jueves, 16 de junio de 2011

Nos, los representantes… Que no, que no, que no nos representan…

Pesquisas sobre la democracia representativa electoral.

No soy sólo lo que compro, por qué lo compro y a quién se lo compro.
Manifiesto Democracia Real Ya.

"nous allons boire le vin à trois sous".  Citado por Rudé, George "La multitud en la historia (estudio de los disturbios populares en Francia e Inglaterra 1730-1848)".


Puerta del Sol, Madrid, Mayo, 2011.
Sobre una gigante publicidad de L´Oreal se extiende una pancarta con la imagen de Himmler con las orejas del ratón Mickey, el signo del euro y la frase “No nos representan”. Debajo, en la plaza, los manifestantes coreaban Que no, que no…  
Los indignados lograron permanecer con sus carpas durante el acto electoral.
La participación general en los comicios fue del 66,23%, casi 3% más que en el 2007. ¿Paradoja?

Octubre 2001, elecciones legislativas en Argentina: “voto bronca”. El rejunte de blancos, anulados, abstención, 501, sumó más de un tercio del padrón. Diciembre en adelante, lo que todos conocemos: QSVT.
Menos de dos años después, en las presidenciales, si bien la participación baja en relación a 1999, es mayor que la del 2007, y supera el 78%.

Por supuesto que, en conjunto, se trata de fenómenos no necesariamente comparables. Pero lo cierto es que parece haber acá, como se dice en las novelas policiales, un “punto ciego”, algo que no encaja. Algo más que una paradoja. Y algo más, me parece, que trabajo para politólogos, sociólogos, psicólogos sociales y antropólogos.

“Crisis de representatividad” es la expresión de muchos “cientistas” políticos. Quieren decir con ello que los partidos políticos, o los parlamentarios o los gobernantes, no representan las aspiraciones o las demandas de sus electores: “la política alejada de las masas”. Bastaría sólo acercarla con reformas electorales, elecciones primarias, “nueva forma de hacer política”.
Tal mirada se apoya en algunos presupuestos: una concepción de la política, un significado del gobierno y una idea de representación.
Política como actividad vinculada al Estado-nación y la maquinaria electoral, Estado diferente y más allá de los gobernantes y representación electoral como única forma de legitimidad democrática.

Como en las policiales también, si encontramos algunas huellas, es probable que demos con el o la sospechosa.
La política vinculada al Estado, al menos en Occidente, es un fenómeno moderno, desde que se concibió la separación de la Iglesia del Estado. El Imperio no era el estado-nación sino el Estado-Iglesia. No hay allí maquinaria electoral. El Imperio no es sino la ejecución y administración de la conquista. Su maquinaria es la ocupación bélica.
El gobierno es el Imperio investido por la Iglesia. La Iglesia es la administradora de la divinidad. La legitimación del gobierno imperial es divina. En los reinos, la estirpe de la nobleza guerrera. Tanto en las prácticas como en el pensamiento la fe religiosa y la guerra inundaban la vida pre-capitalista.
Son las comunas burguesas las que imponen el Estado-Ciudad, la elección de los gobiernos entre los pares y la legitimidad electoral. Los pares son los burgueses comerciantes y manufactureros. Su cotidianeidad es el contrato: la fe en la palabra humana antes que la divina. El gobierno se legitima en un estatuto, en un pacto, no en la Ley de Moisés. La fe ha pasado de la Biblia a los contratos. La ley humana se sobrepone a los mandamientos bíblicos. Los gobernantes representan a la ciudad, a los ciudadanos. La unidad del sistema no la provee ya la religión sino el derecho de la ciudad.
La ideología heredera bastarda de la teología y la racionalidad de las universidades son la cuna de este nuevo “pegamento” social.

La sospecha recae sobre la teología, cuyas estructuras perviven en el sentido común. 
El derecho, híbrido de fe y razón, donde la fe ha perdido hegemonía frente a la razón calculista, dará origen a la razón mayoritaria, numérica, de la democracia electiva. Procedimiento racional de elección de los gobernantes entre los pares, los iguales, ciudadanos libres, no sujetos a ningún dominio personal, de la ciudad. Ficción jurídica de la mayoría como totalidad, “como si” fuese un convenio, ya no el pacto con el monarca: un contrato. Como un contrato de “sociedad”, de los mismos con que hacían una comanda para fletar un navío o cualquier empresa comercial. El derecho daba ahora unidad al sistema de relaciones sociales. La lógica jurídica se erigirá en paradigma de las propias ciencias, que empiezan a regirse por protocolos y normas de procedimiento, abandonando la retórica y la dialéctica.
Pero la fe religiosa, que los teólogos pueden concebir como gracia divina, no es un vacío. La fe se orienta, ha sido orientada, al menos a tres elementos de una representación: la trascendencia omnipotente de Dios,  la Encarnación de lo divino en lo humano y la promesa de la beatitud, le felicidad,  la plenitud de bienes y saberes en la presencia de Dios.
No es difícil ver como la promesa encontró terreno fértil en el contrato. Éste no es en realidad más que una promesa o, mejor, la confluencia de dos promesas. No hay contrato sin fe en el cumplimiento, y la contratación, con la matriz mercantil del capitalismo, tiñe con su luz toda la vida humana. Su hibridación no es difícil en el terreno de la razón instrumental de los intercambios. Intercambios que dan lugar al derecho privado. Con ellos no será necesario esperar de la Providencia divina, la industria humana proveerá la salvación terrena.
La estructura de la representación acogerá el misterio de la Santísima Trinidad. La misteriosa pero omnipotente voluntad del Pueblo, trascendente como Dios, a través del Espíritu Santo electoral, hará presente en el hijo gobernante, que participa así de la naturaleza divina y humana, carnal. Hará aparecer como Uno lo múltiple.
El pueblo ausente, no visible, se hará presente, se re-presentará en sus gobernantes. 
La depositaria de esa verdad ya no es la Iglesia sino el Estado, que no interpreta la Ley de las Escrituras, sino la aquella voluntad en forma de norma jurídica.
La fe en la prosaica contractualidad de las relaciones de intercambios mercantiles y, sobre ella y para garantizarla, el contractualismo de la representación, que legitima al Estado.
La matriz mercantil de los contratos es el presupuesto del capitalismo: no hay capitalismo sin los contratos que suponen la libertad e igualdad de los individuos en la ciudad, primero, en el Estado-nación, después.  
No hay capitalismo (manufacturero, primero, industrial, después) sin Estado que garantice los contratos, como  no hay servidumbre sin Iglesia que invista, legitimando, el poder de emperadores, reyes y señores. El procedimiento legal-estatal inviste ahora a los representantes.
Cuando, con el fordismo, el capitalismo industrial llega a su plenitud, el Estado moderno también. La contractualidad que portan las mercancías, abarcando el planeta, subordinan todas las formas: el Estado es el Estado de Derecho. La guerra, aunque intermitente, aparece como una excepción.
La promesa es el consumo que, con Ford, no es más que la necesidad de la reproducción ampliada del capital. La producción manda, el capital se acumula hasta desbordar lo límites de la misma producción. El trabajo presente, en acción no basta para absorber  todo el capital. Hay que invertir en trabajo futuro y, en la competencia entre capitales, menos en trabajo vivo. Hay que generar consumo, ya no con mayores sino con menores salarios, o descubrir un trabajo que tenga menos costo. Una fuerza de trabajo que insuma menos energía humana que renovar, reproducir.
Tal fuerza es la inteligencia. Una idea, un proyecto, una fórmula, puede usarse muchas veces sin sufrir más desgaste que la obsolescencia frente a una nueva idea, proyecto, fórmula. Proceso de producción revolucionado de pe a pa: informática, robótica,  inteligencia artificial, nuevos materiales. Menos insumo de energía humana en la producción, más energía en base a recursos naturales no renovables, asequibles por formas de apropiación entre bárbaras y neo-coloniales. Capitales disponibles que no pueden quedar ociosos. Autonomización y dominancia del capital financiero. La palabra clave es “monetizar”, ya no “mercantilizar”. El mercado de las mercancías es, para los que están afuera, una esperanza, para los que están adentro una ilusión y, para los financistas, un medio de apropiación real de ganancias. Correspondan a plusvalía pasada (fondos de pensión, bienes sociales), presente (realizada en el ciclo productivo) o futura, virtual, intangible.
Nada de esto ocurría por Mayo del 68, con el que se pretenden hacer equiparaciones. La crítica no apuntaba sino, precisamente, al fordismo. Tanto el toyotismo como la organización autónoma del capital financiero, en Estados Unidos, llega en los ochenta.
En todo caso lo común quizá resida en la relación de los jóvenes con las perspectivas de un futuro que, ni entonces ni ahora, el capitalismo industrial ni financiero, pueden alejar de la alienación. 

Tras la pista del sospechoso se podría hacer acá, quizá, demasiado fáciles metáforas teológicas entre Dios y el poderoso caballero, fuera de la visión inmediata del hombre, omnipotente y providencial. Creo que sería una pista falsa. Obra de literatos teólogos en busca de paradigmas sugestivos o creencias proféticas de los Testigos de Jehová.
Lo cierto es que el capital, el sistema de mecanismos económicos terrenos, no puede sino buscar incrementarse. Si no es por la producción actual, será por la virtual y probable producción futura. Porque es cierto: sin producción no hay plusvalía. Pero puede haber ganancias si se apuesta al trabajo futuro. El mecanismo es la deuda y el consumo presente puede generar deuda futura que alguno va a pagar. Después de Menem y no lo sabía la Alianza, después de Aznar y pareció ignorarlo Zapatero. Creo que es éste el universo de estas rebeliones. Quizá sean rebeliones en el consumo, generador de deudas. Este, me parece, es el papel del consumo. Cosa diversa del consumismo, éste se deriva de aquél. No al revés. El consumismo es una desgracia, el consumo una necesidad. De los dominados para subsistir lo mejor posible, de los dominantes para apropiarse del trabajo ajeno.

El consumo se ha transformado de finalidad ideal de la producción, como decía Marx, en medio de apropiación del trabajo ajeno. Las rebeliones por la subsistencia siempre han existido, pero en otros universos. Universos de bienes tangibles, la tierra, los instrumentos de trabajo, las fábricas. Hay ahora otros bienes, intangibles como la misma dignidad, a la que se pone precio con el soborno, el cohecho. De allí la indignación de sentirse despreciables si no es como consumidores. Por eso no los representan ni los banqueros ni los políticos.
Sin embargo subsiste la idea de que la política reside aun en el estado, que éste no es lo mismo que el gobierno, es decir, los partidos, que la democracia sólo puede ser representativa y que ésta se logra electoralmente. Perviven las estructuras del sentido común.
Subsiste la ideología político-jurídica, cuando lo que están haciendo es una acción colectiva ético-política. Ética, se trata de la dignidad; política, su acción genera conductas, diría Foucault. Sus decisiones hicieron que el Tribunal Supremo abrogara la norma prohibitiva de manifestaciones el día de reflexión y el de las propias elecciones.   
La inercia de la democracia, cuando la asamblea se puede hacer sin unir físicamente a la gente. Los indignados, sobre todo los jóvenes, ya son dueños del procedimiento democrático, se apropiaron de la comunicación, en ese espacio rompieron con la representación. Apropiarse de los medios, es expropiar, es reapropiarse de bienes sociales. No es acto sólo un acto de rebeldía, es un acto revolucionario, es mucho más que tirar abajo las barreras para beber el vino más barato. Democracia Real dice que las instituciones representativas no son más que agentes de gestión de “las fuerzas del poder financiero internacional”, a los que ahora los españoles les vieron la cara. Vieron como los usaron: “No soy sólo lo que compro”. Vieron las hipotecas con las que les expropiaron su trabajo.
No obstante confían en la democracia representativa electoral: “No llamamos a la abstención, pedimos la necesidad de que nuestro voto tenga una influencia real en nuestra vida”. “La Democracia Real se opone al descrédito paulatino de las instituciones que dicen representarlos”.
Los indignados se adueñan del modo de comunicación, inmediato y directo, para tomar decisiones, pero triunfa el viejo argumento. El argumento de que por cuestión de número y espacio los pueblos no pueden deliberar ni gobernar sino por medio de sus representantes. Cuando, en realidad, la representación es tan arcaica como el chasqui. La representación no nace en las ciudades sino en las zonas rurales por cuestión de distancia. Leguas de carreta para los hombres de provincias.
Todavía creemos que los gobernantes son algo distinto del Estado. Cuando desde Guillermo de Ockham sabemos que la Iglesia no es más que la suma de hombres de carne y hueso, los obispos, párrocos y fieles. Eso sí, organizados. Sólo la religión o la ideología admiten trascendencias universales.
 
Indignación por la defraudación: delito contra la fe generada en los contratos, a los que ahora es negada la entrada. Aznar y Zapatero, con el euro y la Unión Europea, con la promesa generaron la ilusión, como aquí Menem (no los voy a defraudar) con el F.M.I. Creo que por allí viene el aire de familia de las rebeliones. Quedó en pié la ilusión de la promesa, de la “finalidad ideal”. Sea con Kichner o con Rajoy.
Quizá, hoy, la batalla ética que se genera en el universo del consumo sea la forma inicial de la batalla política. Una punta desde donde comenzar a tirar para ir resolviendo el caso.


Edgardo Logiudice
Junio de 2011. 

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