sábado, 12 de noviembre de 2016

El lobo Trump, el charlatanismo, los disfraces y el pánico.

A este tipo lo parió el capitalismo financiero y aunque parece un hijo bastardo es probable que ello sea porque hay algún  falso mutante en su ADN.
Mutar, cambiar, cambiemos. Trans-formar, cambiar la forma, las formas emergen como una exigencia del cambio, los cambios ya existentes. Perceptibles e imperceptibles y, muchas veces tardíamente perceptibles.  Como fenómenos fuera de lo ordinario, la mujer barbuda, el hombre lobo, el lobizón. Y detrás del fenómeno extraordinario el miedo. El vértigo, dice Ignacio Ramonet, de un mundo que se derrumba. ¿Cuál?

Quinientos mil millones de dólares para infraestructuras es un punto del programa de este desarrollador de emprendimientos inmobiliarios. Acompañado del proyecto de desmantelar las regulaciones financieras. Con ello, dicen, se generaría el empleo. Para los blancos, rubios y anglosajones. Dicen, dijo. Muchas cosas se dijeron y se dicen.

Ramonet dice que hay cosas que no se dijeron. Que no dijeron los que dicen, los grandes medios porque se sintieron agraviados. Y las cosas que éstos no dijeron serían las malas, las que producen el pánico y el escándalo. Y dicen los que dicen que saben de etimología que escándalo significa trampa. Los medios, pues ¿cayeron o contribuyeron a la trampa? De Trump.

Y las cosas que Donald dijo, y no serían tan malas; serían las buenas que supieron interpretar los electores blancos, poco cultos a cuyos bajos instintos apeló el estilo directo maniqueo y reduccionista del ultraderechista no convencional de la derecha de la derecha, seducción de la estrella archipopular de la telerrealidad. La “rebelión de las bases”.  

Porque Trump es un “perfecto proteccionista” que, además rechaza los recortes neoliberales. Línea que se condice con bajar el precio de los medicamentos, resolver el problema de los sin techo, reformar la fiscalidad de los pequeños contribuyentes y suprimir el impuesto federal que afecta los millones de hogares modestos.
Mucho más aún. Contra la arrogancia de Wall Street propone aumentar los impuestos a los corredores de hedge funds, los fondos de riesgo, el corazón del capital financiero.

“Fin de los cuarenta años del neoliberalismo y la globalización financiera”.
Y de la “democracia como modelo” para dar lugar al autoritarismo identitario que ya se manifiesta en muchas partes y en particular en la Francia de Marine Le Pen.

Y por acá se repite. Lo que dice Ramonet.
“El mundo está abandonando el neoliberalismo, girando hacia políticas más proteccionistas…” repiten algunos difusores, y lo repitió la abogada Fernández de Kirchner. Algunos macristas, algunos massistas y eminentes politicólogos, también.

Neoliberalismo parece una palabra mágica, suficiente para no indagar los mecanismos reales del capitalismo. O la complicidad vergonzante. Y Estado la palabra que evita señalar que la mentada crisis de la representatividad política, a que alude también la ex-presidenta, no es más que la mentira representativa que anula la democracia.
Un disfraz. Que ya no es siquiera máscara. Trump no ha dicho que pretende hablar ni empoderar a nadie. Se mostró, no por nada es empresario de entretenimientos (y de juegos de azar) y showman reality. Y no es el primero. En disfrazarse mostrándose como es. Se disfrazó Obama, en el Norte. Pero hubo y hay disfrazados en el Sur. Ahora ganan los que se muestran como son. No precisan mamelucos, ni ponchos, ni birretes, ni inventarse pasados, ni glorias ajenas.

Y son los que, montados en ella, generaron la pobreza política, su raquitismo reducido a esqueleto electoral, los que niegan la realidad de esa pobreza ciñéndola sólo al bolsillo.
“No hubo un voto racista, no caigamos en los estereotipos”, pidió en relación a las expresiones misóginas y xenófobas vertidas por Trump durante la campaña, “sino que los americanos votaron principalmente romper con un modelo económico que les quitó el trabajo y la casa”.
Quizá no nos engañamos si pensamos que no se trata simplemente de “conceptos culturales falsos arraigados en la sociedad”, sino taras generadas por la barbarie de un sistema. Taras que si, como con Ramonet, entran en la lobotomización es porque alguien es lobotomizador.
Resulta por lo menos irónico que quién ve a Trump como adalid (¿líder?) del proteccionismo, emergente del fin del neoliberalismo, lo pretenda hacer desde el pensamiento crítico: “erradicar desde el pensamiento crítico, cultivado en las universidades como éstas, esos conceptos culturales falsos arraigados en la sociedad”.
En su descargo digamos que también el pensamiento crítico es utilizado como un comodín elusivo, difícil de definir si no es frente al “pensamiento único”. Precisamente del neoliberalismo, que sirve tanto para un roto como para un descosido si no se refiere a procesos precisos y determinaciones concretas.   
Y, en fin, que la pobreza no tiene el olor de santidad que percibía en ella San Francisco de Asís, ni la limitación concreta de pensar con las tripas. Cuando así lo hace es porque no tiene qué comer. Y de eso se encarga el capitalismo en cada situación concreta. La forma de la pobreza hoy es la desigualdad.

De lo que no se dice es del horror al ahorro. Forma que tienen los economistas, algunos, de llamar a la generación especulativa de la economía de la deuda, la volatilidad y la hiperliquidez que amenaza que todos los activos imaginarios se hagan humo. De la que vivieron, viven aún, esas castas de las que están decepcionados los bárbaros e incultos blancos que ya no se sienten clases medias. Los presuntos beneficiarios de los puestos de trabajo del refugio tangible de las infraestructuras a que irían a parar los 500.000 millones de dólares de los que andan sobrando. Ahora más desregulados y con costos de gestión más bajos, las de los corredores.
Para eso llamó Donald a sus antiguos amigos, compañeros y financistas de la JP Morgan Chas & C°, Jaime Dimon, ahora también a Steve Mnuchin, de la Goldman Sachs. Y, para eso es necesario derogar la Ley Dood-Frank de protección al consumidor que, según el Presidente electo, “hizo imposible a los banqueros funcionar”, prestar dinero y, por tanto hay que desmantelar.
Ramonet dice que para explicarse cómo llegó este personaje al poder sin que todos sus electores estén lobomotizados tuvo que hendir la muralla informativa  y analizar el programa “completo”, parece que se comió la entrevista que le hizo nada menos que Reuter el 17 de mayo último. Y, en suma, que los lobomotizados tienen el sentido común, pero –según el histórico de Le Monde Dipomatique- “en las tripas”, no en el cerebro ni la razón, donde llegó su discurso “emocional y espontáneo”.
Es extraño las cosas que se dicen cuando antes no se dijeron. O cuando alguien se espanta ante el vértigo a lo nuevo.  

Pero hace falta bajar el déficit majestuoso. Y tampoco aquí mucho de nuevo bajo el sol de la Agenda 2030 del G20. Y del macrismo. Se trata de “incentivar la repatriación de los beneficios generados por las multinacionales estadounidenses en el extranjero, que superan los 2,4 billones de dólares”. Este es “nuestro escenario base” dice SiEthan S. Harris, economista del Bank of America Merrill Lyinch.
Quizá emergente de una estrategia, o de su intento.

Por eso el final es abierto. El horror y el miedo al vacío de los poseedores del dinero puede jugar a la carta más racional, pero precisamente lo más racional no es lo que impera. Menos cuando los locos se desbocan. Y si algo se puede decir de Trump es que es bastante bocón.

No soy gurú, por lo tanto, después veremos. De una cosa estoy seguro: no nos debe paralizar el miedo. Es contagioso.



Edgardo Logiudice
Noviembre 2016


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