Imágenes de Laclau.
La elaboración político-académica de Ernesto Laclau, en
particular con La Razón populista,
logró un éxito importante en muchos sectores político-profesionales de América
del Sur en la última década. Acompañando los nuevos procesos político- sociales
el término populista campeó por ellos como estandarte para unos o como
vituperio para otros .
A su muerte Íñigo Errejon, destacado organizador del español
Podemos nacido de los indignados,
escribió que "ha fallecido cuando más
falta hacía, en el filo de un momento de incertidumbre y apertura de grietas
para posibilidades inéditas. Para pensar los desafíos de la sedimentación de la
irrupción plebeya y constituyente en los estados latinoamericanos y para
atreverse en el sur de Europa con los retos de cómo convertir el descontento y
sufrimiento de mayorías en nuevas hegemonías populares"[1].
Una imagen muy fuerte sobre
quien en el año 2004 con sus elaboraciones ya consumadas afirmó: "España ha dado un enorme paso adelante en
las últimas elecciones con la elección de José Luis Rodríguez Zapatero"[2].
De Laclau dijo la abogada Fernández de Kirchner: "un
filósofo muy controversial realmente, un pensador que tuvo 3 virtudes, como ser
humano: la primera, pensar, cosa que no es muy habitual en los tiempos que
corren. Segundo, hacerlo con mucha inteligencia y, tercero y lo más importante,
hacerlo en abierta contradicción con los paradigmas que se imponían de las
usinas culturales de los grandes centros de poder en el mundo, que esto es lo
más valioso para un intelectual. Lo mejor que le puede pasar a un intelectual,
si quiere ser publicado y ser alabado por todo el establisment es decir lo que al
establisment dominante le conviene. Lo que llama la atención en los
intelectuales y en los que se han caracterizado y generado pensamiento propio,
es, precisamente, generar un pensamiento desde lo crítico y totalmente
controversial y contradictorio con lo que le interesa a los sectores
dominantes"[3].
Es la imagen para una figura de la política sudamericana de
quién sostuvo que "Cuando la
gente se siente muy afectada por un proceso de desintegración social,
finalmente lo que necesita es algún tipo de orden. Qué orden prevalecerá es una
consideración secundaria"[4].
Imágenes de un Laclau que confronta con la dominación.
Reivindicación del populismo.
Laclau se propuso expresamente
reivindicar el término populista otorgándole el privilegio de constituir al
Pueblo como tal por la metáfora y la metonimia. No es de extrañar la buena
acogida entre quienes improvisan discursos con frases sueltas como argumento de
autoridad, nada menos que de un profesor postmarxista de Essex, discípulo de
Germani, pionero del tema. Tampoco extraña de aquéllos que escriben discursos
ni de quienes necesitan ciertos respaldos racionales al legítimo ánimo de
creer.
Laclau hizo un inventario sobre la literatura acerca del
populismo que, en su opinión, implica una "denigración de las masas".
Denigración consistente en acusaciones de marginalidad, transitoriedad,
vaguedad, manipulación, pura retórica y un prejuicioso repudio del medio
indiferenciado que constituye la multitud o el pueblo, en nombre de la
institucionalización y la estructuración social. Ello haría a esas posiciones
ineficaces para "comprender algo relativo
a la constitución ontológica de lo político como tal".
El politólogo sostiene que,
en esas posturas, el discurso
populista sobre la realidad social se
apoya sobre dos presupuestos peyorativos: a) vaguedad e indeterminación tanto
en el discurso como en el público al que se dirige y en sus postulados
políticos y, b) que el discurso es mera retórica.
Para Laclau esos presuntos
"defectos" o atributos negativos no son otra cosa que: a) la vaguedad
e indeterminación inscriptas en la propia
realidad social y, b) los recursos retóricos los únicos a que se puede
apelar para otorgar cohesión interna a
cualquier estructura conceptual.
El populismo o fue desestimado o fue degradado como fenómeno
político, "nunca pensado realmente en su especificidad como una forma
legítima entre otras de construir el vínculo político". "El populismo
es, simplemente, un modo de construir lo político".
Y si la realidad social es
indeterminada y la retórica es lo que puede dar cohesión a una estructura
conceptual, "el populismo es la vía real para comprender algo relativo a
la constitución ontológica de lo político como tal".
En esa realidad vaga e
indeterminada "los mecanismos retóricos […] constituyen la anatomía del mundo social".
Hasta aquí el cientista
político ha desplazado las determinaciones de un concepto, cuya "claridad
conceptual […] está visiblemente ausente […] reemplazada por la invocación a la
intuición no verbalizada" o "por enumeraciones descriptivas", a
la realidad social.
Las determinaciones de un
concepto sin claridad, resultado de intuiciones o enumeraciones descriptivas que,
en el nivel del discurso, no puede aprehender específicamente el fenómeno
constituyen en cambio la vía regia de comprensión si las atribuimos a la
materialidad de la realidad social.
La oscuridad conceptual, la
intuición y la enumeración descriptiva, obran eficazmente si son aplicadas a la
realidad social, constituyendo un modo de producir lo político. Un modo con tal
grado de legitimidad que "no existe ninguna intervención política que no
sea hasta cierto punto populista".
La crítica del concepto se transforma
en asunción de una realidad social vaga e indeterminada.
En esa vaga realidad social no parece haber lugar para la explotación
ni la dominación, la clave del conflicto parecen ser las demandas
insatisfechas. Del arte de la retórica para unir demandas, tan diferentes que
hasta pueden ser contradictorias, depende que se logre articular en una cadena
que las haga equivalentes frente a la institucionalidad establecida,
constituyendo así una identidad colectiva, el Pueblo.
La exclusión.
Una demanda insatisfecha significa siempre una exclusión.
Esta será pues el punto de partida. La exclusión es el presupuesto sobre el que
gira la construcción de Laclau. Un presupuesto tan vago e indeterminado como
toda la realidad social que Laclau parece negarse a analizar en otros términos
que no sean los de los mecanismos de la retórica.
"Metáfora, metonimia,
sinécdoque, catacresis" que "se convierten en instrumentos de una
racionalidad social ampliada". Racionalidad social ampliada que consiste
en que la metáfora es "la anatomía del mundo social". Racionalidad de
lo vago, indeterminado, incoherente.
Lo real es racional merced
a la retórica del mismo modo que lo es el discurso sobre la realidad social. La
retórica ocupa el lugar de la crítica del orden establecido.
El orden establecido no se
discute puesto que, como veremos, siempre hay necesidad de algún orden.
No se discute la
gobernabilidad sino sus efectos. La dominación queda desplazada por su efecto,
la exclusión. Las exclusiones que darán lugar a los reclamos y las demandas.
Demandas que aunque sean
puntuales o sectoriales pueden lograr ser articuladas ("desde
arriba", "verticalmente") por medio de un recurso retórico. Una
demanda por salarios puede unirse a cualquier otra por medio de la
"justicia", por caso justicia social. Es decir la ambigüedad que
significa nombrar una cosa por otra.
Demandas diferentes, y para
Laclau la globalización las hace cada vez más diferentes, no se pueden igualar,
pero pueden ser equivalentes. Merced a alguno de los recursos retóricos.
Pero además las demandas
son siempre democráticas. Lo son en relación al mismo presupuesto de la
exclusión. Laclau aclara que su noción de democracia es "un tanto
peculiar". No tiene que ver, dice, con cualquier juicio normativo relativo
a su legitimidad, como tampoco con "nada relacionado con un régimen democrático". Ni tampoco
"por algún vínculo nostálgico con la tradición marxista", sino por un
ingrediente de esta tradición: "la noción de insatisfacción de la demanda
que la enfrenta a un statu quo
existente y hace posible el desencadenamiento de la lógica equivalencial que
conduce al surgimiento del «pueblo»".
Los rasgos de la noción de
democracia que operan, según Laclau, son: "(a) que estas demandas son
formuladas al sistema por alguien que ha sido excluido del
mismo -es decir, que hay una dimensión igualitaria implícita en ellas-; (b) que
su propia emergencia presupone cierto tipo de exclusión o privación […]".
La exclusión es el
presupuesto de las demandas y la emergencia de las demandas presupone una
exclusión. Laclau pretende que esta evidente tautología no constituya una
simple descripción cerrada en sí misma.
La dimensión igualitaria
implícita en las demandas consiste en que son formuladas por algún excluido al
sistema excluyente. El sistema institucional establecido, especie de enemigo
común, muta las equivalencias en una dimensión igualitaria implicada en esa
confrontación.
Todas las demandas son
democráticas porque son exclusiones, "no están teleológicamente destinadas
a ser articuladas en ninguna forma política particular. Un régimen fascista
puede absorber y articular demandas democráticas tanto como un régimen
liberal".
La exclusión no sólo haría
equivalentes todos los regímenes políticos, con lo cual haría inoperante su
distinción, sino que además no explicaría la emergencia de uno u otro sistema.
Lo que necesita la gente es un orden, cualquiera sea. Y el orden se constituye
"desde arriba". Con lo cual los portadores reales de las demandas no
son más que sujetos pasivos incapaces de cualquier telos inmanente. Incapaces de proyectos que no les sean dados por
el sistema excluyente. Con lo cual cualquier idea de democracia queda vacía de
contenido. Condenada a la heteronomía, a la dominación que es el presupuesto
real de cualquier rebelión.
Esto parece ser la
consecuencia de tomar al efecto (exclusión) por causa. Que bien puede ser un
tropos. Un discurso retórico sobre la retórica política.
¿Autopoiesis?.
No parece la intención de
Laclau explicar por relaciones de causa y efecto ni, expresamente, por "ninguna
dialéctica".
Su estrategia es
descriptiva. Su "enfoque -dice- parte de una insatisfacción básica con las
perspectivas sociológicas". Agregaría que también antropológicas y, ni que
decir, económicas. Casi todo lo que
pueda ser meta-discursivo. Perspectiva legítima siempre que se aceptara para el
discurso lo que se exige a otros enfoques, no pretender totalizaciones.
Pero quizá, pese a la
densidad intelectual del texto, la aspiración de Laclau haya sido más modesta y
así lo expresa. Frente a quienes denigran
el populismo, de quienes sospecha cierto desprecio a la plebe, su
estrategia es demostrar que el populismo es una forma más entre otras de producir
política en el ámbito de las relaciones frente a la institucionalidad
establecida, vale decir el Estado. Y hasta agregando también que, en
definitiva, toda construcción política tiene un signo populista. Todo es así
tan vago e indeterminado.
Claro es que posee algunas
razones. Es de ellas que deriva la lógica de las diferencias. Y la razón
consiste en la irrelevancia de las homogeneidades. La crítica ancla sobre todo
en la crítica a la idea de clase social que supondría la homogeneidad de sus
miembros. Una interpretación de la clase social desde algún lugar sociológico o
estrictamente economicista de carácter empírico, pero no necesariamente única.
Es difícil por cierto aprehender
las relaciones sociales en su inmediatez, sus determinaciones requieren de la
abstracción analítica. No es esta una preocupación epistemológica que Laclau
haga expresa. Pero es más o menos evidente que la insatisfacciones que generan
las demandas tienen algún suelo en relaciones sociales que determinan
posibilidades de accesos a recursos. Poder disponer o no de recursos si no
determina los discursos por lo menos condiciona hasta el propio acceso a él.
Las diferencias son diferencias de relaciones sociales. Y las clases se pueden
determinar por varios tipos de relaciones sociales que suelen ser asiento de las
demandas insatisfechas.
Laclau atribuye la
profusión de diferencias, la heterogeneidad, que en la construcción política
sólo pueden articularse mediante mecanismos retóricos, a la fragmentación que
acompaña al proceso de globalización.
Pero, admitiendo que la
"determinación en última instancia" es una totalización y, además
genérica, indeterminada, la "globalización" no le va en zaga.
Porque, por lo además, la
globalización de los consumos parece tender más a la homogeneidad que a la
diferenciación. Y, más aun, a generar pertenencias. Cuestión que bien saben los
creativos de la industria publicitaria que, precisamente, recurren a los
mecanismos retóricos que no articulan demandas sino que las generan. Y el modo
de producción política no es ajeno hoy a los recursos publicitarios, donde los
profesionales de la política suelen ofrecerse como productos.
Lo que parece cierto es que
la publicidad apela al individuo como un singular y recurriendo, como lo señala
Laclau para la política a lo emocional y el afecto.
Constituyendo, si se quiere, una clase, la de los consumidores. Pero para que
ello ocurra no basta con el discurso, ya que el consumo efectivo tiene como
presupuesto los recursos para acceder a él, que no son retóricos. Suelen ser,
precisamente, económicos.
Entre estos recursos
prevalece el crédito para el consumo, recurso del sistema del capitalismo de
las finanzas, precisamente el gran globalizador.
Me parece que si reducimos
la producción de lo político a los recursos de la retórica nos hallamos ante la
autopoiesis política, si no ante una
descripción auto-referencial y, por
ello, tautológica.
Representación.
Establecidas las
diferencias singulares como presupuesto inexplicado la consecuencia no puede
ser otra que la imposibilidad de comunidad.
Laclau asume sin discusión
la vieja cuestión de la imposibilidad de la democracia directa en grandes
comunidades como los modernos Estados nación. Con lo cual también asume
acríticamente lo ya dado, el sistema de la democracia representativa electoral
en el que opera este modo de producción de lo político.
Pero no es cierto, dice,
que el representante pueda o deba transmitir fielmente la voluntad de los
representados. Porque el representante siempre debe agregarle, para dar
credibilidad a la voluntad representada, que es siempre la de un grupo
sectorial, el plus de demostrar que esa voluntad es compatible con el interés
de toda la comunidad y no sólo de un grupo.
De aquí surge que la
representación es un proceso o movimiento de ida y vuelta, hay dos dimensiones
en toda representación.
Pero de esto Laclau infiere
que "el representado depende del representante para la constitución de su
propia identidad".
Y esto es así cuanto menor
sea el grado de integración del grupo representado.
Así en "el caso de
sectores marginales con un bajo grado de integración en el marco estable de una
comunidad […] no estaríamos tratando con una voluntad a ser representada, sino
más bien con la constitución de esa voluntad mediante el proceso mismo de
representación. La tarea del representante, no obstante, es democrática, ya que
sin su intervención no había una incorporación de esos sectores marginales a la
esfera pública […] en ese caso su tarea consistiría no tanto en transmitir una
voluntad, sino más bien en proveer un punto de identificación que constituirá
como actores históricos a los sectores que está conduciendo".
"La representación se
convierte en el medio de homogeneización de lo que […] denominamos una masa
heterogénea". Cita a Hanna Fenichel Pitkin, quien para él ha hecho el
mejor tratamiento de la noción de representación, quien afirmó que "la
verdadera representación es el carisma". Tenemos pues que la
representación "que va del representante a los representados" encarna
en el conductor carismático.
Y afirma: "en una
situación de desorden radical se necesita algún tipo de orden". Para ello
es necesario proceder a alguna identificación y "representar al orden como
tal".
"La identificación
siempre va a proceder a través de esta investidura ontológica". El orden
investido en el cuerpo del líder.
En suma, frente a una
situación de desorden radical es necesario encorsetar a la masa heterogénea por
medio de un representante que no representa sino que conduce.
Y esto es democrático
porque frente a la institucionalidad establecida todos los excluidos son
iguales y, además, fueron constituidos graciosamente en pueblo por el conductor
que los identifica.
No extraña entonces la
repulsa de Laclau al "que se vayan todos".
Lo que extraña es que su
radicalidad democrática manifestada más de una vez se transforme en la
necesidad del orden. Del orden estatal , los Estados nación que son las
"grandes comunidades".
Grandes comunidades
construidas a través de la ilusión de las metáforas y metonimias que articulan
una masa heterogénea como si fuera homogénea. Es verdad, el Estado no es más
que ilusión de comunidad, comunidad que, dice Laclau, no se construye nunca
plenamente.
Pero se organizan
"desde arriba". El Pueblo es un concepto que encarna en la
materialidad, el cuerpo del líder carismático. Tutor y conductor que encarna la
democracia.
El Estado nación y los discursos.
Laclau, lo hemos visto, da por supuesto el Estado nación
moderno como forma de la institucionalidad establecida. Extrañamente en la
construcción no hay lugar para el derecho.
Parece legítimo que su opción por el método descriptivo
excluya una apreciación normativa de la democracia o de la política en general
- aunque para él toda construcción política sería democrática en su
"peculiar" concepción- , lo
que no parece legítimo es que en la descripción se omita la dimensión normativa
de la política, esto es el derecho.
Puede aceptarse también la regla de juego establecida al
expulsar del análisis cualquier dimensión meta-discursiva, pero precisamente el
derecho es una forma discursiva de los intercambios, el suelo ontológico de la
unidad orgánica el Estado nación.
No parece legítimo dar por presupuesto a éste cuya
manifestación máxima es la norma, al punto que se llegan a confundir, porque es
la forma en que se expresa el poder (y el líder) y las demandas (los
conducidos).
Si, como parece la intención de la intervención política de Laclau , se trata de comprender los
llamados populismos sudamericanos, no parece evitable la referencia al papel de
sus Estados después de la arremetida neo-liberal. Frente a la cual no fueron
los gobernantes, legitimados por la institucionalidad de la forma de la
democracia representativa electoral, quienes opusieron resistencia, sino
movimientos populares de diversa índole.
Tres sucesos protagonizados por gobiernos diversos nos
pueden señalar un síntoma de la situación de los Estados en un antes y un
después en la transformación del tipo de legitimidad. Marcan el papel del
Estado respecto a la gestión de la deuda externa, con cierto paralelismo al
menos al rol de los organismos de crédito internacionales.
En el año 2003 Lula paga 50.000 millones de intereses al
F.M.I. y dos años después pagó anticipadamente su deuda. A los pocos meses
Kirchner cancela por adelantado más de 9.000 millones al organismo. A fines de
ese año, coincidiendo con el triunfo de Evo Morales el Fondo condona la deuda
de Bolivia. Quizá fuera incobrable.
Efectivamente esto recuerda la política de endeudamiento
salvaje de los gobiernos de cuño neoliberal legitimados por las urnas. Señala
también un proceso de incobrabilidad que ya había comenzado a fines de siglo
pasado con la reestructuración de la deuda peruana. Pero señala también un
declive en la solvencia de los organismo internacionales y una arremetida de
los fondos no institucionales. Así lo muestra la misma reestructuración de la
deuda argentina.
Los Estados debían desendeudarse, es decir pagar, porque los
organismos institucionales debían cobrar. Los Estados que debían pagar no
podían tener ni los mismos gobiernos ni la misma forma de legitimidad que
tenían cuando se endeudaron. Estaban agotados por un lado y, por otro, las
luchas de los movimientos populares los tenían jaqueados.
El desendeudamiento requería otras formas y otros actores. Y
los fondos no institucionales habían encontrado en los recursos naturales la
materia de apalancamiento para los negocios a futuro de la especulación
financiera: los commodities.
Asentados en su producción o en su saqueo, los gobiernos
pudieron cerrar el círculo de gestores de deudas, ahora pagando. Lo que no ha
obstado a nuevos endeudamientos, pero asociados al extractivismo que generó
recursos fiscales suficientes para crear un mayor consumo también apoyado en
las deudas: el crédito para el consumo. Y una pretendida clase media con
ingresos mayores a los 4 dólares diarios. Así se puede mostrar una caída de los
índices de pobreza.
Lo que parece es que la actividad de los nuevos gobiernos
está si no determinada, al menos condicionada por la función de gestionar la
deuda. Lo que significa que ya no es desde el Estado nación moderno que se
toman las decisiones fundamentales que constituyen la materialidad del poder
político. Por eso es que la normatividad no refleja demasiadas formas de
generación de poder popular, reveladora de la constitución de un pueblo, en el
sentido identitario que menta Laclau. Entre las notables excepciones están las
normas constitucionales de Venezuela y Bolivia.
Esto nos obliga a poner en duda los alcances operativos del
discurso populista, precisamente en un marco de globalización hegemonizado por
el capital financiero. No obstante la persistencia de las exclusiones que se
reflejan en la creciente desigualdad. Salvo que se entienda por inclusión el
nivel de ingresos que postula la Cepal y la tenencia de ciertos bienes merced a
un endeudamiento también creciente. Que no otra cosa parece significar para los
excluidos y marginales de América Latina el famoso desarrollo con inclusión.
La vulgata.
No creo, y tampoco puede haberlo creído Laclau que fue un
pensador inteligente, que sus trabajos hayan inspirado a los organizadores
políticos, líderes, sudamericanos para realizar sus tareas. Y dado que, con
razón, negaba cualquier teleología trascendente, la coincidencia temporal de
los nuevos movimientos político-sociales con sus ideas, ha sido casual. No
puede haber sido obra de una necesidad histórica.
Pero si no inspiró a los líderes, la coincidencia de sus
argumentos -muchos anteriores al libro aquí mentado- sí lo hizo con los
seguidores de los gobernantes que fueron rápidamente descalificados por los
propagandistas del neoliberalismo como populistas.
Bienvenido si, además, es partidario acrítico de los
gobiernos, en particular el de su país de origen. Si considera necesario los
presidentes sin duración fija de mandato en nombre de la radicalidad
democrática. Cuando en realidad sus tesis podían venir bien a cualquiera pues
el populismo está en cualquier construcción política.
Porque, en realidad, nada se puede reprochar a Laclau por lo
que describe, lo hace muy bien.
Pero al cientista, requerido merced a su objeto de
investigación, no le puede resultar fácil acudir, para explicar sus tesis a un
auditorio no académico, las funciones de la sinécdoque ni el objeto a
de Lacan. Para el periodismo ávido de entrevistas debe difundir sus ideas de
modo accesible al gran público.
Laclau debió generar su propia vulgata. No sólo para el gran
público sino para muchos políticos profesionales que debían llenar con algo su
propio significante vacío. Quien mejor para ello que el que describe la
realidad sosteniendo que todo lo real, aunque vago e indeterminado, es
racional. Y ellos eran (son) la
realidad. Tuvo razón Laclau, nunca se van todos.
De esa vulgata es que surgieron las imágenes que no hacen
mérito a sus trabajos. Algunos de los que no se fueron son los que escucharon
lo que querían escuchar.
Edgardo Logiudice
Diciembre 2014
[1]
http://www.publico.es/514300/muere-ernesto-laclau-teorico-de-la-hegemonia
[2] http://www.revistateina.es/teina/web/teina5/dos7.htm#sthash.D9ORZ7cQ.dpuf
[3]
http://www.presidencia.gob.ar/discursos/27410-acto-de-inauguracion-del-salon-de-los-pueblos-originarios-palabras-de-la-presidenta-de-la-nacion
[4]
http://www.elmundo.es/cultura/2013/11/07/527a6fb563fd3df81f8b458a.html
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