En
materia política, o geopolítica o geoeconómica, las desigualdades no son
capacidades diferentes, suelen ser ventajas que originan ganancias en juegos de
suma cero. No se trata de una competencia de obstáculos, sino de una lucha.
Algunas veces por la sobrevivencia.
Por
lo que el crecimiento mismo es una pelea, a veces hasta literalmente. Y esto
último cada vez más. Por eso se vincula a las supremacías, que no son
simbólicas sino efectivas.
Y
las supremacías son la coronación, la investidura evidente y feroz de la
desigualdad.
La
desigualdad es la base histórica y lógica de la dominación, una de cuyas formas
es la explotación. Pobreza y riqueza son los términos extremos de la
desigualdad, por eso no existen la una sin la otra, no hay juego donde ganemos
todos, salvo en la teoría de la cooperación. Lo que algunos llaman hoy economía
colaborativa. Que no es más que un tipo de organización comunicativa. En la que
tampoco los participantes ganan todos sino los más fuertes “asociándose” a las
grandes cadenas de valor.
La
sensación superficial es la de una competencia deportiva, donde gana el que
obtiene mayor índice de producción, cualesquiera sean los productos. Entre
ellos, y sobre todo, los financieros. Que no alimentan más que a sus poseedores
para ampliar las finanzas. Abriendo más la brecha de la desigualdad. Aunque
haya muchos pobres que comen pero no se alimentan, comen chatarra: gorditos y
desnutridos. Tantos como desnutridos delgados. La urbanización, Nestlé y las
gaseosas, (OMS, NYT).
Esa
desigualdad es la base de las supremacías, de los dominantes. Mimetizada con
nacionalidades, tradiciones, religiones y valores morales. Hasta de etnias,
bautizadas como razas, por los racistas.
Mimetizadas
también en las capacidades técnicas, como en Alemania. Esta aparece como líder
mundial en innovación tecnológica. De allí que Barañao haya dicho en el Polo
Tecnológico que Merkel era “la líder mundial más relevante”. Alemania es el
país de mayor crecimiento del G7. Y los banqueros dicen que en la Europa
financiera se habla alemán.
Según
un informe de la Fundación Bertelsmann el 15,7% de los alemanes están bajo la
línea de pobreza y 600.000 niños” viven en una pobreza absoluta y no toman una
comida caliente al día”. (El País Global,
23/09/17)).
Pero
para supremacía, la de los Estados Unidos de Norte América.
La
economía creció 3,1% anual en el segundo trimestre de 2017. La pobreza es del
12,7% de la población: 40,6 millones (casi la población de Argentina).
En
la distribución del ingreso el 1% de arriba ha logrado más de 30% de ganancias,
el 80% muestra salarios estancados o en retroceso. La tasa de participación
laboral disminuyó al 62, 7%, cayendo 4 puntos desde el 2007. “Los 4 puntos de
disminución de la fuerza laboral -unos 8 millones de operarios- constituyen el
terreno fértil en que se nutre la epidemia de drogadicción, alcoholismo y
suicidio que diezma a los trabajadores industriales estadounidenses y los
sumerge en un agudo proceso de desesperación acumulada”(Jorge Castro, Clarín Económico, 17/09/17).
Unos
acumulan capital y otros, desesperación. El cuento resarcitorio: la supremacía.
Y el crecimiento.
Resultado:
la desigualdad y la pobreza, en crecimiento.
Pobreza
que diferencia (desiguala) a los mismos pobres, ya desiguales respecto a los
dominantes. La desigualdad genera desigualdad entre los mismos desiguales.
Y
así se prenden a la supremacía, la del “pueblo americano” o la del “pueblo
alemán”.
¿Ahora
la del “pueblo argentino” respecto a emigrantes y pueblos originarios?
Los
gendarmes de menor graduación exigen a sus superiores mayor mano dura contra
los vagos y roñosos “indios mapuches”. Si
no la tienen son cagones, es decir cobardes. Si la tuviesen serían valientes
defensores de los trabajadores, limpios y “argentinos”.
Independientemente
de pistas falsas, que más que para desorientar la investigación de la desaparición
forzosa de Santiago sirven para banalizarla, naturalizarla y olvidarla, el
signo tanto o más preocupante es la aparición (o reaparición) de la
“supremacía” fundada en la evidente desigualdad (Benetonn-campesinos).
Desigualdad que genera otras desigualdades criminales, signo a su vez de
barbarie. De “obsolescencia programada”, vida limitada de hombres (sobrantes) como
“necesidad” para el crecimiento. No hay progreso sin inversiones y no hay
inversiones con indios mapuches o cualquier otro “vago y roñoso”.
Los
Trump, los Macron y los Macri no son casuales. Y no son solo producto de la “indiferencia”
de algunos sectores “medios” y el gorilismo cerril.
Edgardo
Logiudice
setiembre
2017
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