Un año
eminentemente electoral nos pone por delante la cuestión de la calidad
democrática. Para ser más precisos de los mecanismos de la democracia
representativa electoral.
Alrededor suyo
han transcurrido luchas y reivindicaciones tan preciadas como el sufragio no
censitario, la lucha de las sufragistas, el voto secreto, la representación
proporcional para el derecho de las minorías e infinidad de recursos
técnico-jurídicos para evitar la distorsión de la voluntad popular que expresan
las urnas.
Sin embargo, no
tanto el sistema de elección basado en la fórmula de "un hombre, un
voto", como la representación ha sido un tópico cuestionado, al menos
desde la célebre expresión de Rousseau: el pueblo inglés cree que es libre
porque sufraga, pero desde ese momento se pone las cadenas.
Desde entonces
famosos constitucionalistas, juristas y filósofos, ensayistas, sociólogos y,
últimamente politólogos, han escrito desde voluminosos tratados a flacas
monografías.
Suenan nombres
como Hanz Kelsen, Carl Schmitt. Más recientemente Giovanni Sartori, Robert
Dahl.
Algunos
sostienen que la representación moderna tiene un origen rural y mentan la
representación de los Estados Generales en Francia. Nosotros podemos pensar en
los representantes de las provincias en la Junta Grande, que nunca acababan de
llegar.
Ello nos pone
frente al tema de las tecnologías.
A esta altura
de la civilización sabemos que no es sólo patrimonio de los marxistas afirmar
que el desarrollo técnico incide sobre la formación de las instituciones. Es
decir, que éstas sufren transformaciones conforme al desarrollo de las fuerzas
productivas. Cosa que hace evidente el ejemplo recién citado, cuando los votos
llegaban en carretas.
Bien, nos
hallamos ahora frente al voto electrónico.
Por lo tanto se pone sobre la mesa su papel en el mejoramiento de la calidad
democrática.
Sin embargo
parece necesario atender a algunas cuestiones previas e implícitas del
problema.
Como vimos la
construcción del proceso de expresión de la voluntad tiene la impronta del
valor del tiempo y el espacio. No cabe duda de las ventajas de la celeridad
informática frente al paso de los bueyes vadeando los ríos para llegar a Buenos
Ayres.
Sin embargo no
debemos olvidar que se arbitraron otros medios para acelerar el proceso
electoral, tales como "no se moleste, usted ya votó" o encomendar al
capataz a recoger todas juntas las libretas y llevarlas al comicio sin que la
peonada tuviera siquiera que trasladarse. De este modo no hacía falta siquiera
la boca de urna, pues el resultado se conocía de antemano. Ventajas que no
posee el modernísimo voto electrónico.
Nadie parece
haber reparado en las protestas de los detractores de las nuevas tecnologías.
Se les achaca su agresividad al medio ambiente aludiendo a la cantidad de
bosque que es necesario talar para fabricar el papel de boletas que alcanzan
hasta más de un metro, cuando no una acusación filosófica de racionalidad
instrumental de costo y beneficio, que cantidad de papel cuesta un diputado.
Se establece
apriorísticamente la ley de que la calidad democrática es inversamente
proporcional a la longitud de la boleta y nadie discute sus presupuestos
lógicos.
Por el
contrario quienes defienden el sistema de la clásica papeleta argumentan la
verdad de la ley contraria ya que, cuanto más larga la boleta menor es la
probabilidad de su robo, cosa bastante frecuente que, por lo demás insume el
tiempo de los fiscales que interrumpen el acto para verificar la existencia de
boletas de su partido.
Este argumento
a favor de la longitud también debería ser objeto de discusión, ya que algunos
están pensando en el rollo de 74 metros. Sin reparar que la longitud del papel
no garantiza su buena absorción por el electorado. Lo que va en desmedro de la
calidad democrática.
Tampoco entre
los defensores de la high tech electoral
parecen atender al derecho al voto anulado. Muchas veces expresión de
disidencia extrema manifiesta en una feta de salame de clara alusión a los
candidatos o algún otro adminículo más íntimo que demuestra la consideración
que aquellos les merecen. Aunque este
argumento tampoco es sostenido por los defensores del sistema artesanal que se
sienten mal aludidos.
En suma, es auspicioso y alentador que
nuestros futuros representantes atiendan a la legitimidad de sus mandatos
poniendo en tela de discusión la precisión del software y la longitud del soporte corpóreo de la expresión de la
voluntad popular.
Edgardo
Logiudice
agosto 2015,
vísperas.
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