Ciertos aditivos al término socialismo suelen darle un sabor
a chiquero.
De China se dice que es socialismo de mercado. Del negocio
que hacen Monsanto y las cerealeras con domicilio legal en la República
Argentina dícese que vendemos granos al socialismo.
El ingeniero Héctor A. Huergo es bisnieto del otro ingeniero
homónimo que proyectó el Puerto Nuevo construido por una compañía inglesa allá
por el primer Centenario.
Huergo dirige el suplemento rural de Clarín. No ahorra pluma
para adornar la tercera revolución de las pampas.
Recordaba el ingeniero hace poco que, en los noventa de
Menem, viajó a China con Jorge Castro por entonces Secretario de Planeamiento
de aquél. Ya el Secretario de Agricultura, Felipe Solá había autorizado la
introducción de la soja transgénica. Huergo y Castro fueron a olfatear las
posibilidades del mercado del socialismo mercantil.
Por entonces, recuerda, los chinos no comían carne, era un
socialismo cuasi vegano. Hoy, dice Huergo, el plato de los chinos de la nueva
clase media luce una buena costeleta de cerdo o una pechuguita de chicken, en
vez del clásico arroz.
En realidad, afirma, se trata de la soja y el maíz de estos
pagos transformada en proteínas, el alimento de los pollos y los chanchos
chinos. El hombre de los agronegocios no necesita repetir el discurso ese de
que con nuestros transgénicos se ayuda a paliar el hambre de los pobres y
desnutridos. El paladín de Monsanto celebra que la revolución llegue a la mesa
de los nuevos ricos chinos en forma de cerdo sojero.
No muy lejos de esta posición se halla el economista,
Coordinador del Departamento de Economía del Centro Cultural de la Cooperación,
Martín Burgos. En un artículo publicado en el número 16 de la Revista del
C.C.C. sostiene que si bien las exportaciones argentinas a China muestran
cierta debilidad, debido a que el 75% consiste en alimentos y de estos la mitad
está constituida por la soja, esto se puede revertir agregando productos con
valor agregado. Forma, sería, de eludir la re-primerización. Más o menos como
venderle naranjas al Paraguay.
En China, dice Burgos, se ha producido un cambio que no es
neoliberal, ni tampoco una transición, sino una transformación de largo plazo que
ofrece a la Argentina grandes oportunidades y hay que aprovecharlas. Porque se
trata de una "doble dependencia": Argentina depende de la venta de
granos y China depende de su compra. Pobre China. Dan ganas de volver a leer a
Theotonio dos Santos y a Gunder Frank.
En un reciente artículo en Página 12 el economista del CCC define las características del
cambio: "la
dirigencia china, a diferencia de la rusa, no reniega de la revolución
socialista porque entiende que la planificación es lo que le permite erigirse
en una clase protoburguesa. En efecto, el mantenimiento del control del Estado
sobre la economía es el control de la dirigencia política sobre la economía,
frente a los nuevos capitales provenientes de otros países. Paradójicamente,
entonces, pareciera que algunas instituciones de la revolución siguen siendo
funcionales para la «acumulación originaria» de la burguesía naciente en China,
lo que podría explicar que el «socialismo de mercado», más que una transición
hacia el capitalismo liberal, es una forma atípica de desarrollo".
Mientras tanto China tiene más feo olor que un chiquero. Y
los campos de la revolución pampeana llenos de yuyos resistentes al célebre
glifosato, más resistentes que el no menos célebre yuyo de la Presidenta. El
olor de China es a carbón quemado, su acumulación originaria tiene la industria
más contaminante del mundo. Contaminación que vende cuando vende su producción
manufacturera de mano de obra esclava. Que sigue comiendo arroz, que ya no
puede cultivar en los campos desalojados por la urbanización. Pero donde,
después que los chinos compraron Nidera, se va a producir arroz transgénico. Para
alimentar a sus pobres, que a los ricos los alimentamos nosotros.
Para eso el gobierno de Cristina Kirchner dobló la apuesta
de Solá con la nueva soja de Monsanto, que celebran Huergo y Castro y asiente
Burgos. Desde el NOA haremos que los chanchos chinos no pasen hambre.
Desde Michel Foucault en más el concepto de biopolítica ha
tenido que revalidar su noble origen frente a diversos fenómenos. Debe
enfrentar ahora otro aspecto de la vida humana que, por humana, siempre es política.
La biotecnología política. Que no sólo engorda cerdos chinos sino que ha parido
el socialismo transgénico.
Edgardo Logiudice
marzo 2014.
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