sábado, 19 de julio de 2014

Las deudas y la alarma de la desigualdad. Fábrica de deudores y excluidos.

"Decime, Rengo, ¿tiene sentido esta vida?
Trabajamos para comer y comemos para trabajar".
 Roberto Arlt , El juguete rabioso.


1. La desigualdad como riesgo.

Según el Informe de Riesgos Globales 2014 publicado por el Foro Económico Mundial (World Economic Forum o WEF), la brecha crónica entre los ingresos de los ciudadanos más ricos y más pobres es vista como el riesgo más probable de causar daños globales serios durante la próxima década.
El tema fue incluido en la agenda del encuentro de ricos, pues es un asunto de  máxima preocupación entre gobiernos y algunas elites de poder. En el foro se presentó un informe de la ONG Oxfam que muestra cómo la extrema concentración de la riqueza pone en peligro el crecimiento económico de muchos países, pone en riesgo la reducción de la pobreza, afecta la estabilidad social y conlleva una amenaza para la seguridad mundial. 
Se trata de la ya famosa cuestión del "we are the 99%" que hizo célebre el movimiento Occupy Wall Street, esto es que la mitad de la riqueza está concentrada en el uno por ciento de la población y sólo la otra mitad corresponde al noventa y nueve por ciento.  
El libro de Thomas Piketty que comenté en la columna de Opinión en Herramienta no es ajeno a esta alarma. Como dije allí ha suscitado muchas opiniones que circulan por un arco que va desde la extrema derecha que lo califica de marxista hasta el elogio que lo descubre como el tratado de economía para las próximas generaciones de economistas. Desde la izquierda las opiniones críticas han sido bastante benevolentes, tal por ejemplo la de David Harvey publicada en Marxismo crítico, desde un punto de vista fundado en las contradicciones del sistema señaladas por Marx en El Capital.
El Premio Nobel de Economía 2002, Joseph Stiglitz, sostiene contra Piketty, que la desigualdad no es inherente al capitalismo sino el resultado de las políticas económicas desreguladoras. Stiglitz coordina una serie de columnas del The New Tork Times que se denomina "La gran brecha" donde se presentan artículos que "socavan la noción de que existen leyes verdaderamente fundamentales del capitalismo".   


2. La fábrica del hombre endeudado.

Quisiera señalar acá una mirada desde el punto de vista, también pretendidamente anclado en Marx, de las deudas. Asunto éste de tanta actualidad.  

La fábrica del hombre endeudado es el título de un libro de Maurizio Lazzarato.
Al deber de endeudarse hace referencia el antropólogo Marc Augé.
De la servidumbre de la deuda se ocupa David Harvey.        
Lazzarato orienta su mirada a la deuda pública que asumen los países en relaciones a los organismos internacionales de crédito globales o regionales que colocan a los ciudadanos de un estado en situación de deudores. De este modo hipotiza la idea de que la principal relación social se asienta en la propiedad del dinero bajo la forma de acreedor/deudor, dando lugar a la figura del homo debitor.
El deber de endeudarse que señala Augé se genera en consumo forzado por la publicidad.
Harvey señala la tendencia del capital a producir excedentes cuya inversión fuerza la demanda a través del préstamo para el consumo. Los flujos de capital que nos proveen de medios de subsistencia y condiciones de vida son denominados flujos vitales
Como se ve, estos dos últimos asientan sus posiciones sobre las deudas de los consumidores. Ambos señalan las dificultades del capitalismo para mantener el consumo. Harvey recuerda la tendencia del capitalismo a mantener su rentabilidad, lo que puede inducir a los capitales particulares a su fuga de la producción y migrar hacia las finanzas especulativas y Augé sugiere que, también a través de los arbitrios financieros el capital se autonomiza del consumo, razón por la cual muchos no pueden cumplir con el deber de endeudarse y pasan a formas parte de los excluidos. De este modo la sociedad global se divide en tres clases una oligarquía del dinero, los consumidores endeudados y los excluidos.

De modo que nos hallaríamos así ante una sociedad caracterizada por una desigualdad inédita y creciente bastante alarmante, al menos para las elites dominantes y una también creciente producción de deudores y excluidos. Deuda, desigualdad y exclusión.

De momento dejaré de lado las así llamadas deudas públicas, en la que los gobiernos median como agentes financieros y recaudadores.


3. El productor deudor.       

El productor deudor está forzado a producir, si no lo hace queda excluido.         
El productor nace deudor.
El dinero destinado al pago de la capacidad laboral que se aplicará a la producción es la forma de los medios de subsistencia y condiciones de vida de los poseedores de esa capacidad. El contenido material del salario constituye la condición de vida del obrero.
Medios de vida que al consumirse se agotan en el mantenimiento y reproducción de los poseedores de la energía intelectual y física en la medida en que son necesarias para la reiniciación de los ciclos productivos. La masa laboral variable conforme al crecimiento de la producción cuya demanda sea rentable.
En épocas de auge económico, a iguales condiciones técnicas de productividad, la masa laboral deberá acrecentarse incorporando la fuerza de trabajo de nuevos productores ya listos para "vender" su capacidad. Es decir poseedores de la capacidad laboral resultante del consumo de medios de vida que fueron anticipados como parte del salario de los viejos productores destinados, precisamente, para su reproducción. Los insumos de crianza y capacitación que no fueron consumidos por los precedentes productores y que estaban contenidos en sus salarios o cualquier otra forma directa o indirecta de retribución.
Por lo tanto la existencia de esos nuevos productores depende de ese anticipo. Puede decirse que, para ellos, funciona como un préstamo que deberán saldar con trabajo, cuando sea necesario. Deben su propia existencia a esa parte del dinero que representa sus condiciones de vida, su condición para vivir reside en ese anticipo. Su vida es prestada en la forma de un anticipo, un préstamo en dinero para el consumo, es por lo tanto, un deudor.
No poseedor, desposeído de sus condiciones de vida, está forzado a entregar su capacidad laboral para saldar la deuda y, para ello, al tiempo que para conservar su vida deberá seguir endeudándose para mantener viva la raza de los productores. Sus probabilidades dependen, no de sus necesidades, sino de de la magnitud rentable de la producción.

En esto consiste la desigualdad originaria. Forzado a producir, lo hará si se expande la producción durante el lapso de su vida útil mantenido como reserva de fuerza de trabajo mediante distintos medios. De lo contrario restará excluido de la producción, del consumo, de la probabilidad de reproducir su estirpe y hasta de su propia vida.
Pero mientras viva seguirá siendo deudor. El sistema capitalista es una fábrica de deudores, de desigualdad entre los que poseen las condiciones de vida de otros y los que no poseen siquiera las suyas. Ni siquiera poseen su fuerza de trabajo para venderla la deben entregar forzosamente en pago.      
La desposesión originaria de la llamada acumulación primitiva, los cercamientos, el licenciamiento, etcétera, el punto de partida histórico ha quedado subsumida en la reproducción incesante de la desigualdad sistémica.
No se trata entonces de desfavorecidos, como cataloga de acuerdo al acceso a bienes y servicios cierta jerga sociológica de cuño rawlsiano como la de Amartya Sen o Martha Nussbaum, sino de desposeídos-deudores. Las magnitudes de los ingresos con los que se miden los índices de pobreza y desigualdad tienen el valor de constataciones empíricas, ahora alarmantes. De ellos sólo puede inducirse la necesidad de políticas redistributivas que no pasan más allá de recomendaciones bienintencionadas, con muy pobres resultados.
Los que así se contabilizan son tomados en términos absolutos como aumento de la propiedad de bienes y acceso a algunos servicios. De allí que alarme que, pese a cierto descenso de la pobreza así medida, crezca exponencialmente la desigualdad. No se trata de una cuestión de magnitudes sino de posición respecto a las condiciones de vida históricamente determinadas. No es que dejemos de ser pobres porque no usamos ya taparrabos.
Por lo demás este acceso a bienes y servicios las más de las veces, al menos en América Latina, no proviene de políticas redistributivas sino de las estrategias perversas de las empresas trasnacionales de producir alimentos como base del negocio financiero, acudiendo a la metodología extractiva, en las que precisamente el hambre y la desnutrición son la celada para justificar los métodos depredadores.
Los alimentos constituyen, precisamente, las condiciones básicas mínimas de vida. A pesar de su mayor productividad sus precios no bajan, están sujetos a la especulación de las bolsas a la suerte de los desastres climáticos. Quienes poseen el acopio de granos y cereales rezan para que haya sequía en Ucrania, Australia o Canadá. Las condiciones básicas de vida humana no están dispuestas para mermar las hambrunas sino para que éstas hagan rentables las operaciones financieras. No importa si el destino de los granos es el alimento humano o de los chanchos o de los automóviles en forma de biocombustibles.
De esto se trata cuando la FAO habla de "estado de inseguridad alimentaria".  



4. El deudor producido.

El deudor producido está forzado a consumir, si no lo hace queda excluido.
El consumidor nace deudor. 
Con el capitalismo industrial, la renovación de los ciclos y la consiguiente acumulación, los productos deben realizar su valor en el mercado. El crecimiento depende, sobre todo, de la demanda, es decir del consumo. Henry Ford encuentra la fórmula: altos salarios y venta en cuotas. Es necesario generar consumidores: publicidad para fabricar nuevas necesidades y préstamo para el consumo.
A la deuda básica originaria se agregan, superponen y subordinan otras deudas originadas en otras necesidades, genuinas o ficticias, pero que sin duda transforman las condiciones de vida. Productos de confort a los que, en la época de Marx, los productores sólo accedían en momentos de auge económico, como artículos de lujo, pasan a ser de consumo generalizado. 
En principio sólo cambia el contenido material de las condiciones de vida conforme a los nuevos resultados de la producción. Pero la transformación sustancial estriba en que el préstamo para el consumo, creciente con la aparición masiva en los años ochenta de la tarjeta de crédito, es otro anticipo que se agrega por fuera del pago del salario o cualquiera de sus formas sustitutas. Anticipo que también deberá saldarse con trabajo futuro del propio productor deudor.

Acá quiero demorar algunos renglones en relación a las mediciones de la pobreza y desigualdad en relación al acceso a bienes y los ingresos.
Los bienes que conforman las condiciones de vida son eso mismo, condiciones de vida. Por lo tanto están destinados a metabolizarse en la vida de los que los consumen, es decir son bienes que se agotan con su uso. Mal pueden entonces entrar en un activo de propiedades (como lo hace no sólo Piketty), la propiedad de algo que desaparece con su uso es como la propiedad del humo. Recuerda la pretensión del papa Juan XXII cuando, en el siglo XIV, sostenía que San Francisco era propietario del pedazo de queso que comía.
Sobre todo cuando en la propia producción del bien está programado su plazo de agotamiento, la obsolescencia programada por las incesantes innovaciones.
Pero además su propiedad es aparente puesto que lo que tiene es una deuda, un pasivo.
De esto saben muy bien todos los propietarios desalojados con la crisis de las hipotecas subprime en España y Estados Unidos.
Lo mismo sucede con los ingresos cuando éstos están comprometidos por deudas.
Creo que estas cuestiones manifiestan el carácter insuficiente de los métodos empíricos para dar cuenta de los problemas de la pobreza y la desigualdad.

Este nuevo anticipo señala un mayor endeudamiento y devela, a pesar de la posesión precaria de mayores bienes, servicios e ingresos, una mayor desigualdad. Una tasa creciente de la desigualdad que tanto alarma. Este endeudamiento amplía la famosa brecha empírica, pero sobre todo evidencia la consolidación de las posiciones entre quienes poseen el poder de disposición de las condiciones de vida y los desposeídos, paradójicamente, por el consumo. El consumo es un medio para fabricar deudores.
Y excluidos.
En el funcionamiento del capitalismo financiero la expectativa de consumo, los potenciales clientes, que son potenciales deudores tienen tanto valor como los consumidores-deudores efectivos. La expectativa de la ganancia resultante se contabiliza como un activo inmaterial o intangible con un valor estimado. Como el valor de una cosecha futura que se negocia en la bolsa de Chicago.
Ese valor contable que forma parte del activo se convierte en un título que puede ser negociado, convertido en dinero líquido disponible. Esto significa que las ganancias no necesitan esperar a que el consumo efectivo y, por lo tanto es posible retardar una nueva producción. Vale decir, que se pueden realizar ganancias reales sin necesidad de aumentar la masa de productores. Es la célebre distancia entre las llamadas economías reales y las ficticias. Y, como recuerda Harvey, los inversores dirigen  siempre su mirada a la rentabilidad.
Pero de ello resulta que muchos productores quedan excluidos y, de este modo, no tendrán a su alcance ni las mínimas condiciones de vida, nos les llegan los flujos vitales. Son los muertos de hambre que no tienen donde caerse muertos, literalmente. Son los que no pueden cumplir su deber de deudores, como dice Augé.
Y los buenos deudores serán consumidores forzosos y más intensivos mediante varios expedientes.
Las innovaciones aparecen como el motor del capitalismo. Parece verdad que los productos son asiento de mayor valor merced a las innovaciones, es decir al contenido creciente del componente inteligente que soportan. Pero estas innovaciones no sólo se valorizan por el agregado tecnológico intangible. Su valor queda determinado también por las expectativas de ganancia o de plusvalía, de acuerdo a la jerga contable de los bienes inmateriales. El simple anuncio de un proyecto de innovación genera un aumento de precios de las acciones de una empresa realizable inmediatamente en el mercado de valores, independientemente de la materialización efectiva del nuevo producto. Por lo tanto las innovaciones no se dirigen tanto a la mejora del producto cuanto a su papel de medio financiero.
Pero el consumidor queda atado a la innovación. La rápida obsolescencia de los productos que no admiten reparaciones, de soportes que no admiten nuevos programas.
Esto significa una destrucción acelerada del producto del trabajo humano y una explotación incontrolada de las materias naturales a la vez de la creación de vaciaderos de desechos contaminantes. Pero esta aceleración de la producción en nombre del progreso es, desde el punto de vista de los capitales, el acortamiento de los ciclos de rotación con la misma cantidad de consumidores, atados a las innovaciones. Consumidor cautivo, es decir deudor cautivo, forzoso.
Aumento de la rentabilidad, mayores capitales disponibles que, sin necesidad de ser reinvertidos en la producción, buscan salida en la especulación. Aumento de las deudas en las que se asientan los movimientos especulativos, dadas las expectativas de ganancias. Así crece la brecha, es decir la desigualdad. A pesar del acceso a bienes y servicios que conforma a los atados al consumo como lo que ha sido llamado clase cuasi media.
Esto es lo que abruma a ciertos economistas de la Cepal que observan que a pesar de haber descendido, conforme a sus mediciones, los niveles de pobreza aumenta escandalosamente la desigualdad.   
Además, asegurada de este modo la rentabilidad, se hacen innecesarios más consumidores y, por lo tanto, de trabajadores. Con lo cual los niveles de desocupación se hacen crónicos, la flexibilidad de los "ejércitos de reserva" cada vez más reducida lo que es lo mismo que decir que la exclusión es crónica. Eufemísticamente desocupación estructural, lo que no significa más que exclusión sistémica.
La producción del deudor no parece ser sino la producción de la desigualdad y la exclusión por el capitalismo bajo la hegemonía del sector financiero.


La solución fiscal.

Cuando ninguno de los organismos internacionales tiene intención de ponerle el cascabel al gato, más que utópica la propuesta de políticas fiscales globales para paliar la desigualdad no parece sino otra maniobra de distracción, un embuste.
Ya existen las buenas intenciones de la mal llamada Tasa Tobin, para algunos Tasa Robin Hood, pero además, respecto a los fondos financieros que actúan a la sombra de los bancos, la norma, como dice el jurista Teitelbaum, es no normar. La posición de las Naciones Unidas y de los propios banco centrales es que los fondos y la empresas trasnacionales se auto-regulen, como la divina providencia. Que provean lo que les parezca oportuno y los demás, como el pobrecito de Asís, agradezcan las migas y el pedacito de queso. Que para eso Franciscus pp. ha rogado por los pobres al Foro de Davos.
La solución fiscal no alcanza para encubrir la solución final a que nos somete la creciente barbarie capitalista.    
La desigualdad entre los que disponen de las condiciones de vida y los desposeídos de ellas no puede tener otra respuesta que la disposición común de los usos y los consumos. Creo.


Edgardo Logiudice

Julio 2014 

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