"Decime, Rengo, ¿tiene sentido esta
vida?
Trabajamos para comer y comemos para
trabajar".
Roberto Arlt , El juguete rabioso.
1. La desigualdad como riesgo.
Según
el Informe de Riesgos Globales 2014 publicado por el Foro Económico Mundial
(World Economic Forum o WEF), la brecha crónica entre los ingresos de los
ciudadanos más ricos y más pobres es vista como el riesgo más probable de
causar daños globales serios durante la próxima década.
El tema fue incluido en la agenda del encuentro de ricos, pues es un
asunto de máxima preocupación entre gobiernos y algunas elites
de poder. En el foro se presentó un informe de la ONG Oxfam que muestra cómo la
extrema concentración de la riqueza pone en peligro el crecimiento económico de
muchos países, pone en riesgo la reducción de la pobreza, afecta la estabilidad
social y conlleva una amenaza para la
seguridad mundial.
Se
trata de la ya famosa cuestión del "we
are the 99%" que hizo célebre el movimiento Occupy Wall Street, esto
es que la mitad de la riqueza está concentrada en el uno por ciento de la
población y sólo la otra mitad corresponde al noventa y nueve por ciento.
El
libro de Thomas Piketty que comenté en la columna de Opinión en Herramienta no es ajeno a esta alarma.
Como dije allí ha suscitado muchas opiniones que circulan por un arco que va
desde la extrema derecha que lo califica de marxista hasta el elogio que lo
descubre como el tratado de economía para las próximas generaciones de
economistas. Desde la izquierda las opiniones críticas han sido bastante benevolentes,
tal por ejemplo la de David Harvey publicada en Marxismo crítico, desde un punto de vista fundado en las
contradicciones del sistema señaladas por Marx en El Capital.
El
Premio Nobel de Economía 2002, Joseph Stiglitz, sostiene contra Piketty, que la desigualdad no es inherente al
capitalismo sino el resultado de las políticas económicas desreguladoras.
Stiglitz coordina una serie de columnas del The
New Tork Times que se denomina "La gran brecha" donde se
presentan artículos que "socavan la noción de que existen leyes
verdaderamente fundamentales del capitalismo".
2. La fábrica del
hombre endeudado.
Quisiera
señalar acá una mirada desde el punto de vista, también pretendidamente anclado
en Marx, de las deudas. Asunto éste de tanta actualidad.
La fábrica del hombre
endeudado es el título de un libro de Maurizio Lazzarato.
Al deber de endeudarse
hace referencia el antropólogo Marc Augé.
De la servidumbre de la deuda se ocupa David Harvey.
Lazzarato orienta su mirada a la deuda pública que asumen los países en
relaciones a los organismos internacionales de crédito globales o regionales
que colocan a los ciudadanos de un estado en situación de deudores. De este
modo hipotiza la idea de que la principal relación social se asienta en la
propiedad del dinero bajo la forma de acreedor/deudor, dando lugar a la figura
del homo debitor.
El deber de endeudarse que señala
Augé se genera en consumo forzado por la publicidad.
Harvey señala la tendencia del
capital a producir excedentes cuya inversión fuerza la demanda a través del
préstamo para el consumo. Los flujos de capital que nos proveen de medios de
subsistencia y condiciones de vida son denominados flujos vitales.
Como se ve, estos dos últimos
asientan sus posiciones sobre las deudas de los consumidores. Ambos señalan las
dificultades del capitalismo para mantener el consumo. Harvey recuerda la
tendencia del capitalismo a mantener su rentabilidad, lo que puede inducir a
los capitales particulares a su fuga de la producción y migrar hacia las
finanzas especulativas y Augé sugiere que, también a través de los arbitrios
financieros el capital se autonomiza del consumo, razón por la cual muchos no
pueden cumplir con el deber de endeudarse y pasan a formas parte de los
excluidos. De este modo la sociedad global se divide en tres clases una
oligarquía del dinero, los consumidores endeudados y los excluidos.
De modo que nos hallaríamos así
ante una sociedad caracterizada por una desigualdad inédita y creciente
bastante alarmante, al menos para las elites dominantes y una también creciente
producción de deudores y excluidos. Deuda, desigualdad y exclusión.
De momento dejaré de lado las así llamadas
deudas públicas, en la que los gobiernos median como agentes financieros y
recaudadores.
3. El productor deudor.
El productor deudor está
forzado a producir, si no lo hace queda excluido.
El productor nace
deudor.
El dinero destinado al pago de la
capacidad laboral que se aplicará a la producción es la forma de los medios de subsistencia y condiciones de vida de los
poseedores de esa capacidad. El contenido material
del salario constituye la condición de vida del obrero.
Medios de vida que al consumirse
se agotan en el mantenimiento y reproducción
de los poseedores de la energía intelectual y física en la medida en que son
necesarias para la reiniciación de los ciclos productivos. La masa laboral
variable conforme al crecimiento de la producción cuya demanda sea rentable.
En épocas de auge económico, a
iguales condiciones técnicas de productividad, la masa laboral deberá
acrecentarse incorporando la fuerza de trabajo de nuevos productores ya listos para
"vender" su capacidad. Es decir poseedores de la capacidad laboral
resultante del consumo de medios de vida que fueron anticipados como parte del salario de los viejos productores
destinados, precisamente, para su reproducción.
Los insumos de crianza y capacitación que no fueron consumidos por los
precedentes productores y que estaban contenidos en sus salarios o cualquier
otra forma directa o indirecta de retribución.
Por lo tanto la existencia de
esos nuevos productores depende de ese anticipo. Puede decirse que, para ellos,
funciona como un préstamo que deberán
saldar con trabajo, cuando sea necesario. Deben su propia existencia a esa
parte del dinero que representa sus condiciones de vida, su condición para
vivir reside en ese anticipo. Su vida es prestada en la forma de un anticipo,
un préstamo en dinero para el consumo, es por lo tanto, un deudor.
No poseedor, desposeído de sus condiciones de vida, está forzado a entregar su
capacidad laboral para saldar la deuda y, para ello, al tiempo que para
conservar su vida deberá seguir endeudándose para mantener viva la raza de los
productores. Sus probabilidades dependen, no de sus necesidades, sino de de la
magnitud rentable de la producción.
En esto consiste la desigualdad originaria. Forzado a
producir, lo hará si se expande la producción durante el lapso de su vida útil
mantenido como reserva de fuerza de trabajo mediante distintos medios. De lo
contrario restará excluido de la producción, del consumo, de la probabilidad de
reproducir su estirpe y hasta de su propia vida.
Pero mientras viva seguirá siendo
deudor. El sistema capitalista es una fábrica de deudores, de desigualdad entre
los que poseen las condiciones de vida de otros y los que no poseen siquiera
las suyas. Ni siquiera poseen su fuerza de trabajo para venderla la deben
entregar forzosamente en pago.
La desposesión originaria de la llamada acumulación primitiva, los
cercamientos, el licenciamiento, etcétera, el punto de partida histórico ha
quedado subsumida en la reproducción incesante de la desigualdad sistémica.
No se trata entonces de
desfavorecidos, como cataloga de acuerdo al acceso a bienes y servicios cierta
jerga sociológica de cuño rawlsiano como la de Amartya Sen o Martha Nussbaum,
sino de desposeídos-deudores. Las magnitudes de los ingresos con los que se
miden los índices de pobreza y desigualdad tienen el valor de constataciones
empíricas, ahora alarmantes. De ellos sólo puede inducirse la necesidad de
políticas redistributivas que no pasan más allá de recomendaciones
bienintencionadas, con muy pobres resultados.
Los que así se contabilizan son
tomados en términos absolutos como aumento de la propiedad de bienes y acceso a
algunos servicios. De allí que alarme que, pese a cierto descenso de la pobreza
así medida, crezca exponencialmente la desigualdad. No se trata de una cuestión
de magnitudes sino de posición respecto a las condiciones de vida
históricamente determinadas. No es que dejemos de ser pobres porque no usamos
ya taparrabos.
Por lo demás este acceso a bienes
y servicios las más de las veces, al menos en América Latina, no proviene de
políticas redistributivas sino de las estrategias perversas de las empresas
trasnacionales de producir alimentos como base del negocio financiero,
acudiendo a la metodología extractiva, en las que precisamente el hambre y la
desnutrición son la celada para justificar los métodos depredadores.
Los alimentos constituyen,
precisamente, las condiciones básicas mínimas de vida. A pesar de su mayor
productividad sus precios no bajan, están sujetos a la especulación de las
bolsas a la suerte de los desastres climáticos. Quienes poseen el acopio de granos
y cereales rezan para que haya sequía en Ucrania, Australia o Canadá. Las
condiciones básicas de vida humana no están dispuestas para mermar las
hambrunas sino para que éstas hagan rentables las operaciones financieras. No
importa si el destino de los granos es el alimento humano o de los chanchos o
de los automóviles en forma de biocombustibles.
De esto se trata cuando la FAO
habla de "estado de inseguridad alimentaria".
4. El deudor producido.
El deudor producido está forzado
a consumir, si no lo hace queda excluido.
El consumidor nace
deudor.
Con el capitalismo
industrial, la renovación de los ciclos y la consiguiente acumulación, los
productos deben realizar su valor en el mercado. El crecimiento depende, sobre
todo, de la demanda, es decir del consumo. Henry Ford encuentra la fórmula:
altos salarios y venta en cuotas. Es necesario generar consumidores: publicidad
para fabricar nuevas necesidades y préstamo
para el consumo.
A la deuda básica
originaria se agregan, superponen y subordinan otras deudas originadas en otras
necesidades, genuinas o ficticias, pero que sin duda transforman las
condiciones de vida. Productos de confort a los que, en la época de Marx, los
productores sólo accedían en momentos de auge económico, como artículos de
lujo, pasan a ser de consumo generalizado.
En principio sólo cambia
el contenido material de las
condiciones de vida conforme a los nuevos resultados de la producción. Pero la
transformación sustancial estriba en que el préstamo para el consumo, creciente
con la aparición masiva en los años ochenta de la tarjeta de crédito, es otro anticipo que se agrega por fuera
del pago del salario o cualquiera de sus formas sustitutas. Anticipo que
también deberá saldarse con trabajo futuro del propio productor deudor.
Acá quiero demorar
algunos renglones en relación a las mediciones de la pobreza y desigualdad en
relación al acceso a bienes y los ingresos.
Los bienes que conforman
las condiciones de vida son eso mismo, condiciones de vida. Por lo tanto están
destinados a metabolizarse en la vida de los que los consumen, es decir son
bienes que se agotan con su uso. Mal pueden entonces entrar en un activo de
propiedades (como lo hace no sólo Piketty), la propiedad de algo que desaparece
con su uso es como la propiedad del humo. Recuerda la pretensión del papa Juan
XXII cuando, en el siglo XIV, sostenía que San Francisco era propietario del
pedazo de queso que comía.
Sobre todo cuando en la
propia producción del bien está programado su plazo de agotamiento, la
obsolescencia programada por las incesantes innovaciones.
Pero además su propiedad
es aparente puesto que lo que tiene es una deuda, un pasivo.
De esto saben muy bien
todos los propietarios desalojados con la crisis de las hipotecas subprime en España y Estados Unidos.
Lo mismo sucede con los
ingresos cuando éstos están comprometidos por deudas.
Creo que estas cuestiones
manifiestan el carácter insuficiente de los métodos empíricos para dar cuenta
de los problemas de la pobreza y la desigualdad.
Este nuevo anticipo señala
un mayor endeudamiento y devela, a pesar de la posesión precaria de mayores
bienes, servicios e ingresos, una mayor desigualdad. Una tasa creciente de la
desigualdad que tanto alarma. Este endeudamiento amplía la famosa brecha
empírica, pero sobre todo evidencia la consolidación de las posiciones entre
quienes poseen el poder de disposición de las condiciones de vida y los
desposeídos, paradójicamente, por el consumo. El consumo es un medio para
fabricar deudores.
Y excluidos.
En el funcionamiento del
capitalismo financiero la expectativa de consumo, los potenciales clientes, que
son potenciales deudores tienen tanto valor como los consumidores-deudores
efectivos. La expectativa de la ganancia resultante se contabiliza como un
activo inmaterial o intangible con un valor estimado. Como el valor de una
cosecha futura que se negocia en la bolsa de Chicago.
Ese valor contable que
forma parte del activo se convierte en un título que puede ser negociado,
convertido en dinero líquido disponible. Esto significa que las ganancias no
necesitan esperar a que el consumo efectivo y, por lo tanto es posible retardar
una nueva producción. Vale decir, que se pueden realizar ganancias reales sin
necesidad de aumentar la masa de productores. Es la célebre distancia entre las
llamadas economías reales y las ficticias. Y, como recuerda Harvey, los
inversores dirigen siempre su mirada a
la rentabilidad.
Pero de ello resulta que
muchos productores quedan excluidos y, de este modo, no tendrán a su alcance ni
las mínimas condiciones de vida, nos les llegan los flujos vitales. Son los
muertos de hambre que no tienen donde caerse muertos, literalmente. Son los que
no pueden cumplir su deber de deudores, como dice Augé.
Y los buenos deudores
serán consumidores forzosos y más intensivos mediante varios expedientes.
Las innovaciones aparecen
como el motor del capitalismo. Parece verdad que los productos son asiento de
mayor valor merced a las innovaciones, es decir al contenido creciente del
componente inteligente que soportan. Pero estas innovaciones no sólo se
valorizan por el agregado tecnológico intangible. Su valor queda determinado
también por las expectativas de ganancia o de plusvalía, de acuerdo a la jerga
contable de los bienes inmateriales. El simple anuncio de un proyecto de
innovación genera un aumento de precios de las acciones de una empresa
realizable inmediatamente en el mercado de valores, independientemente de la
materialización efectiva del nuevo producto. Por lo tanto las innovaciones no
se dirigen tanto a la mejora del producto cuanto a su papel de medio
financiero.
Pero el consumidor queda
atado a la innovación. La rápida obsolescencia de los productos que no admiten
reparaciones, de soportes que no admiten nuevos programas.
Esto significa una
destrucción acelerada del producto del trabajo humano y una explotación
incontrolada de las materias naturales a la vez de la creación de vaciaderos de
desechos contaminantes. Pero esta aceleración de la producción en nombre del
progreso es, desde el punto de vista de los capitales, el acortamiento de los
ciclos de rotación con la misma cantidad
de consumidores, atados a las innovaciones. Consumidor cautivo, es decir
deudor cautivo, forzoso.
Aumento de la
rentabilidad, mayores capitales disponibles que, sin necesidad de ser
reinvertidos en la producción, buscan salida en la especulación. Aumento de las
deudas en las que se asientan los movimientos especulativos, dadas las
expectativas de ganancias. Así crece la brecha, es decir la desigualdad. A
pesar del acceso a bienes y servicios que conforma a los atados al consumo como
lo que ha sido llamado clase cuasi
media.
Esto es lo que abruma a
ciertos economistas de la Cepal que observan que a pesar de haber descendido,
conforme a sus mediciones, los niveles de pobreza aumenta escandalosamente la
desigualdad.
Además, asegurada de este
modo la rentabilidad, se hacen innecesarios más consumidores y, por lo tanto,
de trabajadores. Con lo cual los niveles de desocupación se hacen crónicos, la
flexibilidad de los "ejércitos de reserva" cada vez más reducida lo
que es lo mismo que decir que la exclusión es crónica. Eufemísticamente
desocupación estructural, lo que no significa más que exclusión sistémica.
La producción del deudor
no parece ser sino la producción de la desigualdad y la exclusión por el
capitalismo bajo la hegemonía del sector financiero.
La solución fiscal.
Cuando ninguno de los
organismos internacionales tiene intención de ponerle el cascabel al gato, más
que utópica la propuesta de políticas fiscales globales para paliar la
desigualdad no parece sino otra maniobra de distracción, un embuste.
Ya existen las buenas
intenciones de la mal llamada Tasa Tobin, para algunos Tasa Robin Hood, pero
además, respecto a los fondos financieros que actúan a la sombra de los bancos,
la norma, como dice el jurista Teitelbaum, es no normar. La posición de las
Naciones Unidas y de los propios banco centrales es que los fondos y la
empresas trasnacionales se auto-regulen, como la divina providencia. Que
provean lo que les parezca oportuno y los demás, como el pobrecito de Asís,
agradezcan las migas y el pedacito de queso. Que para eso Franciscus pp. ha
rogado por los pobres al Foro de Davos.
La solución fiscal no
alcanza para encubrir la solución final
a que nos somete la creciente barbarie capitalista.
La desigualdad entre los
que disponen de las condiciones de vida y los desposeídos de ellas no puede
tener otra respuesta que la disposición común de los usos y los consumos. Creo.
Edgardo Logiudice
Julio 2014