miércoles, 11 de enero de 2012

La pasión posible de Horacio González


En la sección Opinión de Página 12 del 8 de enero el sociólogo Horacio González se agravia de expresiones de la declaración de Plataforma 2012, en tanto ésta se refiere presuntamente a él o a Carta Abierta como a “voceros del gobierno”.

Ya se ha dicho bastante sobre Carta y no parece claro el destino de Plataforma. No es mi intención opinar acá sobre estos agrupamientos político-culturales, sino sobre algunas cuestiones del discurso del actual Director de la Biblioteca Nacional que, como funcionario del área cultural del gobierno, se asume como intelectual crítico: “Somos personas pertenecientes al cuño intelectual explícito de la sociedad argentina que apoyamos al gobierno en el modo de ser críticos”.

Dado que la mentada declaración no se refiere explícitamente a él ni a Carta Abierta, siendo González un funcionario y escribiendo en un diario de circulación masiva,  es lícito preguntarse para quién escribe, a quién pretende dirigirse. Preguntarse porqué contestar agravios cuando no se han dirigido explícitamente a él ni como persona, ni como miembro del agrupamiento ni como funcionario.  El único motivo que parece razonable es que se ha sentido tocado por eso de “vocero del gobierno”, que manifiesta no ser: “No somos voceros del Gobierno y no parece que el Gobierno nos quiera o necesite como voceros. Tiene los propios.”

Probablemente por eso su discurso parece un soliloquio autojustificativo de su “opción por una creencia reparatoria que no desmerezca su libertarismo aun en el interior de las instituciones estatales, la pasión por renovar los lenguajes políticos… ”, sostenida –dice-  durante medio siglo con sus denuncias.  

González parece querer demostrar que, al menos él, puede ser funcionario de este gobierno sin abandonar su carácter de intelectual crítico y libertario. Para ello tiene que argumentar que “Hay poderes en la vida intelectual, poderes de índole libertaria, que no por eso dejan de serlo. La diferencia con otros poderes –financieros, comunicacionales, políticos – es que podemos considerara que la forma eminente de la vida intelectual consiste en examinar de forma explícita los poderes que se poseen. Un grado mayor de conciencia sobre las formas disciplinarias o coactivas, que incluso puede residir ocultamente en las callosidades de nuestro propio lenguaje, es lo que caracteriza la actitud intelectual”. Es decir, por un lado debe emparejar la vida o actitud intelectual con la política, en tanto funcionario y, por otro, distinguirla, para conservar  “un mayor grado de conciencia sobre las formas disciplinarias”.

Pero eso requiere, por un lado, definir a “los intelectuales” y, por otro, demostrar  que se pueden expresar más eficazmente el “repudio y conjura de esos viles asesinatos” (la referencia es a los de, entre otros, Mariano Ferreyra) “con «pensamientos situados», esto es, libertarios en el seno de la institución política heredada o clásica, que a su vez esgrime banderas de cambio a las que también deseamos ver con autoconciencia lúcida de sus propias situaciones”.  Esos pensamientos deben situarse en las “posibilidades, apremios que ofrece un mundo que estrecha posibilidades”.

Lo que no sea esto, es decir, la conciencia de lo posible, es “denuncialismo”, “vibración emotiva”, que logra menos “que con una indagación concreta de una historicidad específica de cada una de esas muertes, que son sociales y singulares a la vez, pues nadie vive la muerte de otro” y “Una voz, muchas voces, resonaron en torno de esas violencias antipopulares en el interior de las instituciones de gobierno que mantienen la consigna no represiva.”

Con la “socialización” de las muertes, la conciencia de lo posible y la equiparación de los poderes de la vida intelectual y la política, desaparece así la responsabilidad de cualquier gobernante, no sólo de los que “mantienen la consigna no represiva”. Así el finadito Soria pudo morir en paz sin la carga de las muertes sociales de Darío y Maximiliano que no estaba en posibilidades de evitar cuando era jefe de la SIDE ni impidió que Picheto lo llevara a la gobernación. Tampoco les fue posible a los que armaron todas las listas, pese a mantener la manida consigna. En “el interior de las instituciones de gobierno” no resonaron ni una voz ni muchas voces de los voceros quizá debido a los “apremios que ofrece un mundo que estrecha posibilidades”.  Esto debe entenderlo cualquier intelectual que no sea “pre-foucaultiano”. Puede entenderlo González, que no es “vocero” sino que apoya” en modo de ser crítico” pero que no se ufana de ese modo de ser dado que no es necesario hacerlo, “pues si se piensa en el núcleo intenso y complejamente determinado de las situaciones, ya se es crítico de por sí”. González, que piensa ese núcleo intenso, no necesita andar diciendo por ahí que es crítico, piensa en modo crítico (como una función alternativa de cualquier electrodoméstico) y es suficiente.

La retórica de Horacio suele fascinar a algunos auditorios, confieso que me deleita oír el virtuosismo de su improvisación asociativa.

Es sabido que existe más de una lógica, la de González es muy particular.

Su argumento debe diluir la cuestión intelectual atendiendo a dos cuestiones: a) neutralizar una presunta posición de privilegio desde la cual habría sido amonestado como “vocero” y, b) equiparar los poderes de los intelectuales a los políticos para diluir la responsabilidad de los gobernantes exculpados en una consigna. Al mismo tiempo debe distinguir la cuestión intelectual para señalar su papel, igual pero distinto,  en el funcionariado gobernante como portador de cierto “libertarismo”.

Dice entonces: No es porque existan intelectuales que no cesa el debate sobre ellos: “Lo que existen son ciertos núcleos problemáticos en las sociedades que son inevitablemente de carácter intelectual”. Los denominados intelectuales son los que atienden esos núcleos problemáticos “con lenguajes específicos, vocación polémica y un conjunto singular de memorias o estilos de cita”. Se trata, en definitiva, de la chapa: “Los que cargamos con el dificultoso letrero de intelectuales no hacemos sino revelar la parte explícitamente emergente de debates, creencias y sentidos velados que subyacen en todo grupo humano, en toda sociedad.  De ahí la célebre sentencia gramsciana [nos informa que en realidad es de Croce] respecto de que «todos somos intelectuales». Es decir, todos somos retoños de un manojo profundo de leyendas, frases arcaicas dormitando en la conciencia y textos memorables que fragmentariamente sobreviven en nuestra conversación”. En suma: los que tienen cartel de intelectual revelan lo que es explícito con un particular estilo de citas. Como revelar lo explícito no es revelar nada más que lo que ya es revelado, nos queda el estilo de citar. González lleva así el cartel de intelectual porque citó a Croce. Lo que no alcanzo a percibir es en virtud de que secuencia lógica la conclusión es que todos somos intelectuales, ni porqué los nudos problemáticos tienen inevitablemente carácter intelectual, es decir objeto de citas.

Pasado el rasero sobre lo intelectual, González tiene que demostrar que, en algunos casos, hay algo más que las citas y la esterilidad de revelar lo revelado, puesto que se ha asumido como del “cuño intelectual explícito” en el modo crítico. En esos casos aparece “un grado mayor de conciencia sobre las formas disciplinarias o coactivas” como carácter distintivo. Grado de conciencia que no tienen porqué poseer todos los funcionarios de gobierno, pero que sí posee González que, en su pasión por renovar los lenguajes políticos, no quiere desmerecer su libertarismo.  Ese grado de conciencia hace más eficaz la denuncia porque se hace “en el interior de las instituciones estatales”  con “la indagación concreta de una historicidad específica de cada una de esas muertes”.

En definitiva sospecho que lo que quiere decir el Director de la Biblioteca es que la cuestión hay que pelearla desde adentro, que desde afuera las críticas son estériles o, peor aun, que le hacen el juego al enemigo (hay una referencia a “poderes indeclarados”, aun dentro de “las instituciones mismas  de gobierno”). “Conservar los espacios” decían los alfonsinistas de los ochenta.  Si esto es así, no es nuevo ni tampoco necesariamente ilegítimo.

Su texto termina diciendo que sus denuncias de medio siglo “fueron también formas del anuncio. El que lea estas palabras, en el mismo acto de hacerlo, en el instante que pase por este renglón, sabrá que el augurio se mantiene en pie”. 

Sólo que si Horacio González no puede decir las cosas claramente, y descuento que sí las sabe pensar, no es un buen augurio. 

Pelear las cosas desde adentro del aparato  político, lo sabemos, tiene un límite. Muchos lo sufrimos. La autocensura puede pasar de la retórica al silencio. La categoría de lo posible no justifica todos los silencios.







Edgardo Logiudice

Enero 2012

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