domingo, 1 de mayo de 2016

Los CEOS, el Estado, la intelectualidad. ¿Y ahora qué?

Breves apuntes.


En la medida en que las relaciones sociales; de los hombres en general y de los productores en particular, se hallan cada vez más mediadas en el complejo del poder económico, al punto que se despersonaliza su dominación a través de todo tipo de subcontrataciones, parece desaparecer la mediación política clásica.

Los partidos políticos tradicionales legitimados en la representación parecen haberla abandonado sustituyéndola por la “capacidad de gestión”. Se anuncian como expertos, particularmente de los respectivos presupuestos fiscales. Presupuestos que en la casi totalidad de los países gira en relación a préstamos en sus distintas variantes. Estamos en la época de la economía de la deuda.  Los presupuestos giran en torno a la capacidad de endeudarse. Estados Unidos es el mayor deudor del mundo (parece que el único que se salva es Noruega). Los gobiernos giran alrededor de la gestión de las deudas. Todavía gobiernan a través de la técnica electoral, como si fuera lo mismo que la representación y, como si también fuera lo mismo, democrática. Aun así los mecanismos electorales vienen sufriendo una tendencia fuertemente abstencionista en la mayor parte de los países. Para las grandes masas migrantes directamente no existen.

Para los grupos financieros, en la medida en que los préstamos se afianzan como inversiones directas, los aparatos del Estado aparecen como mediaciones inútiles, y costosas. Si bien los costos los pagan los contribuyentes, liberarlos de su imputación a los mediadores significa más dinero disponible para sus propios gestores. Y sus negocios. O negociados.

Los préstamos a interés, venta de dinero, que de eso se tratan las llamadas deudas soberanas, en el proceso de financiarización, parecen constituir hoy la parte hegemónica del capital fusionado en las cadenas de valor global. La hiperliquidez de capitales, el estancamiento productivo, la volatilidad de los commodities, hacen temer por la estructura del edificio financiero basada solamente en la ingeniería de los futuros.
De allí la tendencia a las inversiones directas, muy distintas a las de las filiales del siglo XX.
Dirigidas en particular a la agroindustria, minerales, infraestructuras, energía y tecnología de comunicaciones, es decir los resortes económicos y estratégicos fundamentales.
Pero, además y -según parece- sobre todo, constituyen una garantía más efectiva que las rentas del Estado. Puesto que éstos suelen pagar sus deudas con más deudas. Es decir, riesgo.
Se trata de verdaderos imperios flotantes, itinerantes, que, a la vez que concentran las decisiones, fragmentan la ejecución. Imperios, o supraestados sin fronteras físicas, ubicuos, donde el trabajo es cada vez más social en la integración global tanto de la producción cultural como “material”, pero que aparece como individual, independiente. Así lo es con las figuras delos trabajadores “autónomos”, de los innovadores y emprendedores, pero también en la figura del CEO liderando un equipo. Un director ejecutivo al que se le atribuye un talento individual, singular.  De allí la importancia otorgada a la formación de líderes. Estos constituyen, como cuadros expertos, la intelectualidad orgánica de los sectores dominantes. Se trata de una nueva intelectualidad de tipo pragmática.

Recientemente se realizó en Dubai un encuentro internacional sobre la formación profesional y la educación entre expertos pertenecientes a universidades e instituciones privadas. Entre ellos algunos que han tenido funciones públicas (uno había sido secretario de Estado de Educación de Obama). Participaron también algunos funcionarios actuales de 22 estados, entre ellos Esteban Burlich.

Allí se realizó una encuesta con un título algo provocativo, algo así como si las universidades todavía sirven para algo. Por muy escaso margen triunfó la posición afirmativa. Pero la intervención de un importante hombre de negocios fue muy clara: necesitamos profesionales que realicen nuestros objetivos.

Ese parece ser el perfil de la nueva intelectualidad. Y esos expertos son los ceos que relevan a los llamados políticos en las funciones del Estado. Una de sus características, se señaló allí, es la carencia de visión general de las cuestiones.           

Y ese parece ser también el paradigma epocal en los partidos políticos, viejos y nuevos. Líderes que apelan a la representación sólo en tanto técnica electoral. Por ello es bastante común la “puerta giratoria”. De la actividad privada a la pública y de ésta a la primera. No solamente en los gobiernos nacionales sino en los organismos internacionales. En los primeros para evitar los “conflictos de interés” se inventaron los “fideicomisos ciegos” que no son más que una  manera de llamar a los testaferros con otro nombre. En los organismos internacionales, particularmente de crédito (Banco Mundial, FMI, etc.) ese recaudo ni siquiera aparece. La mayor parte de los directivos son o han sido ceos bancarios o financieros. Pero también ocurre, por ejemplo, en la FAO.  De estas cosas hablamos cuando lo hacemos de la “ceocracia”.

En la medida en que fue cayendo la máscara de la representación de la soberanía popular las leyes no aparecen como expresión de la voluntad general. Está claro que, en realidad, nunca fueron ni una cosa ni otra. Pero la ideología contractual que la sustentaba fue la forma de legitimidad por excelencia del Estado moderno y, en ese sentido, alentó la participación de los comprendidos como ciudadanos en las decisiones políticas, es decir en las decisiones que afectan la conducta de grandes sectores de la población. Cuando y donde las organizaciones populares pudieron acumular fuerzas la ideología de la democracia representativa llegó, al menos potencialmente, a resultar peligrosa para el poder económico.

El liderazgo no es un fenómeno moderno, pero lo que así llamamos ha sufrido y sufre determinaciones históricas. No es lo mismo el líder guerrero que el cívico. Y transformados los partidos políticos en meras máquinas electorales su figura también fue refuncionalizada. Líderes constituidos al efecto, construidos desde la publicidad. Una técnica de liderazgo centrada en supuestas características personales. Una de ellas la experiencia de gestión. Con lo cual quedó abierta la puerta a los verdaderos gestores sin que éstos tengan que agregarse aditamentos de idearios políticos o pasados de evocación histórica o algún tipo de identificación específica. Precisamente porque no se acude a ninguna representación El discurso ambiguo pretende ser genérico, abarcar a todos, pero centrando en la eficiencia.

El desprecio a la deliberación representativa ya venía unido a las decisiones del líder y los órganos ejecutivos, particularmente económicos. Se abrió la puerta a los decretos y resoluciones con la misma fuerza de la ley de los parlamentos. Ello fue denunciado en casi todas las “democracias” de Occidente. Hasta que el asunto ha sido naturalizado como estado de excepción frente a la urgencia de las medidas económicas, como si se tratase de economías de guerra. Entre nosotros los célebres DNU. La necesidad y la urgencia son el atajo para las medidas excepcionales del tipo de estado de guerra, de necesidad, de sitio, resumidos en el Estado de Excepción reinante en el mundo, asociados a las dictaduras y al terror de estado. Una especie de estado de excepción económico.   

Con esto nos tenemos que enfrentar. Y ello implica desafíos prácticos e intelectuales. Actuales y concretos. Si estos cambios en las formas políticas se relacionan, directa o indirectamente, con nuevas estrategias de los sectores capitalistas dominantes -como parece-, será conveniente profundizar en ellos. No parece que se pueda volver a viejos esquemas. De poco parecen servir las organizaciones políticas tradicionales, convertidas en agencias de publicidad.
En el mundo aparecen otras búsquedas, todavía resultan insuficientes puesto que el sistema dominante las suele absorber. Pero no queda otro remedio que seguir intentando. Sin fórmulas reductivistas ni mesiánicas. Ni nostálgicas. Apelar al pasado puede congregar y derivar en algún movimiento político social, pero también puede agotarse en sí mismo si no entrevé, no conjetura, un horizonte distinto. Las memorias de luchas no son suficientes si no sabemos bien porqué luchar. Socialismos, anticapitalismos, anticolonialismos son banderas identificatorias de rebelión, insumisión, pero son abstracciones. Lenguajes que ya pocos entienden algo más allá de los ámbitos muy politizados o académicos. Jerga de convencidos para convencidos. Me temo que no hayan escapado de allí, de ese espacio, las propias posiciones críticas de izquierda al discurso del proceso saliente. Creo que no se superaron los términos de las problemática planteada por él. En verdad bastante pobres. Discursivamente nacionales, populares y hasta patrioteras.
Si hay alguna razón para que ello fuera así, creo que ha sido cierta negligencia de la intelectualidad autodefinida progresista o de izquierda, entusiasmada con cambios políticos regionales pretendidamente autonómicos, en estudiar los nuevos fenómenos que, alumbrados en los años 70/80, ya se habían asentado al comenzar el milenio. Los cambios estratégicos del sector financiero del capital fueron posibles gracias a lss gigantescas transformaciones en los modos de producir y de apropiación. La revolución en la agricultura es un ejemplo que pone a prueba el significado actual de una reforma agraria, al menos en grandes zonas del país. La financiarización de la agricultura (esos fueron sus commodities) cambió el sistema de relaciones sociales en el agro, la agroindustria y, con ello el papel de la tierra. La urbanización es otro ejemplo. Con ella el crecimiento de los servicios, lo suficiente para preguntarse ¿Qué tiene que ver el sustitutivo con ello? No parecen muchos los que de eso se han ocupado.         

Creo que para bucear algún orden distinto, el punto de partida es la crítica, no sólo al sistema y sus efectos, sino a su ideología, a su nueva ideología que no se agota en el genérico “neoliberalismo”. Pero ello implica una crítica a muchas de nuestras concepciones sobre los mecanismos prácticos de apropiación del trabajo, de dominación, de control, del disciplinamiento ideológico por fuera de los aparatos del Estado. Alejados de la revolución cultural y material que supera en mucho a la famosa Ley de Medios. Revolución que produjo (produce) un desplazamiento no sólo de agentes de la producción material incorporando otro tipo de agentes adaptados a las nuevas técnicas y con nuevas subjetividades, sino también un desplazamiento de la intelectualidad tradicional. Parece que se trata de generar jóvenes talentosos y competitivos. Con ello se consolida la escisión social. La temida desigualdad extrema que preocupa a muchos economistas, sociólogos, filósofos. Más a Francisco, pese a todo, que a muchos “políticos”. Los desplazamientos significan no solamente pobreza material sino pobreza intelectual.
No faltan intentos de abordar y superar los nuevos problemas, pero creo que quedan aún en esfuerzos individuales. El desafío es colectivo. Y no solamente para la izquierda en cualquiera de sus variantes. Basta mirar los efectos de estas políticas: guerras, armamentismo, corrupción, hambre, degradación del planeta y sus habitantes.

Anuladas, neutralizadas o amenguadas las mediaciones políticas – lo que comúnmente llamamos política – fuera del espectáculo chicanero, entre farandulero, deportivo y policial en la televisión (con las mismas caras y argumentos repetidos hasta el hartazgo), la actividad parlamentaria sólo significa algunas componendas para darle forma de procedimiento legal a las decisiones ejecutivas. Y las decisiones desnudas son algo más que formas autoritarias. Si quisiéramos darle un nombre de la jerga política diríamos que se trata de un neo-fascismo, cuyo consenso se asienta en mediaciones de lo que llamamos mercado. Las nuevas relaciones sociales surgidas de la economía de la deuda. Podríamos así decir el fascismo de las deudas. Si se quiere ser menos preciso, fascismo de mercado. Lo que se traduce en que todo ciudadano es un terrorista virtual.
Porque, aunque no se deje –lo vemos- de apelar a ella, no es la fuerza de la violencia física el principal recurso de dominación. No tiene la apariencia de una guerra directa clase contra clase. Por un lado porque las clases tradicionales aparecen desdibujadas por la fragmentación y las subcontrataciones, por otro porque las formas de apropiación del trabajo ajeno exceden los marcos del salario y las remuneraciones. El endeudamiento de hogares a través del consumo es una forma de apropiación del trabajo futuro. Sobrevivir hipotecado.
Ello conlleva un sinnúmero de relaciones sociales obligatorias que no aparecen como tales, constituyendo las verdaderas mediaciones más fuertes pero menos explícitas que las mediaciones políticas. Pero son políticas en la medida que deciden las conductas de grandes grupos humanos. Son tan violentas y tan represivas como las que se ejercen desde el monopolio de la fuerza del Estado.
En esto se apoya y legitima la ceocracia, aparente gobierno legal de los gerentes como falsos mediadores.

Falsos mediadores políticos, fascismo de mercado. Demasiado sencillo decir “negocio manejado por sus dueños”. Vuelta al FMI, ajuste y endeudamiento eterno. Creo que la cosa va más allá. Incorporación del país y sus productores, la  clase-que-vive-del-trabajo al papel de proveedores primarios de las cadenas globales de valor, sobre las que pivotea y hegemoniza el capital financiero. Incorporación selectiva, lo que significa recluir en el gueto a los sobrantes, los excluidos. Con el falso asistencialismo de asignaciones universales, como coartada para suprimir bienes públicos. El caso de Bélgica es elocuente. La asignación libera al estado de cualquier responsabilidad.

Seguirán las luchas clásicas, por los salarios, el empleo, las condiciones de trabajo, de vida, por la inclusión; porque los problemas existen. Pero que habrá que tener presente que esas luchas están subordinadas a otras nuevas. A la vez específicas pero más generales. Un desafío. Me parece que ignorarlas condena la utopía a una abstracción infecunda, no sólo imposible sino improbable.     

Edgardo Logiudice

Abril 2016

No hay comentarios:

Publicar un comentario