“...che gli stati non si tenevono
co’ paternostri in mano” (Cosme l’Ancien, N. Machiavel, Histoires Florentines, VII, 6
Razón de Estado es
la apelación a la última instancia cuando el Poder no encuentra más razones.
Con esa razón consejeros de los Príncipes, como Maquiavelo y el Cardenal
Richelieu, acorazaban de legitimidad las decisiones instrumentales de aquéllos.
Con esa racionalidad instrumental se legitima la apelación a la suspensión de
las garantías individuales, al estado de sitio, al estado de emergencia, al
estado de guerra interna en suma, a cualquiera de las formas del estado de excepción.
Edgardo Mocca es un politólogo egresado de la carrera creada
por Francisco Delich y Carlos Strasser. Periodista -prefiere asumirse como
analista político de acuerdo a sus lauros- de Página 12 y panelista en la TV
Publica que puede lucir sus luces en un panel junto a algunos y algunas colegas,
locutores, un joven filósofo y un humorista. Catedrático, también periodista
él, del diario Clarín hasta el 2007
siendo Asesor del Ministerio de Relaciones Exteriores.
Mocca apela a la razón de Estado, ante la que cede su gusto personal sobre las libertades
democráticas. Al analista político no le deben interesar las causas, propósitos
o motivos sino las acciones o los hechos del Príncipe, es decir sus decisiones, sus políticas.
Escuda al príncipe y deja a salvo su conciencia haciendo que
su "gusto" genere una ilusión de crítica. Su realismo político de
analista configura la propedéutica adecuada para quienes aun mantengan reparos
ante la Ley Antiterrorista u otros hechos, dichos o actitudes del actual
gobierno. Es decir al kirchnerista crítico que se asume de izquierda.
En ese escenario de la televisión pública tuvo necesidad de
referirse a esa ley, que había "sorprendido y preocupado" al filósofo
Ricardo Foster, a sus amigos de Carta Abierta y a muchos kirchneristas
críticos. Dijo entonces, "Desde mi
perspectiva, de mi mirada sobre las libertades democráticas no me gusta". Pero "es una de las cosas que tienen que ver con las razones de estado". Equivale a decir más o menos, a mí tampoco me gusta comer sapos, pero hay
que bancársela.
El problema de esta sincera confesión es que, reprimiendo la
crítica al estado de preferencia, puede dejar desnudo al rey, es decir sin más
razón legítima que su sola decisión.
Se trata tanto de una defensa del acto del príncipe como de
una autodefensa ante el escrúpulo, apelando al realismo. Al positivismo
político de la mentada y aprendida autonomía
de la política. Donde aquéllo que excede sus categorías específicas no es
relevante, conforma a lo sumo cuestiones morales o metapolíticas.
Pero este argumento
es más refinado que otros, sobre todo si aparecen alusiones a
Maquiavelo, a Giovanni Sartori, a Carl Schmitt y, naturalmente a algún uso de
Gramsci. Discurso más refinado que el que se ofrece al kirchnerismo crítico
rindiendo pleitesía a la realidad a la manera tomista o la más históricamente
reciente del General: la única verdad es la realidad. Y la realidad es que es lo que hay. Y lo que hay es que a la izquierda de Cristina no hay nada.
Y así planteado no admite mucha discusión. Sosegate
que ya es tiempo de archivar tus ilusiones, dice el tango de Pracánico, que
musita el progresista que aun quiere creer.
Este otro discurso aclara qué es lo que corresponde analizar
frente a los actos del poder.
El 23 de enero, en el mismo escenario Mocca marcó la
distancia frente a sus co-panelistas. Sostuvo: "En política las causas de porqué uno hace las cosas no tienen ninguna
importancia". Causa significa
acá razón o motivo. Es decir, en política, el motivo o la razón de una decisión
es irrelevante. Para el analista político, entonces, ello queda excluido del
análisis.
"Importan los
hechos, la acción importa". Es decir, importan sólo las decisiones.
Y ejemplifica: "Y
si no fijémonos la gran campaña que hay contra el kirchnerismo porque Kirchner
hizo ésto, Kirchner llamó a las Madres y denunció y abrió nuevamente el juicio
al genocidio para hacerse popular, para hacer demagogia. No me importa ¿sabés?,
no me importa".
Aquí Mocca asume un riesgo mayor. Está diciendo que a él no le importa la falta de autenticidad de
Kirchner en la política de los derechos humanos.
Al excluir el asunto del análisis lo deja pendiente, al
menos bajo sospecha. No dice que no existe la falta de autenticidad, sino que a
él no le importa.
Descarga su conciencia y ayuda a descargar la de los
kirchneristas críticos escondiendo el bulto. Su problema es que algún
kirchnerista menos escrupuloso o más aplaudidor se dé cuenta del artilugio y,
que sin querer, Mocca haya desnudado nuevamente al rey tratando de defenderlo.
Aquí lo que, frente a la Ley antiterrorista, era el gusto se
transforma en indiferencia, la función
es la misma. El desplazamiento o la
exclusión del problema, del reparo. Pero esa función está poniendo en el mismo lugar la cuestión de la ley
con la de la autenticidad. Con lo cual el asunto se podría invertir: la cuestión de la falta de autenticidad no
me gusta y la cuestión de la Ley Antiterrorista no me importa ¿sabés?
La cuestión es interesante. Mocca separa los propósitos y
las razones para no criticarlas, dejándolas en el limbo de las preferencias o
la indiferencia. Pero en definitiva lo que fue separado queda unido en la razón
de Estado. Porque no importa el porqué lo hizo ni para qué lo hizo, siempre
habrá una razón de Estado.
Peligroso argumento ya no para Mocca. Si no debemos
preguntarnos porqué ni para qué Kirchner hizo lo que hizo con la política de
derechos humanos, tampoco deberíamos hacerlo con la política del pago de la
deuda, anticipado y en verdes, postergando a los jubilados buitres. En última
instancia habrá una razón de Estado.
Peligroso argumento que puede llegar hasta encubrir algún
negociado, algún soborno o algún tráfico de influencias. Si la razón de Estado
cubre la Ley Antiterrorista ¿qué es lo que no puede cubrir?
Después de Lutero todos somos libres de
renegar, en buena hora. Pero renegación no necesariamente tiene que significar
olvido ni autoengaño. Menos aun la manipulación, porque entonces se achica la
diferencia con Marcos Novaro, al que convocan Clarín y La Nación.
Decía hace poco Eduardo Grüner en una entrevista conjunta
con Gianni Vattimo en Ñ del 12 de
enero: "en la Argentina basta ser medianamente
progresista, estar a favor de cierta mayor inclusión social, para pasar por ser
de izquierda; ahora, todo eso está muy bien, pero ser de izquierda es poner en
discusión el dispositivo básico. [...] El lugar de la izquierda
[...]es poner en cuestión, radicalmente, el dispositivo básico, las lógicas
básicas. En ese sentido, la primera definición brutal que habría que hacer, es
que ser de izquierda es ser consecuentemente anticapitalista, pero que hoy en
día es una definición que hay que retomar".
Claro es que esta definición brutal no es para estos
tiempos, "Raros tiempos estos donde se respira un aire de
felicidad"
le recordara el sociólogo Horacio Gonzalez al filósofo Feinmann, remedando a
Tácito, en agosto pasado, en el mismo escenario de Mocca.
No se
trata de aguarle la fiesta a nadie, en todo caso, como decía el mismo Grüner
"mantener las esperanzas pero con un
ánimo muy crítico". Si se quiere, claro. El problema es que no nos
pase como al tipo del tango de Enrique Santos Discépolo y Virgilio y Homero
Expósito que alzó un tomate y lo creyó
una flor.
Es
verdad, los estados no se mantienen con un padrenuestro en la mano, tampoco con
otras charlatanerías. Si es que deben mantenerse todavía.
Suicidio
Perfecto es
el policial de Petros Márkaris en el que el personaje de un viejo comunista
griego dice más o menos Falso recato que
muestran los izquierdistas cubriéndose con una hoja de higuera, no para
ocultarlo de los demás sino para no verse ellos mismos.
Edgardo
Logiudice
Enero
de 2013.
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