tripas”, no en el cerebro ni la razón, donde llegó su discurso “emocional y
espontáneo”.
Es extraño las cosas que se dicen cuando antes no se
dijeron. O cuando alguien se espanta ante el vértigo a lo nuevo.
Pero hace falta bajar el déficit majestuoso. Y tampoco
aquí mucho de nuevo bajo el sol de la Agenda 2030 del G20. Y del macrismo. Se
trata de “incentivar la repatriación de los
beneficios generados por las multinacionales estadounidenses en el extranjero,
que superan los 2,4 billones de dólares”. Este es “nuestro escenario base” dice
SiEthan S. Harris, economista del Bank of America Merrill Lyinch.
Quizá emergente de una estrategia, o de su intento.
Por eso el final es abierto. El horror y el miedo al vacío de los
poseedores del dinero puede jugar a la carta más racional, pero precisamente lo
más racional no es lo que impera. Menos cuando los locos se desbocan. Y si algo
se puede decir de Trump es que es bastante bocón.
No soy gurú, por lo tanto, después veremos. De una cosa estoy
seguro: no nos debe paralizar el miedo. Es contagioso.
Edgardo Logiudice
Noviembre 2016
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