jueves, 12 de julio de 2012

El obrero no vende su fuerza de trabajo.


Decía Marx en 1847[1]: “¿Qué es el salario? […] al parecer, el capitalista les compra a los obreros su trabajo con dinero. Ellos le venden por dinero su trabajo. Pero esto no es más que la apariencia. […] Con el mismo dinero […] el capitalista podía haber comprado dos libras de azúcar o una determinada cantidad de otra mercancía. […] Al entregarle dos marcos, el capitalista le entrega, a cambio de su jornada de trabajo, la cantidad correspondiente de carne, de ropa de leña, de luz, etc. […] el capitalista no paga este salario del dinero que ha de obtener […] sino de un fondo de dinero que tiene de reserva. […] Por tanto, el salario no es la parte del obrero en la mercancía que él produce. El salario es la parte de la mercancía ya existente, con la que el capitalista compra una determinada cantidad de fuerza de trabajo productiva. […]. [El obrero] no pertenece a tal o cual capitalista, sino a la clase capitalista en conjunto […].”

Resumiendo el salario aparece como un contrato de compraventa del trabajo, pero se trata de una apariencia: el precio del trabajo no es otra cosa que las mercancías para el consumo de subsistencia, que ya están en manos de la clase capitalista industrial. Por lo tanto el obrero pertenece desde el vamos a la clase capitalista.

“[…] desde el punto de vista social, la clase obrera, aun fuera del proceso directo de trabajo, es atributo del capital, ni más ni menos que los instrumentos inanimados. Hasta su consumo individual es, dentro de ciertos límites, un mero factor en el proceso de reproducción del capital. […] El cambio constante de patrono y la fictio juris del contrato de trabajo mantienen en pie la apariencia de la libre personalidad”[2].







Edgardo Logiudice

Julio 2012





[1] MARX, Carlos. Trabajo asalariado y capital. En MARX, Carlos; ENGELS, Federico; Obras Escogidas, Buenos Aires, 1957, Cartago. Págs. 48, 49, 50.
[2] MARX, Carlos. El Capital. Crítica de la Economía Política. Buenos Aires, 1956, Editorial Cartago, Tomo I, Págs. 462, 463.

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