lunes, 23 de mayo de 2016

Hambre cero, inversiones. ¿Y ahora qué?

El discurso del nuevo gobierno que parece dominante, en su “apertura al mundo”, consiste en hacer hincapié en las inversiones apuntando a infraestructuras, sin dejar de mantener solapados los préstamos financieros, hasta con alguna alerta sobre los “capitales puramente especulativos o golondrinas”. Las inversiones, se dice, generarán empleos y, con ellos se lograría el Hambre Cero.

El planteo discursivo se acerca a la Agenda 2030 para Desarrollo Sostenible del Programa para el Desarrollo de las Naciones Unidas (PNUD. Los buenos deseos expresados en la Agenda son, entre otros, “Poner fin a la pobreza”, “Hambre cero”, “Reducir inequidades”, es decir la desigualdad. Giran sobre la estrategia de las Inversiones en Infraestructuras.

La última reunión del Foro Económico Mundial (Davos) no tomó nota del hambre, la pobreza y la desigualdad. No tomó nota de los 795 millones de personas que sufren desnutrición. Veinte veces la población de nuestro país, más de dos veces la población de USA. Tampoco de los más de 800 millones que viven con menos de U$S 1,25 diarios (20 pesos de los nuestros) que carecen de alimentos, agua potable y saneamiento adecuado.
Tomó nota sí de las inversiones en infraestructuras frente a la Cuarta Revolución Industrial, exigiendo de los gobiernos condiciones de seguridad y permanencia de rentabilidad.

En Davos no se tomó nota  “que el 10% más rico de la población se queda hasta con el 40% del ingreso mundial total. A su vez, el 10% más pobre obtiene solo entre el 2% y 7% del ingreso total. En los países en desarrollo, la desigualdad ha aumentado en 11%”.
Tampoco de que “Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en 2015 hay más de 204 millones de personas desempleadas”. Cinco veces la población argentina, casi dos tercios de la estadounidense.
Por el contrario el Estado Mayor Global del “10% más rico” anunció para el 2020 la destrucción de 7 millones de empleos en las 17 principales economías del mundo que representan un 65% de la fuerza laboral. Es decir diez años antes del cumplimiento de las metas de la Agenda a los 204 millones contabilizados por la OIT habrá que agregarle 7 millones más. Vale decir, más pobreza, hambre y desigualdad. Los “buenos deseos” del PDUN no coinciden con el realismo del Foro Davos.       

A este último fue a buscar inversiones el Ingeniero Civil por la UCA a cargo de la Presidencia de la Nación. Como letra para abrirnos al mundo suena mejor la del Desarrollo Sostenible: inversiones directas en infraestructuras para creación de empleos y, si todos trabajan, menos pobreza y hambre cero.

Todo parece señalar que la tendencia de los capitales hacia las inversiones en infraestructuras está impulsada por la volatilidad e incertidumbre de los fondos de inversión en los préstamos a interés: peligro de que estallen las burbujas basadas en futuros y derivados, la ingeniería financiera.
Pero ello no está desvinculado a dos fenómenos distintos pero entrecruzados. Por un lado la existencia efectiva de la revolución técnica, lo que llaman Cuarta Revolución Industrial. Esta excede la revolución en las manufacturas con la robotización, abarca toda la agroindustria, el transporte, las comunicaciones, el comercio. Por otro lado, la llamada financiarización de las grandes cadenas de valor global.

De allí, por un lado aparece naturalmente la cuestión del trabajo, el empleo, como lo señala el Informe de Davos al que me referí. Pero, por otro la financiarización, que actúa como un paradigma iluminando todas las relaciones sociales, parece terminar cualquier conexión racional entre la producción y el consumo. Y ambos aspectos se conectan con la demanda, tanto su orientación como sus propios límites.
El proceso de generar consumo para el endeudamiento  dio lugar, al menos en gran parte de América Latina, a un descenso de la pobreza en términos relativos de bienes (generando una nueva clase cuasi-media, endeudada pero media), concomitante con un aumento de la desigualdad. Ello no estuvo (no está) desvinculado con la fuerte demanda de materias primas que dio (que da) lugar al negocio financiero de los commodities como futuros.
La caída de sus precios, cuyas causas no es necesario recordar acá, es lo que redirige los flujos de capital financiero hacia sectores menos riesgosos o más rentables.

Pero ello no significa necesariamente mayor empleo. El realismo del Foro Económico Mundial parece confirmarlo. Y, según los mismos términos de su estrategia, si no hay mayor empleo, no hay mayor demanda.
El Nobel Stiglitz constata que los empleos industriales caen en todo el mundo: “El empleo global en el sector industrial está bajando porque los incrementos en productividad exceden a los incrementos en la demanda”. Eduardo Porter, en el New York Times, señala la observación del economista Dani Rodrik: En los países pobres los trabajadores quizá tengan que reducir sus aspiraciones al desarrollo.

Falta de demanda es falta de consumo. Las nuevas clases medias pueden dejar de serlo para formar parte de la pobreza y la desigualdad. Por otro lado, el la redirección capitaneada por el capital financiero, ahora como parte hegemónica de las cadenas de valor, entre ellas las de alimentación, no necesariamente garantiza la satisfacción de necesidades básicas: las infraestructuras no alimentan más que ganancias. La Cuarta Revolución Industrial no garantiza mejor vida. Ni el transporte, ni el riego, ni la energía limpia ni tecnología de la información y las comunicaciones, dirigidas hacia la rentabilidad significan desarrollo humano sostenible.
Véase. Los biocombustibles son una de las vías promovidas para bajar la contaminación.

Ello significa ganancias por bonos de carbono que cotizan en Bolsa y fungen como productos financieros especulativos.
En el Foro de Davos declaró Antoine Frérot:"Claramente, va a ser el debate de los dos próximos años (...) Es importante que salga una solución para aplicar un sistema de precios del carbono".
Según un estudio del INTA (2011) una tonelada de maíz transgénico cotizaba a $ 650, pero con una tonelada de maíz se logra una cantidad de etanol cuyo valor es de $ 1.780. Hacer bioetanol está claro es ganar a dos puntas. Conviene más que hacer polenta y hasta más que hacer balanceados para criar pollos y chanchos.
Louis Dreyfus, Cargill, Noble, son algunas de las grandes cadenas globales de valor que juegan tanto a los commodities como a los biocombustibles. Con la caída de los precios de algunos granos como futuros ahora juegan al biodiesel. Y a los bonos de carbono monetizados como futuros.
Según un trabajo realizado por el Observatorio de la Deuda Social, de la Universidad Católica Argentina, 2 de cada 10 chicos del país no acceden a una alimentación en cantidad y calidad adecuadas. De esa proporción, la mitad padece “inseguridad alimentaria severa”, que significa que sufren hambre por causas económicas.
Las milagrosas inversiones poco tienen que ver con futuro empleo, soberanía alimentaria y el cambio climático.
Inversiones en infraestructuras ¿Hambre cero?



Edgardo Logiudice
Mayo 2016



jueves, 19 de mayo de 2016

De discursos, conspiraciones y estrategias. ¿Y ahora qué? Infraestructuras.

No son conjuras pero se les parecen.
Los que nos pensamos en la tradición marxista tenemos vedado hablar de conspiraciones. Primero porque desde Babeuf  y la Conspiraciones de los iguales llevamos mala fama y, segundo, porque se nos ha achacado  tener una concepción conspirativa de la historia, para peor economicista.
Hablo de foros internacionales de políticas públicas. Hablamos de estrategias y de sus cambios, que ahora mismo parece haberlos. En un contexto de nuevos fenómenos. Económicos. Y políticos, por supuesto.
Inversión en infraestructuras parece ser la orientación de los grandes grupos financieros frente a la volatilidad y la incertidumbre, esto es, frente al riesgo de no cobrar los préstamos.
En mi opinión indagar sobre esto e parece necesario para atisbar el rumbo del nuevo gobierno, su continuidad y diferencias con el anterior. Sobre todo teniendo en cuenta la aparente magnitud de los cambios políticos en Latinoamérica.
Cuando Clarín le publica un artículo a Lo Vuolo, bueno y en página central impar, contra la financiarización algo parece extraño. O, al menos hace ruido.

Una analista financiera española decía en marzo: “El comienzo de 2016 ha estado dominado por la volatilidad y la incertidumbre en los mercados mundiales, un contexto en el que cobra interés cualquier propuesta de inversión que pueda ayudar al inversor a sobrellevar este difícil contexto de mercado. En ese sentido, las empresas cotizadas de infraestructuras pueden constituir una alternativa, según explica Nick Langley, fundador y codirector de RARE, una boutique de fondos australiana especializada en este activo […]”. 

La cuestión ya venía siendo planteada en Davos, donde se reúnen anualmente en el Foro Mundial Económico los principales líderes empresariales y en el que este año estuvo presente nuestro presidente empresario. Ellos “han reclamado que se adopten nuevas reformas estructurales en la economía global con el objetivo de fomentar el crecimiento económico. […] El vicepresidente de General Electric (GE), John Rice, incidió en la importancia de las infraestructuras para el crecimiento global. […] A este respecto, el cofundador y consejero delegado de Carlyle Group, David M. Rubenstein, remarcó que desde que gobiernos y bancos ya no financian inversiones en infraestructuras tanto como el pasado, cada vez más proyectos de este tipo se financian con capital privado
Carlyle Group es el “primer gestor mundial de valores financieros y fondos de inversión, agrupa a la flor y nata de la política mundial. Dirigido por el ex Secretario de Defensa Frank Carlucci, incluye tanto a George Bush padre como a los Bin Laden, George Soros, Mijail Jodorkovsky o John Major”.

En 2015 se realizó la Cumbre de Desarrollo Sostenible de la que surgieron los 17 objetivos para el año 2030. Todos ellos giran sobre el Objetivo n° 9: “Las inversiones en infraestructura (transporte, riego, energía y tecnología de la información y las comunicaciones) son fundamentales para lograr el desarrollo sostenible y empoderar a las comunidades en numerosos países. Desde hace tiempo se reconoce que, para conseguir un incremento de la productividad y de los ingresos y mejoras en los resultados sanitarios y educativos, se necesitan inversiones en infraestructura.
El ritmo de crecimiento y urbanización también está generando la necesidad de contar con nuevas inversiones en infraestructuras sostenibles que permitirán a las ciudades ser más resistentes al cambio climático e impulsar el crecimiento económico y la estabilidad social. Además de la financiación gubernamental y la asistencia oficial para el desarrollo, se está promoviendo la financiación del sector privado para los países que necesitan apoyo financiero, tecnológico y técnico.”

Esto sucede, como todos reconocen, en un contexto mundial de recesión. Pero también en un proceso de revolución en la producción. Por supuesto ambos aspectos no están desvinculados.

Para inversiones en infraestructuras, como vimos las vinculadas a esta revolución tecnológica (transporte, riego, energía y tecnología de la información y las comunicaciones), son necesarios proyectos viables y gobiernos confiables. ¿Qué mejor entonces que una especie de nuevos “protectorados”, esta vez económicos?

Bertrand Badré es Director gerente y oficial financiero principal del Grupo Banco Mundial, Bertrand Badré es responsable de las estrategias de gestión financiera y de riesgos del Grupo Banco Mundial y de las instituciones que lo conforman. Fue ejecutivo de Eurazeo uno de los grupos inversores más importantes de Europa. Un artículo del Financial Times reproduce algunas expresiones suyas. "Los problemas son tanto de los proyectos como de la oferta de capital. No hay suficientes proyectos viables".
Coincide con Jim Barry, director de infraestructuras de la gestora de activos BlackRock,  la mayor empresa de gestión de activos del mundo. "No existe ninguna correlación entre la cantidad de infraestructuras necesarias y las oportunidades rentables para el sector privado".
Dice John Authers, autor del artículo: “Los críticos dicen que aunque los gobiernos tienen una amplia lista de proyectos, no hacen lo suficiente para convencer a los inversores reacios a correr riesgos de que los proyectos se materializarán o de que serán rentables”.
"Es realmente un problema de política pública. Si hubiera un marco financiero y fiscal sostenible, los inversores aportarían el dinero para los proyectos enseguida", dice Cherian George, de la agencia de calificación Fitch.
“Para los gobiernos, -dice Authers- tratar con el sector privado representa un dilema político básico: hacer que los ciudadanos paguen por algo que antes era gratuito es impopular”. También “está el tema de que generalmente se tarda mucho más tiempo en finalizar un proyecto y que sea rentable que lo que dura normalmente la legislatura de un gobierno democrático. Por tanto, es más fácil vender la idea a los inversores si estos tienen la garantía de que el gobierno no va a cambiar”.
Está claro que los inversores privados tienen apetito por las infraestructura. Según una encuesta realizada a grandes fondos de pensiones por la consultora Create de Londres, el 38% tenían previsto incrementar su inversión en infraestructuras en los próximos tres años, más que en el capital riesgo, los hedge funds o la mayoría de activos. Pero esa inversión conlleva un riesgo por la falta de garantías, especialmente en los mercados emergentes”.
“Una solución radical es la que han planteado fondos de pensiones canadienses: eliminar a los intermediarios y gestionar los proyectos ellos mismos”.
Probablemente a esto llamen asociación de lo público con lo privado.

¿Clarito verdad?
Capitales sobran. El asunto son los gobiernos que garanticen la ganancia.
El precio de las materias primas, los commodities con los que se jugaba a los futuros, todavía no han vuelto a ser los de antes, y no es seguro que lo vuelvan a ser. Prestar es un riesgo que ya asumen pocos. Los Estados y los propios ciudadanos ya están demasiado endeudados. Entonces, apetito de inversiones en infraestructuras. El mercado de futuros pqrece haber quedado demasiado en el aire: volátiles e inciertos.
En los mercados emergentes para evitar malos tragos, más que inversión en capital de riesgo, los hedge funds, inversión en infraestructuras, gobiernos confiables que aseguren la continuidad del negocio y gestión propia, directa.
Estas son las políticas públicas que propician las Naciones Unidas de consuno con los empresarios de Davos. Allí fue nuestro procónsul.
Nada del Estado protector sino “protectorado financiero”. ¿Será este el nuevo papel del Estado?

¿Cuál es en este contexto el papel del trabajo, de la pobreza, de la desigualdad, del consumo y de algunas ideologías? En esta nueva estrategia, si no estoy errado.



Edgardo Logiudice

Mayo 2016

domingo, 8 de mayo de 2016

Urbi et Uber. ¿Economía colaborativa?

Uber es un fenómeno urbano, de la urbe. Uber utiliza graciosamente la ciudad. La consume, la usa como propietario. No como el explotado o autoexplotado mantero o cartonero o el simple mendicante. Como medio de producción de valor. Se trata de otro tipo de propiedad y tiene su sede en San Francisco, California. Y fue a raíz de San Francisco, pero de Asís, que apareció la gran distinción en uso y propiedad. El asunto, por supuesto, trasciende este juego. También trasciende el problema de los taxistas. Y de las reglamentaciones.
Está en juego la cuestión de lo público y lo privado.                                 


Economía colaborativa.

Uber viene en el combo de la economía colaborativa. Fenómeno ligado al consumo y a las tecnologías de la información y comunicación. Pivotea sobre un argumento irrebatible: el hiperconsumo genera grandes cantidades de bienes ociosos. El automóvil es uno de ellos. En el combo también se junta el tiempo libre. Conjunto confuso de fenómenos tan dispares como pueden ser los bienes y los servicios.
En algunos casos hasta desaparece la relación monetaria, cambio de uso por uso, trabajo por trabajo. Quizá la relación de intercambio más arcaica, refuncionalizada por una aplicación, por la tecnología. Un trueque.
Todo esto da apariencia de colaboración entre iguales, horizontalidad y voluntariedad.
Una comunidad virtual. Sin lucro. Y, junto a ello el valor prioritario del uso de las cosas frente a su propiedad o, mejor dicho, al título de propiedad. De la propiedad burguesa a la que va unida la posesión que permite el uso, excluyendo de ello a los demás.
Cuando no hay relación monetaria parece desaparecer la relación mercantil. El uso de hecho se autonomiza o se desprende del título de propiedad.


El uso de facto.

En el Siglo XIII aparecen las órdenes mendicantes que repudian la riqueza, el dinero y la propiedad. Consumir sólo lo que Dios provee. En Asís, San Francisco. Como reacción contra los monjes encerrados en sus monasterios, los mendicantes toman las calles para predicar. La tecnología provee la aplicación del atrio móvil que permite la liturgia fuera del templo. Y hacen uso de las calles, caminos y ciudades de Europa a pié llevando el evangelio a cambio de pan duro. Comunidad de la pobreza, negación de la propiedad, el comercio y el trabajo.
Los cambios de época impulsan a muchos frailes a los conventos. La salvación del alma de los más ricos incentiva las donaciones para ser enterrados en tierra de santos.
Los conventuales tienen su uso, negándose a ser propietarios para respetar la regla de la pobreza. Se benefician así llevando una buena vida.
Durante algunos papados la Iglesia lo tolera, pese a la competencia y el escándalo. Hasta que un jurista llega como Papa y éste sostiene que la propiedad no puede separarse del uso. El uso corresponde siempre al derecho de propiedad. Si alguien consume (y usar es un consumo desplegado en el tiempo) sólo puede hacerlo legítimamente si es propietario. Y la propiedad es siempre privada. Los frailes son propietarios, no hay bienes comunes del convento. Si quieren seguir la Regla de la pobreza sólo pueden recibir bienes en nombre de la Iglesia. Se acaba así el escándalo y la competencia. Si usan los libros, ropas, utensilios y alimentos será con autorización de la Iglesia, del Papa.
Los conventuales franciscanos no se dieron por vencidos y hallaron su defensor en Guillermo de Ockham. Y Guillermo sostiene que, antes del pecado original, Adán y Eva, tenían el uso de hecho de todos los bienes, puesto que la propiedad sólo fue creada para defender ese uso sin ser molestado, vale decir cuando ya los pecadores no estaban solos. Quedaba así separada la propiedad de su uso de hecho. Con lo que los franciscanos podían seguir ostentando el título de pobres disfrutando los bienes y la Iglesia el título de propietaria.
Un comentarista ha dicho “la Iglesia quedaba dueña del humo y los franciscanos se comían el asado”, separados que fueron el uso y el consumo de hecho de la propiedad de derecho.


La cosa común.

Antecedente o no, lo cierto es que en la economía colaborativa, el uso de hecho queda separado de la propiedad, como lo vimos. Pero no hay acá ningún uso común sino, al contrario, al menos en el caso de Uber, un uso de hecho privado de la cosa común: la calle. La aplicación no es precisamente la del atrio móvil para predicar, conducta que quiere ser reglamentada por el “protocolo”, sino de ocupación del espacio común para lucrar.
Y Uber es tenido como paradigma de la economía colaborativa. La palabra compartir no solamente actúa como velo de un intercambio mercantil cualquiera por nuevos medios de comunicación y una precarización de las relaciones laborales (así fue reconocido por un tribunal de los propios Estados Unidos) sino que, además, es una nueva apropiación privada del espacio público, la ciudad.
Pero esta es también una nueva apropiación del trabajo ajeno, no solamente por la comisión que se lleva del propietario del vehículo adherido al sistema, sino del trabajo ajeno que implica el sostenimiento de la ciudad, que pagamos los ciudadanos. Porque para que esos vehículos puedan circular es necesario mantener la infraestructura. Trabajo futuro, apropiación de trabajo futuro.
Por supuesto que el problema no es la tecnología de la aplicación que puede ser muy útil para muchas otras cosas.
Pero esa tecnología tiene propietarios, que ya no son los propietarios clásicos que el Papa de la narración quería endosar a los frailes. No solamente por los montos: la última valuación de Uber es de 62.500 millones de dólares. (Ford tiene un valor bursátil de 49.100 millones y General Motors de 45.000). Sino porque es el asiento de la nueva propiedad financiera.
Como vimos Uber no es propietaria de los vehículos y, salvo para el fallo citado que considera que los choferes son empleados suyos, tampoco tiene un ejército de conductores. Su valor es el de la perspectiva de ganancia, la plusvalía futura. El asiento 
De la nueva forma de la propiedad. La propiedad de intangibles, ya no la de los libros, utensilios, vestimentas y alimentos de los conventuales.


Aplicaciones y capital financiero.

“La fiebre inversionista en Uber continúa. Ahora es el turno de grandes fortunas que están interesadas en entrar en este momento en el accionariado de la compañía con la vista puesta en las altas plusvalías que podrían obtener en una futura salida a Bolsa.
Merrill Lynch y Morgan Staley han comenzado a ofrecer acciones de Uber a clientes con un elevado patrimonio neto, según informan varios medios estadounidenses. Los títulos de Uber no están al alcance de cualquiera, puesto que los bancos exigen una alta inversión para poder entrar en el capital de la compañía.
Concretamente, Merrill Lynch está ofreciendo las acciones a clientes que tengan un patrimonio neto superior a 100 millones de dólares y exige una inversión mínima en Uber de un millón de dólares. Por su parte, Morgan Stanley ha establecido una compra de, al menos, 250,000 acciones. […] Goldman Sachs, uno de los primeros inversionistas en Uber, también vendió en el pasado deuda convertible de Uber a algunos de sus grandes clientes”. (El Economista, México, 14 de enero 2016).

Goldman Sachs, Merry Lynch, Morgan Stanley. Agentes de la reestructura de la deuda argentina. De los acreedores, claro.
Usuarios de facto de la ciudad. Economía colaborativa.

Edgardo Logiudice
Mayo 2016.


domingo, 1 de mayo de 2016

Los CEOS, el Estado, la intelectualidad. ¿Y ahora qué?

Breves apuntes.


En la medida en que las relaciones sociales; de los hombres en general y de los productores en particular, se hallan cada vez más mediadas en el complejo del poder económico, al punto que se despersonaliza su dominación a través de todo tipo de subcontrataciones, parece desaparecer la mediación política clásica.

Los partidos políticos tradicionales legitimados en la representación parecen haberla abandonado sustituyéndola por la “capacidad de gestión”. Se anuncian como expertos, particularmente de los respectivos presupuestos fiscales. Presupuestos que en la casi totalidad de los países gira en relación a préstamos en sus distintas variantes. Estamos en la época de la economía de la deuda.  Los presupuestos giran en torno a la capacidad de endeudarse. Estados Unidos es el mayor deudor del mundo (parece que el único que se salva es Noruega). Los gobiernos giran alrededor de la gestión de las deudas. Todavía gobiernan a través de la técnica electoral, como si fuera lo mismo que la representación y, como si también fuera lo mismo, democrática. Aun así los mecanismos electorales vienen sufriendo una tendencia fuertemente abstencionista en la mayor parte de los países. Para las grandes masas migrantes directamente no existen.

Para los grupos financieros, en la medida en que los préstamos se afianzan como inversiones directas, los aparatos del Estado aparecen como mediaciones inútiles, y costosas. Si bien los costos los pagan los contribuyentes, liberarlos de su imputación a los mediadores significa más dinero disponible para sus propios gestores. Y sus negocios. O negociados.

Los préstamos a interés, venta de dinero, que de eso se tratan las llamadas deudas soberanas, en el proceso de financiarización, parecen constituir hoy la parte hegemónica del capital fusionado en las cadenas de valor global. La hiperliquidez de capitales, el estancamiento productivo, la volatilidad de los commodities, hacen temer por la estructura del edificio financiero basada solamente en la ingeniería de los futuros.
De allí la tendencia a las inversiones directas, muy distintas a las de las filiales del siglo XX.
Dirigidas en particular a la agroindustria, minerales, infraestructuras, energía y tecnología de comunicaciones, es decir los resortes económicos y estratégicos fundamentales.
Pero, además y -según parece- sobre todo, constituyen una garantía más efectiva que las rentas del Estado. Puesto que éstos suelen pagar sus deudas con más deudas. Es decir, riesgo.
Se trata de verdaderos imperios flotantes, itinerantes, que, a la vez que concentran las decisiones, fragmentan la ejecución. Imperios, o supraestados sin fronteras físicas, ubicuos, donde el trabajo es cada vez más social en la integración global tanto de la producción cultural como “material”, pero que aparece como individual, independiente. Así lo es con las figuras delos trabajadores “autónomos”, de los innovadores y emprendedores, pero también en la figura del CEO liderando un equipo. Un director ejecutivo al que se le atribuye un talento individual, singular.  De allí la importancia otorgada a la formación de líderes. Estos constituyen, como cuadros expertos, la intelectualidad orgánica de los sectores dominantes. Se trata de una nueva intelectualidad de tipo pragmática.

Recientemente se realizó en Dubai un encuentro internacional sobre la formación profesional y la educación entre expertos pertenecientes a universidades e instituciones privadas. Entre ellos algunos que han tenido funciones públicas (uno había sido secretario de Estado de Educación de Obama). Participaron también algunos funcionarios actuales de 22 estados, entre ellos Esteban Burlich.

Allí se realizó una encuesta con un título algo provocativo, algo así como si las universidades todavía sirven para algo. Por muy escaso margen triunfó la posición afirmativa. Pero la intervención de un importante hombre de negocios fue muy clara: necesitamos profesionales que realicen nuestros objetivos.

Ese parece ser el perfil de la nueva intelectualidad. Y esos expertos son los ceos que relevan a los llamados políticos en las funciones del Estado. Una de sus características, se señaló allí, es la carencia de visión general de las cuestiones.           

Y ese parece ser también el paradigma epocal en los partidos políticos, viejos y nuevos. Líderes que apelan a la representación sólo en tanto técnica electoral. Por ello es bastante común la “puerta giratoria”. De la actividad privada a la pública y de ésta a la primera. No solamente en los gobiernos nacionales sino en los organismos internacionales. En los primeros para evitar los “conflictos de interés” se inventaron los “fideicomisos ciegos” que no son más que una  manera de llamar a los testaferros con otro nombre. En los organismos internacionales, particularmente de crédito (Banco Mundial, FMI, etc.) ese recaudo ni siquiera aparece. La mayor parte de los directivos son o han sido ceos bancarios o financieros. Pero también ocurre, por ejemplo, en la FAO.  De estas cosas hablamos cuando lo hacemos de la “ceocracia”.

En la medida en que fue cayendo la máscara de la representación de la soberanía popular las leyes no aparecen como expresión de la voluntad general. Está claro que, en realidad, nunca fueron ni una cosa ni otra. Pero la ideología contractual que la sustentaba fue la forma de legitimidad por excelencia del Estado moderno y, en ese sentido, alentó la participación de los comprendidos como ciudadanos en las decisiones políticas, es decir en las decisiones que afectan la conducta de grandes sectores de la población. Cuando y donde las organizaciones populares pudieron acumular fuerzas la ideología de la democracia representativa llegó, al menos potencialmente, a resultar peligrosa para el poder económico.

El liderazgo no es un fenómeno moderno, pero lo que así llamamos ha sufrido y sufre determinaciones históricas. No es lo mismo el líder guerrero que el cívico. Y transformados los partidos políticos en meras máquinas electorales su figura también fue refuncionalizada. Líderes constituidos al efecto, construidos desde la publicidad. Una técnica de liderazgo centrada en supuestas características personales. Una de ellas la experiencia de gestión. Con lo cual quedó abierta la puerta a los verdaderos gestores sin que éstos tengan que agregarse aditamentos de idearios políticos o pasados de evocación histórica o algún tipo de identificación específica. Precisamente porque no se acude a ninguna representación El discurso ambiguo pretende ser genérico, abarcar a todos, pero centrando en la eficiencia.

El desprecio a la deliberación representativa ya venía unido a las decisiones del líder y los órganos ejecutivos, particularmente económicos. Se abrió la puerta a los decretos y resoluciones con la misma fuerza de la ley de los parlamentos. Ello fue denunciado en casi todas las “democracias” de Occidente. Hasta que el asunto ha sido naturalizado como estado de excepción frente a la urgencia de las medidas económicas, como si se tratase de economías de guerra. Entre nosotros los célebres DNU. La necesidad y la urgencia son el atajo para las medidas excepcionales del tipo de estado de guerra, de necesidad, de sitio, resumidos en el Estado de Excepción reinante en el mundo, asociados a las dictaduras y al terror de estado. Una especie de estado de excepción económico.   

Con esto nos tenemos que enfrentar. Y ello implica desafíos prácticos e intelectuales. Actuales y concretos. Si estos cambios en las formas políticas se relacionan, directa o indirectamente, con nuevas estrategias de los sectores capitalistas dominantes -como parece-, será conveniente profundizar en ellos. No parece que se pueda volver a viejos esquemas. De poco parecen servir las organizaciones políticas tradicionales, convertidas en agencias de publicidad.
En el mundo aparecen otras búsquedas, todavía resultan insuficientes puesto que el sistema dominante las suele absorber. Pero no queda otro remedio que seguir intentando. Sin fórmulas reductivistas ni mesiánicas. Ni nostálgicas. Apelar al pasado puede congregar y derivar en algún movimiento político social, pero también puede agotarse en sí mismo si no entrevé, no conjetura, un horizonte distinto. Las memorias de luchas no son suficientes si no sabemos bien porqué luchar. Socialismos, anticapitalismos, anticolonialismos son banderas identificatorias de rebelión, insumisión, pero son abstracciones. Lenguajes que ya pocos entienden algo más allá de los ámbitos muy politizados o académicos. Jerga de convencidos para convencidos. Me temo que no hayan escapado de allí, de ese espacio, las propias posiciones críticas de izquierda al discurso del proceso saliente. Creo que no se superaron los términos de las problemática planteada por él. En verdad bastante pobres. Discursivamente nacionales, populares y hasta patrioteras.
Si hay alguna razón para que ello fuera así, creo que ha sido cierta negligencia de la intelectualidad autodefinida progresista o de izquierda, entusiasmada con cambios políticos regionales pretendidamente autonómicos, en estudiar los nuevos fenómenos que, alumbrados en los años 70/80, ya se habían asentado al comenzar el milenio. Los cambios estratégicos del sector financiero del capital fueron posibles gracias a lss gigantescas transformaciones en los modos de producir y de apropiación. La revolución en la agricultura es un ejemplo que pone a prueba el significado actual de una reforma agraria, al menos en grandes zonas del país. La financiarización de la agricultura (esos fueron sus commodities) cambió el sistema de relaciones sociales en el agro, la agroindustria y, con ello el papel de la tierra. La urbanización es otro ejemplo. Con ella el crecimiento de los servicios, lo suficiente para preguntarse ¿Qué tiene que ver el sustitutivo con ello? No parecen muchos los que de eso se han ocupado.         

Creo que para bucear algún orden distinto, el punto de partida es la crítica, no sólo al sistema y sus efectos, sino a su ideología, a su nueva ideología que no se agota en el genérico “neoliberalismo”. Pero ello implica una crítica a muchas de nuestras concepciones sobre los mecanismos prácticos de apropiación del trabajo, de dominación, de control, del disciplinamiento ideológico por fuera de los aparatos del Estado. Alejados de la revolución cultural y material que supera en mucho a la famosa Ley de Medios. Revolución que produjo (produce) un desplazamiento no sólo de agentes de la producción material incorporando otro tipo de agentes adaptados a las nuevas técnicas y con nuevas subjetividades, sino también un desplazamiento de la intelectualidad tradicional. Parece que se trata de generar jóvenes talentosos y competitivos. Con ello se consolida la escisión social. La temida desigualdad extrema que preocupa a muchos economistas, sociólogos, filósofos. Más a Francisco, pese a todo, que a muchos “políticos”. Los desplazamientos significan no solamente pobreza material sino pobreza intelectual.
No faltan intentos de abordar y superar los nuevos problemas, pero creo que quedan aún en esfuerzos individuales. El desafío es colectivo. Y no solamente para la izquierda en cualquiera de sus variantes. Basta mirar los efectos de estas políticas: guerras, armamentismo, corrupción, hambre, degradación del planeta y sus habitantes.

Anuladas, neutralizadas o amenguadas las mediaciones políticas – lo que comúnmente llamamos política – fuera del espectáculo chicanero, entre farandulero, deportivo y policial en la televisión (con las mismas caras y argumentos repetidos hasta el hartazgo), la actividad parlamentaria sólo significa algunas componendas para darle forma de procedimiento legal a las decisiones ejecutivas. Y las decisiones desnudas son algo más que formas autoritarias. Si quisiéramos darle un nombre de la jerga política diríamos que se trata de un neo-fascismo, cuyo consenso se asienta en mediaciones de lo que llamamos mercado. Las nuevas relaciones sociales surgidas de la economía de la deuda. Podríamos así decir el fascismo de las deudas. Si se quiere ser menos preciso, fascismo de mercado. Lo que se traduce en que todo ciudadano es un terrorista virtual.
Porque, aunque no se deje –lo vemos- de apelar a ella, no es la fuerza de la violencia física el principal recurso de dominación. No tiene la apariencia de una guerra directa clase contra clase. Por un lado porque las clases tradicionales aparecen desdibujadas por la fragmentación y las subcontrataciones, por otro porque las formas de apropiación del trabajo ajeno exceden los marcos del salario y las remuneraciones. El endeudamiento de hogares a través del consumo es una forma de apropiación del trabajo futuro. Sobrevivir hipotecado.
Ello conlleva un sinnúmero de relaciones sociales obligatorias que no aparecen como tales, constituyendo las verdaderas mediaciones más fuertes pero menos explícitas que las mediaciones políticas. Pero son políticas en la medida que deciden las conductas de grandes grupos humanos. Son tan violentas y tan represivas como las que se ejercen desde el monopolio de la fuerza del Estado.
En esto se apoya y legitima la ceocracia, aparente gobierno legal de los gerentes como falsos mediadores.

Falsos mediadores políticos, fascismo de mercado. Demasiado sencillo decir “negocio manejado por sus dueños”. Vuelta al FMI, ajuste y endeudamiento eterno. Creo que la cosa va más allá. Incorporación del país y sus productores, la  clase-que-vive-del-trabajo al papel de proveedores primarios de las cadenas globales de valor, sobre las que pivotea y hegemoniza el capital financiero. Incorporación selectiva, lo que significa recluir en el gueto a los sobrantes, los excluidos. Con el falso asistencialismo de asignaciones universales, como coartada para suprimir bienes públicos. El caso de Bélgica es elocuente. La asignación libera al estado de cualquier responsabilidad.

Seguirán las luchas clásicas, por los salarios, el empleo, las condiciones de trabajo, de vida, por la inclusión; porque los problemas existen. Pero que habrá que tener presente que esas luchas están subordinadas a otras nuevas. A la vez específicas pero más generales. Un desafío. Me parece que ignorarlas condena la utopía a una abstracción infecunda, no sólo imposible sino improbable.     

Edgardo Logiudice

Abril 2016