D'Alema dì una cosa, dì
qualcosa,
Parece que estas son épocas de volver a los credos.
No sólo lo muestra el renacimiento de las religiones como
refugio de las incertidumbres, con su carga de fanatismos, sino que para
demostrar la fuerza de la dialéctica, el compañero Raúl Castro Ruz, retornará a
San Ignacio de Loyola. Corsi e ricorsi,
decía Vico.
Ya antes que La Negra nos regalara su voz en la poesía de Julio Numhauser, sonaba una copla anónima del norte argentino
Muda de pelo la fiera
muda de color el paño
muda el pastor su rebaño
para ver si Dios lo ayuda.
Y así como todo muda
Que usted mude no es extraño.
Todo cambia. También cambió el Credo en los Concilios de
Nicea y Constantinopla. Un credo largo de los doctores se superpuso al credo
corto de los Apóstoles.
Y parece que el credo es cada vez más cortito.
Cuanto más jibarizado más apto para comulgar en cualquier
parroquia política.
Un programa, una plataforma, no son credos. En todo caso son
largos y, como el de los Concilios, ya no los usan ni el Papa en la misa diaria
de Santa Marta.
Ya antes del Que se
vayan todos… no era novedad la crítica a la representación política.
Crisis de representatividad, crisis de representación,
desvelaron a políticos, politólogos y filósofos políticos. Y-como se dice-,
ríos de papel y tinta, en los cuales algunos nos bañamos cuando muchos
representados habían hecho la crítica, de hecho. Votando sin creer.
Para salvar la representación sin creencia por estos pagos
apareció un profeta, siguiendo a otros, y anunció la Encarnación. La
representación del pueblo está en el líder y eso es la verdadera democracia
representativa electoral. Facsímil fácil de una cruda realidad adornada con un
Misterio que, como el de la Santísima Trinidad, hacía Uno lo distinto: el
significante vacío.
El trabajo del Líder era construir un discurso cuya
ambigüedad dejara contento a muchos aunque diversos. Debía mentar al menos las
demandas insatisfechas. Una promesa no prometida, suficiente para creer. Un
credo corto.
Los veteranos del cine recordarán Aprile de Nanni Moretti:
Non mi far vedere che tortura, che tortura questa campagna
elettorale. Speriamo che finisca presto.
D'Alema reagisci, rispondi, dì qualcosa! Reagisci!... E
dai!... Dai, rispondi!
D'Alema dì qualcosa, reagisci...dai!...
Di qualcosa, D'Alema rispondi. D'Alema, dì una cosa di
sinistra, dì una cosa anche non di sinistra, di civiltà, D'Alema dì una cosa,
dì qualcosa, reagisci!...
D´Alema, el líder, debía decir algo. Cualquier cosa, pero
algo. De izquierda o no. Un Credo corto.
En la crítica a la representación se aludía a las máscaras.
Fácil asociación teatral.
Más aun si recordamos el vínculo de la máscara con el
término persona.
Persona sería per
sonare.
Parece que la cosa nace con los griegos, como suele suceder.
Parlantes y micrófonos no había. Ni alámbricos ni
inalámbricos. Dicen que, en el teatro griego, la máscara además de expresar
algún sentimiento como las icónicas de la tristeza y la alegría - según el
gramático latino Gabio Basso -, al tener una sola abertura en la boca la voz se
estrecha adquiriendo un sonido más fuerte y penetrante: per sonare, resonar.
La máscara es no sólo ser otro, sino decir algo. Hablar por
ese otro.
Como el actor griego simulaba hablar por otro, el
representante de la democracia representativa simula hablar por el Pueblo.
Esa crítica ya es inocua e innecesaria. Pocos creen ya en la
democracia de la representación, ni el público ni los actores. No hay máscara,
no queda mimesis ni sonido.
La promesa y el ex voto disociados, no comulgan si no hay
credo.
No hay Durán Barba ya que pueda ocultar, como en el cuento
de Andersen, que el rey está desnudo. Antes que políticos, politólogos y
filósofos lo descubrió la voz de la inocencia.
Y los niños juegan y saben que juegan. También a la
representación.
Para el personaje de Nanni Moretti, que no era otro que él
mismo cuando la izquierda envejecía antes que él, la campaña electoral era una
tortura, porque Nanni todavía creía, quería un credo. Aunque ya no fuera
siquiera de izquierda, apenas simple civilidad. Ni eso.
Nuestros pretendientes a representantes no ocultan su
desnudez. No usan máscaras, no son personas. No pretenden hablar por otros.
Como algunos malos actores actúan de sí mismos, sin más afeites que los que
opacan el brillo de las cámaras. Tinelli hace que verdaderos, aunque tristes
actores, actúen por ellos, hagan su mimesis.
Sin disfraces no son una murga, ni la campaña electoral un
carnaval. La murga y el carnaval son alegres y liberan. Fuera del negocio el
carnaval libera el erotismo.
El carnaval es una profanación, como lo quiere Agamben.
Cambia de sentido el uso de las cosas para hacerlo común. El Corso es la calle que pierde el sentido de las urgencias
individuales e inmediatas, obligatorias, de ir al trabajo, que es el sentido
urbano, sacro. Para otro uso, la comunión lúdica, gratuita, popular.
La campaña electoral no alcanza a ser siquiera su parodia,
que también es representación.
La campaña se ajusta más a alguna acepción de lo patético,
grotesco que produce vergüenza ajena.
Los pretendientes, sin credo, se han despojado del antifaz. Como
en un aristocrático baile de máscaras veneciano, una mascarada, el antifaz no
oculta la identidad, pues todos se conocen.
Es decorativo. Como lo es el nombre del partido político o
sus alianzas. Colección de antifaces intercambiables según la oportunidad y conveniencia.
Santoro, Giustozzi, Adrian Perez, Leopoldo Moreau, Cobos,
Felipe Solá… Sin credo y sin creyentes.
Sin discurso más que su antifaz, nada dicen, no resuenan.
Sin máscara no son personas.
Como nada dicen, nada hay que explicar, que era la función del
coro griego.
El coro griego solía representar al pueblo. Sin nada que
explicar el coro queda amordazado.
En orsay, diría Soriano. Pero canta.
El coro:
muda el
pastor su rebaño
para ver si Dios lo ayuda.
Y así como todo muda
Que usted mude no es extraño.
Edgardo Logiudice
mayo 2015
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