Fue el general Perón, en 1973, quién que legalizó la
costumbre de que los presidentes de la nación apadrinaran en el bautismo al
séptimo hijo varón.
La leyenda dice que este hijo se transforma en lobizón los
viernes de luna llena. Para evitar ese destino desagradable parece que se
acostumbraba a bautizar al niño con el padrinazgo de su hermano mayor. Y, según
dicen, desde 1907 éste fue suplido por el del presidente.
Licántropo se dice del hombre-lobo, hombre que se transforma
en lobo y lobo que se humaniza.
Algunos dicen que la leyenda no es oriunda de estos pagos
sino de alguna región alemana.
De hecho el primer bautismo que le tocó a Figueroa Alcorta
fue el de una familia ruso-alemana de Coronel Pringles, Provincia de Buenos
Aires.
Al hombre-lobo era asimilado un bandido por la Lex Ripuaria
de los francos renanos del siglo VII. Hombre-lobo es el malhechor que se halla
expulsado de la comunidad. Y al que está expulsado cualquiera puede dar muerte
sin que por ello cometa homicidio. Así lo afirma el filósofo italiano Giorgio
Agamben. Ese expulsado, hombre-lobo, en la Edad Media se llamará banido. Del que deriva en castellano la
palabra bandido.
El bandido es un hombre-lobo que puede ser matado
impunemente. Puede ser linchado.
Los ahijados del presidente no saben a lo que están
expuestos.
Quienes promueven los linchamientos no consideran al
delincuente un hombre.
Peor aun que un hombre-lobo, porque éste debía antes de
quedar en banda, bandido, ser juzgado con la pena de expulsión.
El bandido que queda a merced de cualquiera que lo pueda
linchar impunemente queda pues a-bandonado. Ni siquiera es expulsado de la
comunidad, su vida queda sujeta a la voluntad de matarlo de cualquiera. Queda
exceptuado del respeto a la vida. Respecto a él quedan suspendidas todas las
normas. Salvo de una que no está dicha ni escrita, la norma de que para él no rigen
las normas que rigen para los demás.
Políticos, periodistas y opinólogos sacan a relucir un estado
de anomia como justificación de los intentos de linchamiento. No es que no haya
normas, la norma que justifica, peor aún, que legitima y no se expresa es la
normalidad de la excepción. La misma que rige en Guantánamo o en Afganistán.
Para el que se considera enemigo no hay ley, para él se suspende. Es el estado
de excepción.
La anomia no es un vacío, es una zona en la que puede actuar
la violencia sin ropaje jurídico. Donde de la fuerza de la ley, sólo queda la
fuerza. La violencia desnuda.
El linchamiento, caso de justicia por mano propia, pretende
justificarse por la ineficiencia o abandono de las funciones del Estado, de la
función de juzgar y punir la transgresión de las leyes. Es decir de la falta de
normas, un estado de anomia que deja indefensos a los ciudadanos. La
inseguridad entendida como quedar sujetos impunemente a la violencia en la
persona y los bienes. Como fondo explicativo está presente la droga y el
narcotráfico.
En suma, un despojo, desposesión sin ley que justifica el
abandono de la ley, una excepción al juicio previo y la defensa.
Este es más o menos el discurso hegemónico tanto de los
medios como de opinólogos y políticos.
No obstante, pocos se atreven a legitimar tal procedimiento.
Por el contrario, con el argumento de que la violencia sólo genera violencia,
lo que se exige es mayor intervención del Estado. Mayores penas, mejor aparato
policial y judicial, mayor y mejor régimen carcelario. Reformar el Código
Penal.
Lo que no es manifiesto, o no se dice, es que los propios
Estados ya no son estados de derecho, que los estados de excepción son la
regla. Que la contrapartida del padrinazgo presidencial de los lobizones, que
por una ley de la inefable Estela Martinez de Perón les garantiza una beca para
los estudios primarios, secundarios y terciarios a los ahijados, es que todos
somos bandidos. Merced a la des-regulación; la regla de que no hay que reglar.
La norma de que no hay que normar es la norma que cumplen
fielmente los Estados.
El llamado neo-liberalismo ha impuesto una ley, la Lex
mercatoria. Esto es, las leyes que los mercaderes establecen entre ellos para
sí mismos. En vez de mercaderes medievales son hoy financistas posmodernos. CEOs
que establecen estrategias sobre expectativas de ganancias dictando bandos cuyo
único límite es el auto-disciplinamiento, siempre que no obstaculice esas
expectativas. Miles de millones de vidas quedan sujetas al homicidio impune,
por contaminación, por hambre, por degradación moral. La Lex mercatoria es el
estado de excepción.
Las Naciones Unidas se han impuesto no reglamentar la
actividad de las empresas transnacionales. Los acuerdos de Basilea se han
impuesto no reglamentar la actividad bancaria y financiera. El medio ambiente,
los derechos humanos y sociales, el derecho laboral, la alimentación, la salud
y la educación quedan fuera de toda norma que reglamente la actividad de las
empresas y grupos financieros que atentan contra los derechos. Los organismos
internacionales los dejan librados a la responsabilidad social empresaria.
Así los migrantes forzosos que mueren buscando trabajo son
efectos colaterales, exceptuados de cualquier derecho que no sea una piadosa
bendición franciscana.
Los Estados han renunciado a sus propias soberanías para
someterse a tribunales formados por instituciones financieras, comerciales y
empresariales. Así todos quedamos abandonados a sus bandos.
Cualquier arrebatador puede quedar abandonado y sujeto al
linchamiento, sobre todo si es adicto al paco. Pero el dinero del narcotráfico
es lavado en los bancos y entidades financieras cuyas actividades está
prohibido conocer. Y los narcos son los que matan impunemente, los narcos son
una fuerza de la ley de los financistas. Los aparatos del Estado cuando no son
sus socios se dedican a hacer llenar formularios de la DEA, en los que le
preguntan a un pobre diablo que compra un terrenito o una batata para salir el
domingo con los pibes, si el dinero conque compra es de fuente legal.
Para la tribuna quedan las paradas compadritas de los Berni
y los Granados, las camaritas de los Masa y los Macri. Gestores cómplices de la
lavadora Prosegur.
Así es como todos resultamos bandidos. La sociedad plena de
lobizones, a veces lobos y a veces hombres.
Algunos sostienen la vuelta al Estado y otros, menos,
olvidarse de él.
A este estado de cosas hemos llegado tanto con dictaduras
como con democracias representativas. No estoy diciendo que son lo mismo, sino
que poco se puede esperar de los grupos cuya función es hoy, en la mayor parte
de los casos, la de mayordomos a comisión y recaudadores de impuestos para
pagar deudas ajenas y que seguimos llamando Estados. En la cúspide, bandas
legalmente armadas. No se trata ya del comité ejecutivo de la burguesía.
Pero mucho menos se puede hacer sin normas. No vale la
salida tipo Far West de algún estado mexicano. Una especie de linchamiento en
banda.
Autonomía respecto al Estado no quiere decir ausencia de
normas. Cuando las cosas se plantean en abstracto no mejoran si agregamos
auto-organización ni auto-determinación. Tampoco horizontalidad. Porque
precisamente si los fondos financieros empresariales se parecen a las mafias es
porque son autónomas del Estado, acuerdan sus relaciones horizontales entre sus
pares, se auto-organizan y auto-determinan.
La cuestión es que parece que la hegemonía, que se forma de
cultura, ideología y hábitos, nos está transformando a todos en lo que suponía
Hobbes, homine lupus homine est.
Patrimonio de la humanidad no son sólo los monumentos y las
viejas ciudades, lo son también, aunque no se los declare por la UNESCO, los
logros de las resistencias y luchas emancipatorias de los oprimidos. Principios
de convivencia como humanos: Nadie es culpable hasta que se demuestre lo
contrario, nadie puede ser penado sin juicio previo…A pesar de los Oyarbide.
Porque la barbarie que tememos es también su olvido. La
manada de lobos sin bautismo.
Que estas cosas no nos sean indiferentes.
Edgardo Logiudice
Abril 2014
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