Confío en la Justicia.
Para que se cumpla una norma reparadora. Para que las cosas
vuelvan a un supuesto orden. Una ley.
Y enciendo una vela. Porque le ruego o le exijo a alguien
que la ley se cumpla. Alguien que la puede hacer cumplir porque tiene la
fuerza. No hay ley sin sanción y de eso decimos que es derecho. Que algunos
hombres administran. Los jueces.
Por eso Vizcacha aconsejó, al segundo hijo de Fierro, hacéte amigo el juez.
Menem era más ladino que el Viejo, pero Néstor le pisó el
poncho. Jueces presuntamente amigos. Al Turco le salió bien al Lupo más o
menos. Éste nombró, de los siete, cuatro. En la cancha se ven los pingos, y
algunos se hacen mañeros. Para eso está la independencia del poder judicial,
con sueldo sin rebajas ni despido mientras dure su buena conducta.
Pero se trataba de jueces honorables, dijo Cristina al
asumir en 2007: "saldamos
una deuda que teníamos con los argentinos:
dar una Corte Suprema de Justicia a los argentinos que no los avergonzara, honorable." Dejaron de serlo,
tienen mala conducta. En penitencia.
El
kirchnerismo dio una Corte. Ahora se agravia y se lamenta.
No se trata
de ninguna arbitrariedad, sus miembros, según la Constitución, los nombra el Presidente, con acuerdo del
Senado. En Estados Unidos ni siquiera es necesario ese acuerdo. Si la forma de
nombrar a los supremos, su inamovilidad, sus privilegios, son o no democráticos
y republicanos, o resabios monárquicos o aristocráticos, son materia de
medulosos análisis jurídico-políticos. Ciertamente las normas y las
instituciones son mejorables. Pero esto no depende tanto de la Justicia a la
que hay que rogar y encender una vela como a los derechos que se pueden lograr
sin que nadie los de.
El derecho
son normas que crean los hombres, el asunto es saber quiénes son esos hombres.
Que no son todos, sino los que tienen la fuerza para hacerlos cumplir. La justicia puede representarse como una diosa
griega o romana, con la balancita, una espada o un león, según el caso. Pero el
juez Thomas Griesa no tiene pinta de diosa, ya lo dijo el sociólogo Horacio
González en su profunda crítica: Griesa no se parece a Marlon Brando.
El Poder
Judicial es un aparato que, además de negarle el per saltum a Sabbatella dejándolo colgado del pincel, interpreta y
aplica el derecho, las normas estatales. Es un poder que como los otros dos, según la ideología representativa de
la democracia, deberían expresar la
voluntad popular. El hecho de que los poderes sean tres, según la mejor
doctrina, la de los doctores, tiene el propósito de que se contrapesen y se
controles entre sí. Los de afuera,
como en el truco, son de palo. El 82% móvil se discute entre Cristina y
Lorenzetti, el ejecutivo, que prefiere usar los fondos y renegociar otra vez la
deuda, y el judicial que quiere sacarse los expedientes de encima. Para algunos
esto es La lucha por el derecho,
título de la obra de un gran jurista alemán del siglo XIX. Para los jubilados
es seguir galgueando.
El problema
es que lo que aparece como un derecho de los trabajadores pasivos fue una
obligación de los trabajadores activos.
Los juristas
suelen pensar así. Que las obligaciones son derechos. Como si trabajar fuera un
derecho y no una obligación. Ya lo dijo san Pablo en la segunda a los
Tesaloniences: Si alguno no quiere
trabajar, que tampoco coma.
Que de esas
cosas trata también el derecho. Invertir la mirada. Y ocultar intereses. Eso
todos los días, de vez en cuando pelearse con Héctor Magneto. La Presidenta es
abogada, debe haber leído a von Ihering, el jurista germano. Muchos de los que
no lo leyeron seguramente son jubilados, que confían en la diosa Justicia.
Ciega, por lo demás.
Confiar en
una diosa que no ve. Y que sólo habla por la boca de los Griesa, que confunde
buitres con palomas, cuando en realidad caranchos son los que se jubilan.
La
ideología, decía quien fuera mi amigo Georges Labica, es de madera dura. Y si
el derecho llama derecho a lo que es un deber, el derecho es ideología. Difícil
de desbastar.
Por eso
confiamos en la justicia.
De lo
primero, según el Génesis, que privó Dios a Adán, fue de todos los frutos que
había creado y lo condenó a ganarse el pan, transpirando.
Muy bíblicos
fueron los capitalistas agrarios que iniciaron las manufacturas y dejaron a los
campesinos sin alimentos. Claro que,
como ya eran cristianos, los campesinos
no podían ser siervos sino solo frente al Señor. Los cristianos somos todos
iguales, ninguno puede obligar a nadie a que lo sirva. Dios dotó a los hombres
de un alma a su imagen y semejanza. No se puede vender el alma, sería vender a
Dios. De modo que si querés vender algo, vendé tu cuerpo, que es carne
corruptible. Aunque sea algunas horas. Y podrás comer. Tenés derecho a
trabajar, si querés sobrevivir. Sos propietario de tu fuerza de trabajo. Si tu
voluntad es vivir la tendrás que vender. Con el salario que ganes me comprás
tus alimentos, tus ropas, tu cobijo. Te mantengo si trabajás. Mantengo a todos
los que me hacen falta. Los demás que se la rebusquen cirujeando, mendigando o
saqueando.
Los primeros
juristas modernos fueron teólogos. El derecho moderno nació como derecho
canónico, el derecho de los papas, obispos, abades. Nació con los primeros
intentos burgueses de capitalismo. De las burguesías nacionales. De las que
Néstor Kirchner dijo: «Es imposible un proyecto
de país si no consolidamos una burguesía nacional»". Tarea que han
tomado, dicen, a su cargo los muchachos de la
Cámpora. Lo extraño es que junto a estos cristianos hay marxistas ateos
anticapitalistas y banqueros. Como Heller. Y algunos tesoreros religiosos, como
Elztain. Socio de Soros, el financista benefactor a quien la Presidenta pide
consejos.
En sociedad no se puede vivir sin normas, pero
no todas las normas son iguales ni sirven para el mismo fin.
Si dos personas se ponen de acuerdo para
cartonear y repartirse lo juntado a medias están creando una norma. Si se unen
más personas es una institución y organizan una cooperativa de trabajo.
Pero si un señor pone un departamento y una
meretriz su cuerpo también crean una norma. Sólo que el señor ya no es socio
sino proxeneta. Pero si el señor es juez quizá sólo sea el dueño del
departamento y la meretriz una trabajadora independiente. Algunas normas dejan
las cosas claritas y otras las oscurecen.
Las normas son tan viejas y necesarias como las
casas. Y una casa sirve para cobijo o para hipotecas sub prime o para negocios de IRSA (la de Elztain). Y es precisamente con el derecho, con las
normas jurídicas, que se construyen los edificios financieros. Con la
arquitectura financiera, que son contratos, se construyen los fondos
especulativos (buitres o palomas) que lucran con la vivienda.
Los contratos son normas, como la de los
cartoneros. Pero muchos cartoneros no tienen casa. Las casas no se hacen con
normas sino con ladrillos. Y los ladrillos tienen dueños, propietarios.
Pero al cartonero le pueden dar una casa de las
400.000 del Pro.Crear. de la que los jubilados seremos socios, es decir,
caranchos. El cartonero será jurídicamente propietario de sus ladrillos, de
todo lo que hay por abajo y por arriba de su terreno, menos del petróleo si
hubiera en el subsuelo, que es del Estado y se lo lleva Chevron, y del espacio
aéreo, que también es del Estado, lo usa Aerolíneas y lo pagamos todos.
Lo pueden hacer propietario por medio de un
préstamo. Cosas del derecho. Préstamos a treinta años. Son los que deberá
trabajar para pagar la deuda. Su futuro está decidido: trabajar hasta llegar a chimango. Su deuda representa trabajo futuro. Y si
quiere la casa con muebles y algún lavarropas o televisor, Frávega o Garbarino
se lo proveen con la tarjeta Naranja. Que habrá que pagar, con trabajo futuro. Y
si no paga, para eso está la Justicia.
Sus acreedores pueden confiar en ella. Hasta
llegar a la Suprema Corte, que garantiza el derecho de propiedad. Del acreedor.
El deudor tendrá el derecho de propiedad de su trabajo y podrá venderlo. Si
encuentra comprador, es decir, si alguien le da para comer y pagar las deudas.
Porque a nadie le gusta que se le muera el
deudor si sigue pagando. Así lo entienden bien los fondos financieros con los
que nos estamos desendeudando, que ahora son amigos nuestros, nos defienden.
Son los amicus cuariae (amigos del
Juez, como los de Vizcacha) que le van a hacer la oreja a Griesa para que no
sea tan malo (ni feo). Porque si nos aprieta con los fondos buitres se acaba la
gallina de los huevos de oro de la Argentina pagadora que honra puntualmente
las deudas con el hambre de los jubilados.
Pero el derecho, como una casa, a veces sirve
para cobijar. Y, como las armas, a veces sirve para pelear.
Me obligás a trabajar y decís que es mi derecho
y que trabajando puedo vivir. Entonces dame trabajo y que mi sueldo sea vital,
mínimo y móvil.
Todo contrato consiste en un intercambio de
promesas, quizá el más viejo sea el matrimonio: te daré tal cosa a cambio de
esta otra. Y la democracia, representativa y electoral, también. Vos me votás y
yo te represento, si yo te voto vos me representás. Juristas y politólogos
dicen que es un espacio abierto: todos pueden llegar. A esperar muchachos que
hay para todos (y todas).
Y las leyes fundamentales o constituciones está
pobladas de promesas.
La nuestra de mi derecho al acceso a una
vivienda digna, a controlar la producción, a participar en las ganancias (de
las que pago impuesto aunque esté jubilado, pues mi negocio es estarlo).
Por ahora, mientras juntamos la fuerza que les
falta a nuestras normas propias, no hay más remedio que tomarle la palabra. Pues
entonces, cumplan.
Pero, como no me la creo, prendo una vela y,
por las dudas, exijo. Porque, a veces, ellos no tienen más remedio que cumplir,
porque exigimos. Mandando preso a algún hijoputa que torturó, asesinó, robó
pibes y esquilmó al país. En el nombre de dios y la justicia que, por ciega, se
deja llevar por la mano del más fuerte.
Por eso confío, con un ojo abierto.
Edgardo Logiudice
Abogado-Notario
Diciembre 2012.
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