_...la
Luna da vueltas alrededor de la Tierra, igual que la Tierra da vueltas
alrededor del Sol...
_Entonces
¿por qué sale el Sol todas las mañanas por detrás de los cerros, y se esconde a
la noche?
[...]
_Dejadlo
que nos explique -mi madre sale dubitativamente en mi defensa- Que algo sabrá
más que nosotros.
_Tampoco
hay que tener una carrera para saber por dónde sale el sol...
El viento de la Luna, Antonio Muñoz Molina, Seix Barral, Barcelona, 2006,
pág. 132.
Al derecho de guardar parte de la cosecha como semilla para
la próxima siembra se lo denomina "uso
propio" de la semilla. Uso.
Los convenios con Monsanto imponen el pago de regalías tanto
para la comercialización de la semilla reservada para la siembra, en ese caso
de otros, como para el uso en la siembra propia. La comercialización se
denomina "bolsa blanca" o "hija de".
En ambos casos se trata de una parte del grano cosechado
resultante de una siembra originaria sobre la que ya se pagó la regalía. El
propósito de Monsanto es cobrarla en cada nuevo ciclo, en nombre de la propiedad intelectual y con el
beneplácito del Poder ejecutivo. Si el agricultor no paga no tiene derecho no
sólo a venderla sino a usarla.
Obviaré toda la problemática de la semilla transgénica para atenerme
sólo en el "uso
propio".
Su
padre y su abuelo labraron esta misma tierra, pero nunca llegaron a poseerla
trabajando siempre como aparceros de otros que les esquilmaban la mitad de los
frutos de su esfuerzo y los trataban como a siervos. Él ha podido comprarla,
ahorrando desde que era muy joven, renunciando a tener una casa propia,
llenándose de deudas cuyos plazos rondan
siempre sobre él y algunas noches le quitan el sueño. Son cuatro
cuerdas, apenas dos hectáreas...
El viento de la Luna, Antonio Muñoz Molina, Seix Barral, Barcelona, 2006,
pág. 186.
No cabe duda que si el productor compró la semilla que sembró, si pagó por ella, es su propietario
privado.
Al propietario privado de una cosa le corresponde la
posesión y el uso de la misma.
Pero la obligación impuesta de volver a pagar hace que, si
el agricultor no tiene el dinero para hacerlo, no pueda volver a sembrar.
De donde, tener la tierra y no tener que sembrar es lo mismo
que no poseerla. El propietario ha sido desposeído. El capital liquida la propiedad privada, dijo Carlos Marx. Acumulación por desposesión es un
sintagma acuñado por David Harvey.
El mecanismo para lograrlo ha sido la transformación de un
uso en un consumo.
El consumo es el agotamiento de la cosa con el uso. La
función de la simiente separada es su uso, el uso propio, para reproducir la
cosecha. La función de la cosecha es el consumo o la venta para ser consumida
por otro. Pero si el agricultor no puede volver a usar la parte reservada, ésta
pierde su función de uso: se agota en el primer uso. Es decir se consume, sea
por el agricultor o por sus chanchos. El uso se transformó en consumo y, con
ello, la tierra que no se puede volver a sembrar se transformó en una propiedad
sin uso, destinada a quedar yerma. O a ser apropiada por quién tenga el capital
suficiente para pagar las regalías.
El consumo sirve para
pensar es el título de un trabajo de Norberto García Canclini del año 1991.
Dado que, como vimos, el consumo es una forma del uso, se
puede afirmar que el uso, los usos, sirven para pensar.
Dije que para que el productor pueda renovar el ciclo debe
pagar, es decir debe tener dinero para volcar a una nueva producción. Esto se
denomina capital.
Volver a pagar por la utilización de su semilla equivale a
volver a comprarla pagando por su uso. Es decir, el verdadero propietario de su
semilla no es él, puesto que no puede disponer de ella. El propietario real es
el que dispone del uso. El uso es la
esencia de la propiedad, dijo Hegel antes que Marx. La verdadera propiedad
consiste en la disposición del uso del bien, en este caso la semilla. Y esa
disposición no está en la forma física de las semillas que están aun en el silo
del agricultor sino en la forma de crédito a favor de Monsanto. Entre los
activos del grupo financiero, es decir en la forma de capital. El capital de
Monsanto es el verdadero dueño de la semilla que el agricultor pagará como si la comprara. Esta
"compra" no es más que una ficción jurídica. El agricultor no tiene
el derecho de comprar la semilla. Comprarla es una obligación si quiere seguir
siendo productor y propietario de su tierra. Su derecho de propiedad es un
resultado de su obligación, no de su derecho, a comprar.
La continuidad
permanente de la ficción jurídica de los contratos genera la ilusión de que el
productor vende su trabajo, decía Marx. Y la misma continuidad genera la
ilusión de que el productor compra lo que consume, es decir lo que usa, se
agote o no.
El que dispone de los usos es el capital, pero los capitales
aunque no tengan nombre y apellido tienen quienes disponen de ellos. Son los
capitalistas, los miembros de la clase que dispone de los consumos.
Las simientes son una condición de la producción de
alimentos, de nutrientes de la vida humana. Como lo es la tierra. Los que
disponen de sus usos no son, como parecen, los que pagan por ello y, por eso,
se consideran propietarios. Los verdaderos propietarios son los que tienen el
uso de hecho, el usus facti, decía el
franciscano Guillermo de Occam.
Pero todos nos vemos propietarios y nos vemos comprando y
vendiendo. No es el mercado el que genera propietarios sino su forma jurídica
de contratos. Y los contratos son lo que establecemos todos los días, todo el
día. Los que podemos contratar, claro. Los que no vivimos de la caridad,
todavía.
Ser propietarios porque compramos es como ver salir el sol
todos los días. Que parece que gira en torno a la tierra. Para saber ello, como
dice el hortelano de la novela de Muñoz Molina, no es necesario tener una
carrera.
Pero lo cierto es que si el productor paga, como hacen todos
los chacareros que firmaron convenios privados con Monsanto -mientras los
precios de los commodities a expensas
de la emergencia alimentaria lo permiten- lo está haciendo con trabajo futuro. Porque o compra la
semilla financiada y pagará el préstamo con parte de su próxima cosecha o
resigna ganancias que no se capitalizan y, en ese caso, la reproducción del
capital también saldrá de allí. Se trata de una apropiación de trabajo futuro.
La desposesión de uno es apropiación del otro. Claro es que no se trata del
caso de los Grobo que también desarrolla
semillas.
“Hola me
llamo XX mi DNI es XX y me voy a suicidar ya que es posible que me dejen sin
casa”. El mensaje electrónico era de las 8.49 del pasado miércoles día 12 e iba
dirigido al correo general de la Plataforma de
Afectados por la Hipoteca (PAH). Lo leyó
minutos después Ada Colau, la portavoz de la plataforma en Barcelona, desde el
ordenador de su casa.
El País, Madrid,
24/12/2012.
Lo propio de nuestro agricultor con la semilla sucede con
los desahuciados por las hipotecas. Antes que en España, con la 1050 en el país.
Fuente de dinero de abogados y abogadas exitosos. La vivienda también es una
condición de vida, de la que también los dueños reales son los grupos
financieros y los deudores ostentan el título de propietarios, hasta que son
desposeídos del uso. La propiedad cede
ante el control de los capitalistas y hoy la hegemonía la tienen los
capitalistas financieros.
En los hechos el que compró con un préstamo hipotecario lo
que recibió fue un uso temporario e incierto de la vivienda -condición de vida-
con el título de propietario, propiedad sujeta a los negocios del capital
financiero. Es lo mismo que decir que la forma mercantil-industrial de la
propiedad privada queda sujeta a la forma propiedad privada de control. Lo que
para el "propietario" de la vivienda era una deuda para el acreedor
del préstamo hipotecario era un crédito, un activo capitalizado cuya garantía
era el trabajo futuro del deudor, es decir, su vida. Una condición de esa vida,
la vivienda precisamente, estaba desde el
inicio en manos del grupo prestamista, que decide de hecho sobre la
"propiedad privada" del deudor.
Pero esto se hace evidente sólo en las situaciones de
crisis, cuando se corta la cadena de contratos. Cuando se acaban los usos. Mientras
tanto en la inercia de los intercambios contractuales, el sol de la propiedad
privada sale siempre por el este y se esconde por el oeste.
[4] El uso de consumibles sin la propiedad es imposible, [...]
[6] De hecho, en las cosas consumidas por el uso
de este derecho de practicar, no se puede establecer en la separación de la
propiedad o señorío, [...]
Juan
XXII, Papa. Ad conditorem canonum.
Aviñón, 8 de diciembre de 1322.
Lo que establece esta Bula es que para consumir - y el
consumo, dije, es un uso - hay que ser propietario. Los franciscanos, a quienes
esto iba dirigido, no querían ser propietarios pues el santo Francisco había
prohibido serlo.
Se trataba de una cuestión de intereses. Después de dos
siglos los franciscanos sólo eran pobres jurídicamente, de hecho los conventos
producían riqueza, de la que ellos gozaban. Usaban y consumían de ella, tenían
el usus facti, el uso de hecho. Para
la Iglesia quedaba el título de propiedad. De tal manera los usos quedaban por
un lado y la propiedad por otro.
Hoy cualquiera estaría de acuerdo con Juan XXII: para usar o
consumir algo hay que ser propietario y, por lo tanto, si no te lo regalan
tenés que comprarlo. Es decir, sos propietario porque comprás.
Pero vimos que ahora no basta con ser propietario usar la
semilla propia o la vivienda. Ni siquiera basta con ser propietario de un medio
de producción como la tierra, porque la cosa está en el uso efectivo.
La clase obrera luchó mucho tiempo por la propiedad, aun por
la propiedad de los medios de producción. Por la propiedad privada personal de
los medios de vida y la propiedad social a través del Estado. Obtuvo logros
inconcebibles en los tiempos de Marx, cuando emerge con fuerza el capitalismo industrial y, con él, la propiedad
privada de cuño mercantil.
Marx priorizó la
producción porque allí estaba el secreto oculto por el mercado, por la ideología jurídica mercantil. Por eso el
derecho fue la ideología orgánica del
sistema.
Por eso Marx deja de lado los usos y el consumo, salvo el
consumo productivo.
Pero tanto el consumismo como el subconsumo ya ocuparon su
lugar en la investigación, es decir más allá de la Bula papal y Guillermo de
Occam. En la economía, la sociología, la antropología, la psicología, la
filosofía. Por supuesto, en el marketing y la mercadotecnia.
Es verdad que los partidos políticos ya no elaboran
programas, pero me parece que la militancia o el activismo político-social no
atiende demasiado a los usos y los consumos. Quizá sí algunos ambientalistas.
En mi caso conjeturo que el consumo ligado a la deuda es una
nueva forma de apropiación dominante del trabajo ajeno futuro.
Pero no me parece necesario compartir mi conjetura para
medir la importancia del asunto.
Cuando en Pekín las autoridades recomiendan a la población
no salir a la calle, para no envenenarse con el aire, estamos hablando del uso
de la ciudad y de los consumos de fábricas y transportes.
Cuando la FAO organiza una campaña para que en los países
desarrollados se consuma menos para evitar desperdicios, estamos hablando
precisamente de consumos.
Pero no sólo de eso. Estamos hablando de las condiciones
generales de vida de millones de seres humanos.
Los
resultados del estudio sugieren que alrededor de un tercio de la producción de
los alimentos destinados al consumo humano se pierde o desperdicia en todo el mundo,
lo que equivale a aproximadamente 1 300 millones de toneladas al año. Esto
significa obligatoriamente que cantidades enormes de los recursos destinados a
la producción de alimentos se utilizan en vano, y que las emisiones de gases de
efecto invernadero causadas por la producción de alimentos que se pierden o
desperdician también son emisiones en vano.
En
términos generales, las pérdidas de alimentos están influenciadas por las
elecciones tomadas en la producción de cultivos y sus patrones, la infraestructura
y capacidad internas, las cadenas comerciales y los canales de distribución,
así como por las compras de los consumidores y las prácticas de uso de
alimentos.
Los consumidores de los países
industrializados desperdician casi la misma cantidad de alimentos (222 millones
de toneladas) que la producción de alimentos neta total del África subsahariana
(230 millones de toneladas).
Creo que estos párrafos del informe del congreso Save foot! de Düsseldorf, 2011 son
elocuentes.
El cinismo del informe no menciona los negocios financieros
entre las causas que conducen a esta situación. Sus políticas se reducen a
recomendar mayor eficiencia tecnológica en la producción de alimentos, pero no
dice que los resultados de esa eficiencia van a parar a las especulaciones
sobre los commodities de las bolsas
de futuros.
Pero la cuestión acá no reside ni en la burocracia ni en la
hipocresía de los organismos internacionales, sino en pensar el consumo.
Quiero decir, no sólo ante las crisis financieras sino
frente ante los movimientos habituales del capitalismo actual, pensar desde el
lado del consumo (y el no-consumo) antes que en la producción. Porque si Marx
en su tiempo desde la producción llegaba al consumo nada impide que hoy hagamos
el camino inverso. Para llegar a las formas actuales del capitalismo de su
forma de propiedad, que ya es otra, de su forma de apropiación y de sus
contradicciones y debilidades. Si es que seguimos siendo anticapitalistas.
Creo que el consumo debería servir para algo más que para
pensar. Para movilizarse social y políticamente.
Edgardo Logiudice
enero de 2013