Creo que en aquéllo que algunos ven como la crisis del
neo-liberalismo aparece apenas un cambio de discurso, otro transformismo de la
revolución en el status quo.
El discurso sobre la pobreza de Amartya Sen, apoyado en el
de John Rawls, de carácter ético normativo, que le valió el Premio Nobel, si no
agotado parece al menos algo debilitado. Sin duda Sen con sus categorías
contribuyó a precisar las estadísticas sobre la pobreza, es decir a
contabilizar los pobres reduciéndolos a números. Como también a ayudar a
perfeccionar las técnicas de los organismos internacionales que proyectan los
préstamos para la reducción de la pobreza. La que aun existe en cantidad
suficiente como para no dejar sin empleo a buen número de burócratas.
Quizá dos caras de la hegemonía del capital financiero
contribuyen a difumar la cuestión de la pobreza con mayor efectividad.
Uno puede ser la necesidad de generar los clientes reales o
potenciales a través del consumo forzado sobre el que se apoyan las
expectativas de ganancias en que se basa el edificio de la pirámide
especulativa de las finanzas capitalistas.
El otro, la necesidad de alimentar a aquella parte de la
población productiva de el mínimo de bienes, tangibles e intangibles, cuyo
trabajo presente o futuro genera la base material en la que se apoya y domina ,
como garantía, la arquitectura financiera.
Ambas caras contribuyen a generar las formas ideológicas de
la propiedad privada y la de la remuneración del trabajo como renta.
Dos ejemplos. Los consumidores se constituyen en
propietarios de lo que compran, aunque su propiedad no dure más que aquello que
consumen. La propiedad del consumidor es tan efímera como la propiedad del
humo.
Si la remuneración del trabajo es, por ejemplo, una de las
franquicias que están tan de moda, el trabajador franquiciado, aparece como
dueño de un capitalito. Por lo tanto su remuneración aparece como renta de un
capital.
Creo que en esto se apoya la tan mentada existencia de una
clase media. O, como dijo Kemal Dervis, ex ministro de
economía de Turquía, clase "casi media".
Lo cierto es que, como también dijo este hombre de
Estado "Centenares de millones de personas han podido escapar a la pobreza
e ingresar en la era del consumo moderno”.
Organismos como la FAO y la OMS, o la CEPAL,
atribuyen al crecimiento de PBI de las llamadas economías emergentes el
descenso estadístico de la pobreza. Pese a los todavía mil millones en extrema
pobreza y cuatrocientos ochenta millones de desnutridos. Es decir los que no
sirven siquiera como clientes potenciales. Éstos son los que siguen alimentando
los resultados de las curvas de medición suficientes para satisfacer el
espíritu de las almas caritativas y la competencia inter-religiosa en América
Latina y el Caribe.
Pero a este "descenso" de la pobreza le
salió un grano: la desigualdad.
Y, con ella, otro discurso. Más descarnado. Y otra
ilusión: un impuesto a las grandes empresas y patrimonios. Y un teórico: Thomas
Pikkety, francés del MIT y de L,École, que dice francamente: desigualdad hubo
siempre y va a haber más. La desigualdad no es mala, ayuda a querer mejorar, a
hacer mérito y el mérito fortalece la democracia.
La desigualdad se debe a que los ricos tienen mayor
posibilidad de ahorro que los pobres, por lo tanto pueden invertir los
excedentes que, al producir mayor renta asumiendo más riesgos por tener mejor
acceso a los fondos de cobertura, ensancha la brecha entre ambos.
Para que la brecha no sea tan inequitativa que
atente contra el mérito, es decir la esperanza de estar mejor, hay que
redistribuir. Que no se apague la ilusión para que nadie abandone la carrera.
Porque peligra la democracia. Las "desigualdades arbitrarias e
insostenibles socavan radicalmente los valores meritocráticos en que se basan
las sociedades democráticas". En suma peligra la actual forma de
gobernabilidad.
Este es El
Capital del siglo XXI que la prensa anglosajona con el New York Times a la
cabeza, junto a The Wall Street Journal, The New Yorker, The Guardian, The
Economist, The Financial Times, saluda la reciente edición inglesa.
De este best
sellers ha dicho Paul Krugman "será el libro más importante del año y
quizá de la década". Vale decir, esta es la nueva plataforma ideológica para la casi clase media.
Por supuesto tiene la reprobación de los
cavernícolas republicanos, esos de los que Paul Auster dice que no digieren aun
un presidente negro, que lo han tachado de marxista. Cosa que a Piketty no le
desagrada, su intención fue provocar esa reacción. Aparecer como una corrección
a Marx, pero no aparecer como neoliberal clásico. Para ello critica lo más
fácil, a esta altura, de criticar: el derrame.
No es necesario que Piketty aclare que él no tiene
nada que ver con Marx. Como tampoco que recuerde que viendo las góndolas vacías
en Rumania entendió que necesitamos la propiedad privada y las instituciones de
mercado. Basta leer unos párrafos.
"Para comenzar, a todo lo largo de este libro,
cuando hablamos de «capital», sin otra precisión, excluimos siempre lo que los
economistas llaman a menudo - y a nuestro entender demasiado impropiamente- el
«capital humano», es decir, la fuerza de trabajo, las cualificaciones, la
formación, las capacidades individuales. En el cuadro de este libro, el capital
es definido como el conjunto de los activos no humanos que pueden ser poseídos
y cambiados en el mercado. El capital comprende particularmente el conjunto del
capital inmobiliario (inmuebles, casas) utilizados como vivienda y del capital
financiero y profesional (edificios, equipamientos, máquinas, patentes, etc.)
utilizados por las empresas y las administraciones".
Esta definición parecería muy tonta, si no fuese
tramposa.
Excluir el trabajo del concepto de capital significa
que el capital no tiene nada que ver con el trabajo. Por lo tanto el capital no
tiene nada que ver con su apropiación y, por lo tanto, con la propiedad.
La equiparación como capital de la vivienda con una
fábrica, en el segundo párrafo de la "definición", equivale a
equiparar a cualquier propietario, por ejemplo un obrero con casita propia, con
un capitalista. Con lo cual nuestra casi clase media la única diferencia que
tiene con cualquier fondo de inversión es de cantidad. La desigualdad,
entonces, es una cuestión de grado. No se trata de pobreza sino de más o menos
ricos, el ideal de esa casi clase media.
Esto es coherente con la consideración del salario,
no como desposesión de la fuerza de trabajo en forma de venta, sino como renta,
tan renta como la ganancia del capitalista industrial o la renta del capital
financiero. Y así lo afirma.
Una periodista de El País lo entrevistó. En una de
sus respuestas él afirma: "La desigualdad siempre ha sido un tema de
debate pero durante mucho tiempo se abordó desde una perspectiva
ideológica". Esto hace suponer que no lo es la suya. Autodefinido como
pragmático afirma: "El objetivo principal de este libro no es llegar a una
conclusión política sino facilitar las herramientas para que cada uno adopte su
propia posición".
La periodista afirma que las tesis de Piketty han
suscitado entusiasmo entre algunos referentes de la izquierda. Es posible que
esos referentes entiendan que: "La distribución de la riqueza hoy es menos
desigual, contamos con una clase media que posee buena parte de la riqueza. La
pregunta es: ¿vamos a aumentar esa clase media y el proceso histórico de
redistribución de la riqueza o vamos a provocar un aumento de la desigualdad y
la reducción de la clase media? […] Si quieres conservar la apertura de los
mercados y la globalización creo que es mejor tener una fiscalidad progresiva
que imponer barreras comerciales o controles de capital".
El capital no se toca. Mucho menos el capital
financiero.
En la publicación digital del Comité por la
anulación de la deuda del Tercer Mundo (CADTM) se publicó un debate en el que
Piketty sostiene que la anulación de la deuda "no es ninguna solución
progresista", rechaza las anulaciones de deuda debido a que los
acreedores serían en su mayoría pequeños ahorradores, siendo injusto de que
recayera sobre ellos esa anulación, mientras que los muy ricos sólo habrían
invertido una pequeña parte de su patrimonio en títulos de la deuda pública. Similar respuesta le dio a las
observaciones críticas que le hiciera François Chesnais. La deuda no se toca.
En suma, con la presunta
defensa de un sector de la clase media, engloba a toda esa casi clase media y termina dejando intacto todo el edificio
financiero que gobierna el mundo.
Respecto a la presunta
fiscalidad progresiva, a lo que Chesnais, como miembro de la ATTAC, recuerda el
ya existente proyecto de la tasa Tobin, desde la CADTM, Thomas Coutrot , Patrick
Saurin , Eric Toussaint dicen: "¿Qué
gobierno, qué G20 decidirá gravar al capital con un impuesto progresivo sin que
unos potentes movimientos sociales hayan previamente impuesto el
desmantelamiento del mercado financiero mundial y la anulación de las deudas
públicas, que son los principales instrumentos del poder actual de la
oligarquía?". Cabe recordar también que los acuerdos de Basilea no
han podido ni querido simplemente regular los fondos que actúan a la sombra del
capital bancario.
Precisamente lo que no parece desear Piketty es ese
desmantelamiento. Para él como lo recuerda Chesnais, una mera auditoría de la
deuda provocaría "el pánico bancario y las quiebras en cascada".
Por el contrario, su aparente denuncia de la
inequidad de la desigualdad se funda en la tesis de que, en el largo período, "el
rendimiento de la riqueza de la riqueza, especialmente para las grandes
carteras de inversión, va a ser mucho mayor que el crecimiento del PBI"
con lo cual se genera una creciente desigualdad, porque como vimos los más ricos
pueden asumir más riesgos. Pero Piketty
dice: "No tengo ningún problema con la desigualdad siempre y cuando sea
conveniente para todos". Lo que en realidad le preocupa es la
gobernabilidad: la desigualdad extrema pone en peligro nuestras instituciones
democráticas que, como recuera el New York Times son una promesa de igualdad de oportunidades.
Creo que vale la pena transcribir una partecita
del reportaje que hiciera Babelia recientemente
al historiador y filólogo marxista, miembro de la Fondazione Istituto Gramsci,
Luciano Canfora.
"El andamiaje es igual y sigue en pié -el
Parlamento, las elecciones…- y aparentemente se sigue discutiendo sobre leyes
electorales, las coaliciones…Pero la realidad es que se ha desarrollado y
consolidado un fortísimo poder supranacional, no electivo, de carácter
tecnocrático y financiero […] Uno podría decir, por tanto, que la democracia ha
muerto, que sólo permanece el cadáver que camina -se hacen elecciones, leyes…-
porque quien decide realmente lo hace sin contar con un parlamento.
P. ¿Quién decide entonces?
Una oligarquía
fundada sobre los intereses de grandes grupos financieros que son el verdadero
poder. Comparada con ellos, la familia Agnelli, por poner un ejemplo, es una
familia de mendigos, no pobres, pero cuentan poco y nada. Los grandes grupos
financieros que tieenen un poder mundial e ilimitado pueden decidir el destino
de todos. El Parlamento Europeo que elegiremos en mayo es un seminario
universitario, no tiene ningún poder real, sólo aquél de crear una clase de
parásitos bien pagados, preciosísimos para el sistema, porque sirven para hacer
ver que existe un parlamento no es completamente antidemocrática. Por eso les
pagan tanto. Porque uno compra una persona si le da 10.000 euros al mes.
Mi opinión es que esta
repentina seducción por el capital es al menos sospechosa de constituir una
ideología hecha a medida.
Edgardo Logiudice
Abril de 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario