De esclavo a súbdito
de súbdito a ciudadano
de ciudadano a deudor
Ajo (María José Martín de Hoz)
Historia
de la Humanidad
Preocupaciones.
Dos parecen ser hoy las principales preocupaciones de las
usinas ideológicas del pensamiento económico, político-económico, de los
sectores dominantes. La desigualdad extrema y el funcionamiento de los mercados
financieros. Dos caras o dos aspectos del capitalismo hegemonizado por el
sector de las finanzas.
De los premios Nobel de la primera década de este siglo,
también dos son los elegidos como portavoces por los grandes medios de difusión
especializados en negocios y finanzas. Ellos llegan como voces de alerta frente
a los límites escandalosos de la ortodoxia del llamado neoliberalismo. Ello les
otorga cierto aire de progresismo que algunos sectores, particularmente los
presuntos neo-keynesianos se hallan dispuestos a comprar. La cerrazón de los
grupos más conservadores, en especial en Estados Unidos los republicanos,
ayudan a abonar ese supuesto carácter.
Paul Krugman monta en el caballito de la desigualdad, de la extrema desigualdad. Claro es que no
está sólo, lo acompañan nada menos que el F.M.I. con un informe de comienzos de
año y la calificadora de riesgos Standard & Poor´s, que se lució en su
momento calificando como buenas las hipotecas basura, con otro del 5 de agosto.
Dos también son los peligros esenciales que alertan a los
citados y a otros más. La gobernabilidad y la disminución del crecimiento.
Dejemos por ahora la primera que es bastante obvia.
Hay niños pobres que no pueden hacer uso de su talento. Esto
"no sólo es injusto sino caro. La desigualdad extrema significa un
desperdicio de recursos humanos". Los programas de gobierno que hagan
alguna redistribución pueden hacer las naciones más ricas "si reducen ese
desperdicio". Este es el argumento de Krugman: un poco de desigualdad es
necesaria, demasiada es cara.
A Joseph Stiglitz no
le es ajeno el tema de la desigualdad, este ex vicepresidente y economista jefe
del Banco Mundial, escribió El precio de
la desigualdad. Pero Stiglitz está empeñado en demostrar que el capitalismo
no tiene leyes y que la desigualdad no es inherente al capitalismo, que sólo se
trata de malas o buenas políticas. Por eso un fallo como el de Griessa "se torna en una
amenaza para el funcionamiento de los mercados financieros internacionales".
Porque "alienta la usura", es decir el exceso. Para salvar a los
"mercados financieros", es decir a los prestamistas, no hay que
excederse en los intereses.
En suma, la desigualdad no debe ser tanta que, no sólo haga
peligrar la dominación, sino que no desperdicie a quienes todavía se les puede
hacer producir riqueza. Los demás pueden ser desechados. Y, dado que el
capitalismo no tiene leyes y la desigualdad no le es inherente, ésta no tiene
nada que ver con la apropiación de la riqueza para lo que son necesarios los
mercados financieros.
Para resguardar entonces estos mercados es necesario preservar la
existencia de deudores, es decir clientes que compren dinero, de los que al por
mayor los más importantes son los Estados que generan lo que se llama
"deuda soberana". Para que
éstos sigan existiendo es conveniente no acogotarlos, de allí que dice Stiglitz
que hay que respetar "un principio
básico del capitalismo moderno: los deudores insolventes necesitan un nuevo
comienzo" (El País, 24/08/14).
Desde ese lugar lidera una lista de economistas asesores de
negocios y finanzas que solicitan a la ONU se tomen recaudos para la
restructuración de las deudas soberanas.
Y en el mismo rumbo la Asociación Internacional de Mercados de
Capitales, que nuclea a 450 bancos e inversores globales, propone que en caso
de quiebra de un Estado es suficiente que éste se rinda ante el 75% de los
bonistas y, en ese caso, la minoría se tiene que aguantar el acuerdo.
Para que todos cobren y el deudor insolvente tenga un nuevo
comienzo: siga endeudándose para pagar.
Los deudores somos nosotros, los griegos, los españoles, los
portugueses…en el mundo de la deuda y de las deudas.
El préstamo y los deudores. Capitalismo de crédito.
Pagad a todos lo que debéis...
Pablo, Romanos 13, 7
La Deuda aparece cuando su pago no parece posible. Mientras
tanto convivimos natural e irreflexivamente con ella y con ellas. Con ella
cuando se trata de la llamada deuda soberana, la deuda asumida por los
gobernantes en nombre de un Estado, con ellas cuando se trata de las que
reconocemos individualmente. En ambos casos resultan de un préstamo, un anticipo, reductible siempre a dinero,
que otorga quien lo posee a quien promete reembolsarlo a cambio de un precio.
Se trata del préstamo a interés. Una relación
social que constituye a algunos individuos en acreedores y a otros en
deudores. Una relación entre poseedores de dinero y desposeídos de él, donde el
poseedor dispone del dinero como de cualquier mercancía, la vende.
El préstamo es la venta de una mercancía que se llama dinero, cuyo
precio es su valor que incluye un interés, que es la ganancia. Es una venta
temporaria, tiene un plazo, y es condicional ya que lo prestado se debe
devolver. Parecido a un alquiler pero que, a diferencia de éste donde, si lo
alquilado se destruye no se puede devolver, dado que el dinero no huele,
siempre puede ser reemplazado por una suma igual y, por lo tanto, siempre puede
y debe ser devuelto. Tomo III de El
Capital.
El préstamo funciona siempre como un anticipo fundado en la
confianza en esa devolución. Una confianza desconfiada, dado que el grado de
confianza determina la razón, el porcentaje de interés. Confianza que miden las
calificadoras de riesgo, que son empleadas de los acreedores desconfiados.
Pero confianza al fin porque uno sólo es el que pone, no hay
intercambio, de parte del deudor sólo hay una promesa, escrita pero promesa. El
acreedor confía en la virtudes personales del deudor. Por eso se habla de
honra.
El negocio del prestamista está en que siempre haya hombres
honrados que le estén debiendo. Que existan siempre los que necesitan
anticipos.
Estos hombres honrados son los deudores, individuales o
colectivos, cuyo cometido es pagar. Una forma
de subjetividad, por lo visto, muy generalizada. Vivir para pagar. El homo
debitor.
Servidumbre de la
deuda,
es la paráfrasis de servidumbre de la gleba, que acuña David Harvey, y no
parece exagerada, para referirse a la dependencia de la vida de los hombres de
la inversión de los flujos literalmente vitales
de capital-dinero.
Dinero que, para seguir siendo capital, debe generar deudores que
produzcan ganancias aunque sea fabricando propietarios que compren sin dinero
propio. Consumidores a crédito.
Propietarios del humo, porque no se puede ser propietario de lo
que se agota en el consumo y no se es propietario más que en los papeles de
aquello que se debe. Ilusión que se acaba cuando no se paga el préstamo.
Consumir significa, dice Marc Augé, el deber
de endeudarse.
Deber de endeudarse, servidumbre de la deuda.
Fábrica del hombre
endeudado, dice Maurizio Lazzarato, de esta "economía de la
deuda", de este capitalismo financiero o de este capitalismo post-fordista
hegemonizado por el capital financiero. Capitalismo
de crédito, creo que podríamos decir.
La
producción del deudor.
"Decime, Rengo, ¿tiene sentido esta
vida?
Trabajamos para comer y comemos para
trabajar".
Roberto Arlt , El juguete rabioso.
Años veinte.
Hasta que Henry Ford encuentra la fórmula de producir consumidores
los productores asalariados nacían deudores.
Una desigualdad originaria,
la desposesión de las condiciones de vida, los medios de subsistencia acompaña
la desposesión de los medios de producción y obliga a los desposeídos a
trabajar. Los medios de subsistencia residen en la forma de capital variable,
el destinado para el pago de salarios, en manos del capitalista industrial. Con
él paga la capacidad laboral. Al pagarla en dinero la clase capitalista
industrial otorga la forma de
intercambio al acto de alimentar a los portadores de la capacidad laboral que
necesita volcar a la producción. Como se alimenta a los chanchos para que
produzcan chanchitos, pero en dinero, el salario.
Se convierte así el trabajo en una mercancía y al obrero en su
propietario.
Adquiere la capacidad o fuerza de trabajo suficiente y necesaria
que sea rentable conforme a su capacidad de producción y el mercado. Ni más ni
menos. De modo que la clase de los capitalistas industriales, en cuyas manos se
halla en forma dinero las condiciones de vida y subsistencia de los poseedores
de la fuerza laboral, alimentará solo a aquéllos que les sean necesarios. Para
conservar esa capacidad, pero también para reproducirla. De manera que el
salario contendrá el equivalente a los gastos de reproducción, es decir los
futuros asalariados. Esto significa que el capitalista industrial anticipa en forma dinero los medios de
subsistencia de la prole asalariada. Prole que, entonces, nace con una deuda
que pagará obligatoriamente trabajando. Borradores1857-58,
Cuaderno VI, La pequeña circulación.
Con el capitalismo industrial, la renovación de los ciclos
y la consiguiente acumulación, los productos deben realizar su valor en el
mercado. El crecimiento depende, sobre todo, de la demanda, es decir del
consumo. Henry Ford encuentra la fórmula: altos salarios y venta en cuotas. Es
necesario generar consumidores: publicidad para fabricar nuevas necesidades y préstamo para el consumo.
Ahora el deudor producido está forzado a consumir, si no lo
hace queda excluido y es el consumidor el que nace deudor.
A la deuda básica
originaria se agregan, superponen y subordinan otras deudas originadas en otras
necesidades, genuinas o ficticias, pero que sin duda transforman las
condiciones de vida. Productos de confort a los que, en la época de Marx, los
productores sólo accedían en momentos de auge económico, como artículos de
lujo, pasan a ser de consumo generalizado.
En principio sólo cambia
el contenido material de las
condiciones de vida conforme a los nuevos resultados de la producción. Pero la
transformación sustancial estriba en que el préstamo para el consumo, creciente
con la aparición masiva en los años ochenta de la tarjeta de crédito, es otro anticipo que se agrega por fuera
del pago del salario o cualquiera de sus formas sustitutas. Anticipo que
también deberá saldarse con trabajo futuro del propio productor deudor.
Claro es que estos
anticipos no aparecen como tales. En la caja del supermercado, en el cajero
automático o en la compra on line, lo
que aparecen son respuestas casi automáticas a requerimientos informáticos.
Gestos corporales que conforman algo parecido a aquello que Bourdieu llamaba
creencias irreflexivas, no cognitivas. Estos préstamos en los cuales y por los
cuales respiramos no requieren de la presencia del usurero ni de la visita al
montepío.
Estos automatismos constituyen
nuestra nueva subjetividad adecuada a
los mecanismos de funcionamiento del sistema. Mecanismo de disciplinamiento ya
no sólo en el trabajo sino en el consumo. La bancarización de los salarios y
nuevas formas de remuneración no son sólo una cuestión de innovación técnica ni
un negocio de encaje y comisiones de los bancos, tiene un efecto ideológico de
ocultamiento. Entre otras cosas oculta las estrategias de dominación y
desposesión del capitalismo financiero a través del consumo. Del que derivan las
deudas.
Este nuevo anticipo señala un mayor
endeudamiento y devela, a pesar de la posesión precaria de mayores bienes,
servicios e ingresos, una mayor desigualdad. Una tasa creciente de la
desigualdad que tanto alarma. Este endeudamiento amplía la famosa brecha
empírica, pero sobre todo evidencia la consolidación de las posiciones entre
quienes poseen el poder de disposición de las condiciones de vida y los
desposeídos, paradójicamente, por el consumo. El consumo es un medio para
fabricar deudores.
Y excluidos.
En el funcionamiento del
capitalismo financiero la expectativa de consumo, los potenciales clientes, que
son potenciales deudores tienen tanto valor como los consumidores-deudores
efectivos. La expectativa de la ganancia resultante se contabiliza como un
activo inmaterial o intangible con un valor estimado. Como el valor de una
cosecha futura que se negocia en la bolsa de Chicago.
Ese valor contable que
forma parte del activo se convierte en un título que puede ser negociado,
convertido en dinero líquido disponible. Esto significa que las ganancias no
necesitan esperar a que el consumo efectivo y, por lo tanto es posible retardar
una nueva producción. Vale decir, que se pueden realizar ganancias reales sin
necesidad de aumentar la masa de productores. Es la célebre distancia entre las
llamadas economías reales y las ficticias. Y, como recuerda Harvey, los
inversores dirigen siempre su mirada a
la rentabilidad.
Pero de ello resulta que
muchos productores quedan excluidos y, de este modo, no tendrán a su alcance ni
las mínimas condiciones de vida, nos les llegan los flujos vitales. Son los
muertos de hambre que no tienen donde caerse muertos, literalmente. Son los que
no pueden cumplir su deber de deudores, como dice Augé.
Y los buenos deudores serán
consumidores forzosos y más intensivos mediante varios expedientes. Expedientes
que significan formas de control y disciplinamiento.
Las innovaciones.
Las innovaciones aparecen
como el motor del capitalismo. Parece verdad que los productos son asiento de
mayor valor merced a las innovaciones, es decir al contenido creciente del
componente inteligente que soportan. Pero estas innovaciones no sólo se valorizan
por el agregado tecnológico intangible. Su valor queda determinado también por
las expectativas de ganancia o de plusvalía, de acuerdo a la jerga contable de
los bienes inmateriales. El simple anuncio de un proyecto de innovación genera
un aumento de precios de las acciones de una empresa realizable inmediatamente
en el mercado de valores, independientemente de la materialización efectiva del
nuevo producto. Por lo tanto las innovaciones no se dirigen tanto a la mejora
del producto cuanto a su papel de medio financiero.
Pero el consumidor queda
atado a la innovación. La rápida obsolescencia de los productos que no admiten
reparaciones, de soportes que no admiten nuevos programas. Se trata de la
estrategia de la obsolescencia programada.
Queda atado por tanto a
nuevos anticipos, una especie de Sísifo post-fordista. Sujeto de un futuro sólo
repetitivo de un nuevo presente. En el que queda preso, controlado. Alienado.
Esto significa una
destrucción acelerada del producto del trabajo humano y una explotación
incontrolada de las materias naturales a la vez de la creación de vaciaderos de
desechos contaminantes. Pero esta aceleración de la producción en nombre del
progreso es, desde el punto de vista de los capitales, el acortamiento de los
ciclos de rotación con la misma cantidad
de consumidores, atados a las innovaciones.
Consumidor cautivo, es
decir deudor cautivo, forzoso. A lo que se puede agregar, un ejército de
reserva de consumidores, formado por aquéllos no totalmente desechables que
Krugman quiere recuperar, para el caso de que sean necesarios. Consumidor-deudor
virtual que, sin embargo, valoriza la cartera capitalizándose como un activo
intangible, palanca de nuevos anticipos, bases de las famosas burbujas.
Varias son las formas de
atar al deudor, también como trabajador. Como negocio a dos puntas. Los
servicios, cuyo peso económico es cada vez mayor y sobre cuyos agentes hace ya
tiempo Harvey llamaba la atención, son asiento de nuevas formas de explotación.
Sobre ellos se genera una nueva subjetividad. Son los franquiciados,
emprendedores. Cuya remuneración aparece
como la renta de un capital, muchas veces anticipados
por le marca franquiciadora. Lo que sitúa al franquiciado en esa "clase
media" de la cual se forma parte, según la CEPAL, cuando los ingresos
están entre los 4 y los 10 dólares diarios.
En realidad el
franquiciado está pagando el valor intangible de la marca, que supone
potenciales clientes. Pero a la vez, al incorporarse a la cadena está
incrementando el valor de la marca que el paga. Es decir paga lo que contribuye
a crear lo que, a la vez, sirve a los grupos titulares de la marca para
apalancar nuevos negocios.
Como se ve la base es un
préstamo, pero el deudor no aparece como tal, sino como un pequeño capitalista.
A esto se ha llamado "desproletarización". Trátase, como se ve, de
una nueva forma de alienación, más que del trabajo, de la deuda.
Aumento de la
rentabilidad, mayores capitales disponibles que, sin necesidad de ser
reinvertidos en la producción, buscan salida en la especulación. Aumento de las
deudas en las que se asientan los movimientos especulativos, dadas las
expectativas de ganancias. Así crece la brecha, es decir la desigualdad. A
pesar del acceso a bienes y servicios que conforma a los atados al consumo como
lo que ha sido llamado clase cuasi
media.
Esto es lo que abruma a
ciertos economistas de la Cepal que observan que a pesar de haber descendido,
conforme a sus mediciones, los niveles de pobreza aumenta escandalosamente la
desigualdad.
Además, asegurada de este
modo la rentabilidad, se hacen innecesarios más consumidores y, por lo tanto,
trabajadores. Con lo cual los niveles de desocupación se hacen crónicos, la
flexibilidad de los "ejércitos de reserva" cada vez más reducida lo
que es lo mismo que decir que la exclusión es crónica. Eufemísticamente
desocupación estructural, lo que no significa más que exclusión sistémica.
La producción del deudor
no parece ser sino la producción de la desigualdad y la exclusión por el
capitalismo bajo la hegemonía del sector financiero.
"La deuda".
El llamado neoliberalismo, es decir la forma política de la
culminación de la dominación del capitalismo financiero, entre todas sus
políticas privatizadoras emprendió la que quizá haya sido la atribución mayor
de la soberanía estatal. La creación y gobierno de la moneda que caracterizó al
Estado-Nación.
El ya clásico gambito de Soros que, en 1992, forzó la
devaluación nada menos que de la libra esterlina, puso en evidencia el dominio
de la moneda-crédito.
Moneda-deuda,
dicen algunos. Los bancos centrales están condicionados por la liquidez del
sector financiero. Es decir, dependen de esa cuasi-moneda que son los bonos,
títulos de deudas, que se negocian secando o licuando la plaza, sin proporción
con la moneda soberana. La clásica independencia de los bancos centrales
depende del mercado de capitales.
El papel de la deuda pública en las decisiones políticas no
es nuevo, como tampoco lo es que, en definitiva, se trata de lo único
íntegramente socializado, como decía irónicamente Marx. Sólo que ahora, lo
soberano ya no es la emisión de la moneda y la fijación de su valor, sino las
deudas resultantes de los préstamos que asumen los gobernantes en nombre del
Estado, del que en última instancia sus ciudadanos son, somos, garantes. Es
decir, deudores.
Los gobiernos emiten moneda en base a la emisión de deudas,
de donde la moneda depende de la deuda. Es decir de los préstamos que otorgan
los bonistas congregados en los grandes grupos financieros. Grupos que fijan
las condiciones sin condicionamientos. A la sombra de los bancos aparentemente
regulados, pero a los que nadie tiene interés en regular. Tampoco los gobiernos
porque son alimentados por ellos.
La celada es el crecimiento. La consigna es la
competitividad para el acceso al crédito.
Los modelos son las llamadas economías emergentes. Para
"atraer" capitales asegurar rentabilidad. Para asegurar rentabilidad
mano de obra barata baja carga fiscal. Baja carga fiscal se traduce en menos
gasto social, menos sanidad, menos educación, menos seguridad social. En suma,
precarización y degradación de trabajadores. Rentabilidad para los inversores
globales que se traduce en valorización de sus acciones y, por lo tanto, nuevos
negocios financieros.
A pesar de cierta ralentización las tasas de crecimiento son
aun elevadas con fuertes alzas del PBI. Alzas que se apoyan en los commodities.
Es decir productos del extractivismo y la expoliación de la tierra cultivable cuyo
destino son los mercados de futuros y derivados. Es decir, la industria
financiera.
No es para extrañarse, entonces, que el crecimiento sea
acompañado por la desigualdad creciente que preocupa a célebres economistas de
la CEPAL. Ni que continuemos en estado de "inseguridad alimentaria",
según el eufemismo de la FAO. Con 842 millones de desnutridos, 1.300 millones
en extrema pobreza y 2.500 millones que hacen sus necesidades al aire libre.
Acceder al crédito, atraer capitales, no significa más que
embarcarse en más deudas, condicionadas siempre por los prestamistas. No
sujetos a más control que los propios de sus alianzas, sus fusiones, sus
absorciones y sus guerras. Distinguir entre buitres y palomos es, cuanto menos,
ingenuo. Sino hipócrita.
Para preservar el negocio, como postula Sitgliz, hace tiempo
que se vienen intentando los acuerdos de Basilea.
Las innovaciones exceden el ámbito de la producción. Hay
también innovaciones financieras. Se trata de la creación de figuras
jurídico-negociales acordadas privadamente entre grupos de negocios no sujetas
a regulación legal.
Estos negocios operan a la "sombra" de los bancos.
La globalización
o transnacionalización de las empresas requiere grandes capitales y suficiente
liquidez para realizar las transacciones que la globalización implica.
En principio
son los bancos, con su capital propio o sus disponibilidades de depósitos
quienes pueden proveerlos, además de las bolsas de títulos y acciones.
Pero estas
distintas innovaciones financieras son transacciones en la que se adjudica
valor a bienes intangibles que pueden avalar préstamos, depósitos o aportes.
Atraer dinero líquido disponible, inversores. No sólo por medio de los bancos
sino por entidades financieras no bancarias, los fondos de inversión. Pero los
bancos, los grandes bancos (Too
big to fail) administran esos fondos, aunque no figuren en sus
balances. Esa administración no sólo genera comisiones y ganancias sino que
sirve para avalar otras operaciones del banco. Todo eso se hace a su sombra,
porque esa actividad no está regulada. Los bancos, por lo general tienen
ciertas regulaciones. Por ejemplo un capital mínimo y, generalmente, en una
determinada proporción a sus operaciones e inversiones en activos fijos o de
determinada calidad.
La proliferación de estas modalidades y los riesgos
implícitos que pusieron de manifiesto las crisis financieras impulsaron ese
furor por la estabilidad. De allí resultaron los acuerdos de Basilea entre los
Bancos Centrales de Alemania, España, EE.UU., Francia, Italia, Japón,
Luxemburgo, Holanda, el Reino Unido, Suecia, Suiza, Bélgica y Canadá. El fin
declarado fue regular la actividad financiera.
Se trata de recomendaciones para tratar de achicar
el riesgo sin que se escapen los inversores ni mermen las utilidades. Están a
cargo del Comité de Basilea, el Comité de Supervisión Bancaria.
En estas innovaciones financieras los
protagonistas son bienes intangibles. Por lo tanto difíciles de evaluar. Pero
estos bienes se titulizan, es decir se
convierten en títulos de crédito, como si fuese un pagaré, como garantía a un
inversor. Se trata de endeudamiento con la expectativa de realizar negocios que
presuntamente dejarán ganancias.
La tendencia
de los bancos es a titulizar cualquier expectativa de ganancia y a sobrevalorar
esos títulos. Ello genera el riesgo de que al momento de hacerse efectivo el
crédito, es decir de pagar la deuda, el valor no sea el esperado o no tenga
ningún valor.
Las presuntas regulaciones pretenden evitar esas
sobrevaloraciones o sugerir reservas suficientes para hacer frente al riesgo,
capitales mínimos, etc. Pero el negocios de los bancos (y de cualquier grupo
financiero) es hacer plata con la plata de otros. De este modo el regulador que
supervisa tiene el límite de que el negocio deje de funcionar. Para ello se
asesora o con los mismos bancos interesados o con las famosas Agencias
Calificadoras de Riesgos, cuyos sistemas y modelos de evaluación no difieren
del de las propias entidades y, además, viven de los fondos de esas empresas.
El Comité de Basilea viene dando recomendaciones desde 1974, hace
ya entonces 40 años.
En la última actualización de 2013 el Comité dice que las
recomendaciones se están revisando en un período de observación para hacer
frente a consecuencias no deseadas y que esperan obtener algún estándar mínimo de regulación para el año 2018.
Este es el universo de la economía de la deuda, del
capitalismo de crédito. La fábrica del hombre endeudado. Los mercados
financieros que los Nobel quieren preservar.
El fetichismo del dinero.
"Es en el capital a interés
donde la relación de capital cobra su forma…más fetichista".
Marx, El Capital.
El capitalismo reproduce y amplía la desigualdad
originaria.
El capital financiero no es dinero, es la concentración de la
propiedad privada del trabajo social en forma
de dinero. Dinero que, para seguir siendo capital, acrecentarse, necesita
venderse como cualquier mercancía. Y cobrarse.
Los intereses que pagamos no son más que trabajo social.
Trabajo social es el ajuste: más impuestos menos salarios. Desposesión de un
lado, concentración del otro. Pagar significa mayor desigualdad.
En el préstamo a interés parece que es el propio dinero que
produce dinero. Eso es el fetichismo del dinero que denunciara Marx. Así se le
aparece al inversor y por eso reclama su interés como un derecho. Pero, por eso
mismo, no vale demonizar el dinero. La cuestión no está en él sino en las
relaciones que oculta y, hoy, la relación social hegemónica es el préstamo a
interés. Callarlo es complicidad o, al menos, resignación. Resignarse a la
condición de dominado. En estos registros parecen moverse los gobiernos, los
políticos profesionales y, desgraciadamente, muchos intelectuales.
No cabe frente a esto una actitud soberbia, sólo la modestia
de reconocer que estas cuestiones merecen ser atendidas y estudiadas.
Alguna vez el viejo Marx fue joven, un joven estudioso,
intuitivo e inconforme. Rebelde.
Por 1844 escribió a mano algunos textos conocidos como
tales, Manuscritos. Entre ellos uno con el título de "Crédito y
banca" que, al menos que yo sepa, no está traducido al castellano y que,
me parece, viene al caso.
"El
crédito es el juicio que la economía política tiene sobre la moralidad de un
hombre".
En el
crédito "un hombre reconoce a otro por el hecho de que le adelante
valores. En el mejor de los casos…cuando [el prestamista] no es usurero, señala
su confianza en su prójimo al no considerarle un bribón, sino como un hombre
«bueno». Por «bueno», el acreedor, como Shylok, entiende solvente".
"Vemos
que la vida de un pobre, sus talentos y su actividad son, a los ojos del rico
una garantía de reembolso de lo prestado: dicho de otra manera, todas las
virtudes sociales del pobre, el contenido de su actividad social, su existencia
misma, representa para el rico el reembolso de su capital y de sus intereses. La muerte del pobre es, por lo tanto el peor
accidente para el acreedor. Es la muerte del capital y los intereses".
A aquél
joven no le dieron el Nobel de Economía. Stiglitz dice que la muerte del
deudor "se
torna en una amenaza para el funcionamiento de los mercados financieros
internacionales". Por eso-die- Griessa "desafía un principio básico del capitalismo moderno: los deudores
insolventes necesitan un nuevo comienzo".
Los acreedores necesitan deudores vivos, es un principio básico
del capitalismo moderno.
La muerte del deudor es la muerte del capital y los intereses. Nos
quieren buenos, es decir sometidos.
Edgardo Logiudice
Septiembre 2014
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