jueves, 13 de octubre de 2016

El G20, Trump y los perdedores

El 7 de octubre se reunieron los ministros de finanzas del G20.
Avisaron que crecen los riesgos económicos globales.
Les preocupa el Brexit, la vulnerabilidad de los mercados financieros, la megadeuda y la desaceleración de China  y la retórica populista de Trump.
Los voceros de los poderosos están muy asustados. Amedrentados.
Los poderosos se aterrorizan cuando pierden el control de la gobernabilidad. Cuando pierden el control de los perdedores. 

Después de haber fomentado la especulación financiera, primero a la sombra de los bancos y luego a cara descubierta, sus turbios negocios a-legales e ilegales que dejaron el tendal de desamparados, la desigualdad más siniestra y no habiendo ya donde invertir con  mínimas seguridades, chillan por la transparencia.

Después de haber generado el consumismo de ganadores que servía de base para apalancar la venta de presuntas ganancias futuras, con futuros y derivados alejados de la producción, ascendiendo al grado de clases medias a sencillos laburantes, cuando éstos quedan fuera de juego porque los cambios tecnológicos y los ajustes fiscales así lo disponen, ahora les reprochan que oigan los cantos de sirena de la retórica populista.
Y, ahora, genios politólogos, apólogos de la democracia representativa electoral, se preguntan si es útil consultar a los pueblos. Después del Brexit y la paz de Colombia.
Ahora, después que la farsa representativa mostró su desnudez con el show chabacano, pornográfico y maloliente del “debate” Hillary-Trump, basculando sobre el terrorismo de su terror.

Los grandes economistas descubren ahora que los problemas de la deuda frenan la economía y que la “inversión” financiera acentúa la tendencia a la concentración de la riqueza agravando la caída de la demanda, ensanchando cada vez más la desigualdad que, sin espejitos de colores, deja al desnudo la pobreza. Los perdedores que se les disparan hacia cualquier lado.   

Ahora reniegan todos ellos de la financiarización, después de haber aplaudido los salvatajes a los bancos en la crisis financiera del 2008, que no fue otra cosa que socializar sus pérdidas. Salvataje, decían, porque era una situación excepcional, ignorando lo que había advertido uno de ellos, pero más lúcido: las crisis nacen del funcionamiento del sistema. Hyman Minsky, de la Universidad de Chicago, no un marxista de la Universidad de París.

Los dominantes y sus criados están desorientados. Llegan hasta a abjurar de los tratados de libre comercio.
Creyeron que con un poco de pan, o comida chatarra, y algo de circo, o industria del entretenimiento, las deudas de la pirámide de Ponzi podían ser eternas. Que con ello el Imperio de la lex mercatoria en las finanzas estaba asegurado y consecuentemente el de los emperadores de la tecno-idiotocracia.
Y se encontraron con lo que generaron, un país con muchos blancos rubios empobrecidos y embrutecidos. Que están optando por el post-fascismo, como dice Traverso a falta de un neologismo más adecuado.
No les queda más recurso que transferirles su propio terror para que orienten su bronca peleando entre iguales, como gladiadores, para regocijo y entretenimiento de los poderosos. Y el resto de la plebe, a los leones.

Confiaron que la Ley de Moore, una forma de la  teoría del derrame, la estrategia de la obsolescencia programada, seguiría siendo la base de la titularización y su conversión en dinero de las expectativas de ganancias. Y de paso la amortización anticipada de los costos brindaría bienes para seguir fomentando la ilusión de clase media.
La propia revolución tecnológica, con la sola mirada del tecnócrata idiotizado por el crecimiento indiscriminado de los PBI guiado por los beneficios financieros a cualquier costo, se encargó de generar la expulsión de los obreros industriales. Sin red de seguridad, merced a la robotización. Ahí quedaron los blancos y rubios vueltos de golpe indigentes, viviendo –en el mejor de los casos- en lo que los yanquis llaman caravanas, es decir casillas rodantes.

Para peor la libertad de circulación de capitales puso de moda los Tratados de Libre Comercio y se abrieron las puertas de la de la Organización Mundial del Comercio a la, en ese momento, mano de obra esclava de China.
Los hogares de bajos ingresos, con esos productos más baratos, parecían beneficiarse con mejores precios, ayudados además por el endeudamiento de hogares. Claro es que, al mismo tiempo, la entrada de esos productos importados drenó la producción y creció el desempleo que la mísera asistencia no pudo paliar.

Ahora –dice un artículo de Peter S. Goodman en The New York Times- “La nominada demócrata, Hillary Clinton, ha dado un giro de 180 grados al oponerse al enorme pacto de libre comercio que abarca la Cuenca del Pacífico que apoyó siendo Secretaria de Estado”.
Y en la misma nota cita a Chad P. Bown, experto en comercio del Instituto Peterson para Economía Internacional en Washington: “Los debates que estamos teniendo sobre la globalización y el costo de ajuste son conversaciones que debimos haber tenido cuando pactamos el TLCAN, y cuando China entró en la OMC”. (El TLCAN es el tratado de libre comercio de Norte América, conocido como el NAFTA).     
Tarde piaste. Los perdedores no saben de macroeconomía.

Ahora los aprendices de brujos del G20 reunidos en Washington, reunión a la que asistió el ministro Prat Gay, preocupado porque en la volatilidad de los mercados financieros el ceomacrismo no alcanza a hacer pie, están aterrorizados.

Pero no están asustados por una revolución social –que según una mala tradición cree a pie juntillas- seguiría a esta crisis que, en una economía hegemonizada por el capital financiero, la abarca a toda y en todo el globo. Están asustados porque los caballos se les desboquen, se hagan in controlables y, con ello, se desvaloricen  todos sus activos, los financieros y los otros.

Ellos están asustados por los resultados de lo que hicieron. Nosotros no supimos y no sabemos ni medianamente bien que es lo que hay que hacer, salvo, naturalmente, resistir.


Edgardo Logiudice

Octubre 2016. 

martes, 11 de octubre de 2016

El macrismo y la “pobreza cero”, los Ceos a la izquierda.

No se trata acá del fácil recurso de demostrar la hipocresía del discurso de la banda gobernante. De eso se encarga la propia realidad y el politiquerismo y burocratismo sindical baratos.
Tampoco de denunciar el “sinceramiento” de los números del Indec como método extorsivo. Terrorismo preventivo de los números para disciplinar por el miedo.

Pobreza cero, hambre cero, colesterol cero, azúcar cero…Sintagmas inoperantes y engañosos. Muchos ceros. Y muchos Ceos copiando la consigna que llevó a Lula al poder, cuando parecía estar a la izquierda. Eslogan que copió primero la FAO, y luego toda la ONU a través de las declaraciones inopias del Programa de Desarrollo (PUND) hasta la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible, con el apoyo del Banco Mundial, el FMI y todos los organismos intergubernamentales de crédito. Los mismos que se encargan de legalizar las estrategias del Estado Mayor del capitalismo financiero que hunde naciones entera en el hambre, la pobreza, la desnutrición y la desigualdad. En una muestra de hipocresía mayor, en escala global.

Es una cuestión ideológica, de clase. Si la pobreza fuese igual a cero, si no hubiera pobreza no habría capitalismo. La pobreza es el supuesto lógico y el punto de partida histórico del capitalismo. El capital, en cualquiera de sus sectores y formas, requiere, y por eso reproduce, pobres. Aunque tengan automóviles o sean propietarios de viviendas, como prometió Bush a los norteamericanos para que endeudándose en las famosas hipotecas subprime, que fueron el gran negocio de los bancos a cuyo salvataje debieron contribuir los mismos que habían mandado al matadero.

Los pobres no se pueden cuantificar sólo por los bienes y los ingresos, pobre son todos aquéllos que, o están obligados a trabajar para otros que así se apropian de su trabajo o quedan excluidos de la obligación. Al margen no solamente del consumo sino de los vínculos sociales.
Medida por los bienes o los ingresos la pobreza bajó en América Latina, así lo constata la CEPAL. Pero los bienes que adquieren los pobres en su mayoría son bienes de consumo. Inmediato o diferido. Bienes destinados a desaparecer un poco antes o un poco después.   

Poco le interesa al capitalismo la cantidad de hambre o de pobreza mientras haya ganancia. La pobreza decreciente en nuestro continente, el consumismo de las nuevas clases cuasi medias, no fue producto del derrame. Fue el negocio de hacer consumir y endeudarse permitido y auspiciado por el negocio financiero de los commodities. Para lo cual tan poco les importó la alimentación y la salud de los habitantes que sus negocios aparejaron la deforestación de millones de hectáreas y expulsión de millones de campesinos hacia las villas miseria y las favelas de las grandes urbes. Mientras para esos negocios se degradó la tierra cultivable con el monocultivo de lo que mejor sirviera como commoditie, ya sea por la erosión, el agotamiento de la fertilidad de los suelos o la proliferación de las malezas testarudas y plagas que resisten al glifosato o cuanto herbicida, fungicida o insecticida nos encajen. Los laboratorios asociados a las grandes cadenas globales de valor a las que tanto les da la alimentación o la desnutrición o malnutrición que, en América Latina, vez de bajar crecen, como el destino de cultivos al etanol o el biodiesel, cuando el petróleo no es negocio. Eso sí, al amparo presunto de los combustibles no contaminantes. Parece que es una muerte de mejor calidad la producida por el hambre que la producida por el smog. El calentamiento global da para todo, lo que sea ganancia, sobre todo si es financiera.

Pero el ya no tan acelerado decrecimiento de la pobreza medida en bienes de consumo frente a la magnitud de apropiación y la desposesión, pone el tema de la desigualdad sobre la mesa. Para los sectores más lúcidos, ésta atenta contra la democracia. Cuando en realidad lo que atenta de lo poco que hay de ella es el poder difuso y global de los grandes grupos capitalistas, que deciden hasta quién gobierna,  a través del chantaje de las inversiones y, si éste no funciona del todo, la corrupción.
El problema es entonces con la gobernabilidad, no con la democracia. Es una cuestión ideológica. Detrás de eslóganes que antes sólo levantaba la izquierda, pobreza, indigencia, hambre, exclusión, la cuestión es que la desigualdad (extrema, dicen) es un peligro para la dominación. En todos sus sentidos, económico, cultural, ideológico y, sobre todo, político. Porque se trata de las decisiones que afectan a grandes grupos humanos. No sea que los gobernados, los dominados, los subordinados, se encabriten.


Edgardo Logiudice
A 28 de setiembre de 2016.
Día de mis ochenta años y de la fundación de la Primera Internacional.
           



Merodeando El Capital. 5. Las ideologías.

El marxismo es insuficiente.
No porque Marx no haya descubierto los mecanismos del capitalismo industrial ni dejado de elaborar una visión del mundo y de la vida. Sino porque una mirada, si no marxista, al menos marxiana sobre su pensamiento no puede dejar de hacer lo mismo que él hizo. Estudiar las revoluciones. Y escribir dirigiéndose al estado ideológico del principal núcleo de subordinados de su tiempo, la clase obrera industrial. Y esa clase ya no es, aunque siga siendo base y punto de partida del edificio social, el principal núcleo de subordinados. Porque el capitalismo industrial está también subordinado a otras formas del capitalismo, las financieras. Y el estado ideológico de los subordinados, consecuentemente, es otro.   

El emprendedorismo está de moda. El Global Entrepreneursship
Monitor (GEM) es el estudio más importante del mundo en materia de iniciativa empresarial. En nuestro país los informes para él los elabora el Centro de emprendedorismo de la escuela de negocios IAE (Instituto de Altos Estudios Empresariales) de la Universidad Austral.
El primero sostiene que dos tercios de la población adulta mundial piensa que el espíritu empresarial es una buena elección de carrera. Y el Informe para nuestro país del 2015 afirma que el 29% de los adultos espera iniciar algún emprendimiento innovador en algún momento dentro de los próximos tres años. Las ya famosas startups.
Eso significa asumir riesgos individuales. Y también significa que necesita capitales de riesgo. Grandes empresas derivan algunas chirolas en esto a través de capitales que se llaman “incubadoras”, cuando el emprendimiento no es más que un proyecto, o “aceleradoras” cuando ya está funcionando.
La referencia a las incubadoras es sugerente, remite a la fabricación de animales en serie.

Claro es que no todo es así. Eso no es para los ochocientos cuarenta millones de desnutridos, ni para todavía la quinta parte de la población mundial que vive con U$S 1,90 diarios. No lo es para los millones de mujeres adolescentes de la India que escapan a las rígidas y crueles tradiciones rurales para ir a trabajar en la manufactura de grandes y célebres firmas textiles, a jornada completa, cosiendo 100 prendas por hora. En la era de la robotización y la producción 3D. Y esto fomentado por políticas de estado.
Tampoco puede decirse que este emprendedorismo sea una tendencia perdurable. Pero, de momento existe. Al menos en las regiones donde se ha señalado la existencia de “nuevas clases medias”. Y esas en China constituyen muchos millones de personas, conviviendo con la mano de obra del tipo de India o Bangladesh, donde empresas chinas también fabrican sus manufacturas baratas.



Este tipo de manufacturas evoca los primeros tiempos del capitalismo industrial y el Taylor-fordismo. Y allí estaba el célebre chaplinesco obrero de Tiempos Modernos.
O el de Los Compañeros. Y allí están las diferencias.
Y las paradojas. Las muchachas urbanizadas a la fuerza, una vez reclutadas, llegan a invertir sus primeros pesitos en un Smartphone. Pero, sobre todo, tienen la posibilidad de elegir un novio y no casarse obligatoriamente con quienes decidan las familias, sin siquiera conocer al candidato.
En la postmodernidad, el riesgo individual del productor subordinado, convive con el obrero de la modernidad, con su mutualismo y su sindicato, y la premodernidad del trabajo esclavo. No era ésta la problemática ideológica que contemplaba El Capital.

El trabajo de Marx consistía  en desbrozar la ideología jurídica, las determinaciones ideales en su decir, que incrustadas en las teorías económicas precedentes naturalizaban  la eternidad del orden capitalista industrial. Criticar las categorías tales como la propiedad y el salario significaba la posibilidad de transformación, de revolución de las relaciones sociales, mostrando las relaciones materiales, las determinaciones materiales decía él.
Es decir, historicidad de las relaciones materiales significa que el modo de apropiación del trabajo ajeno, que considera la capacidad laboral humana como una cosa que puede ser comprada y vendida, es transitorio. Que la figura jurídica mercantil de la compraventa encubre esa apropiación, la explotación del hombre por el hombre, dándole carácter de eterna e inmutable.

Un aspecto de la revolución social probable que implicaba también una revolución política, dado que esa forma jurídica se sostiene en la fuerza del Estado. Que es también una forma ideológica. Pero las ideologías, las formas de idealización, no son sólo ideas ni su existencia es ilusoria, pues de hecho funcionan efectivamente en las conductas. Su carácter de idealización sólo aparece cuando, en los actos aislados e individuales, queda oculto el conjunto de los mecanismos del sistema.
En estas relaciones aparecen las ideologías espontáneas. No son nunca puras porque se generan sobre las tradiciones, sobre las costumbres, sobre formas ideológicas precedentes, sobre formas religiosas. Es decir, no solamente sobre mecanismos económicos.

Pero otras ideologías son elaboradas. Son ideologías de legitimación y la más difundida en la modernidad mercantil-capitalista es la que tiene forma de ley. Y legal es aquello que tiene como autor aparente al Estado. Por eso la revolución social implica una revolución política, aunque la política no se reduzca, ni mucho menos, al Estado.

La ley no es la única ideología elaborada. Pero esto es asunto de otro merodeo.

Edgardo

Octubre 2016      

Merodeando El Capital. 4. La propiedad financiera

El tiempo no se puede vender -decía Santo Tomás- porque no existe. Y otros teólogos argumentaban que no se podía vender lo que es de Dios.
Sin embargo el tiempo es oro, dijo Benjamín Franklin; y su imagen figura en los billetes de 100 dólares.

La propiedad capitalista financiera se apoya en el tiempo, en la especulación sobre el futuro.
La especulación sobre el futuro, sobre bienes futuros es muy antigua. Ya contaba Aristóteles que Tales de Mileto, el delos teoremas, seiscientos años antes de la que llamamos nuestra era, había especulado. Y no filosófica sino lucrativamente.
Tal parece que el tal Tales, talvez aburrido de que se burlaran de su pobreza, para cuyo remedio de nada le servía su sabiduría, decidió demostrar como en un teorema, pero esta vez prácticamente, la hipótesis opuesta.
Por sus conocimientos pudo prever que ese año la cosecha de olivas sería abundante. Con el poco dinero que tenía dio fianza para asegurarse todos los molinos de aceite de Mileto y sus alrededores a módicos alquileres pues era fuera de temporada y nadie ofertaba más. Cuando llegó la estación y la multitud acudió en demanda de los molinos los subarrendó en el precio que le pareció. Con sus buenas ganancias demostró no sólo la utilidad de la filosofía sino también que no es de éstos su menester.
Aunque hallamos aquí ya elementos de una especulación financiera no es éste el origen de la propiedad capitalista financiera actual ni sus mecanismos propios de producir dinero con dinero. Más dinero.

Tampoco lo es el viejo método del préstamo a interés, conocido también con usura. La venta de dinero a término, que es el objeto del anatema de Tomás de Aquino, como ya lo era en algunos textos bíblicos. Préstamos de los que hicieron su meta ya los banqueros de la Edad Media, como inicios de la modernidad. Pero en éstos lo que funciona también es el tiempo futuro.

Acá conviene destacar dos cosas: a) el riesgo que implica la incertidumbre del hecho futuro, el pago por ejemplo o el resultado de la cosecha y, b) que siempre está implicado algún trabajo futuro.
En el primer caso, la apuesta de Tales, no era solamente el hecho de una buena temporada, sino de que los campesinos cosecharan. Trabajo futuro.
En el del préstamo a interés, si el dinero representa bienes, éstos son producto del trabajo, tanto el que se presta como el que se devuelve. El deudor devuelve, entonces, en forma de intereses, más trabajo. Trabajo futuro.

Pero Tales, como también cualquier prestamista, podían hacer otra cosa. Tales antes de subarrendar y el prestamista antes de cobrar. Negociar su futura ganancia, la expectativa de ganancia futura.
Tanto uno como otro podían ceder su derecho, transformarlo nuevamente en dinero y, con ello, iniciar otro ciclo. Ahora más amplio, con lo cual la expectativa de ganancias  es mayor.
La expectativa de ganancia, en términos técnicos de plusvalía, no es un bien físico. Es un bien intangible que se vende y se compra todos los días en las Bolsas y fuera de ellas, cuando se absorben o fusionan empresas, por ejemplo.
El objeto de la propiedad capitalista financiera, que opera sobre la propiedad capitalista industrial y a la vez la subordina, con sus propios mecanismos relativamente autónomos, es la expectativa de ganancia. Que tiene un valor, como cualquier presunta clientela de un negocio y que así se contabiliza, como un capital. 

Dada la incertidumbre sobre el futuro el cálculo de los precios que corresponderían al valor no pueden ser más que convencionales, no mucho más que arbitrarios. En cierto sentido una ficción, aunque con el resultado de esa ficción se puedan adquirir bienes bien tangibles. Aquéllos en los que, en definitiva se apoyan, se apalancan, dicho en la jerga financiera.
Claro es que no se apoyan en los bienes tangibles de la producción capitalista industrial (acá incluyo la actual industria agro-ganadera y extractiva) sino, y sobre todo, en los títulos que las representan sea en forma de acciones o de créditos representativos de deudas. Esos títulos sirven de fianza para otras operaciones derivadas, por ejemplo para obtener préstamos para nuevos proyectos o emprendimientos que, a su vez, generan nuevas expectativas de ganancias, multiplicando títulos representativos de propiedad, alejándose cada vez más de la producción (o economía real) y construyendo lo que se llama arquitectura o ingeniería financiera. Que, por el carácter de esos nuevos bienes, su intangibilidad y su forma arbitraria de medición, escapa a las formas establecidas por normas jurídicas generadas para otros modos de apropiación.
De allí que se trate de una propiedad, por lo general, a-legal. Sin reglas, de hecho.   
Una dominación desnuda.

Una dominación que reproduce en escala la desposesión originaria, pero con otras formas, que no son ya siquiera las formas de la contractualidad mercantil, ni salarial. Un poder global difuso que deja a la mayoría de los humanos a merced de los flujos de capital, conforme sean las expectativas de ganancias. Su forma de legitimación es el crecimiento para  el desarrollo que no es otra cosa que la acumulación financiera. Lo que llamamos financiarización, cuya legitimación ya nada tiene que ver con el trabajo.
Financiarización que tiene sus propias formas ideológicas.
Los emprendedores que creen rechazar las relaciones de dependencia de un empleador y andan buscando inversores para sus ideas y, que si los encuentra, ésos son de los que ahora dependen aún más. Pero la cuestión de las ideologías espontáneas, o inducidas y subordinadas, quedan para otro merodeo.

Edgardo


Octubre 2016

Merodeando El Capital. 3. Pobreza.

No hay capitalismo sin pobreza y no todos los pobres son iguales.
La pobreza es un supuesto lógico y un punto de partida histórico para que existan hombres que solo puedan vivir de su trabajo. Los asalariados.
El salario es la forma de apropiación del trabajo ajeno propia del capitalismo industrial.
El capitalismo necesita la existencia de pobres como soportes vivientes de capacidad laboral para que, insertados con otros medios produzca los nuevos bienes que contienen la riqueza en forma de productos para ser intercambiados por dinero.
Pero sobre todo necesita pobres para producir ganancias, más que bienes. Por eso las formas de apropiación no se reducen a la salarial del capitalismo industrial.
Por la misma razón la pobreza no se reduce a la pobreza franciscana de los mendigos, ni a la del “obrero desnudo”, supuesto de ese capitalismo. Porque éste genera también necesidades y, con ellas, su consumo y al propio consumidor.

La tendencia a ahorrar tiempos muertos en el proceso productivo para lograr mayor productividad en el mismo tiempo de trabajo apareja cambios técnicos y organizativos en la producción. Una revolución de esas transformaciones ha sido lo que se conoce como Taylor-fordismo o fordismo, la especialización y la producción en cadena.
Pero el fordismo no sólo consistió en ese modo de producción en  masa y por masas, sino también para las masas. Es decir para asegurar el consumo, modo de transformar la producido, los bienes en dinero. La producción en masa de mercancías.
Transformar las mercancías en dinero para poder luego transformar a éste en nuevos medios de producción y reiniciar otro ciclo productivo y, con él, nuevas ganancias.

El modo de asegurarse el consumo consistió en establecer salarios que permitieran la adquisición de los bienes producidos, llamados “altos salarios”. Pero, junto con ello la venta a plazos en masa. El paradigma de este mecanismo fue Henry Ford. Sus obreros debían consumir lo que producían. La producción en serie le permitía bajar costos de producción y lograr modelos de automóviles, hasta entonces un bien de lujo, accesibles a ser comprado en cuotas por los mismos obreros. El automóvil pasó formar parte de las condiciones de vida necesarias para grandes masas. Generó su necesidad, con ella su consumo y con éste al productor-consumidor. Pero como para consumir hay que comprar y comprar transforma al comprador en propietario, el fordismo realiza el milagro de generar al pobre-productor-propietario.
Más obligado a trabajar, porque con la deuda que asume se está obligando con su trabajo futuro. Sin dejar de ser pobre porque su “propiedad” tiene como contrapartida la deuda. Es un pobre, permanentemente desposeído de la disposición de su capacidad laboral, con el título de propiedad (mientras trabaje y pague) sobre un bien destinado a consumirse, puesto que el uso de su automóvil es un simple consumo, aunque diferido.
La deuda consolida su carácter de pobre.  Pero su pobreza ya no es la misma, ya no está “desnudo”, liberado de la propiedad de otros bienes que no sean los meros medios de sobrevivencia, de subsistencia. La pobreza es, por lo tanto, un concepto histórico, es decir determinado históricamente.
Determinado tanto por el modo de producir, como el modo de apropiación del trabajo ajeno. Y la forma ya no es simplemente el salario; lo es, además, la deuda a través del consumo. Estas son las relaciones materiales del llamado consumismo, a cuyas formas ideales (las normas jurídicas) se agrega la normatividad sin leyes de la publicidad para el consumo.

De la misma manera ocurre con las nuevas formas productivas del post-fordismo y del crecimiento exponencial del crédito para el consumo como resorte básico de la hegemonía del capital financiero que, dando lugar a nuevas formas de propiedad, también da lugar a nuevas formas de pobreza. Una de ellas es la de las llamadas nuevas clases medias o cuasi-medias.

El carácter de los bienes fundamentales es condicionante del conjunto de las relaciones sociales. La tierra, su posesión fue condicionante, cuando era el bien fundamental, del modo de producción bélico. Su modo de apropiación fue la conquista y la ocupación y su forma la posesión, que subyace en el concepto de propiedad. Pero la producción cognitiva, la información, la comunicación no puede ser objeto de posesión. La apropiación de los bienes intangibles ha generado otro tipo también de la forma de la apropiación y, por lo tanto otras formas de propiedad.
Si esto es así, entonces, nuevas carencias determinarían nuevas formas de pobreza. Y nuevos pobres, sin que desaparezcan del todo los anteriores.
Nuevos expropiados y nuevos excluidos. Lo que subsiste es el punto de partida histórico y presupuesto lógico: la desigualdad. Y la desigualdad es que algunos hombres se apropian del trabajo de otros de distintos modos que tienen distintas formas.

Por ello parece desaparecer la pobreza, medida en la forma de propiedad o acceso a bienes no fundamentales y, sin embargo la desigualdad se acrecienta.

“La fábrica del hombre endeudado” es el título de un libro del filósofo italiano Maurizio Lazzarato y es así como describe la economía capitalista actual. Productora de hombres endeudados, hombres obligados por sus deudas. No parece posible ubicarlos como clases medias, salvo que por pobres entendiéramos solamente a los excluidos del sistema. Pero no lo eran, ni lo son, los obreros de la sociedad capitalista industrial, y eran los pobres, los proletarios, los obreros desnudos que lo único que poseían era su fuerza de trabajo o, mejor, su capacidad laboral.
Excluidos eran y son los que ni siquiera integraban el ejército industrial de reserva, los temporariamente desocupados según las necesidades de propietarios de los medios de producción y de subsistencia. Excluidos eran y son los expulsados de la producción. Excluidos eran y son los considerados inservibles para generar ganancias. Y esos son hoy los expulsados del consumo que genera las deudas, los que no son fabricados como deudores. Esto es lo que hoy sociológicamente se denomina extrema pobreza.
Excluidos recluidos en los guetos, en las cárceles, en las pateras, en los campos de refugiados.

No menos recluidos están los que trabajan sin libertad de horarios, es decir todo el día, en su casa.
Las nuevas tecnologías de información y comunicación, la robotización, nuevos materiales, posibilitan nuevas formas de división del trabajo y de organización tanto de la producción como de su circulación. Se trata de una revolución en el modo de producir con una incorporación creciente del conocimiento. Y, con ello, el crecimiento de los servicios, prestaciones de toda índole no necesariamente consistente en bienes físicos o tangibles. Diferenciados de, pero fusionados con, la producción de estos últimos. La logística y el comercio on line son casos paradigmáticos. Tal es su peso en el comercio internacional que supera al de los bienes industriales.
Cuando hablamos de servicios ya no podemos pensar solamente en los choferes, los porteros, los canillitas ni los lustrabotas.

Y, en todos ellos, todos estos servicios, está la gente que vive de su trabajo. 
Aquí es donde aparecen fundamentalmente los emprendedores y los franquiciados.
Todas las formas de tercerización y subcontratación recubriendo nuevos modos de apropiación del trabajo ajeno. Formas que sustituyen la forma salarial.
Así como el salario constituía en propietarios a los proletarios, estas nuevas formas también constituyen a expropiados, muchas veces deudores, en propietarios pero ya no sólo de algún artículo que antes se consideraba de lujo, sino hasta de instrumentos de producción. Y no por ello se transforman en capitalistas, aunque sí pueden pensar que lo son.
La presunta libertad de horario y de decisiones no los libera de la reclusión social que significa la mayor parte de las veces estar permanentemente conectado al móvil, cuyos mensajes dirigen sus acciones. Si látigo y sin capataces.

Se trata, en realidad, de nuevos pobres. Su desigualdad con las grandes cadenas de valor, a las que muchas veces sirve, lo constata. Desigualdad con una nueva forma de propiedad. Pero esto queda para otro merodeo.

Edgardo

Octubre 2016