Breves apuntes.
En la medida en que las
relaciones sociales; de los hombres en general y de los productores en
particular, se hallan cada vez más mediadas en el complejo del poder económico,
al punto que se despersonaliza su dominación a través de todo tipo de subcontrataciones,
parece desaparecer la mediación política clásica.
Los partidos políticos
tradicionales legitimados en la representación parecen haberla abandonado
sustituyéndola por la “capacidad de gestión”. Se anuncian como expertos,
particularmente de los respectivos presupuestos fiscales. Presupuestos que en
la casi totalidad de los países gira en relación a préstamos en sus distintas
variantes. Estamos en la época de la economía de la deuda. Los presupuestos giran en torno a la
capacidad de endeudarse. Estados Unidos es el mayor deudor del mundo (parece
que el único que se salva es Noruega). Los gobiernos giran alrededor de la
gestión de las deudas. Todavía gobiernan a través de la técnica electoral, como
si fuera lo mismo que la representación y, como si también fuera lo mismo,
democrática. Aun así los mecanismos electorales vienen sufriendo una tendencia
fuertemente abstencionista en la mayor parte de los países. Para las grandes
masas migrantes directamente no existen.
Para los grupos
financieros, en la medida en que los préstamos se afianzan como inversiones
directas, los aparatos del Estado aparecen como mediaciones inútiles, y
costosas. Si bien los costos los pagan los contribuyentes, liberarlos de su
imputación a los mediadores significa más dinero disponible para sus propios
gestores. Y sus negocios. O negociados.
Los préstamos a interés, venta
de dinero, que de eso se tratan las llamadas deudas soberanas, en el proceso de
financiarización, parecen constituir hoy la parte hegemónica del capital
fusionado en las cadenas de valor global. La hiperliquidez de capitales, el
estancamiento productivo, la volatilidad de los commodities, hacen temer por la
estructura del edificio financiero basada solamente en la ingeniería de los
futuros.
De allí la tendencia a las
inversiones directas, muy distintas a las de las filiales del siglo XX.
Dirigidas en particular a
la agroindustria, minerales, infraestructuras, energía y tecnología de
comunicaciones, es decir los resortes económicos y estratégicos fundamentales.
Pero, además y -según
parece- sobre todo, constituyen una garantía más efectiva que las rentas del
Estado. Puesto que éstos suelen pagar sus deudas con más deudas. Es decir,
riesgo.
Se trata de verdaderos
imperios flotantes, itinerantes, que, a la vez que concentran las decisiones,
fragmentan la ejecución. Imperios, o supraestados sin fronteras físicas, ubicuos,
donde el trabajo es cada vez más social en la integración global tanto de la
producción cultural como “material”, pero que aparece como individual,
independiente. Así lo es con las figuras delos trabajadores “autónomos”, de los
innovadores y emprendedores, pero también en la figura del CEO liderando un
equipo. Un director ejecutivo al que se le atribuye un talento individual,
singular. De allí la importancia
otorgada a la formación de líderes. Estos constituyen, como cuadros expertos,
la intelectualidad orgánica de los sectores dominantes. Se trata de una nueva
intelectualidad de tipo pragmática.
Recientemente se realizó
en Dubai un encuentro internacional sobre la formación profesional y la
educación entre expertos pertenecientes a universidades e instituciones
privadas. Entre ellos algunos que han tenido funciones públicas (uno había sido
secretario de Estado de Educación de Obama). Participaron también algunos
funcionarios actuales de 22 estados, entre ellos Esteban Burlich.
Allí se realizó una
encuesta con un título algo provocativo, algo así como si las universidades
todavía sirven para algo. Por muy escaso margen triunfó la posición afirmativa.
Pero la intervención de un importante hombre de negocios fue muy clara:
necesitamos profesionales que realicen nuestros objetivos.
Ese parece ser el perfil
de la nueva intelectualidad. Y esos expertos son los ceos que relevan a los
llamados políticos en las funciones del Estado. Una de sus características, se
señaló allí, es la carencia de visión general de las cuestiones.
Y ese parece ser también el
paradigma epocal en los partidos políticos, viejos y nuevos. Líderes que apelan
a la representación sólo en tanto técnica electoral. Por ello es bastante común
la “puerta giratoria”. De la actividad privada a la pública y de ésta a la
primera. No solamente en los gobiernos nacionales sino en los organismos
internacionales. En los primeros para evitar los “conflictos de interés” se
inventaron los “fideicomisos ciegos” que no son más que una manera de llamar a los testaferros con otro
nombre. En los organismos internacionales, particularmente de crédito (Banco
Mundial, FMI, etc.) ese recaudo ni siquiera aparece. La mayor parte de los
directivos son o han sido ceos bancarios o financieros. Pero también ocurre,
por ejemplo, en la FAO. De estas cosas
hablamos cuando lo hacemos de la “ceocracia”.
En la medida en que fue
cayendo la máscara de la representación de la soberanía popular las leyes no
aparecen como expresión de la voluntad general. Está claro que, en realidad,
nunca fueron ni una cosa ni otra. Pero la ideología contractual que la
sustentaba fue la forma de legitimidad por excelencia del Estado moderno y, en
ese sentido, alentó la participación de los comprendidos como ciudadanos en las
decisiones políticas, es decir en las decisiones que afectan la conducta de
grandes sectores de la población. Cuando y donde las organizaciones populares
pudieron acumular fuerzas la ideología de la democracia representativa llegó,
al menos potencialmente, a resultar peligrosa para el poder económico.
El liderazgo no es un
fenómeno moderno, pero lo que así llamamos ha sufrido y sufre determinaciones
históricas. No es lo mismo el líder guerrero que el cívico. Y transformados los
partidos políticos en meras máquinas electorales su figura también fue
refuncionalizada. Líderes constituidos al efecto, construidos desde la
publicidad. Una técnica de liderazgo centrada en supuestas características
personales. Una de ellas la experiencia de gestión. Con lo cual quedó abierta
la puerta a los verdaderos gestores sin que éstos tengan que agregarse
aditamentos de idearios políticos o pasados de evocación histórica o algún tipo
de identificación específica. Precisamente porque no se acude a ninguna
representación El discurso ambiguo pretende ser genérico, abarcar a todos, pero
centrando en la eficiencia.
El desprecio a la
deliberación representativa ya venía unido a las decisiones del líder y los
órganos ejecutivos, particularmente económicos. Se abrió la puerta a los
decretos y resoluciones con la misma fuerza de la ley de los parlamentos. Ello
fue denunciado en casi todas las “democracias” de Occidente. Hasta que el
asunto ha sido naturalizado como estado de excepción frente a la urgencia de
las medidas económicas, como si se tratase de economías de guerra. Entre
nosotros los célebres DNU. La necesidad y la urgencia son el atajo para las
medidas excepcionales del tipo de estado de guerra, de necesidad, de sitio,
resumidos en el Estado de Excepción reinante en el mundo, asociados a las
dictaduras y al terror de estado. Una especie de estado de excepción económico.
Con esto nos tenemos que
enfrentar. Y ello implica desafíos prácticos e intelectuales. Actuales y concretos.
Si estos cambios en las formas políticas se relacionan, directa o
indirectamente, con nuevas estrategias de los sectores capitalistas dominantes
-como parece-, será conveniente profundizar en ellos. No parece que se pueda
volver a viejos esquemas. De poco parecen servir las organizaciones políticas
tradicionales, convertidas en agencias de publicidad.
En el mundo aparecen otras
búsquedas, todavía resultan insuficientes puesto que el sistema dominante las suele
absorber. Pero no queda otro remedio que seguir intentando. Sin fórmulas
reductivistas ni mesiánicas. Ni nostálgicas. Apelar al pasado puede congregar y
derivar en algún movimiento político social, pero también puede agotarse en sí
mismo si no entrevé, no conjetura, un horizonte distinto. Las memorias de
luchas no son suficientes si no sabemos bien porqué luchar. Socialismos,
anticapitalismos, anticolonialismos son banderas identificatorias de rebelión,
insumisión, pero son abstracciones. Lenguajes que ya pocos entienden algo más
allá de los ámbitos muy politizados o académicos. Jerga de convencidos para
convencidos. Me temo que no hayan escapado de allí, de ese espacio, las propias
posiciones críticas de izquierda al discurso del proceso saliente. Creo que no
se superaron los términos de las problemática planteada por él. En verdad
bastante pobres. Discursivamente nacionales, populares y hasta patrioteras.
Si hay alguna razón para
que ello fuera así, creo que ha sido cierta negligencia de la intelectualidad
autodefinida progresista o de izquierda, entusiasmada con cambios políticos
regionales pretendidamente autonómicos, en estudiar los nuevos fenómenos que,
alumbrados en los años 70/80, ya se habían asentado al comenzar el milenio. Los
cambios estratégicos del sector financiero del capital fueron posibles gracias
a lss gigantescas transformaciones en los modos de producir y de apropiación.
La revolución en la agricultura es un ejemplo que pone a prueba el significado
actual de una reforma agraria, al menos en grandes zonas del país. La
financiarización de la agricultura (esos fueron sus commodities) cambió el
sistema de relaciones sociales en el agro, la agroindustria y, con ello el
papel de la tierra. La urbanización es otro ejemplo. Con ella el crecimiento de
los servicios, lo suficiente para preguntarse ¿Qué tiene que ver el sustitutivo
con ello? No parecen muchos los que de eso se han ocupado.
Creo que para bucear algún
orden distinto, el punto de partida es la crítica, no sólo al sistema y sus
efectos, sino a su ideología, a su nueva ideología que no se agota en el
genérico “neoliberalismo”. Pero ello implica una crítica a muchas de nuestras
concepciones sobre los mecanismos prácticos de apropiación del trabajo, de
dominación, de control, del disciplinamiento ideológico por fuera de los
aparatos del Estado. Alejados de la revolución cultural y material que supera
en mucho a la famosa Ley de Medios. Revolución que produjo (produce) un
desplazamiento no sólo de agentes de la producción material incorporando otro
tipo de agentes adaptados a las nuevas técnicas y con nuevas subjetividades,
sino también un desplazamiento de la intelectualidad tradicional. Parece que se
trata de generar jóvenes talentosos y competitivos. Con ello se consolida la
escisión social. La temida desigualdad extrema que preocupa a muchos
economistas, sociólogos, filósofos. Más a Francisco, pese a todo, que a muchos
“políticos”. Los desplazamientos significan no solamente pobreza material sino
pobreza intelectual.
No faltan intentos de
abordar y superar los nuevos problemas, pero creo que quedan aún en esfuerzos
individuales. El desafío es colectivo. Y no solamente para la izquierda en
cualquiera de sus variantes. Basta mirar los efectos de estas políticas:
guerras, armamentismo, corrupción, hambre, degradación del planeta y sus
habitantes.
Anuladas, neutralizadas o
amenguadas las mediaciones políticas – lo que comúnmente llamamos política – fuera
del espectáculo chicanero, entre farandulero, deportivo y policial en la
televisión (con las mismas caras y argumentos repetidos hasta el hartazgo), la
actividad parlamentaria sólo significa algunas componendas para darle forma de
procedimiento legal a las decisiones ejecutivas. Y las decisiones desnudas son
algo más que formas autoritarias. Si quisiéramos darle un nombre de la jerga
política diríamos que se trata de un neo-fascismo, cuyo consenso se asienta en
mediaciones de lo que llamamos mercado. Las nuevas relaciones sociales surgidas
de la economía de la deuda. Podríamos así decir el fascismo de las deudas. Si
se quiere ser menos preciso, fascismo de mercado. Lo que se traduce en que todo
ciudadano es un terrorista virtual.
Porque, aunque no se deje
–lo vemos- de apelar a ella, no es la fuerza de la violencia física el
principal recurso de dominación. No tiene la apariencia de una guerra directa
clase contra clase. Por un lado porque las clases tradicionales aparecen
desdibujadas por la fragmentación y las subcontrataciones, por otro porque las
formas de apropiación del trabajo ajeno exceden los marcos del salario y las
remuneraciones. El endeudamiento de hogares a través del consumo es una forma
de apropiación del trabajo futuro. Sobrevivir hipotecado.
Ello conlleva un sinnúmero
de relaciones sociales obligatorias que no aparecen como tales, constituyendo
las verdaderas mediaciones más fuertes pero menos explícitas que las
mediaciones políticas. Pero son políticas en la medida que deciden las
conductas de grandes grupos humanos. Son tan violentas y tan represivas como
las que se ejercen desde el monopolio de la fuerza del Estado.
En esto se apoya y
legitima la ceocracia, aparente gobierno legal de los gerentes como falsos
mediadores.
Falsos mediadores
políticos, fascismo de mercado. Demasiado sencillo decir “negocio manejado por
sus dueños”. Vuelta al FMI, ajuste y endeudamiento eterno. Creo que la cosa va
más allá. Incorporación del país y sus productores, la clase-que-vive-del-trabajo
al papel de
proveedores primarios de las cadenas globales de valor, sobre las que pivotea y
hegemoniza el capital financiero. Incorporación selectiva, lo que significa
recluir en el gueto a los sobrantes, los excluidos. Con el falso
asistencialismo de asignaciones universales, como coartada para suprimir bienes
públicos. El caso de Bélgica es elocuente. La asignación libera al estado de
cualquier responsabilidad.
Seguirán las
luchas clásicas, por los salarios, el empleo, las condiciones de trabajo, de
vida, por la inclusión; porque los problemas existen. Pero que habrá que tener
presente que esas luchas están subordinadas a otras nuevas. A la vez
específicas pero más generales. Un desafío. Me parece que ignorarlas condena la
utopía a una abstracción infecunda, no sólo imposible sino improbable.
Edgardo Logiudice
Abril 2016
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