Espigó, pues, en el campo hasta la noche, y
desgranó lo que había recogido, y fue como un efa de cebada. Ruth 2, 17.
Se me hace que las lecturas son como siegas.
Julein Dupré fue un pintor realista de la segunda mitad del
siglo XIX. Admirador de Jean-François
Millet; como él, pintó la vida campesina de la Normandía y sus tareas. Entre
ellas la siega donde las mujeres aparecen recogiendo el cereal para emparvarlo.
Con una horquilla. Son las segadoras, erguidas en pleno día.
En el
conocido cuadro de Millet las mujeres, encorvadas, recogen espigas con sus
manos para guardarlas en el arremangado mandil. Son las espigadoras, ya cerca
de la hora del ocaso. Al fondo se recortan las parvas y se van alejando los
cosecheros y sus cargas.
Tan
viejo o más que el exilio de Babilonia parece ser el derecho a espigar. El
cuadro de Millet es de 1857 y en Italia, como una huella, legisla aun sobre él
el Código Penal: hasta un año de reclusión si se espiga antes de que esté
concluida la cosecha, como si fuera un hurto (art. 626).
Derecho
de los huérfanos, de las viudas y de los pobres a recoger las espigas volcadas
en la melga después de la cosecha.
Esto
era mucho antes de la siembra directa. Y antes de que se declarara ilegal al
chacarero guarde parte de su propia cosecha para sembrarla.
Derecho
de los más pobres y desvalidos cuando aun entre el alimento de las gentes y la
tierra no existían las distancias de Wallmart o Carrefour. Cuando éstas ya existen
apenas se puede espigar cartón.
Sin
embargo los Stallman espigan. Y bien que hacen.
Pero no
es necesario ir tan lejos. Todavía están los viejos libros.
El
pensamiento, una vez expresado, es difícil de cercar y fácil de apropiar. Por
ello decía Hegel que la propiedad del intelecto y el plagio eran sólo una
cuestión de honor.
Marx ha
sido cosechado muchas veces, al punto que parece ya agotado. Engels, Kautsky,
Lenin, Trotsky, Gramsci, Lukács, Marcuse, Althusser y tantos lo han trillado
sin medida.
Sin
embargo quizá no sea vano el uso de espigar. No está probado que alguna semilla
no llegue a ser útil para la bolsa blanca.
Con
respecto a los alimentos, algunos muebles, los remedios y algún techo, no se
puede andar espigando alegremente por ahí. Por lo común esas cosas se compran,
se pagan con dinero contante presente o plástico futuro. Y, por lo común
también, si uno no lo tiene ya por lo que sea, habrá de procurárselo, si quiere
ladear el código penal, trabajando. Entregando temporalmente su fuerza,
habilidades o conocimientos a cambio de ese dinero. Este precio, en cualquier
modalidad que lo cobre se llama salario.
¿Qué
diríamos si a alguien se le ocurriera decir que ni el trabajador vende su
fuerza de trabajo ni compra sus alimentos y demás enseres?
Pues
bien, ese alguien fue Marx. Lo dijo cuando tenía veintinueve años, poquito
antes de que viera la luz el manifiesto de los comunistas. Y lo ratificó veinte
años después, ya madurito.
Los
obreros no espigan, pero tampoco compran ni venden nada.
Decía Marx en 1847[1]:
“¿Qué es el salario? […] al parecer,
el capitalista les compra a los
obreros su trabajo con dinero. Ellos le venden
por dinero su trabajo. Pero esto no es más que la apariencia. […] Con el mismo
dinero […] el capitalista podía haber comprado dos libras de azúcar o una
determinada cantidad de otra mercancía. […] Al entregarle dos marcos, el
capitalista le entrega, a cambio de su jornada de trabajo, la cantidad
correspondiente de carne, de ropa de leña, de luz, etc. […] el capitalista no
paga este salario del dinero que ha de obtener […] sino de un fondo de dinero
que tiene de reserva. […] [El obrero] no pertenece a tal o cual capitalista,
sino a la clase capitalista en conjunto
[…].”
Resumiendo el salario aparece
como un contrato de compraventa del trabajo, pero se trata de una apariencia:
el precio del trabajo no es otra cosa que las mercancías para el consumo de
subsistencia, que ya están en manos de la clase capitalista industrial. Por lo
tanto el obrero pertenece desde el vamos
a la clase capitalista. De allí que el capitalista pueda decir sin ruborizarse
que, cuando lo emplea le da de comer.
Y, ya en El Capital: “[…] desde el punto de vista
social, la clase obrera, aun fuera del proceso directo de trabajo, es atributo del capital, ni más ni menos
que los instrumentos inanimados. Hasta su consumo individual es, dentro de
ciertos límites, un mero factor en el proceso de reproducción del capital. […]
El cambio constante de patrono y la fictio
juris del contrato de trabajo mantienen en pie la apariencia de la libre
personalidad”[2].
Si la clase
capitalista es dueña de los obreros y, por lo tanto, no hay venta de la fuerza
de trabajo sino manutención, entonces, tampoco hay compra sino apariencia de
compra. El consumidor cree que compra,
lo están embuchando como a un pavo de Navidad. Con un voucher.
Una especie de
criadero de aves, que también termina en el desplume.
“[…] el obrero
lejos de poder comprarlo todo, está obligado a venderse a sí mismo y a vender
su condición de hombre”[3].
“La escala mínima
–la única necesaria- para establecer el salario es la subsistencia del obrero
durante el trabajo, más el necesario excedente para poder alimentar una familia
y para que la raza de los obreros no se extinga”[4].
“[Adam Smith] Nos
dice que […] en realidad, lo que vuelve al obrero es la parte más pequeña y
estrictamente indispensable del producto; justo lo necesario, no para que exista
como hombre, sino para que exista como obrero; no para que perpetúe la
humanidad, sino para que perpetúe la clase esclava de los obreros”[5].
“El cebo del
ganado de labor no deja de ser un factor necesario del proceso de producción
porque el ganado disfrute lo que coma. La conservación y reproducción
constantes de la clase obrera son condición permanente del proceso de
reproducción del capital”[6].
El capitalista
industrial productor de alimentos no vende alimentos sino que compra obreros.
No sólo como mano de obra sino como consumidor. No le vende los alimentos sino
que compra su capacidad de comerlos. Paga con los mismos alimentos en forma de mercancías. El obrero no compra
medios de subsistencia, le pagan con ellos, en forma dinero.
Marx citaba a
Adam Smith: “Como los hombres, al igual que las demás especies animales,
naturalmente se multiplican en proporción a sus medios de subsistencia, siempre
hay mayor o menor demanda de alimentos. Siempre el sustento podrá comprar […]
una cantidad más o menos grande de trabajo, y siempre ha de hallarse alguien
dispuesto a hacer algo para ganárselo”[7].
El obrero no
compra ni vende, es vendido y comprado. Enajenado,
por otros hombres.
Mantenido
mientras es útil, para el capitalista vale por su valor de uso: mercancía viva
que transforma, genera nuevas formas a la materia. Si el obrero ni compra ni
vende, nunca puede ser propietario sino en apariencia.
Esa apariencia no es una ilusión religiosa sino una ilusión jurídica.
“El esclavo
romano se hallaba sujeto con cadenas a su señor: el obrero asalariado se halla
sometido a su propietario por medio de hilos invisibles. El cambio constante de
patrono y la fictio juris del
contrato de trabajo mantienen en pie la apariencia de su libre personalidad[8]. El dinero, la forma dinero, es el cebo, la carnada que
tragó en el contrato de salario y que ahora, por el contrato de compra (la
factura del supermercado), devuelve a su dueño. La contraseña, el vale, que se
llama ticket.
Estas espiguitas
quizá nos hagan dudar de algunas naturalidades que a veces escandalizan. El
éxito de los shoppings en La Matanza, San Justo o González Catán donde, a pesar
de haber disminuido el índice de propietarios de viviendas y aumentado el
índice de hacinamiento, se venden bien las zapatillas de marca a mil pesos.
Consumismo de pobreza, el ciudadano cliente.
Como en Roma va todas las mañana a saludar a su patrono y recibe la sportula en dinero. Después el LCD,
colgado, enganchado al palo, espigando la luz. La libre personalidad del que
compra y el que vende, acompañada por otra ficción: la tarjeta Naranja. "Somos Tarjeta Naranja,
la principal emisora de tarjetas de crédito de Argentina. Una empresa que
brinda servicios orientados al consumo con calidad y calidez, a través de colaboradores
alegres, capaces y motivados", dice su presentación. Producir consumidores, clientes y
deudores. Que es necesario mantener y conservar. Fidelizar, fiel al patrono,
como el cliente de la antigua Roma. La clientela, que era (es) signo de poder.
Compuesta primero de hombres libres y luego de proletarios, para quienes además
del pan estaba el circo. Hoy, la industria del entretenimiento[9].
¿El capitalista
me puede explotar porque es propietario privado o es propietario privado porque
me compra?
¿Qué diríamos si
nos dijesen que un obrero es un esclavo que se vende a sí mismo? Que nos
dijesen que no es la propiedad privada la causa de la venta del trabajo sino
que vender el trabajo genera la propiedad privada.
Podemos seguir
espigando.
Para ser libre en
la sociedad moderna, decía Hegel, otro susceptible de espigar, hay que ser
propietario. Sólo el esclavo no es propietario. Si yo vendo mis capacidades y
habilidades es porque soy propietario de ellas y con ellas hago lo que quiero.
Pero para seguir siéndolo no las puedo vender íntegramente, mi personalidad es
invendible, inalienable. Si vendiera mi personalidad, toda mi libertad, sería
un esclavo. Por eso cuando vendo mis capacidades lo hago por períodos de tiempo
y entonces sigo siendo libre.
La idea de Marx
parece ser algo distinta.
Mientras yo
aparezco vendiéndome en cuotas, en realidad me están vendiendo a mí.
"[...] el obrero libre se vende
él mismo y, se vende en partes”[10]. Pero, “La producción
produce al hombre no sólo como mercancía,
como mercancía humana, el hombre
definido como mercancía […]”[11]. Una mercancía que, como
cualquier instrumento de trabajo que se compra, hay que conservar mientras sea
útil. Y eso significa un gasto.
“Las necesidades
del obrero sólo son para ella […] la necesidad de mantenerlo durante el
trabajo, pero de mantenerlo sólo de una manera que impida que la raza de los obreros de extinga. El
salario posee, pues, en un todo la significación que la conservación o mantenimiento
en servicio de cualquier otro instrumento productivo […] De modo que el
salario forma parte de los gastos
necesarios del capital y del capitalista […]”[12].
El trabajador
moderno es un siervo. Los esclavos eran alimentados para trabajar y eran
comprados y vendidos en el mercado al mejor postor. Un instrumento de trabajo
que habla.
Porque habla, en
condiciones históricas determinadas, es que puede contratar como si fuera un
comerciante, dueño de sus fuerzas. Porque entrego mis fuerzas como si fuera una venta (salario) es que
me declaran propietario. Es cuando me dan el alimento, o la zapatilla o el
plasma, en forma de dinero que me convierten en propietario.
Marx decía una
cosa aparentemente extraña: “[…] el salario
y la propiedad privada son idénticos
[…]”[13].
En la
contabilidad del capitalista el fondo destinado a salarios es el resultado de
la venta de los productos que produjeron los trabajadores que se destinará a
ese fin: alimentar a aquéllos. “[…]
desde el punto de vista capitalista los medios de consumo de la fuerza de trabajo [son] la forma natural
de su capital variable”[14]. Pero el capital es también
la forma dinero de la propiedad privada del capitalista. De modo que la forma
salario y la forma propiedad privada son la misma cosa porque es la forma dinero
del trabajo. Y la forma dinero de la manutención del esclavo trabajador es la
que le da carácter de venta, de salario.
Lo que da
carácter de propietario a ese esclavo es que el alimento lo recibe en moneda,
lo que lo hace aparecer como propietario: “porque el salario –en el que el
producto, el objeto de trabajo, remunera el trabajo mismo- no es más que una
consecuencia necesaria de la venta del trabajo"[15].
¿Nos sorprendería
que Marx hubiese dicho que un capitalista industrial es un obrero y que, como él,
está sometido al capital? ¿qué explotar es un trabajo?
Pues parece que
lo dijo: “El capitalista industrial […] no aparece […] sino como
funcionario […] como simple exponente del proceso de trabajo en general, como
obrero y, concretamente, como el obrero
asalariado”[16].
“Frente al
capitalista dueño del dinero, el capitalista industrial es un obrero […]”[17].
El “proceso de
explotación aparece aquí como un simple proceso de trabajo, con la diferencia
de que el capitalista en activo realiza un trabajo distinto al de los obreros.
Por donde se identifican como dos modalidades de trabajo el trabajo de
explotación y el trabajo explotado. El
trabajo de explotación es trabajo exactamente lo mismo que el trabajo al que se
explota”[18].
[Subr. EL]
“El salario que reclama y percibe [el capitalista
industrial] por este trabajo equivale a la cantidad de trabajo ajeno que
expropia, […] siempre y cuando que se
someta al necesario esfuerzo de la explotación […]”[19].
[Subr. EL]
“La explotación del trabajo productivo cuesta un esfuerzo,
lo mismo si corre directamente a cargo del capitalista que si se efectúa por
otro en su nombre. Por oposición al interés, la ganancia del empresario aparece
pues, ante él como algo independiente de la propiedad del capital, y más bien
como resultado de sus funciones de no propietario, de obrero”[20].
“El capital a interés es el capital como propiedad frente al capital como función”[21].
¿Sirve lo anterior para pensar la relación de los
capitalistas industriales frente al capital financiero, hoy hegemónico?
¿Es útil para pensar las distintas formas de propiedad
privada de acuerdo a la función que cumplen, no como un derecho definido y
natural del hombre?
¿Sirve para pensar la propiedad privada como una ilusión
producto de relaciones históricas muy específicas?
En los
idílicos cuadros de Dupré y de Millet la
explotación de la tierra daba de comer a unos con su trabajo y a los excluidos
del mismo con la sobras. Viudas, huérfanos y pobres sin hoces, ni horquillas,
ni martillos Si estos sobrevivían o no espigando poco importaba. Lo importante
era que sobrevivieran los cosecheros necesarios hasta que terminara la cosecha.
Nosotros conocemos el trabajo golondrina y el que cobraba con latas. No es
nuevo pero es demostrativo. También para el trabajador industrial. Pero también
para el nuevo trabajador del conocimiento, tan esclavo del capital como
cualquiera. Si no lo es más. Eso sí, si no se asumen como propietarios, lo
suelen hacer como emprendedores.
Please Marx, replay. Que pueden haber quedado otras espigas olvidadas.
Edgardo
Logiudice
Noviembre
2012
[1] MARX, Carlos. Trabajo asalariado y capital. En MARX,
Carlos; ENGELS, Federico; Obras Escogidas,
Buenos Aires, 1957, Cartago. Págs. 48, 49, 50.
[2] MARX, Carlos. El Capital. Crítica de la Economía Política.
Buenos Aires, 1956, Editorial Cartago, Tomo I, Págs. 462, 463.
[3] MARX, Carlos. Manuscritos de 1844. Economía política y
filosofía. Buenos Aires, 1968, Editorial Arandú, pág. 43.
[4] MARX, Carlos. Manuscritos de 1844. Economía política y
filosofía. Op. Cit. Pág. 50.
[5] Íd. Ant. Pág. 55.
[6] MARX, Carlos. El Capital. Crítica de la Economía Política.
Buenos Aires, 1956, Editorial Cartago, Tomo I, Págs. 462.
[7] MARX, Carlos. Manuscritos de 1844. Economía política y
filosofía. Op. Cit. Pág. 94.
[8] MARX, Carlos. El Capital. Crítica de la Economía Política.
Buenos Aires, 1956. Op.cit. Pág. 462.
[9] En Argentina representó en
2008 el 1,7% del PBI. CRETAZZ, José. El
entretenimiento, una industria en expansión. Diario La Nación, 22/3/2009.
[10] MARX, Carlos. Trabajo asalariado y capital. En MARX,
Carlos; ENGELS, Federico; Obras Escogidas,
Buenos Aires, 1957, Cartago, pág. 49.
[11] MARX, Carlos. Manuscritos de 1844. Economía política y
filosofía. Segundo Manuscrito. Op.cit. pág. 129.
[12] Íd. ant., Pág. 128.
[13] MARX, Carlos. Manuscritos de 1844. Economía política y
filosofía. Buenos Aires, 1968, Editorial Arandú, pág. 122.
[14] MARX, Carlos. El Capital. Crítica de la Economía Política.
Buenos Aires, Carrtago,1956. T. II, Pág. 395.
[15] Íd. Ant.
[16] MARX, Carlos. El Capital. Crítica de la Economía Política.
Buenos Aires, 1956, Editorial Cartago, Tomo III, pág. 346.
[17] Id.Ant. Pág.350.
[18] Ibid. Pág. 347.
[19] Ibid. Pág. 351.
[20] Íd. Ant. Pág. 345.
[21] MARX, Carlos. El Capital. Crítica de la Economía Política.
Tomo III. Op. Cit. Pág. 344.
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