jueves, 29 de septiembre de 2016

Merodeando El Capital. 2. La propiedad.

Abuelo ¿me comprás un…?

Comprar es una palabra elemental.
Comprar significa trasladar, hacer circular un título de propiedad sobre un bien. La circulación de la riqueza. Y, aunque parezca absurdo, el presupuesto de la propiedad capitalista es la pobreza.

Parece redundante, tautológico, decir que la producción es apropiación. Pero el asunto es que no toda apropiación es producción. El que produce, en principio, es propietario de su obra. Y, esa, es su propiedad personal. De ella hace lo que quiere, hasta puede destruirla.
Pero el productor también puede cambiarla, en forma de trueque, por otra. Supongamos que intercambia con otro productor, para quién también entonces su propiedad es personal. Se trata entonces de productores individuales que equiparan sus productos y se trasmiten recíprocamente sus títulos de propiedad sobre ellos. La propiedad que circula es personal. El que así adquiere puede hacer con el bien lo que haría con el suyo.
Esto supone que es libre de hacerlo, que es independiente. Pero lo que lo hace propietario ahora no es la apropiación propia de la producción, sino apropiación que proviene del intercambio, de la circulación de un título. De allí deriva, entonces, su carácter de propietario, su legitimidad es el trabajo personal, pero de otro. La legitimidad de su título ahora proviene de un convenio, un contrato.

Cuando se produce para el intercambio la propiedad de la mayor parte de los bienes proviene de su adquisición por medio de contratos. La propiedad legitimada por el contrato es predominante. Pero la equiparación del valor de los bienes que se intercambian se realiza a través de otro bien, el dinero, la moneda en la que se mide toda clase de bienes. Un equivalente general.
De esa manera el intercambio se desdobla en compras y ventas. Los intercambiantes son ahora vendedores y compradores. Y es el dinero, mediando entre ellos, el que hace circular el título de propiedad. Los productos se convierten en mercancías. La propiedad que de ahí se deriva es la propiedad mercantil.
No desaparece la propiedad personal, sino que queda subordinada. Pero subsiste su forma de legitimación, el trabajo. Y el intercambio sigue suponiendo lo que aparece en cada compraventa singular: individuos libres, iguales y portadores de bienes equivalentes. 

Pero la producción para el intercambio, para el mercado, es decir en cierta escala, no se realiza, en lo fundamental, por productores privados independientes que realizan productos acabados. Requiere grupos de productores insertos en una organización productiva, con medios de producción proporcionados. Utilizados en común por los productores, pasamos del trabajo domiciliario, al taller primero y, después, a la fábrica.
Pasamos de la organización de la manufactura a la industrial.

En el campo del intercambio ya teníamos el desdoblamiento entre compradores y vendedores. Y esta forma subsiste en la contratación de productores bajo el nombre de salario.  Y, como veremos, éste es el núcleo de la propiedad capitalista industrial, que subordina y absorbe las formas de la propiedad personal y de la propiedad mercantil.
La propiedad mercantil es un presupuesto lógico y un punto de partida histórico de la propiedad capitalista industrial, pero dado que la circulación de la riqueza se realiza por medio del intercambio mercantil, la propiedad mercantil aparece ahora como resultado de la propiedad capitalista. Toda la riqueza tiene la forma de mercancía y todos aparecen como propietarios de ellas.
De este modo los capitalistas industriales aparecen comprando la capacidad laboral de los trabajadores para utilizar su fuerza de trabajo, como comprando una mercancía.
Esto es lo que parece suceder en los intercambios singulares y aislados unos de otros. Pero si miramos bien veremos que lo que venden siempre los productores es su capacidad laboral y lo que compran son siempre los bienes de subsistencia. Bienes de consumo, es decir aquéllos cuyo destino es siempre desaparecer al ser consumidos. Que para lo que sirven es para renovar su capacidad laboral cuyo único comprador es la clase de los capitalistas industriales. El consumo es obligatorio para sobrevivir, pero para poder hacerlo es obligatorio también vender su capacidad laboral.
Comprar la capacidad laboral, pagar el jornal, constituye la legitimidad de la propiedad capitalista industrial. El salario legitima esa propiedad capitalista.
Pero el salario no es lo que parece, no es la compraventa de una mercancía nada más que en ámbito de la circulación de los títulos de propiedad. El capitalista deviene propietario de la capacidad laboral que, como con cualquier bien, puede usarla y hasta degradarla e inutilizarla, es decir destruirla. Cuando la usa, incorpora su bien a otros medios de producción y su bien es la fuerza de trabajo que, unido a ellos genera nueva riqueza.
Y, como propietario de los bienes de consumo, las condiciones de vida, cuando los vende no hace más que reproducir la fuerza laboral que necesita para continuar la producción. Parece convertir a sus poseedores en propietarios, pero son propietarios de bienes condenados a desaparecer, pues son los destinados al consumo.
Para que ello suceda el presupuesto es que este vendedor, que aparece como propietario, no tenga otra cosa que vender que su capacidad laboral, es decir que sea pobre. Desposeído de cualquier otra cosa. La pobreza es el presupuesto de la propiedad capitalista.

La propiedad capitalista es una forma legitimante de la dominación que se ejerce apropiándose del trabajo ajeno. Pero ésta no es la única forma de esa apropiación y, por lo tanto, no es tampoco ni la única ni la última forma de propiedad. La hoy predominante es la de la apropiación por medio del crédito, es decir las deudas. Nació con el fordismo y está vigente como propiedad capitalista financiera. Pero esto queda para otro merodeo, como quedan para otros también la pobreza y la desigualdad.


Edgardo

Setiembre 2016. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario