Uber es un fenómeno urbano, de la urbe. Uber utiliza
graciosamente la ciudad. La consume, la usa como propietario. No como el
explotado o autoexplotado mantero o cartonero o el simple mendicante. Como
medio de producción de valor. Se trata de otro tipo de propiedad y tiene su
sede en San Francisco, California. Y fue a raíz de San Francisco, pero de Asís,
que apareció la gran distinción en uso y propiedad. El asunto, por supuesto,
trasciende este juego. También trasciende el problema de los taxistas. Y de las
reglamentaciones.
Está en juego la cuestión de lo público
y lo privado.
Economía colaborativa.
Uber viene en el combo de la economía colaborativa.
Fenómeno ligado al consumo y a las tecnologías de la información y
comunicación. Pivotea sobre un argumento irrebatible: el hiperconsumo genera
grandes cantidades de bienes ociosos. El automóvil es uno de ellos. En el combo
también se junta el tiempo libre. Conjunto confuso de fenómenos tan dispares
como pueden ser los bienes y los servicios.
En algunos casos hasta desaparece la relación monetaria,
cambio de uso por uso, trabajo por trabajo. Quizá la relación de intercambio
más arcaica, refuncionalizada por una aplicación, por la tecnología. Un
trueque.
Todo esto da apariencia de colaboración entre iguales,
horizontalidad y voluntariedad.
Una comunidad virtual. Sin lucro. Y, junto a ello el
valor prioritario del uso de las cosas frente a su propiedad o, mejor dicho, al
título de propiedad. De la propiedad burguesa a la que va unida la posesión que
permite el uso, excluyendo de ello a los demás.
Cuando no hay relación monetaria parece desaparecer la
relación mercantil. El uso de hecho se autonomiza o se desprende del título de
propiedad.
El uso de facto.
En el Siglo XIII aparecen las órdenes mendicantes que
repudian la riqueza, el dinero y la propiedad. Consumir sólo lo que Dios
provee. En Asís, San Francisco. Como reacción contra los monjes encerrados en
sus monasterios, los mendicantes toman las calles para predicar. La tecnología
provee la aplicación del atrio móvil que permite la liturgia fuera del templo.
Y hacen uso de las calles, caminos y ciudades de Europa a pié llevando el
evangelio a cambio de pan duro. Comunidad de la pobreza, negación de la
propiedad, el comercio y el trabajo.
Los cambios de época impulsan a muchos frailes a los
conventos. La salvación del alma de los más ricos incentiva las donaciones para
ser enterrados en tierra de santos.
Los conventuales tienen su uso, negándose a ser
propietarios para respetar la regla de la pobreza. Se benefician así llevando
una buena vida.
Durante algunos papados la Iglesia lo tolera, pese a la
competencia y el escándalo. Hasta que un jurista llega como Papa y éste
sostiene que la propiedad no puede separarse del uso. El uso corresponde
siempre al derecho de propiedad. Si alguien consume (y usar es un consumo
desplegado en el tiempo) sólo puede hacerlo legítimamente si es propietario. Y
la propiedad es siempre privada. Los frailes son propietarios, no hay bienes
comunes del convento. Si quieren seguir la Regla de la pobreza sólo pueden
recibir bienes en nombre de la Iglesia. Se acaba así el escándalo y la competencia.
Si usan los libros, ropas, utensilios y alimentos será con autorización de la
Iglesia, del Papa.
Los conventuales franciscanos no se dieron por vencidos y
hallaron su defensor en Guillermo de Ockham.
Y Guillermo sostiene que, antes del pecado original, Adán y Eva, tenían el uso de hecho de todos los bienes, puesto
que la propiedad sólo fue creada para defender ese uso sin ser molestado, vale
decir cuando ya los pecadores no estaban solos. Quedaba así separada la
propiedad de su uso de hecho. Con lo que los franciscanos podían seguir
ostentando el título de pobres disfrutando los bienes y la Iglesia el título de
propietaria.
Un comentarista ha dicho “la Iglesia quedaba dueña del
humo y los franciscanos se comían el asado”, separados que fueron el uso y el
consumo de hecho de la propiedad de derecho.
La cosa común.
Antecedente o no, lo cierto es que en la economía
colaborativa, el uso de hecho queda separado de la propiedad, como lo vimos.
Pero no hay acá ningún uso común sino, al contrario, al menos en el caso de
Uber, un uso de hecho privado de la cosa común: la calle. La aplicación no es
precisamente la del atrio móvil para predicar, conducta que quiere ser
reglamentada por el “protocolo”, sino de ocupación del espacio común para
lucrar.
Y Uber es tenido como paradigma de la economía
colaborativa. La palabra compartir no solamente actúa como velo de un
intercambio mercantil cualquiera por nuevos medios de comunicación y una
precarización de las relaciones laborales (así fue reconocido por un tribunal
de los propios Estados Unidos) sino que, además, es una nueva apropiación
privada del espacio público, la ciudad.
Pero esta es también una nueva apropiación del trabajo
ajeno, no solamente por la comisión que se lleva del propietario del vehículo
adherido al sistema, sino del trabajo ajeno que implica el sostenimiento de la
ciudad, que pagamos los ciudadanos. Porque para que esos vehículos puedan
circular es necesario mantener la infraestructura. Trabajo futuro, apropiación
de trabajo futuro.
Por supuesto que el problema no es la tecnología de la
aplicación que puede ser muy útil para muchas otras cosas.
Pero esa tecnología tiene propietarios, que ya no son
los propietarios clásicos que el Papa de la narración quería endosar a los
frailes. No solamente por los montos: la última valuación de Uber es de 62.500
millones de dólares. (Ford tiene un valor bursátil de 49.100 millones y General
Motors de 45.000). Sino porque es el asiento de la nueva propiedad financiera.
Como vimos Uber no es propietaria de los vehículos y,
salvo para el fallo citado que considera que los choferes son empleados suyos,
tampoco tiene un ejército de conductores. Su valor es el de la perspectiva de
ganancia, la plusvalía futura. El asiento
De la nueva forma de la propiedad. La propiedad de
intangibles, ya no la de los libros, utensilios, vestimentas y alimentos de los
conventuales.
Aplicaciones y capital financiero.
“La fiebre inversionista en Uber
continúa. Ahora es el turno de grandes fortunas
que están interesadas en entrar en este momento en el accionariado de la
compañía con la vista puesta en las altas plusvalías que podrían obtener en una
futura salida a Bolsa.
Merrill Lynch y Morgan Staley han comenzado a ofrecer
acciones de Uber a clientes con un elevado patrimonio neto, según informan
varios medios estadounidenses. Los títulos de Uber no están al alcance de
cualquiera, puesto que los bancos exigen una alta inversión para poder entrar
en el capital de la compañía.
Concretamente, Merrill Lynch está ofreciendo las
acciones a clientes que tengan un patrimonio neto superior a 100 millones de
dólares y exige una inversión mínima en Uber de un millón de dólares. Por su
parte, Morgan
Stanley ha establecido
una compra de, al menos, 250,000 acciones. […] Goldman Sachs, uno de los
primeros inversionistas en Uber, también vendió en el pasado deuda convertible
de Uber a algunos de sus grandes clientes”. (El Economista, México, 14 de enero
2016).
Goldman Sachs, Merry Lynch, Morgan Stanley. Agentes de
la reestructura de la deuda argentina. De los acreedores, claro.
Usuarios de facto de la ciudad. Economía colaborativa.
Edgardo Logiudice
Mayo 2016.
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