La figura del cientista político Ernesto Laclau exhibe un
fuerte relieve democrático-popular.
A dúo con Chantal Mouffe, de cuya obra la suya es
inseparable, ha insistido en el sintagma democracia
radical, por un lado y en una reivindicación del término populista, oponiéndose a su valoración
negativa, por otro.
La suya no ha sido una elaboración oportunista sino resultado
de muchos años de elaboración académica construyendo una especie de corpus
teórico. Un conjunto de hipótesis que aspiran a una coherencia interna sobre
interpretaciones del concepto de hegemonía gramsciano, de elaboraciones de
Freud y del objeto a de Jacques Lacan, entre otras. No ha dudado en reclamarse
postmarxista, según sus palabras no como un rechazo al marxismo sino que,
habiéndose éste desintegrado, él creyó haberse quedado con los mejores
fragmentos. En La Razón populista su
análisis es enteramente discursivo y culmina otorgándole a los mecanismos de la
retórica el rol de "anatomía del cuerpo social".
Cualquiera sea la opinión sobre su concepción metodológica
su trabajo de investigación en la legitimación del populismo no ha sido
improvisado ni realizado ad hoc de los movimientos políticos emergentes.
Tampoco este profesor de Essex de no fácil lectura parece haber sido el
inspirador de los líderes sudamericanos que surgieron en esos procesos.
Los cambios políticos apoyados en la actividad de los movimientos
sociales, movimientos sociales en verdad heterogéneos -premisa de las demandas,
puntos de partida del análisis antes de cualquier sujeto preconsituido, en la
construcción laclausiana - tuvieron, antes o después de sus logros, en el marco
de la democracia representativa electoral, un marcado relieve de apoyo popular,
en el sentido común de la expresión.
La reacción de los sectores políticos desplazados, total o
parcialmente, de la parte más visible del aparato institucional y los voceros
académicos y periodísticos del liberalismo económico, fue arremeter con la
carga negativa que la bibliografía adjudicó al término populista. Bibliografía
que inventarió Laclau y cuya carga centraba su fuego en la irracionalidad y la
marginalidad desde un posicionamiento generalmente elitista.
Hallar un estudioso de origen sudamericano, con una historia
política vinculada a una izquierda nacional y popular como había sido enunciada
la de Abelardo Ramos, en el que el trotskismo se asociaba al peronismo,
discípulo del Gino Germani pionero de los estudios sobre el tema, doctorado en Oxford y académico en Gran
Bretaña que postulaba la racionalidad del populismo, no podía menos que
seducir.
Y así fue. Laclau fue reclamado por intelectuales
proclamados de izquierda, por políticos profesionales, por asesores de estos
políticos y hasta por algunos de los líderes. Y quizá, sobre todo, por el
periodismo ávido de entrevistas. Aun del periodismo opositor a los nuevos
gobiernos. Conocieran o no su labor y sus argumentos.
En las entrevistas el cientista tiene que intervenir
políticamente. Para el gran público y para muchos políticos profesionales no es
fácil exponer el objeto a ni la función política de la
metáfora y la metonimia.
El Laclau político, en Buenos Aires, rinde homenaje a Jorge
Abelardo Ramos: "el pensador político argentino de mayor
envergadura que el país haya producido en la segunda mitad del siglo XX".
Se entusiasma con un reverdecer de medidas
estatales que parecen terminar con un ciclo de desmantelamiento y apoya
decididamente la gestión de los gobiernos. La apelación discursiva a sentidas
demandas de los sectores largamente excluidos y oprimidos parece realmente el
triunfo de un renovado populismo encarnado en los nuevos gobiernos. Algunos de
los cuales hasta apelan a un socialismo de los nuevos tiempos y de raigambre
autóctona.
La vulgata.
Pero el reclamado es el profesor de Essex no el
político. Duchos profesionales no necesitaban sus enseñanzas. Como dijo el
propio Laclau de Kirchner, ya habían realizado el "milagro". Algunos
con muchos votos y otros con pocos habían contenido, en sus gestos y discursos,
las demandas más variadas. Y no sólo de los sectores excluidos. A lo sumo
anhelaban alguna legitimación académica.
El académico se ve obligado a generar su propia
vulgata de modo que los organizadores políticos puedan expresarla en su función
legitimadora. El argumento no es negar el carácter populista, es aceptar el
mote afirmando que se trata de un modo más de producir política que de alguna
manera todos comparten.
La mayor parte de las entrevistas provino de
medios de comunicación proclives a mirar con buenos ojos a los nuevos gobiernos
que se anunciaron como nuevos modelos frente al neoliberalismo. Le demandan
respuestas sobre la evaluación de la acción de los nuevos gestores arribados al
poder político y Laclau responde con más afecto y creencias, elementos
rescatados como premisas en sus investigaciones, que con resultados. En el
elenco de éstos destaca la iniciativa gubernamental de algunas
nacionalizaciones, la desvinculación con el Fondo Monetario Internacional y la
instalación de algunos planes de ayuda social como un nuevo modelo, contrapuesto
al comúnmente denominado neoliberal.
Fiel a su concepción postmarxista y a su
manifestada "insatisfacción básica con las perspectivas
sociológicas", y por supuesto económicas, de esos resultados se conforma
con nombrarlos sin siquiera describirlos y, menos aun, explicar cómo se
lograron y cuáles son los alcances de esos logros.
A esto asocia él su versión abreviada del
populismo, al que estos fenómenos así tratados le sirven de ejemplos. El nuevo
modelo respondería así a su paradigma.
Su paradigma populista en esa versión es bastante
sencillo en su expresión periodística.
"La
especificidad del populismo como forma política es que es un discurso dicotomizante que divide la
sociedad en dos campos opuestos, que constituye
al «pueblo» sobre la base de interpelar a los de abajo contra el poder
institucional constituido".
"Ha habido una heterogeneización
progresiva de la estructura social. De modo que finalmente la construcción
de un modelo de cambio requiere que esa estructura heterogénea sea articulada políticamente
de una manera central".
"En un
determinado momento, hay una gran cantidad de demandas insatisfechas a nivel de
la base y un sistema institucional que es incapaz de vehiculizarlas". "Las
demandas insatisfechas comienzan a crear una identidad. Allí ya hay una
situación semipopulista".
"Cuando
alguien empieza a interpelar a esa gente para una movilización en contra del
sistema, estamos ante una situación
populista".
"Las
masas, cuando son marginales, necesitan ser dotadas de un lenguaje, y ese lenguaje
muchas veces viene desde el poder político. Si esas masas no se pueden
movilizar sino a través de la intervención de partidos populistas, estos
partidos juegan un rol democratizante, porque lanza a las masas a la arena histórica".
En suma.
Dada la heterogeneidad que caracteriza la sociedad actual existen innumerables
y distintas demandas. Cuando estas demandas no son satisfechas es necesario un
discurso que las articule. Las masas marginales no tienen ese discurso
Ese discurso
es populista cuando escindiendo la sociedad en dos campos alguien apela a los
de abajo. El discurso de los partidos populistas es democrático porque lanza a
las masas a la arena histórica, constituyéndolas en pueblo.
De vez en
cuando se intercala alguna referencia al significante vacío en su función
articuladora de las demandas, sin mayor explicación, precisamente, de su
significado. Su sola mención sugiere la existencia de un fundamento más
profundo, lo que lo constituye precisamente en un vacío tal que cada escucha o
lector lo llena a su modo.
De allí que
en Argentina, la presidenta le haya atribuido "generar un
pensamiento desde lo crítico y totalmente controversial y contradictorio con lo que le interesa a los sectores dominantes".
Y en España Íñigo Errejón "pensar los desafíos
de la sedimentación de la irrupción plebeya y constituyente en los estados
latinoamericanos y para atreverse en el sur de Europa con los retos de cómo
convertir el descontento y sufrimiento de mayorías en nuevas hegemonías
populares".
Este
es el discurso de radicalidad democrática de quien sostiene que "Cuando la gente se siente muy afectada por
un proceso de desintegración social, finalmente lo que necesita es algún tipo
de orden. Qué orden prevalecerá es una consideración secundaria".
El discurso de
quien en el año 2004, cuando ya tenía escrito su La razón populista, afirmó: "España ha dado un enorme paso adelante en
las últimas elecciones con la elección de José Luis Rodríguez Zapatero".
El discurso de quien apreció así el papel de
Podemos, en noviembre de 2013: "El problema de los indignados, en España y otros
países, es que colocan un énfasis casi exclusivo en actuar fuera de los
márgenes del Estado, y esto no les permite avanzar en un proyecto político. Si
sólo se da la dimensión horizontal, si ésta no se combina con la dimensión
vertical, la protesta social termina por disgregarse; a largo plazo, por sí
misma, la movilización social desestructurada no puede converger en un proyecto
político de transformación social […] fuera del Estado, no hay posibilidades de
cambio a largo plazo. Se trata de ir hacia un Estado popular, que incluya a las
masas".
De la representación al caudillo.
No es posible detenerse acá en toda la construcción discursiva de
Ernesto Laclau, pero parece pertinente demorarnos algo en su -como él dice-
"peculiar" concepción de la democracia.
Establecidas las
diferencias singulares como presupuesto inexplicado, salvo por la emergencia de
la muy genérica globalización, la consecuencia no puede ser otra que la
imposibilidad de comunidad.
Laclau asume sin discusión
la vieja cuestión de la imposibilidad de la democracia directa en grandes
comunidades como los modernos Estados nación. Con lo cual también asume
acríticamente lo ya dado, el sistema de la democracia representativa electoral
en el que opera este modo de producción de lo político.
Pero no es cierto, dice,
que el representante pueda o deba transmitir fielmente la voluntad de los
representados. Porque el representante siempre debe agregarle, para dar
credibilidad a la voluntad representada, que es siempre la de un grupo
sectorial, el plus de demostrar que esa voluntad es compatible con el interés
de toda la comunidad y no sólo de un grupo.
De aquí surge que la
representación es un proceso o movimiento de ida y vuelta, hay dos dimensiones
en toda representación.
Pero de esto Laclau infiere
que "el representado depende del representante para la constitución de su
propia identidad".
Y esto es así cuanto menor sea
el grado de integración del grupo representado.
Así en "el caso de
sectores marginales con un bajo grado de integración en el marco estable de una
comunidad […] no estaríamos tratando con una voluntad a ser representada, sino
más bien con la constitución de esa voluntad mediante el proceso mismo de
representación. La tarea del representante, no obstante, es democrática, ya que
sin su intervención no había una incorporación de esos sectores marginales a la
esfera pública […] en ese caso su tarea consistiría no tanto en transmitir una
voluntad, sino más bien en proveer un punto de identificación que constituirá
como actores históricos a los sectores que está conduciendo".
"La representación se
convierte en el medio de homogeneización de lo que […] denominamos una masa
heterogénea". Cita a Hanna Fenichel Pitkin, quien para él ha hecho el
mejor tratamiento de la noción de representación, que afirmó que "la
verdadera representación es el carisma". Tenemos pues que la
representación "que va del representante a los representados" encarna
en el conductor carismático.
Y afirma: "en una
situación de desorden radical se necesita algún tipo de orden". Para ello
es necesario proceder a alguna identificación y "representar al orden como
tal".
"La identificación
siempre va a proceder a través de esta investidura ontológica". El orden
investido en el cuerpo del líder.
En suma, frente a una
situación de desorden radical es necesario encorsetar a la masa heterogénea por
medio de un representante que no representa sino que conduce.
Y esto es democrático
porque frente a la institucionalidad establecida todos los excluidos son
iguales y, además, fueron constituidos graciosamente en pueblo por el conductor
que los identifica.
No extraña entonces la
repulsa de Laclau al "que se vayan todos".
Lo que extraña es que su
radicalidad democrática manifestada más de una vez se transforme en la
necesidad del orden. Del orden estatal , los Estados nación que son las
"grandes comunidades".
Grandes comunidades
construidas a través de la ilusión de las metáforas y metonimias que articulan
una masa heterogénea como si fuera homogénea. Es verdad, el Estado no es más
que ilusión de comunidad; comunidad que, dice Laclau, no se construye nunca
plenamente.
Pero se organiza
"desde arriba". El Pueblo es un concepto que encarna en la
materialidad, el cuerpo del líder carismático. Tutor y conductor que encarna la
democracia.
Democracia encarnada.
Populismo de la encarnación. Populismo sin pueblos. Pueblos retóricos.
Metafóricos.
Mera forma de ponerle
nombre a realidades, me parece. A las pedestres realidades de las miserias con
que se construye la política del orden establecido. De la resignación a
gestionar la deuda. Donde jamás se ha convocado o querido movilizar a las
grandes masas heterogéneas para enfrentar a los verdaderos poderes dominantes
que siguen saqueando el trabajo y los recursos naturales. Jamás se enfrentó a
las trasnacionales de los agronegocios ni a los grandes grupos
financieros.
Soberbia de un poder que ya
no decide más que manteniendo enmascarada la exclusión. La mentada inclusión
consistió en desarmar el poco poder de autodeterminación que habían logrado los
movimientos sociales después de haber obtenido jaquear a las castas
comisionistas del Fondo Monetario y el Banco Mundial. Para después seguir
pagando por adelantado y sin chistar, como hicieron Lula y Kirchner.
Nada que signifique que
estos líderes manejaran la retórica para constituir a los excluidos en un
pueblo, más allá de lo que lo lograra la gastada democracia representativa
electoral.
El populismo de Laclau no
la ha superado y su apología no ha resultado una buena enseñanza.
Edgardo Logiudice
Diciembre 2014