martes, 22 de abril de 2014

El linchamiento del lobizón. Historia de bandidos.

Fue el general Perón, en 1973, quién que legalizó la costumbre de que los presidentes de la nación apadrinaran en el bautismo al séptimo hijo varón.
La leyenda dice que este hijo se transforma en lobizón los viernes de luna llena. Para evitar ese destino desagradable parece que se acostumbraba a bautizar al niño con el padrinazgo de su hermano mayor. Y, según dicen, desde 1907 éste fue suplido por el del presidente.
Licántropo se dice del hombre-lobo, hombre que se transforma en lobo y lobo que se humaniza.
Algunos dicen que la leyenda no es oriunda de estos pagos sino de alguna región alemana.
De hecho el primer bautismo que le tocó a Figueroa Alcorta fue el de una familia ruso-alemana de Coronel Pringles, Provincia de Buenos Aires.

Al hombre-lobo era asimilado un bandido por la Lex Ripuaria de los francos renanos del siglo VII. Hombre-lobo es el malhechor que se halla expulsado de la comunidad. Y al que está expulsado cualquiera puede dar muerte sin que por ello cometa homicidio. Así lo afirma el filósofo italiano Giorgio Agamben. Ese expulsado, hombre-lobo, en la Edad Media se llamará banido. Del que deriva en castellano la palabra bandido.
El bandido es un hombre-lobo que puede ser matado impunemente. Puede ser linchado.
Los ahijados del presidente no saben a lo que están expuestos.

Quienes promueven los linchamientos no consideran al delincuente un hombre.
Peor aun que un hombre-lobo, porque éste debía antes de quedar en banda, bandido, ser juzgado con la pena de expulsión.
El bandido que queda a merced de cualquiera que lo pueda linchar impunemente queda pues a-bandonado. Ni siquiera es expulsado de la comunidad, su vida queda sujeta a la voluntad de matarlo de cualquiera. Queda exceptuado del respeto a la vida. Respecto a él quedan suspendidas todas las normas. Salvo de una que no está dicha ni escrita, la norma de que para él no rigen las normas que rigen para los demás.
Políticos, periodistas y opinólogos sacan a relucir un estado de anomia como justificación de los intentos de linchamiento. No es que no haya normas, la norma que justifica, peor aún, que legitima y no se expresa es la normalidad de la excepción. La misma que rige en Guantánamo o en Afganistán. Para el que se considera enemigo no hay ley, para él se suspende. Es el estado de excepción.
La anomia no es un vacío, es una zona en la que puede actuar la violencia sin ropaje jurídico. Donde de la fuerza de la ley, sólo queda la fuerza. La violencia desnuda.

El linchamiento, caso de justicia por mano propia, pretende justificarse por la ineficiencia o abandono de las funciones del Estado, de la función de juzgar y punir la transgresión de las leyes. Es decir de la falta de normas, un estado de anomia que deja indefensos a los ciudadanos. La inseguridad entendida como quedar sujetos impunemente a la violencia en la persona y los bienes. Como fondo explicativo está presente la droga y el narcotráfico.
En suma, un despojo, desposesión sin ley que justifica el abandono de la ley, una excepción al juicio previo y la defensa.
Este es más o menos el discurso hegemónico tanto de los medios como de opinólogos  y políticos.
No obstante, pocos se atreven a legitimar tal procedimiento. Por el contrario, con el argumento de que la violencia sólo genera violencia, lo que se exige es mayor intervención del Estado. Mayores penas, mejor aparato policial y judicial, mayor y mejor régimen carcelario. Reformar el Código Penal.

Lo que no es manifiesto, o no se dice, es que los propios Estados ya no son estados de derecho, que los estados de excepción son la regla. Que la contrapartida del padrinazgo presidencial de los lobizones, que por una ley de la inefable Estela Martinez de Perón les garantiza una beca para los estudios primarios, secundarios y terciarios a los ahijados, es que todos somos bandidos. Merced a la des-regulación; la regla de que no hay que reglar.
La norma de que no hay que normar es la norma que cumplen fielmente los Estados.
El llamado neo-liberalismo ha impuesto una ley, la Lex mercatoria. Esto es, las leyes que los mercaderes establecen entre ellos para sí mismos. En vez de mercaderes medievales son hoy financistas posmodernos. CEOs que establecen estrategias sobre expectativas de ganancias dictando bandos cuyo único límite es el auto-disciplinamiento, siempre que no obstaculice esas expectativas. Miles de millones de vidas quedan sujetas al homicidio impune, por contaminación, por hambre, por degradación moral. La Lex mercatoria es el estado de excepción.

Las Naciones Unidas se han impuesto no reglamentar la actividad de las empresas transnacionales. Los acuerdos de Basilea se han impuesto no reglamentar la actividad bancaria y financiera. El medio ambiente, los derechos humanos y sociales, el derecho laboral, la alimentación, la salud y la educación quedan fuera de toda norma que reglamente la actividad de las empresas y grupos financieros que atentan contra los derechos. Los organismos internacionales los dejan librados a la responsabilidad social empresaria.
Así los migrantes forzosos que mueren buscando trabajo son efectos colaterales, exceptuados de cualquier derecho que no sea una piadosa bendición franciscana.
Los Estados han renunciado a sus propias soberanías para someterse a tribunales formados por instituciones financieras, comerciales y empresariales. Así todos quedamos abandonados a sus bandos.

Cualquier arrebatador puede quedar abandonado y sujeto al linchamiento, sobre todo si es adicto al paco. Pero el dinero del narcotráfico es lavado en los bancos y entidades financieras cuyas actividades está prohibido conocer. Y los narcos son los que matan impunemente, los narcos son una fuerza de la ley de los financistas. Los aparatos del Estado cuando no son sus socios se dedican a hacer llenar formularios de la DEA, en los que le preguntan a un pobre diablo que compra un terrenito o una batata para salir el domingo con los pibes, si el dinero conque compra es de fuente legal.
Para la tribuna quedan las paradas compadritas de los Berni y los Granados, las camaritas de los Masa y los Macri. Gestores cómplices de la lavadora Prosegur.

Así es como todos resultamos bandidos. La sociedad plena de lobizones, a veces lobos y a veces hombres.
Algunos sostienen la vuelta al Estado y otros, menos, olvidarse de él.
A este estado de cosas hemos llegado tanto con dictaduras como con democracias representativas. No estoy diciendo que son lo mismo, sino que poco se puede esperar de los grupos cuya función es hoy, en la mayor parte de los casos, la de mayordomos a comisión y recaudadores de impuestos para pagar deudas ajenas y que seguimos llamando Estados. En la cúspide, bandas legalmente armadas. No se trata ya del comité ejecutivo de la burguesía.
Pero mucho menos se puede hacer sin normas. No vale la salida tipo Far West de algún estado mexicano. Una especie de linchamiento en banda.
Autonomía respecto al Estado no quiere decir ausencia de normas. Cuando las cosas se plantean en abstracto no mejoran si agregamos auto-organización ni auto-determinación. Tampoco horizontalidad. Porque precisamente si los fondos financieros empresariales se parecen a las mafias es porque son autónomas del Estado, acuerdan sus relaciones horizontales entre sus pares, se auto-organizan y auto-determinan.

La cuestión es que parece que la hegemonía, que se forma de cultura, ideología y hábitos, nos está transformando a todos en lo que suponía Hobbes, homine lupus homine est.
Patrimonio de la humanidad no son sólo los monumentos y las viejas ciudades, lo son también, aunque no se los declare por la UNESCO, los logros de las resistencias y luchas emancipatorias de los oprimidos. Principios de convivencia como humanos: Nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario, nadie puede ser penado sin juicio previo…A pesar de los Oyarbide.
Porque la barbarie que tememos es también su olvido. La manada de lobos sin bautismo.
Que estas cosas no nos sean indiferentes.


Edgardo Logiudice

Abril 2014 

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