I.
Hace ya unos años Naomí Klein expuso
los experimentos de la doctrina del shock de Milton Freideman para domar o
desestabilizar gobiernos e imponer las políticas de ajuste, eufemismo de la
creación de pobreza. Implementadas de distinta forma según los países, las
circunstancias y los tiempos. El shock que anuncia, produce o amenaza un
desastre. Se funda en el olvido y el miedo. El terror paraliza, elimina la
memoria y genera nuevos sujetos obedientes. También induce a consentir la
pobreza con otro nombre o con la ilusión de escapar de ella.
Algo de esto parece ocurrir con las
nuevas clases medias (en realidad, cuasi-medias), que por su misma denominación
ocultan el papel de dominados o de sujetos de una nueva pobreza.
Paradójicamente una pobreza consumista.
En su mayoría en el borde, según los parámetros de medición. Ya que es una
obviedad repetir que la pobreza es un estado relativo. Para un pobre que
realiza servicios, un teléfono móvil es parte de sus medios de sobrevivencia.
O, una motocicleta. Más aun, un automóvil.
Por eso mismo las estrategias de
dominación y las promesas cambian, y el cambio mismo es una promesa.
Convincente, porque satisface un anhelo. Quizá
individualmente, en cada individuo singular, el más común.
Una manera oculta de escapar a la
pobreza. Que opera siempre como una amenaza, velada por una promesa. Cambiar la
situación de “desventajado”, diría Rawls. Obtener “logros”, diría Amartya Sen.
Ahora aparece la amenaza nueva, y no
descabellada, del desplazamiento por medio de la robótica y las nuevas
tecnologías, que pueden dejar millones de desempleados. No solamente en el
ámbito de lo que usualmente llamamos industria. También en el agro que, como ya
lo anunciara Marx es una industria, y ahora llamamos agro-industria. Donde,
además de la incorporación de la robótica en la maquinaria, la biotecnología
(con todas sus contradicciones ecológicas) ha desplazado al clásico campesino
agricultor o ganadero.
Así lo afirman algunos estudios y
algunos propios tecno-pesimistas que lo consideran un mal necesario. (Acá
habría que agregar la financierización y la integración de los procesos
agrícolas y ganaderos y, más aun, los energéticos).
Los tecno-optimistas sostienen que
la destrucción de empleo en algunos sectores, los genera en otros. Con la
condición de adaptabilidad. Para lo cual, dicen, hay que implementar políticas
público-privadas de educación. Donde lo privado se come el asado y lo público
se queda con el humo. Lo que denominan educación dual. Preparar para las nuevas
tecnologías: El Estado pone los fondos, las empresas las “residencias”,
eufemismo de trabajadores baratos y sin legislación laboral.
Y esto debería funcionar como
esperanza de empleo para las nuevas camadas. A través, sobre todo, de los
innovadores y emprendedores, con el paradigma del Silicon Valley, donde
cualquiera puede ser Bill Gates. Que ahora se replica en Shenzem, China, y en
otros lugares.
Para eso está la Ley de
emprendedores. Y el que no es emprendedor se embroma.
Los capitales “ángeles” ponen un
dinerito, cuando son empresas (las grandes cadenas de valor global) se llaman
“incubadoras”. Los inversores se reservan un porcentaje de la participación en
el emprendimiento y hasta el derecho de compra total si el emprendimiento
prospera. Lo hace –según dicen- uno de cada diez. Telefónica invirtió en 50 de
6000 proyectos evaluados. El resto fue trabajo inútil, desechable.
Las incubadoras de talento son un
gran negocio de uso de los innovadores cubiertos por la promesa del éxito, a
veces de prosumidores baratos, o gratuitos. Las grandes empresas que han
adoptado este método, son las que mejor cotizan sus acciones. Es una nueva
forma de apropiación del trabajo ajeno consentida.
Los P.E.I. (Pequeños Emprendedores
Insolventes) o cuentapropistas digitales, reemplazan a las Pymes. Su talento se
cotiza en la Bolsa en los balances de los grandes grupos o cadenas,
capitalizados como bienes intangibles. La promesa de una plusvalía futura.
La posesión de alguna impresora 3D,
da al poseedor la efímera sensación de ser mucho más que un artesano: es dueño
de un medio de producción. Hasta que lo que produce pasa de moda.
Dejemos por ahora el asunto acá.
II.
Para Carlos Marx la pobreza es una
condición histórica, masas
empobrecidas de los modos de producción pre capitalistas, y lógica, estar obligado a trabajar para
sobrevivir. Situación que se repite después del cobro del salario, destinado al
consumo de sobrevivencia. Es decir reproducción de la clase de los
pobres-productores, con mayores o menores habilidades y conocimientos que,
junto con la energía conforman la capacidad laboral creadora de riqueza, que la
distingue de los otros medios de producción.
Pero la pobreza, también era
condición de la revolución, porque los productores no tienen nada que perder
sino sus cadenas.
Lo que oculta todo esto es el
salario que da a la apropiación del trabajo ajeno la forma de una compraventa.
Una ideología jurídica que sostiene la forma de alienación una vez, según Marx,
vencida la de la teología y la religión. De allí su propósito, ya juvenil, de
desbrozar la ideología jurídica de la economía, enunciado ya en 1844
Pero no ha sido sólo el salario lo
que oculta que, en realidad, el capital alimenta a sus obreros en la medida que
los necesita, a cambio de su capacidad laboral. Simplemente porque el capital
es quién dispone no sólo de los medios de producción sino de los de
sobrevivencia.
Cosa que Marx escribió pero no llegó
a exponer en el primer tomo por razones de método didáctico. El mundo que se
veía, y aun se ve, es el de las mercancías (es decir, el de las compra-ventas)
y, por ello, por ahí comenzó. Por la superficie. Lo otro quedó olvidado durante
mucho tiempo, no sólo para su amigo Engels sino para sus seguidores.
Por lo que, entre otras cosas, las
luchas obreras pasaron fundamentalmente por allí. Por la superficie del
salario. Pero algunas veces también la resistencia y la rebelión lograron
entidad de revolución política. Una de ellas signó el siglo XX bajo el nombre
de socialista, es decir social. Pero el asalariado y la pobreza quedaron allí.
Y acá.
Lo que no se supuso, o no se
insistió en ello, fue que el consumo también podía ser una forma de trabajo
ajeno, a través del crédito para el
consumo que, como toda deuda hipoteca el futuro y obliga a trabajar,
esto es, a producir riqueza con la que se paga lo que el crédito adelantó. Y
que nunca es mucho más de los necesario para sobrevivir, como vimos, aunque se
trate de un automóvil.
III.
Pobrezas hay muchas. Cada modo de
producción genera su pobreza y, como ninguno se extingue del todo, sino que es
absorbido y subordinado al dominante, cada uno deja la suya. Así se forman
estratos de distintas formas de pobreza.
Algunos hablan de jerarquías de
pobres o, lo que es lo mismo, de dominados. Explotados o no. No me refiero a
los parámetros de medición según el acceso a determinados bienes, sino a roles
específicos, llegando a la necesidad de la exclusión por una especie de
selectividad natural. Tras la idea del mérito, esa selección se naturaliza. Y,
con ella, la desigualdad más extrema.
La nueva pobreza parece ser pobreza
comunicada. Y aparece como más libre. Pero están los algoritmos que controlan y
conducen hacia un consentimiento de sumisión. Un sometimiento consentido. Los
usuarios, los prosumidores, los innovares y
los emprendedores (PEI). Y hasta aquellos cuyo consumo es simbólico.
Y parece que esa puede ser la nueva
pobreza dominante. Conviviendo con la pobreza
de la vieja industria asalariada no digital que, según muchos expertos,
será excluida de la producción. Y que ya convive con otras pobrezas. Algunos
serán parte de los servicios (en el sentido literal) y otros directamente
excluidos. Estas son las jerarquías que se prevén.
Pese al consentimiento de sumisión y
el control algorítmico, el problema que se le plantea al capitalismo es la
gobernabilidad. Para eso está la coacción, ya ni siquiera regulada por el
Estado. La coacción privada del absolutismo capitalista, los ejércitos y
fuerzas de seguridad mercenarios.
La cuestión es qué sucederá con
tantos pobres (viejos y nuevos) si el sistema llagara a colapsar.
¿Qué pasará con los portadores de
proyectos que no son evaluados o que no prosperan?
Son obreros de la inteligencia
artificial. Desplazados por no ser
rentables. Sumados a los expulsados por la robótica. Y a los estratos de formas
de producción no digital. Y, en algunas regiones, hasta la pobreza colonial.
IV.
“La revolución es un sueño eterno”,
escribió Andrés Rivera. Pero hay revoluciones y revoluciones. Por ejemplo,
científicas, técnológicas (Marx llegó a hablar de una “verdad tecnológica”),
económicas, políticas culturales.
La revolución política que se pensó
desde los sectores dominados tuvo como paradigma la Revolución Francesa, desde
abajo y con el poder de un nuevo Estado.
Así eran para Marx las Comunas y para Lenin los soviets. Con una base territorial y productiva.
Hubo una revolución en la cultura
(en el arte, la educación), pese a todo. Y hubo revoluciones productivas (el
fordismo) y revoluciones reformistas en
lo social (todo el constitucionalismo social), las hubo también en lo
económico (altos salarios el consumo), .Y una revolución geopolítica con dos
guerras mundiales. Y revoluciones anticoloniales y antiimperialistas.
En la década del setenta comienza a
cuajar la revolución de los intangibles.
Bienes intangibles, que existían
sobre todo en la cultura (o en el modo de producción cultural, según Giuseppe
Prestipino) se autonomizaron de la producción de bienes materiales (o modo de
producción material, G.P.). Pero, a la vez, se capitalizaron. Literalmente, se
transformaron en capital. Y, a la vez, después de la conversión del dinero en
dinero fiduciario (paradójicamente con la no conversión de la moneda de cambio
internacional), se financiarizaron. Y esto constituyó una revolución. En todas
las relaciones sociales, particularmente las de explotación, pero también las
políticas e ideológicas.
Hoy estamos viviendo un mundo
revolucionado, con débiles Estados que no configuran siquiera “ilusión de
comunidad”. Consecuentemente tampoco se conservan unidas las naciones en las
Naciones Unidas, ni ya tampoco las uniones regionales. Lo que significa la
ausencia de reglas, ni siquiera la de las guerras, que ya no se declaran en tal
estado. Es el hecho consumado de la intervención y el genocidio de poblaciones
civiles. El estado de excepción global y permanente, diría Agamben.
La globalización de la producción es casi total. La
concentración en las cadenas globales de valor, que muestra la evidencia de que
el capital deja vivir sólo a los que le son necesarios según sea su
rentablidad. Cadenas globales que transformaron en gran medida el comercio
internacional y que ya está generando su propia moneda sin cuño legal. Las
propias monedas nacionales son manejadas sin reglas, a través de la inyección o
el retiro de los flujos financieros de los fondos de riesgo.
Los grandes grupos financieros y sus
empresas están generando una nueva geografía “política” superpuesta a la
existente. La propia migración es su efecto y su evidencia. Una geografía flotante,
poblaciones flotantes. Temporarias. Una revolución geográfica en la que, lo que
conocemos como nacionalidad muda de territorio, para no adoptar ya otra.
Contracara del turismo. Todo esto ha cambiado el propio carácter de las
ciudades como lugar habitable.
La revolución pasiva (Gramsci) es,
sobre todo, una revolución ideológica. A la que el sardo oponía la reforma
intelectual y moral. Y reforma (o revolución) intelectual supone, por un lado
un rumbo estratégico, por otro ineludiblemente unido a aquél el conocimiento
del funcionamiento económico social de lo existente. De ese modo se podría
operar estrategia y tácticamente. Esto es, con alianzas (o como se las quiera
llamar) y punto de partida en problemas específicos, conforme a los presuntos
agentes (sujetos, decíamos)y, para la acción, creo, son necesarios conceptos
que no prejuzguen y re-significar la conceptuación de dominación y explotación.
Conocer sus mecanismos y oponer luchas, sobre todo ideológicas, acorde a ellos.
Las nuevas tecnologías no se pueden
negar, salvo las que atentan contra el planeta. Pero me parece necesario
criticar el “desarrollo” por el desarrollo mismo. Innovar y emprender qué cosa.
Creo que hay que resucitar la idea
de la paz. Que parece que se da de
patadas con la rentabilidad, pero no necesariamente con todas las nuevas tecnologías.
V.
A 150 años de El Capital quizá se
pueda seguir soñando. Con los ojos abiertos, como decía Bloch. Mientras tanto
al menos debemos, me parece, como imperativo moral, es decir de la especie,
vincular cada lucha con el destino del planeta que habitamos.
Edgardo Logiudice,
Junio 2017
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