Abuelo ¿me comprás un…?
Comprar
es una palabra elemental.
Comprar
significa trasladar, hacer circular un título de propiedad sobre un bien. La
circulación de la riqueza. Y, aunque parezca absurdo, el presupuesto de la
propiedad capitalista es la pobreza.
Parece
redundante, tautológico, decir que la producción es apropiación. Pero el asunto
es que no toda apropiación es producción. El que produce, en principio, es
propietario de su obra. Y, esa, es su propiedad
personal. De ella hace lo que quiere, hasta puede destruirla.
Pero
el productor también puede cambiarla, en forma de trueque, por otra. Supongamos
que intercambia con otro productor, para quién también entonces su propiedad es
personal. Se trata entonces de productores individuales que equiparan sus
productos y se trasmiten recíprocamente sus títulos de propiedad sobre ellos.
La propiedad que circula es personal. El que así adquiere puede hacer con el
bien lo que haría con el suyo.
Esto
supone que es libre de hacerlo, que es independiente. Pero lo que lo hace
propietario ahora no es la apropiación propia de la producción, sino
apropiación que proviene del intercambio, de la circulación de un título. De
allí deriva, entonces, su carácter de propietario, su legitimidad es el trabajo personal, pero de otro. La legitimidad de
su título ahora proviene de un convenio, un contrato.
Cuando
se produce para el intercambio la propiedad de la mayor parte de los bienes
proviene de su adquisición por medio de contratos. La propiedad legitimada por
el contrato es predominante. Pero la equiparación del valor de los bienes que
se intercambian se realiza a través de otro bien, el dinero, la moneda en la
que se mide toda clase de bienes. Un equivalente general.
De
esa manera el intercambio se desdobla en compras y ventas. Los intercambiantes
son ahora vendedores y compradores. Y es el dinero, mediando entre ellos, el que
hace circular el título de propiedad. Los productos se convierten en mercancías.
La propiedad que de ahí se deriva es la propiedad
mercantil.
No
desaparece la propiedad personal, sino que queda subordinada. Pero subsiste su
forma de legitimación, el trabajo. Y el intercambio sigue suponiendo lo que
aparece en cada compraventa singular:
individuos libres, iguales y portadores de bienes equivalentes.
Pero
la producción para el intercambio, para el mercado, es decir en cierta escala,
no se realiza, en lo fundamental, por productores privados independientes que
realizan productos acabados. Requiere grupos de productores insertos en una
organización productiva, con medios de producción proporcionados. Utilizados en
común por los productores, pasamos del trabajo domiciliario, al taller primero
y, después, a la fábrica.
Pasamos
de la organización de la manufactura a la industrial.
En
el campo del intercambio ya teníamos el desdoblamiento entre compradores y
vendedores. Y esta forma subsiste en la contratación de productores bajo el
nombre de salario. Y, como veremos, éste es el núcleo de la propiedad capitalista industrial, que
subordina y absorbe las formas de la propiedad personal y de la propiedad
mercantil.
La
propiedad mercantil es un presupuesto lógico y un punto de partida histórico de
la propiedad capitalista industrial, pero dado que la circulación de la riqueza
se realiza por medio del intercambio mercantil, la propiedad mercantil aparece
ahora como resultado de la propiedad capitalista. Toda la riqueza tiene la
forma de mercancía y todos aparecen como propietarios de ellas.
De
este modo los capitalistas industriales aparecen comprando la capacidad laboral
de los trabajadores para utilizar su fuerza de trabajo, como comprando una
mercancía.
Esto
es lo que parece suceder en los intercambios singulares y aislados unos de
otros. Pero si miramos bien veremos que lo que venden siempre los productores
es su capacidad laboral y lo que compran son siempre los bienes de
subsistencia. Bienes de consumo, es decir aquéllos cuyo destino es siempre
desaparecer al ser consumidos. Que para lo que sirven es para renovar su
capacidad laboral cuyo único comprador es la clase de los capitalistas
industriales. El consumo es obligatorio para sobrevivir, pero para poder
hacerlo es obligatorio también vender su capacidad laboral.
Comprar
la capacidad laboral, pagar el jornal, constituye la legitimidad de la
propiedad capitalista industrial. El
salario legitima esa propiedad capitalista.
Pero
el salario no es lo que parece, no es la compraventa de una mercancía nada más
que en ámbito de la circulación de los títulos de propiedad. El capitalista
deviene propietario de la capacidad laboral que, como con cualquier bien, puede
usarla y hasta degradarla e inutilizarla, es decir destruirla. Cuando la usa,
incorpora su bien a otros medios de producción y su bien es la fuerza de
trabajo que, unido a ellos genera nueva riqueza.
Y,
como propietario de los bienes de consumo, las condiciones de vida, cuando los
vende no hace más que reproducir la fuerza laboral que necesita para continuar
la producción. Parece convertir a sus poseedores en propietarios, pero son
propietarios de bienes condenados a desaparecer, pues son los destinados al
consumo.
Para
que ello suceda el presupuesto es que este vendedor, que aparece como
propietario, no tenga otra cosa que vender que su capacidad laboral, es decir
que sea pobre. Desposeído de cualquier otra cosa. La pobreza es el presupuesto de la propiedad capitalista.
La
propiedad capitalista es una forma legitimante de la dominación que se ejerce apropiándose
del trabajo ajeno. Pero ésta no es la única forma de esa apropiación y, por lo
tanto, no es tampoco ni la única ni la última forma de propiedad. La hoy predominante
es la de la apropiación por medio del crédito, es decir las deudas. Nació con
el fordismo y está vigente como propiedad capitalista financiera. Pero esto
queda para otro merodeo, como quedan para otros también la pobreza y la
desigualdad.
Edgardo
Setiembre
2016.
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