martes, 11 de octubre de 2016

Merodeando El Capital. 4. La propiedad financiera

El tiempo no se puede vender -decía Santo Tomás- porque no existe. Y otros teólogos argumentaban que no se podía vender lo que es de Dios.
Sin embargo el tiempo es oro, dijo Benjamín Franklin; y su imagen figura en los billetes de 100 dólares.

La propiedad capitalista financiera se apoya en el tiempo, en la especulación sobre el futuro.
La especulación sobre el futuro, sobre bienes futuros es muy antigua. Ya contaba Aristóteles que Tales de Mileto, el delos teoremas, seiscientos años antes de la que llamamos nuestra era, había especulado. Y no filosófica sino lucrativamente.
Tal parece que el tal Tales, talvez aburrido de que se burlaran de su pobreza, para cuyo remedio de nada le servía su sabiduría, decidió demostrar como en un teorema, pero esta vez prácticamente, la hipótesis opuesta.
Por sus conocimientos pudo prever que ese año la cosecha de olivas sería abundante. Con el poco dinero que tenía dio fianza para asegurarse todos los molinos de aceite de Mileto y sus alrededores a módicos alquileres pues era fuera de temporada y nadie ofertaba más. Cuando llegó la estación y la multitud acudió en demanda de los molinos los subarrendó en el precio que le pareció. Con sus buenas ganancias demostró no sólo la utilidad de la filosofía sino también que no es de éstos su menester.
Aunque hallamos aquí ya elementos de una especulación financiera no es éste el origen de la propiedad capitalista financiera actual ni sus mecanismos propios de producir dinero con dinero. Más dinero.

Tampoco lo es el viejo método del préstamo a interés, conocido también con usura. La venta de dinero a término, que es el objeto del anatema de Tomás de Aquino, como ya lo era en algunos textos bíblicos. Préstamos de los que hicieron su meta ya los banqueros de la Edad Media, como inicios de la modernidad. Pero en éstos lo que funciona también es el tiempo futuro.

Acá conviene destacar dos cosas: a) el riesgo que implica la incertidumbre del hecho futuro, el pago por ejemplo o el resultado de la cosecha y, b) que siempre está implicado algún trabajo futuro.
En el primer caso, la apuesta de Tales, no era solamente el hecho de una buena temporada, sino de que los campesinos cosecharan. Trabajo futuro.
En el del préstamo a interés, si el dinero representa bienes, éstos son producto del trabajo, tanto el que se presta como el que se devuelve. El deudor devuelve, entonces, en forma de intereses, más trabajo. Trabajo futuro.

Pero Tales, como también cualquier prestamista, podían hacer otra cosa. Tales antes de subarrendar y el prestamista antes de cobrar. Negociar su futura ganancia, la expectativa de ganancia futura.
Tanto uno como otro podían ceder su derecho, transformarlo nuevamente en dinero y, con ello, iniciar otro ciclo. Ahora más amplio, con lo cual la expectativa de ganancias  es mayor.
La expectativa de ganancia, en términos técnicos de plusvalía, no es un bien físico. Es un bien intangible que se vende y se compra todos los días en las Bolsas y fuera de ellas, cuando se absorben o fusionan empresas, por ejemplo.
El objeto de la propiedad capitalista financiera, que opera sobre la propiedad capitalista industrial y a la vez la subordina, con sus propios mecanismos relativamente autónomos, es la expectativa de ganancia. Que tiene un valor, como cualquier presunta clientela de un negocio y que así se contabiliza, como un capital. 

Dada la incertidumbre sobre el futuro el cálculo de los precios que corresponderían al valor no pueden ser más que convencionales, no mucho más que arbitrarios. En cierto sentido una ficción, aunque con el resultado de esa ficción se puedan adquirir bienes bien tangibles. Aquéllos en los que, en definitiva se apoyan, se apalancan, dicho en la jerga financiera.
Claro es que no se apoyan en los bienes tangibles de la producción capitalista industrial (acá incluyo la actual industria agro-ganadera y extractiva) sino, y sobre todo, en los títulos que las representan sea en forma de acciones o de créditos representativos de deudas. Esos títulos sirven de fianza para otras operaciones derivadas, por ejemplo para obtener préstamos para nuevos proyectos o emprendimientos que, a su vez, generan nuevas expectativas de ganancias, multiplicando títulos representativos de propiedad, alejándose cada vez más de la producción (o economía real) y construyendo lo que se llama arquitectura o ingeniería financiera. Que, por el carácter de esos nuevos bienes, su intangibilidad y su forma arbitraria de medición, escapa a las formas establecidas por normas jurídicas generadas para otros modos de apropiación.
De allí que se trate de una propiedad, por lo general, a-legal. Sin reglas, de hecho.   
Una dominación desnuda.

Una dominación que reproduce en escala la desposesión originaria, pero con otras formas, que no son ya siquiera las formas de la contractualidad mercantil, ni salarial. Un poder global difuso que deja a la mayoría de los humanos a merced de los flujos de capital, conforme sean las expectativas de ganancias. Su forma de legitimación es el crecimiento para  el desarrollo que no es otra cosa que la acumulación financiera. Lo que llamamos financiarización, cuya legitimación ya nada tiene que ver con el trabajo.
Financiarización que tiene sus propias formas ideológicas.
Los emprendedores que creen rechazar las relaciones de dependencia de un empleador y andan buscando inversores para sus ideas y, que si los encuentra, ésos son de los que ahora dependen aún más. Pero la cuestión de las ideologías espontáneas, o inducidas y subordinadas, quedan para otro merodeo.

Edgardo


Octubre 2016

No hay comentarios:

Publicar un comentario