jueves, 5 de mayo de 2011

Un monje ateo y el “brand ideal”. Dialéctica de religión, ideología y publicidad. Una cuestión epistemológica.

En homenaje a Irene Muñoz con quien debatí alguna de estas cuestiones


“Hoy en día nada se vende sin la publicidad, nada, ni una aguja de coser ni unas medias. La publicidad es la accionista mayoritaria de nuestra vidas.” Petros Márkaris, Barcelona 2008, El accionista mayoritario. Tusquets, Pág. 363.



Una oposición epistemológica.

“En la ciencia, toda explicación se propone a título de ensayo y provisionalmente. Toda explicación propuesta se considera como una pura hipótesis, más o menos probable, sobre la base de los hechos disponibles o las pruebas del caso […] todas las proposiciones generales de la ciencia son consideradas como hipótesis, nunca como dogmas”[1].
El Cardenal John Henry Newman en el siglo XIX dijo: "Diez mil dificultades no hacen una sola duda". Esta frase está incorporada al Catecismo (157) de la Iglesia Católica Romana, la vía elaborada para predicar la Fe, que es definida, como una adhesión personal del hombre entero a Dios que se revela” (176), " un gusto anticipado del conocimiento que nos hará bienaventurados en la vida futura" (184), que  “es necesaria para la salvación” (183). Obedecer ("ob-audire") en la fe, es someterse libremente a la palabra escuchada” (144): “Creemos todas aquellas cosas que se contienen en la palabra de Dios escrita o transmitida y son propuestas por la Iglesia... para ser creídas como divinamente reveladas” (182).
En suma, obediencia a una propuesta de algo aun no conocido, de la que no se puede dudar, so pena de condena de no conocerlo jamás. Adhesión personal a lo desconocido, ésto es lo que predica esta religión.
Dice Copi, en el lugar citado: “También suele defenderse un dogma puesto en tela de juicio acudiendo a la revelación o a la autoridad”. La autoridad es aquí la Iglesia, la revelación “la palabra de Dios escrita”, vale decir el Antiguo y el Nuevo Testamento.
Nótese que a la oposición epistemológica (provisoriedad, ensayo, demostración, por un lado, sometimiento sin duda a lo desconocido, por otro) se añade, junto a una promesa, una cuestión normativa: la no adhesión condena a perder la salvación.

Los distintos.       

“La religión, para nosotros, es la arqueología de la razón”. Proudhon (S. XIX)[2].

Pero para que esta oposición sea definida en los términos de dogma y ciencia debió transcurrir, previamente, una historia de tensiones en términos de Razón y Fe, Filosofía y Teología. Tensiones a veces trágicas y, alguna vez, en el pellejo de un mismo personaje. Tal es el caso del monje ateo, debatiéndose entre sus dudas y su creencia.
El fideísmo defendió su territorio hasta con sangre, tal fue el caso de San Bernardo de Claraval en el Siglo XII, enemigo declarado de Abelardo a quien condujo a destruir sus escritos públicamente con sus propias manos. Bernardo fue el encargado de arengar a los monjes-caballeros de la Segunda Cruzada con la célebre frase "Total exterminio de los Paganos - o definitiva conversión!” Para Bernardo “No toda ignorancia es dañina”.
Pero muchos más fueron los esfuerzos por mantener los términos distintos de Ratio y Fides en “concubinato”, como dice el Presbítero Roldán, de la Universidad Católica de Salta[3]. Al menos desde que San Agustín (S. IV) acuñase su “comprender para creer, creer para comprender” Intellige ut credas. Crede ut intelligas, (Sermo 43,7) traduciendo[4] a Isaías (S. VIII a.C.): “si no crees no comprenderás” Nisi credideritis non intelligetis.
Juan Escoto Erigena, en el Siglo IX, dirá que “Nadie entra en el cielo sino por la filosofía” (Annotationes in Marcianum). Los términos no eran ya entonces razón y fe, sino Filosofía y Teología. Erígena inclinaba la balanza hacia la primera, ponía en cuestión la autoridad (auctoritatis) de los Padres de la Iglesia (uno de ellos el mismo San Agustín), al mismo tiempo que denunciaba el método de recurso a la autoridad: “[…] invocar a los autores, ésta es la manera de probar […] Esta manera de apelar a las autoridades se llama modus authenticus”. Pone la razón por sobre la autoridad[5]. Honorio III ordena quemar su obra “donde pululan los gusanos de la perversidad herética”[6].

En el siglo VIII, dice Alcuino en De las virtudes: “Pero entonces, ¿qué diferencia hay entre filósofos y cristianos?” “La fe solamente y el bautismo”[7]. Tal era el peso que le atribuía a la razón, o la dialéctica, es decir lo que por entonces era la filosofía. Pero será con el franciscano Guillermo de Occam con quién, ya por entonces, las ciencias primarán sobre la fe. Construyendo una epistemología lingüística afirmará que con ellas no se puede conocer a Dios, para ello sólo queda la fe, «hoc solo fide tenemus». La teología no era para él más que un oficio de peritos[8] y su cometido es la persuasión, vale decir la prédica.
El que hoy conocemos como San Cayetano, antes de ser santificado, fue el Cardenal de Gaeta, Tomás de Vio que, en el siglo XVI, fue encomendado por el Papa a lograr la retractación de Lutero. Como éste no lo hacía Cayetano lo apuró con una célebre frase amenazante: ¿Cres o no crees? Credis, vel non credis?
El franciscano Guillermo de Occam ya había respondido dos siglos antes que el monje agustino: unos pueden ser creyentes y otros no serlo, es contingente y por ello no es pecado no creer. Occam sí cree en la omnipotencia absoluta de Dios, él puede hacer que unos crean y otros no, conforme les haya infundido o no la fe. Con “el intelecto del hombre mortal”, aquél por el que se puede saber si una cosa existe o no, no se puede conocer  «la deidad posible de la potencia […] de Dios»”[9].

Sin embargo aun hoy la Iglesia romana sigue haciendo esfuerzos por mantener el “concubinato” con la primacía de la fe.
Volvamos al Catecismo, la prédica.
"A pesar de que la fe esté por encima de la razón, jamás puede haber desacuerdo entre ellas. […]Por eso, la investigación metódica en todas las disciplinas, si se procede de un modo realmente científico […] nunca estará realmente en oposición con la fe, porque las realidades profanas y las realidades de fe tienen su origen en el mismo Dios”. (159)
La fe es cierta, más cierta que todo conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede mentir. Ciertamente las verdades reveladas pueden parecer oscuras a la razón y a la experiencia humanas, pero "la certeza que da la luz divina es mayor que la que da la luz de la razón natural" (S. Tomás de Aquino, […]).” (Cat. 157) [Subr.EL]
“Oscura a la razón y a la experiencia” es la fe. Parece un eco de Occam, sin embargo aquí el Catecismo remite al Concilio Vaticano I, es decir al siglo XIX, cuando las ciencias ponían en duda todos los  misterios de la fe. Cuando el tipo de conocimiento científico asume los caracteres de las ciencias modernas. Anotemos aquí que a comienzos de ese siglo, Destutt de Tracy había acuñado ya la palabra ideología. Nueva competidora de la religión, donde también conviven fe y razón, la fe profana y la razón instrumental, y donde esta última tiene primacía sobre la primera. La fe que reside en los contratos está sujeta a la relación de coste/beneficio. El derecho será la ideología elaborada que sustituirá a la religión para mantener la unidad orgánica del sistema de dominación; el Código de Napoleón será la auténtica Escritura y el Estado el heredero de la trascendencia divina que garantiza la fe de los contratos.
Habían pasado ya los tiempos que soportaban que los distintos convivieran como “dos verdades”divinas. Es decir los tiempos de los prolegómenos del descubrimiento de las “artes mecánicas” con Eurigena, cuando las artesanías anunciaban las manufacturas, o del anuncio de la división del trabajo en las ciencias de Occam, cuando los productos de las manufacturas debían hallar mercados. El experimento ya no era una cuestión meramente gnoseológica sino industrial, profana: las verdades eran provisorias y debían probarse con los resultados: los productos y los beneficios.
La Santa Sede ya no podía controlar el trabajo de las ciencias, absorberlo, diferirlo y evacuarlo, como describía Lucien Fevbre en su Lutero. “Frente a la herejía, la Iglesia […] Ha sabido […] absorber, a reserva de eliminar más tarde, después de una digestión total […] No ha sido nunca el estómago lo que le ha faltado a la Iglesia”[10].
Su esfuerzo de “contención” de la razón por la fe sólo quedaba para la prédica.

   

Il Teatro anatomico.

Las escuelas monásticas se transformaron en Universidades. “La Universidad medieval aparece como un órgano de la Cristiandad”[11]. La primera, Bolonia, allí se realiza la primera autopsia. En el Archiginnasio se conserva el anfiteatro en que ellas se hacían: el Teatro Anatomico. Su disposición es simbólica: abajo la mesa de disección, que ocupa el centro de la escena, por encima la cátedra, desde donde se dirige el trabajo y, arriba, frente a la cátedra unas disimuladas ventanitas desde las cuales observaban los inquisidores. La Iglesia consentía la ciencia controlándola: digería.
Bolonia, como es sabido, es la antesala del derecho moderno. Los glosadores rescatan y adecuan el derecho romano a las condiciones mercantiles. Los contratos pasarán a ser la palabra escriturada, ocuparán, en la vida secular tanto o más lugar que las Escrituras. A ellos pasará la fe, pero la fe en que se cumplirán las promesas, no las del Señor sino las  de los contratantes. No en el cielo sino en la tierra, en el mercado. El Ser trascendente, el que está más arriba y garantizará la buena fe y el cumplimiento, será el Estado naciente. La normatividad religiosa no desaparecerá, pero la jurídica la irá eclipsando. La dominación personal jerárquica irá quedando oculta por la igualdad ante la Ley.
En las universidades las nuevas ciencias jaquearán la fe. A la oposición Razón y Fe, Filosofía y Teología, sucederá la de Ciencia y Dogma.
Los concilios acopiarán las interpretaciones oficiales de las Escrituras: el principio de autoridad de los Padres y algunos santos venerables será suplido por la autoridad de la Iglesia. Los funcionarios decretarán las herejías: las violaciones del Dogma.
Otras serán las Órdenes que sustituirán a la de San Benito: las mendicantes. Franciscanos y dominicos, y es Domingo de Guzmán, luego Santo Domingo, un español, el primer Inquisidor. Su destino: Bolonia, lugar de las ciencias.
La vigilancia de las ciencias por medio de normas en el mismo lugar que parirá el derecho moderno, ideología elaborada de la contractualidad mercantil, matriz y presupuesto lógico e histórico del capitalismo. Cuna también del notariado, administrador de la fe pública, en nombre del Estado, para autenticar los contratos. La escritura auténtica deviene profana y prosaica.
En 1257 son cuatro notarios los que tienen a su cargo la compilación de los documentos que declararon la liberación de los siervos en la Comuna de Bolonia: hombres libres para contratar.

                                        
Intento de sistematización de la relación Razón y Fe.

El Licenciado en teología, David A. Roldán, profesor de la Universidad Católica de Salta, ha intentado una sistematización de modelos históricos de la relación entre la razón y la fe[12].
El presbítero Roldán señala algunas cuestiones de esa relación ya en la Biblia. Sostiene que gran parte del Antiguo Testamento es un intento de racionalizar la propia Revelación. “A partir de los datos de la fe, se intentan establecer principios, normas para una correcta relación con dios, y con el prójimo (así podrían leerse las leyes casuísticas del Pentateuco)”. Se remontarían hasta allí, entonces, tanto la relación entre razón y fe como el aspecto normativo de la fe.
Sostiene Roldán que la interpretación del Evangelio de Juan, por la que se afirmaría que la Razón encarnó en el hombre cristiano y “puso tienda” entre ellos habría dado lugar a un “concubinato” entre filosofía y teología. De ser así, la convivencia o hibridez, tendría allí otro antecedente.
Esa convivencia daría lugar a cinco “modelos históricos” de relación.
1)      La fe sin la razón. Esto es algo falaz, dice,  ya que no es posible eliminar la razón por completo. Se trata de dos dimensiones antropológicas que cualifican al ser humano. El modelo estaría representado por Tertuliano (S. II) que acuñó la fórmula “creo porque es absurdo”. La fe se ejerce sobre aquello que sólo puede ser creído, donde la razón está demás. En 1546, Lutero dirá: “la razón oculta en sus entrañas una impudicia mucho más bochornosa y una pasión mucho más baja que una prostituta”. 
2)      La razón sin la fe. Roldán concede que “a nivel teórico-argumentativo, es más factible eliminar la fe que la razón”. Sin embargo, dice, muchas veces la argumentación racional hecha mano a presupuestos, se olvida el carácter hipotético de todo razonamiento y se pretende dar razón de todo conocimiento y de toda la realidad. Será el caso de Filón el Judío (S. I), que leyó el Antiguo Testamento con categorías de la filosofía griega. No hay conflicto entre razón y fe, la razón explica lo que se cree, pero si hay una explicación a lo que la fe cree, la fe no sería necesaria. Lo mismo sucede cuando Berengario (S. XI) quiere explicar el misterio de la Eucaristía: si éste se explica la fe está demás.
3)      Dualismo: la fe y la razón disociadas. Se trata de la “doctrina de la doble verdad”: racionalmente sostengo ésto, pero desde la fe sostengo lo contrario”. El autor afirma que en el Siglo XIII los profesores de las Universidades, ante la posible acusación de herejía, deslindaban así responsabilidades cuando las conclusiones científicas contradecían los dogmas cristianos. Lo que hoy diríamos doble discurso para lavarse las manos.
4)      La fe como presupuesto de la razón. “Aquí la fe es una suerte de «plataforma de lanzamiento» desde la cual parte la fe, en busca de otros contenidos”. Tiene el célebre antecedente de San Agustín: Creo para comprender, credo ut intelligam. En esta línea estaría San Anselmo que, con el famoso “argumento ontológico”, “pretende demostrar racionalmente lo que ya ha sido asumido por la fe: la existencia de Dios.”
5)      La fe y la razón armonizadas. Sería el caso de Santo Tomás de Aquino. La fe y la razón serían distinguibles, son dos facultades distintas, pero no son incompatibles sino armónicas. Se puede llegar a Dios por ambas vías. Los misterios son suprarracionales, no están en contra de la razón, sino que la exceden.




Cambios internos de los términos de la relación.


Como vimos, Roldán aborda la fe y la razón como dos rasgos antropológicos. Ello lo acerca a pensar la fe como algo que excede lo religioso, pero, al mismo tiempo se difuma la determinación histórica que, en mi opinión, sufren ambos términos de la relación.
En efecto, el autor señala que  “En muchas actividades cotidianas – como utilizar el transporte público, cruzar correctamente un semáforo […] trabajar con la esperanza de obtener un salario, etc. se ejerce fe […] hace posible la vida en sociedad [y aquí remite al “contrato social” que “implica una fe, una confianza” en que se cumplirá el pacto]”. Se trata nada menos que de la situación de contractualidad, sea intersubjetiva o central (contractualismo), donde la fe se vincula con la normatividad.
Pero, al mismo tiempo, para que la fe adquiriera ese rasgo profano, fue necesaria la presencia de fenómenos sociales que requirieran su presencia en el terreno de los prosaicos negocios, es decir, el desarrollo mercantil. El campo de la contratación exige la confianza en la promesa de un hecho futuro, tal como en la religión (al menos la cristiana) exige la confianza en la promesa de la salvación.
Del mismo modo, el fenómeno social del desarrollo de las ciencias y las técnicas han hecho variar las relaciones de hegemonía entre ambas relaciones, generando distinciones al interior de cada uno de los términos.
Ni la fe ni la razón han sido siempre idénticas a sí mismas.  
Si la fe puede ceder su sentido religioso frente al sentido contractual profano, la razón cederá su sentido de gramática, retórica y dialéctica (el trivium de las siete artes liberales) para integrarse con otros aspectos de menos abolengo, como la óptica y la medicina. En suma, integrarse con el carácter experimental de las ciencias modernas.
Asimismo, por ejemplo, el modelo de disociación o “doctrina de las dos verdades” parece un síntoma de cómo el desarrollo de las técnicas y las ciencias fue minando la hegemonía de la fe. Es decir, transformando no sólo el “contenido”, la significación, sino la propia relación entre los términos.


De las dudas, las ciencias y la ignorancia.


Por la duda llegamos a inquirir y por la indagación llegamos a la verdad”.[13].


Los  incrédulos fueron llamados insensatos, faltos de sentido, es decir locos[14]. De modo que la fe hubo de recurrir a la razón para combatir la incredulidad. Es decir, bien parece que la fe, aunque hegemónica, no ha sido auto-suficiente para conservarse ni aun entre los creyentes. Si el Cardenal Newman insistió en que diez mil dificultades no hacen una sola duda es porque la duda es una dificultad para la fe. Si la fe hubiese provisto la certeza absoluta, como afirmaba Tomás de Aquino, no hubiese corrido tanta tinta y tanta sangre. Como se pregunta la doctora Beatriz Violante, de quien tomo prestado su monje ateo, si los ateos no fueron tantos ¿porqué tanto esfuerzo en combatirlos al punto de considerarlos locos?[15].
La duda versa, nada menos, que sobre la existencia de un Ser superior al hombre o, al menos, si esa existencia se da por supuesta, sobre sus caracteres (omnipotencia, bondad).
El problema es que Nadie ha visto jamás a Dios (Evangelio de San Juan, 1,18).
Para Juan Escoto Eurigena  Dios no puede ser conocido sino en sus obras[16], el hombre  y la naturaleza, y a través de las Escrituras. Las Escrituras son la razón divina, pero hay otra razón que es la de los hombres por la que pueden conocer su obra, que es la forma en que Dios aparece. Dios está en todas las cosas[17]. El hombre perdió su capacidad de ver a Dios después de la Caída de Adán. Para su salvación debe readquirir esa capacidad conociendo las manifestaciones de dios, esto es, a sí mismo y a la naturaleza.
Tiene a su disposición la filosofía, único camino para llegar al cielo. Hasta entonces la filosofía no era más que la razón discursiva, el trivium. Pero Escoto agrega ya a las artes liberales, las artes mecánicas. Artes mechanicae “son los vínculos del hombre con lo divino, su cultivo es un medio para la salvación”…“toda arte natural se basa  materialmente en la naturaleza humana”… “de ello se sigue que todos los hombres por naturaleza poseen artes naturales, aunque, como castigo por el pecado del primer hombre, se encuentran oscurecidas en las almas de los hombres y hundidas en una ignorancia profunda. Al enseñar no hacemos otra cosa  que rememorar en nuestra comprensión actual las mismas artes que están almacenadas en lo profundo de nuestra memoria”.Comentarios a una obra del siglo V, El matrimonio de la Filología y Mercurio de Martino Capella[18].

De modo que acá tenemos una distinción en la propia Razón: la razón divina que se halla en la Biblia y la razón humana con la que puede leerla sin atenerse al principio de autoridad.  
Pero la razón humana también distingue la filosofía, como razón discursiva, de las artes liberales que exceden el trivium, ya que comprenden también la astronomía, la geometría, la aritmética y la música. Pero, al integrar también las artes mecánicas, la distinción con la filosofía es más plena. Las mecánicas son las artes más vulgares, la de los oficios. La distinción Ratio y Fides se ha ramificado en otras distinciones, cambiando así sus significados o determinaciones. Ésto sin que se eliminen las originarias, sino debilitándose su hegemonía.
Nótese que esta concepción tiene una consecuencia normativa: libera la razón del corsé de las Escrituras, a la vez que libera a éstas de la auctoritatis.
                                                           
El benedictino San Anselmo de Canterbury, en el Siglo XI, quiere, por el contrario, demostrar la existencia ontológica de Dios[19], por medio de la dialéctica. La fe va en búsqueda de la razón, fides quarens intellectum. Dios necesita ser probado, se trata entonces, de una fe insuficiente. Se trata de una fe que comprende, dentro de sí a la razón para poder subsistir. Anselmo escribe dos trabajos cuyos títulos denotan su intención: Ejemplo de meditación sobre el fundamento racional de la fe y La fe buscando apoyarse en la razón. Es en este último, conocido como Proslogium, en el que desarrolla su célebre argumento, cuya validez lógica ha sido sumamente discutida y no es el caso volver transcribir acá.
La demostración es retórica; el resultado es una fe racional, se distingue así de la fe revelada, aunque ésta sea su punto de partida. La presencia de la razón, su relación con la fe, produce un cambio de significado en ésta.
Anselmo recurrirá también a la experiencia: “Aquél que no haya creído no experimentará, y quien no haya experimentado, no creerá, porque en la medida que una cosa sobrepasa al hecho de oír hablar de ella, en la misma medida la ciencia del que experimenta supera al conocimiento del que oye” [Subr. EL][20].
Pero la argumentación tiene, además, para los no creyentes, un aspecto apologético, es decir, propagandístico. Así lo confiesa un anselmiano actual[21]. Esto nos indica que el intento de una “prueba ontológica” tendría alguna necesidad social, una presencia fuerte de la racionalidad que demandaba tal tipo de prueba[22]. Es el inicio de la escolástica, el mayor esfuerzo histórico de conciliar razón y fe y, de esas schola, saldrán las universidades y, en ellas, el experimentum. Dice Paul Vignaux[23] que en San Anselmo “el cristiano ha contestado las preguntas de fuera”, se trata de “comunicar” al incrédulo, “de la fe nace la predicación, y Proslogion quiere decir alocución”.

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