El tiempo no se puede vender -decía Santo Tomás-
porque no existe. Y otros teólogos argumentaban que no se podía vender lo que
es de Dios.
Sin embargo el tiempo es oro, dijo Benjamín Franklin;
y su imagen figura en los billetes de 100 dólares.
La propiedad capitalista financiera se apoya en el
tiempo, en la especulación sobre el futuro.
La especulación sobre el futuro, sobre bienes futuros
es muy antigua. Ya contaba Aristóteles que Tales de Mileto, el delos teoremas,
seiscientos años antes de la que llamamos nuestra era, había especulado. Y no
filosófica sino lucrativamente.
Tal parece que el tal Tales, talvez aburrido de que se
burlaran de su pobreza, para cuyo remedio de nada le servía su sabiduría,
decidió demostrar como en un teorema, pero esta vez prácticamente, la hipótesis
opuesta.
Por sus conocimientos pudo prever que ese año la
cosecha de olivas sería abundante. Con el poco dinero que tenía dio fianza para
asegurarse todos los molinos de aceite de Mileto y sus alrededores a módicos
alquileres pues era fuera de temporada y nadie ofertaba más. Cuando llegó la
estación y la multitud acudió en demanda de los molinos los subarrendó en el
precio que le pareció. Con sus buenas ganancias demostró no sólo la utilidad de
la filosofía sino también que no es de éstos su menester.
Aunque hallamos aquí ya elementos de una especulación
financiera no es éste el origen de la propiedad capitalista financiera actual
ni sus mecanismos propios de producir dinero con dinero. Más dinero.
Tampoco lo es el viejo método del préstamo a interés,
conocido también con usura. La venta de dinero a término, que es el objeto del
anatema de Tomás de Aquino, como ya lo era en algunos textos bíblicos. Préstamos
de los que hicieron su meta ya los banqueros de la Edad Media, como inicios de
la modernidad. Pero en éstos lo que funciona también es el tiempo futuro.
Acá conviene destacar dos cosas: a) el riesgo que
implica la incertidumbre del hecho futuro, el pago por ejemplo o el resultado
de la cosecha y, b) que siempre está implicado algún trabajo futuro.
En el primer caso, la apuesta de Tales, no era
solamente el hecho de una buena temporada, sino de que los campesinos
cosecharan. Trabajo futuro.
En el del préstamo a interés, si el dinero representa
bienes, éstos son producto del trabajo, tanto el que se presta como el que se
devuelve. El deudor devuelve, entonces, en forma de intereses, más trabajo.
Trabajo futuro.
Pero Tales, como también cualquier prestamista, podían
hacer otra cosa. Tales antes de subarrendar y el prestamista antes de cobrar.
Negociar su futura ganancia, la expectativa de ganancia futura.
Tanto uno como otro podían ceder su derecho,
transformarlo nuevamente en dinero y, con ello, iniciar otro ciclo. Ahora más
amplio, con lo cual la expectativa de ganancias
es mayor.
La expectativa de ganancia, en términos técnicos de
plusvalía, no es un bien físico. Es un bien intangible que se vende y se compra
todos los días en las Bolsas y fuera de ellas, cuando se absorben o fusionan
empresas, por ejemplo.
El objeto de la propiedad capitalista financiera, que
opera sobre la propiedad capitalista industrial y a la vez la subordina, con
sus propios mecanismos relativamente autónomos, es la expectativa de ganancia.
Que tiene un valor, como cualquier presunta clientela de un negocio y que así
se contabiliza, como un capital.
Dada la incertidumbre sobre el futuro el cálculo de
los precios que corresponderían al valor no pueden ser más que convencionales,
no mucho más que arbitrarios. En cierto sentido una ficción, aunque con el
resultado de esa ficción se puedan adquirir bienes bien tangibles. Aquéllos en
los que, en definitiva se apoyan, se apalancan, dicho en la jerga financiera.
Claro es que no se apoyan en los bienes tangibles de
la producción capitalista industrial (acá incluyo la actual industria
agro-ganadera y extractiva) sino, y sobre todo, en los títulos que las
representan sea en forma de acciones o de créditos representativos de deudas.
Esos títulos sirven de fianza para otras operaciones derivadas, por ejemplo
para obtener préstamos para nuevos proyectos o emprendimientos que, a su vez,
generan nuevas expectativas de ganancias, multiplicando títulos representativos
de propiedad, alejándose cada vez más de la producción (o economía real) y
construyendo lo que se llama arquitectura o ingeniería financiera. Que, por el
carácter de esos nuevos bienes, su intangibilidad y su forma arbitraria de
medición, escapa a las formas establecidas por normas jurídicas generadas para
otros modos de apropiación.
De allí que se trate de una propiedad, por lo general,
a-legal. Sin reglas, de hecho.
Una dominación desnuda.
Una dominación que reproduce en escala la desposesión
originaria, pero con otras formas, que no son ya siquiera las formas de la
contractualidad mercantil, ni salarial. Un poder global difuso que deja a la
mayoría de los humanos a merced de los flujos de capital, conforme sean las
expectativas de ganancias. Su forma de legitimación es el crecimiento para el desarrollo que no es otra cosa que la
acumulación financiera. Lo que llamamos financiarización, cuya legitimación ya
nada tiene que ver con el trabajo.
Financiarización que tiene sus propias formas
ideológicas.
Los emprendedores que creen rechazar las relaciones de
dependencia de un empleador y andan buscando inversores para sus ideas y, que
si los encuentra, ésos son de los que ahora dependen aún más. Pero la cuestión
de las ideologías espontáneas, o inducidas y subordinadas, quedan para otro
merodeo.
Edgardo
Octubre 2016
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